Capítulo 61 🖤

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La vida de campo solía ser algo dura, pero plenamente gratificante para los ojos amatista de una linda niña que se sentaba sobre el pastizal en la mañana, sintiendo con dulzor la brisa en sus cabellos de un castaño oscuro al inicio de su sexta primavera. Los girasoles frente a ella se habían abierto completamente dando un saludo al cielo despejado y soleado. Era una niña curiosa que amaba a su madre, y que jamás había conocido a su padre por su muerte desafortunada en una guerra de territorios hace cinco años.

—Pamela, hija, ponte esto que el viento puede enfriarte —una mujer de mirada suave y amable apoya sobre los pequeños hombros de la niña un manto rosa.

La niña aprieta la manta y sin dejar de mirar los girasoles comenta con detenimiento.

—Mamá, ¿no te parece gracioso? —la pequeña Pamela mira sobre los girasoles —se elevan mirando hacia el sol como si realmente quisieran abrazarlo.

La madre sonríe por las palabras de su hija y responde.

—Eso es porque el sol les da vida, y aman su luz como si fuera su faro.

—¿Les da vida? —la niña se gira hacia su madre con sorpresa.

—Sí, es exactamente como yo me siento al verte —la mujer se agacha y acaricia su mejilla —tú eres mi sol.

—¿Mamá es un girasol?

—Claro.

—Yo también quiero serlo —Pamela se levanta con energía sorprendiendo a su madre.

—Haha, si, serias un hermoso girasol... —la mujer se para y con una sonrisa triste levanta el mentón de su hija —si vas a ser un girasol, entonces promete que siempre miraras hacia arriba, buscando la luz, queriendo una vida llena de brillo.

—¿Entonces así me convertiré en un girasol? —las pupilas de la niña crecían con emoción.

—Sí.

—Entonces lo prometo.

Seguirían luego con la misma rutina de todos los días. Cosecharían las verduras de su huerto e irían al mercado del pueblo. Era uno muy aislado para los extranjeros, ya que no tenían ni bandera ni una ley especifica que los ampare. En estos tiempos que corrían los Reinos estaban delimitando sus tierras, y este pueblo en concreto, llamado Bleich, no tenía un control de seguridad, ni guardias que puedan hacer cumplir las normas, tanto como castigar a los criminales. Solo existía un jefe del pueblo con sus seguidores que mantenían la paz, aunque no era del todo complicado al ser pocos habitantes y que además fueran gente respetuosa. Solo había una cosa que no tolerarían, y eso era la brujería.

Pamela fue educada por su madre y siempre le advertía "nunca muestres tus poderes, la gente nos vería con malos ojos", y como toda curiosa ella preguntaba el por qué y su madre contestaba "porque hace unos años, brujas malvadas han tomado la vida de personas inocentes, manchando nuestra reputación", "Pero nosotras no somos malas", "Claro que no somos malas, pero muchas veces la gente se queda con la desgracia del pasado y no cree en otra verdad que no sea esa"

Sus palabras habían quedado grabadas en el corazón de Pamela a pesar de no entender el significado más profundo y, además, nunca haber imaginado las consecuencias de ello.

—Lara, ¿Cómo te encuentras este día? —una señora que vendía utensilios de madera saluda a la madre de Pamela con una sonrisa, con su puesto bien posicionado entre la multitud.

—Murcia, buen día, hoy hace un buen tiempo —contesta bloqueando el sol bajo sus cejas.

No solo ella, sino la mayoría de los habitantes en este pueblo adoraban a la madre de Pamela, por su belleza y amable disposición. Además, contribuía en el aprendizaje de todos los niños por debajo de diez años, con las matemáticas y la literatura, por lo que su posición era como la de un segundo jefe en el pueblo, simplemente por haber ganado su amor.

LA SOMBRA DEL DESTINOWhere stories live. Discover now