Capítulo 58

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La depresión que anteriormente me estaba comiendo el alma ahora estaba intensificada, dejándome ver que si antes sentía una tortura era porque me preparaba para lo que seguía.

Sabía muy dentro de mí que el depender emocionalmente de otra persona no me iba a llevar a ningún lado más que para el hundimiento. Sabía que si no me dominaba, iba a terminar sin aspiraciones y provocarme más problemas y preocupación a quienes me rodeaban.

Me permití llorar un día completo sin salir de mi antigua habitación. Cada vez que el tiempo pasaba me obligaba a pensar, a reflexionar, a autocastigarme y preguntarme qué había hecho mal. Pero si algo podía ver con claridad era que yo nunca había sido la del problema.

Analicé mi situación, y apenas descubría que yo era en parte una víctima de todo esto, sin embargo, entendía perfectamente que él sufría más.

Para rematar mi sentimentalismo, mis ganas de llorar, gritar, de enojo, entre otras emociones fuertes que se iban manifestando e intensificando, se habían complicado porque tenía el periodo.

Necesitaba buscar la manera de rescatarme de mi propia miseria, porque era ilógico trabajar para proteger a todas las personas menos a mí.

Por el amor propio que estaba disperso dentro de mí – o tal vez inexistente– y que deseaba recuperar debía buscar una forma para aferrarme a la vida y volver a encontrarle el sentido en distintas fases, pues estaba consciente también de que la felicidad tras una depresión no se encontraba con facilidad, y que en este momento de desesperación por hallarla que como consecuencia me obligaba a buscar soluciones, consciente de que tenía que pasar por varias etapas en un tiempo indefinido hasta alcanzar lo deseado sabiendo que mi panorama era difícil.

El día del cumpleaños de él fue el que me permití llorar con ganas, con la posible esperanza de que el sábado ya no lo hiciera.

Descubrí que no quería regresar a la ciudad. Tal vez por algún mecanismo de defensa manifestado de manera invisible, pero quería hacerme caso. Por eso decidí hablar con Evant y que me diera más tiempo para pasar en casa de mis padres diciéndole que quería festejar con mi familia y los vecinos el Día de la Independencia.

Estaba tan decidida a mantenerme firme que en los siguientes días ayudé en la casa con mejor actitud. Todavía les daba lástima, y seguí usando para que me mantuvieran ocupada, y en vez de realizarlas en silencio, empecé a escuchar audiolibros. Fue una excelente estrategia al seleccionar el género de terror, porque no quería estimular ninguna sola emoción romántica que me derrotara después de todo lo que había pasado.

Al final de cada día pasaba una lista en la mente de todo lo que había aportado o más bien, en todo lo que me había distraído.

Me subí al techo de la casa para cambiar algunas tejas romanas que adornaban la casa. Lo bueno era que mi papá tenía de repuesto en su garaje muchas de ellas, así que solamente era de ponerme en acción.

Cuando terminé, estuve buscando algo en la casa que tuviera que arreglarse por muy pequeño que fuese. Por ejemplo, al portón eléctrico le faltaba aceite al deslizar las cadenas, por lo que lo conseguí en la tienda y lo arreglé. También estuve ajustando los tornillos de cada silla del comedor principal. Me fijé que en la cochera almacenaban cosas navideñas en lugar de llevarlas al ático, por lo que me encargué de acomodar –con el permiso de mi madre– en el sitio adecuado y así tuvieran más espacio.

Cuando me fui ganando la confianza de mis padres conforme pasaron tres días sin verme llorar o estar débil, supe que ese era el momento para que confiaran en que las actividades que haría sola podrían ser prudentes, pues ya no había nada que arreglar en la casa.

Mi ProtegidaWhere stories live. Discover now