- Nana, no quiero discutir, de verdad. - continúa, poniendo los platos en el lavador y luego girándose una vez más. - Sam debe estar por volver y me tengo que ir ya, ¿de acuerdo?

- No puedes huir de eso solo porque no quieres tomar algo de responsabilidad. - continúa la mujer, entrelazando las manos sobre la mesa. - ¿Te das cuenta de la edad que tienes ya y~?

- ¿Chiqui? - llama alguien entrando a la casa, Samuel finalmente aparece allí, con el cabello negro revuelto y los ojos violetas buscando al menor. - Oh, nana, pensé que ya no estaría aquí.

- Estábamos charlando. - dice el castaño, dedicándole una última mirada a la mujer allí. - Nos vamos ya, hasta mañana.

Camina fuera de allí, prácticamente dando pisotones, mientras Samuel suspira, dedicándole una sonrisa a la mujer. - ¿Necesita algo más, nana? - inquiere, con dulzura.

- No, cielo, ve tras él, seguramente va a necesitarte, - insiste ella. - esta anciana puede ir a su cama por si sola.

- Feliz cumpleaños nuevamente. - dice, sonriéndole desde su posición, y saliendo tras su novio con rapidez.

El auto está estacionado fuera, con las luces encendidas, así que se apresura a meterse en el asiento del piloto, Rubén está sentado a su lado, quitándose los zapatos mientras refunfuña en voz baja.

- Estoy harto. - se queja, cuando finalmente se ha quitado los zapatos. - Se suponía que esta era decisión nuestra, pero todo el mundo parece tener una opinión sobre lo que debemos hacer o cuando, estoy harto.

El pelinegro sonríe, encendiendo el motor del auto. - Lo sé, mamá está igual, ¿puedes creer que me dio un libro de nombres?

- Quiero volver ya a casa. - se queja Rubén, subiendo las piernas al asiento. - ¿Podemos quedarnos en un hotel hoy? No quiero ir a casa de mis padres.

- Bien, - termina por consentir el mayor. - solo porque he sido un tonto contigo esta semana; pide lo que quieras, guapo. - el castaño ríe, encendiendo la radio del auto.

* * *

Hacía frío el día que todo sucedió, Rubén estaba envuelto en las mantas buscando una película mientras Samuel salía de su oficina, con el cabello negro revuelto, la calefacción estaba encendida y no había más sonido que el tarareo de Rubén mientras observaba las portadas de la películas allí.

El teléfono sonó desde algún lugar en la casa, fue Samuel quien tuvo que tomarlo, puesto que Rubén no había querido hablar con su madre, su padre o su nana desde que habían tenido aquella discusión, por lo que cualquier llamada era tomada por el pelinegro.

El menor lo mira, tomando el teléfono y saludando a la persona del otro lado, antes de volver la vista hasta la pantalla frente al sofá, la voz de Samuel se vuelve un susurro un instante después, así que Rubén vuelve a mirarlo, pero los ojos violetas se apartan de él, corta la llamada dentro de un rato, mientras el menor se sienta en su lugar, mirándolo con curiosidad.

- ¿Qué pasa? - inquiere, mirando al mayor juguetear con el aparato en sus manos. - ¿Quién era?

- Era... - tiene que aclararse la garganta, como si estuviese haciendo tiempo para buscar las palabras indicadas. - era Frank.

- Anda ya... - susurra Rubén, levantando ambas cejas. - eso es nuevo...

- Es sobre nana... - continúa, dejando el aparato en su lugar, parpadeando, como si estuviese algo confundido, pero levanta la mirada hasta el castaño, una vez más, descubriendo que tiene la boca seca y los ojos empezando a llenarse de lágrimas. - lo siento mucho, chiqui...

Endless cliché • Rubegetta • (ELC)Where stories live. Discover now