Capítulo 32 🖤

3K 523 54
                                    



Las palomas agitaban sus alas sobre la principal catedral de Versobia mientras el sol centellaba con intensidad y de los vidrios del colosal edificio entraban rayos que volvían brillantes sus alrededores, en un acabado perfecto de un blanco puro. Los seguidores de los dioses ancestrales iban y venían de sus puertas, concentrados al llevar pergaminos y papiros de excelsos conocimientos. Vestían túnicas blancas con líneas rojas que llegaban hasta el suelo y sus modos siempre eran correctos, los más refinados del reino.

De entre toda esa gente que subía y bajaba las escaleras de mármol, había un joven distinguido que contrastaba con los hombres de edades avanzadas. Su sobretodo tenía cierta similitud con los seguidores de la catedral, solo que cortaba al término de su pecho, dejando a la vista el traje negro oscuro por debajo, y zapatos duros de la misma negrura. Se veía pulcro, desde la cima de sus cabellos de plata, hasta sus pulidos zapatos. Sus ojos no decían nada a pesar de su intenso color carmesí, y parecía caminar directamente hacia la puerta, con una carta en su mano que lo citaba en este lugar, sospechando las razones.

Las puertas en el día siempre se mantenían abiertas, por lo que no necesitó un permiso, y simplemente se dirigió hacia las oficinas del fondo, pasando por un pasillo que era rodeado por asientos de madera, con algún que otro fiel rezándole a los dioses. Conocía el camino, y sus movimientos llenos de seguridad lo demostraban. Con la misma agilidad pasaba por tres columnas hasta llegar a un nuevo pasillo solo para el personal autorizado, y toca solo una vez al enfrentar la última puerta.

—Pase... —se oye una voz suave y avejentada de adentro.

Sin reparos el joven abre la puerta y cierra inmediatamente. Se posiciona frente al anciano sentado en su escritorio y se inclina como un soldado delante de su general.

—Me presento ante usted Gran sacerdote, he recibido su citación en tiempo y forma —se había enderezado con la madures que no congeniaba con sus catorce años, ya hacia sus quince.

—Tu siempre tan serio Abel —el anciano ríe plácidamente, con un vestigio de aflicción —puedes relajarte conmigo.

El joven Abel lo escucha atentamente pero no acata el pedido, y su postura continua con la misma disciplina frente a su superior. Sus principios iban de la mano con su entrenamiento, y no se dejaba disuadir por otras personas al respecto, para él, ante todo, la obediencia de las normas.

—Bueno, entiendo — el sacerdote se resigna y continua con seriedad —Te he llamado hoy para otorgarte tu primer trabajo de dificultad media, ya han pasados tres años desde que te has convertido en un Emisario y cada una de tus misiones, aunque fueran de principiante, han sido completadas con una perfección pocas veces vista. Ya estas a la altura para dejar de ser aprendiz y subir de rango. Esta será tu oportunidad para que definitivamente te establezcas como una de las grandes promesas de Versobia. Dejo toda mi confianza en tus manos Abel Rosher.

—Es un honor, prometo no defraudar —presiona su pecho con la mano y cierra solemnemente sus ojos, para abrirlos luego con decisión —¿Cuál es el destino?

El sacerdote le extiende un papel y Abel lo toma, echándole una ojeada.

—Esta vez tienes que dirigirte a las afueras de Versobia, sería el tercer pueblo del norte que es mayormente custodiado por la iglesia del sacerdote Augusto, pero recientemente ha caído enfermo y el que está a cargo es el segundo al mando, el cura Carmelo, la persona que nos ha contactado para hallar la raíz del problema. En la carta parecía angustiado, hace unos días sucesos misteriosos han acontecido —le entrega otro papel, pero esta vez con un listado de nombres con una fecha a un lado y la edad —estos son los nombres de los desaparecidos con el día preciso de cada denuncia. Debes ir a investigar, e identificar si hay una entidad demoníaca que esté detrás de las desapariciones.

LA SOMBRA DEL DESTINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora