Capítulo 49 🖤

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El gran sacerdote cruzaba su severa mirada hacia el Emisario que tenía parado frente a su escritorio. Había una misteriosa y callada atmosfera entre los dos, que cortaba como el hielo. Eran solo ellos dentro de la prestigiosa oficina del Sacerdote principal y su Emisario más destacado, que solo llevaba unos diecinueve años encima a pesar de su comportamiento estirado y serio.

—No voy a cambiar de opinión Abel, vete de aquí —la voz grave del sacerdote rompía el silencio.

El rostro inmutable de Abel hace una pequeña mueca y contesta de forma llana.

—Es probable que me necesite, en todos lados hay un-

—¡No!... —el sacerdote golpea levemente la mesa y luego suelta un suspiro más casual —no aplazaré esto nuevamente. Tendrás tus vacaciones.

La mueca de Abel se vuelve más obvia ante la contundencia de su mentor. Era cierto, hace meses que se le habían otorgado días de descanso por su arduo trabajo. Llevaba años sin parar un día y siempre que se le era impuesta la idea de comenzar su descanso, él desviaba el tema para mover esos días y no tomarlos. Se había puesto a colación tantas veces que el Sacerdote simplemente no pudo reprimir su molestia al ver como este joven hombre continuaba demorando sus vacaciones, tal vez si no mostrara esta hostilidad ese día nunca llegaría.

—Mira Abel —se toma de la frente —eres muy valioso para nosotros, y aunque tú digas que no lo necesitas, yo sí necesito que tu descanses. Debes vivir un poco, ¿lo entiendes?

Abel mira inexpresivo hacia la ventana de su lado, donde los rayos del sol de la mañana entraban hasta acariciar sus mejillas. Su postura era de un hombre digno, imponente, y al mismo tiempo muy agradable a la vista, luciendo suaves cabellos de plata y labios rosados. Él parecía estar pensando sin demostrar en qué, pero el Sacerdote suponía que Abel ya no podría ignorar su petición.

—Entiendo, en tres días volveré.

—No, ya te he dicho que son dos semanas.

—Una semana —Abel centraba sus ojos en los del sacerdote.

—¿Acaso estas queriendo negociar conmigo?, las dos semanas son inamovibles.

Abel se lo queda viendo con calma y suspira como si estuviera desilusionado.

—Y ahora suspiras —el Sacerdote sonríe con incomprensión —bien, por lo menos ya lo entiendes. Puedes ir y disfrutar tu descanso.

Al termino de sus palabras se extiende un nuevo silencio al ver que Abel seguía inerte en el lugar.

—¿Qué? ...

—¿Puedo llevar mi fusil?

—No, sin armas, en caso contrario ya estarías pensando en meterte en otra misión, dámela —le extiende la mano haciendo un movimiento de dedos.

Abel baja su cabeza y mira su fisil que siempre guardaba en el lado interior del saco de su uniforme. Sus movimientos eran tan lentos que pareciera que estuviera esperando a que el Sacerdote se arrepintiera de pedírsela en ese ínterin de tiempo. Eso no pasó, por lo que el arma llegó hasta la mano de su mentor y este la guarda en un cajón.

—Ahora si, por favor disfruta —le muestra una cándida sonrisa, mientras Abel no tenía emociones que lo demuestre y se inclina en un respetuoso saludo.

Con ello concretado, Abel sale de la gran catedral espantando a su paso unos pájaros blancos que bloqueaban el camino. Levanta la vista y entrecierra los parpados por el sol. Cualquiera pensaría que el cielo tan hermosamente azul de hoy fue un buen comienzo de las vacaciones, pero de sus labios solo salieron palabras de aburrimiento.

LA SOMBRA DEL DESTINOWhere stories live. Discover now