Capítulo 35: Luchando por un futuro

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Si escarbaba en sus recuerdos Kiefer podía asegurar que nunca hubo alguien capaz de hacerlo sentir remordimientos. No iba a negar que al principio fue incomodo llenarse las manos de sangre pero con el tiempo se volvió algo tan natural como respirar.

Aunque si lo pensaba bien siempre hubo algo que le perturbo. No importaba cuantas veces lo hiciera, Kiefer nunca se sintió cómodo informando la muerte de sus soldados.

Las lágrimas y los gritos le provocaban fuertes dolores de cabeza. Sobre todo cuando venían de niños.

Ahora, pudiendo ser un poco más sincero consigo mismo es capaz de admitir que ese dolor de cabeza no era más que una coraza que lo protegía de emociones humanas, una coraza que evitaba que sintiera empatía y dolor por el sufrimiento ajeno. Sensaciones que nuevamente experimentaba y esta vez como consecuencia de un par de mocosos llorones.

Si meses atrás le hubieran dicho que terminaría sintiéndose mal por preocupar a un par de chiquillos a los que apenas conocía seguramente le hubiera cortado la lengua y posteriormente se lo daría de comer a los lobos. Pero ahí estaba, sintiendo remordimientos de conciencia y una extraña calidez en el pecho al recordar las palabras de ambos niños.

Una sensación que superaba la satisfacción de dañar a los demás. Fue en ese momento que entendió que era mejor ser querido que ser temido u odiado, una lección que lo impulso a pensar en el bienestar de esas personas antes que el suyo.

Zagan siempre destruyo lo bonito que hubo en su vida. Para su padre felicidad era sinónimo de debilidad, muestra de ello fue lo que ocurrió cuando era un niño de diez años y conoció a su primer amigo.

Un pequeño perro que encontró vagando por los alrededores del reino y decidió llevarlo a casa. Ese animalito se volvió una gran compañía, por él se esforzaba para terminar antes de tiempo sus entrenamientos, por él sonreía y por el lloro cuando el malvado de Zagan lo arrebato de su lado.

No importaron los gritos, no importaron las promesas. Zagan no dudo.

Él siempre fue así. Tenía una tendencia de destruir lo bueno en sus vidas y no permitiría que dañara a esas buenas personas. Eso incluía al líder de Albanorth.

Estiro una arruga de su traje y miro fijamente su reflejo. Tenía el mismo cabello, el mismo color de ojos, lamentablemente su estatura seguía siendo la misma, incluso su cuerpo permanecía igual. Entonces… ¿Por qué sentía que algo no encajaba?

O más bien faltaba algo ¿Pero qué?

Con un movimiento de cabeza alejo aquellos pensamientos y regreso a la cama. Agarro uno de los libros que tomo prestados de Yoloth y luego de arrancar una esquina de papel corto su dedo índice con su espada, provocando que unas cuantas gotas de sangre brotaran de la herida. La suficiente para escribir un mensaje.

He tomado una decisión.

Terminó de escribir y con un tronar de dedos le prendió fuego al pedazo de papel, que como era esperarse tardo segundos en convertirse en cenizas.
Se acomodó mejor en la cama a la espera de una respuesta que no duro mucho en llegar; en instantes un pedazo de papel negro, que reconoció como parte del libro de las profecías, comenzó a formarse en el aire, cayendo segundos después en la cama.

Lo tomó y leyó:

Cerca de la casa en la que vives hay un parque infantil. Nos veremos ahí.

El papelito se volvió cenizas en su mano y armándose de su fiel espada abandono la habitación saltando por la ventana. No pudo evitar sentir nostalgia al mirar por última vez la propiedad; las memorias de estos últimos dos meses cayeron como agua fría sobre su piel, pero en vez de provocar un trago amargo dejaron una sonrisa sincera en sus labios.

El Libro De YolotWhere stories live. Discover now