Capítulo 27. Bebé gigante.

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Vuelvo a fruncir el ceño.

—¿Por qué en un frasco de mermelada de uva?

—¿En serio eso fue lo único extraño que encontraste en esa oración? —habla Jacob, entrando al comedor.

Me encojo de hombros, no sabiendo con exactitud por qué solo pregunté eso.

—Pero ya, hablando en serio, mi hermana tiene razón —continua diciendo él—. Has estado muy despistada estos dos últimos días. Deberías hablar con ese chico o terminarás tomando un bus a Florida.

—No creo que salgan buses de San Francisco a Florida —murmuro.

—Yo tampoco —apoya Maia.

—Mi hermana exagera y dice cosas extrañas, ¿por qué no puedo hacerlo yo también?

Maia y yo nos damos una corta mirada, para luego negar con la cabeza. No voy a decir nada al respecto porque, en cierto punto, él tiene razón. Además, yo disfruto que ambos sean así. Me alegran el día con sus ocurrencias.

—¿Por qué no lo llamas? —sugiere Maia.

Le echo un vistazo a mi teléfono que se encuentra sobre la mesa. Por un momento veo la pantalla iluminarse con una llamada entrante de Darian, sin embargo, en el momento en el que parpadeo, esa ilusión se va.

Niego con la cabeza en respuesta.

—Debe estar ocupado. Hoy es su baile —menciono.

Y por primera vez, me hago la vaga pregunta de si esa chica estará allí con él.

—¿Y por qué no vas y lo sorprendes? Así como él hizo contigo —dice Jacob.

Lo miro fijamente, y luego niego con la cabeza.

—No creo que sea buena idea.

—¿Por qué no? —inquiere la menor.

—Porque... no. Solo... no.

—Vaya. Qué respuesta más ingeniosa.

Ruedo los ojos y alargo la mano para tomar una de las bolitas de queso de la bolsa sobre la mesa, para finalmente lanzársela. Ella solo ríe en respuesta.

—Si cambias de opinión, me dices y yo puedo llevarte —ofrece Jacob.

Le sonrío y asiento, a lo que su hermana responde con un chillido.

—Eres un ángel —musita ella, fingiendo estar conmovida.

Su hermano se levanta, toma la bolsa de bolitas de queso, y se inclina para dejar caer todo el contenido sobre Maia. Llevo mis manos a mi boca ante la sorpresa, a la vez que instintivamente me alejo para evitar que unas cuantas bolitas me caigan a mí.

—¡Jacob! —grita ella—. Era un cumplido.

—Bueno, la próxima vez que le hagas un cumplido a alguien asegúrate de no usar un tono sarcástico, o lo próximo que te echen encima será una malteada.

No soy capaz de contener la risa, por lo que cada dos segundos se me escapa una que reprimo al instante. Me acerco a Maia para limpiar los restos de queso de su cabello. Ella le lanza una mirada fulminante a su hermano, él le lanza un beso y sale del comedor. Para este momento ya no me puedo contener la risa así que simplemente la dejo salir. La menor me mira de la misma manera que miró a su hermano, yo le respondo como él lo hizo. Juntas continuamos limpiando su cabello.

—Creo que tendrás que lavarlo —murmuro con una sonrisa socarrona.

—Ni me lo digas —masculla ella.

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