—Tenemos que irnos.

Me quedé estática, fría, helada, como si mi flujo sanguíneo se hubiera detenido por unos segundos y me hubiera dejado enfriarme a tal grado, porque era verdad, tenía razón, era momento de irnos, de afrontar lo que había sucedido. Asentí.

Íbamos en el auto, Skyler a mi lado me abrazaba con fuerza como si tuviera miedo de que me fuera a desaparecer, pero eso ya lo había hecho hace días, era como un envase vacío, una caja vacía, un cuerpo sin espíritu. Miré las gotas de lluvia resbalarse por la ventana mientras el auto avanzaba, las miré romperse cada vez que el auto chocaba con ellas, las miré destrozarse en el suelo cuando caían, las miré empapar cuanto tocaban, las observaba porque eran mis lágrimas desahogando el pesar en mi alma, rompiéndose en el camino junto conmigo, empapándome de dolor y tristeza.

Llegamos al lugar, había más carros, un montón de gente vestida de negro, con sombrillas negras y lentes negros tapando sus ojos. Siempre me pregunté por qué llovía en los funerales, porque el cielo decidía llorar con y por nosotros, siempre me pregunté por qué las personas usaban lentes negros si el cielo estaba nublado, porque sus ojos estaban rojos, secos e hinchados como los míos, siempre me pregunté por qué vestían de negro, y es porque el negro es nada, es la ausencia de color, oscuridad, vacío, tal como me siento por su partida, se siente un vacío, oscuro, la ausencia del alma. Todo era negro porque así se sentía la pérdida.

Estábamos reunidos alrededor de la lápida, una pequeña lápida de granito oscura reluciente que grababa su nombre en letras doradas, lo leí y me sentí abstraída, como si fuera todo una ilusión, un sueño, una pesadilla, leí también la fecha debajo de su nombre 1995-2018, veintidós años tenía, aún faltaba tiempo para su cumpleaños veintitrés, tantos cumpleaños por celebrar, toda una vida por delante, una vida llena de sueños, metas, cosas por vivir y descubrir, cosas que iban a quedarse ahí sin ser jamás vistas por sus ojos.

Veía a la gente llegar, los escuchaba conversar por lo bajo, hablando sobre él, sobre su vida, lo que conocieron de él, lo bueno que fue, todo sonaba como un ruido distante en el fondo, miraba fijamente las letras grabadas en aquella lápida brillante, aún absorta, divagando, en trance, no podía creer que fuera su nombre el que estuviera grabado ahí; los demás me miraba atentos, esperando a que me derrumbara de un instante a otro, pero estaba completamente embebida en mis mis pensamientos, fragmentada, una parte de mí estaba en mi vida antes de todo este desastre, otra en aquel momento que estuvimos atrapados en ese lugar, otra en el hospital y la otra parte había muerto con él.

Finalmente todos callaron, mi mirada se desvió junto con la del resto, miramos al montón de hombres en traje negro que se aproximaban arrastrando el féretro plateado hacia nosotros, sentí que el estómago se me quería salir por la boca y mis piernas comenzaron a flaquear. Una vez más él me sostuvo antes de que me derrumbara, me tomó de los brazos y volvió a pegarme a su cuerpo con delicadeza, dejándome la suficiente libertad para dejar salir el sufrimiento que cargaba mi alma.

Estaba frente a nosotros, cerrado, brillante, empapado por las gotas de lluvia que comenzaban a cesar y se resguardaban en las nubes negras que atiborraban el cielo, no estaba lista para verlo pero finalmente abrieron el féretro y era el momento de acercarnos a él para darle el último adiós antes de que lo cerraran para siempre.

No quería hacerlo, no estaba lista para verlo y menos por última vez, pero finalmente me convencí, era la última oportunidad que tenía de ver su rostro y grabarme sus facciones para no olvidarlas jamás. Me miró a los ojos, su mirada azul vacía igual que la mía me preguntaban si estaba lista, asentí, caminamos hasta acercarnos lo suficiente para ver el cuerpo dentro del féretro, pero no quería abrir los ojos, tenía miedo de lo que le podía pasar a mi alma, o a lo que quedaba de ella, cuando lo viera, pero lo hice, lo vi, ver su rostro fue lo que necesitaba para abrir los ojos y devolverme de una patada a la realidad, cayendo sobre mí como balde de agua helada en una mañana de invierno. Caí en cuenta de lo que había pasado.

Jayden había muerto.

Jayden había muerto ese día en el hospital, cuando desperté por segunda vez Mason seguía a mi lado, también Scott, y entonces me lo dijeron, me dijeron que habíamos llegado demasiado tarde, que sus costillas rotas le habían perforado el hígado y la hemorragia se le había extendido, que intentaron hacer de todo pero no había solución, Jayden había muerto en el quirófano minutos después de que lo vi por última vez.

Jayden había muerto y estaba aquí frente a mí en un féretro plateado, con los ojos cerrados y el rostro tranquilo, como cada vez que desperté a su lado, el mismo semblante, pero no era igual, no era igual porque aquellas veces despertó y esta vez ya no más, no iba a volver a ver el cielo en su mirada porque no volvería a ver su mirada.

Lo miré ahí y vi los recuerdos de lo que una vez fui y lo que quise ser, todas mis risas, mis alegrías, mis sueños, mis metas, mi vida, todo lo que había vivido y lo que iba a vivir se fueron cuando él se fue. El amor de mi vida estaba muerto.

Sentí que me rompía, que mi corazón se rompió tan fuerte que me desarticuló las rodillas y quise caerme al suelo, pero una vez más Mason me sostuvo junto a él como lo había hecho todo este tiempo, me acompañaba porque no sólo yo había perdido a mi alma gemela, él había perdido a su mejor amigo de toda la vida, su sufrimiento le hacía inclinarse a estar conmigo porque nuestras almas sufrían la misma pena.

Escuchaba al Padre hablar, entre mis lamentos escuchaba las palabras que decía, hablaba sobre la vida después de la muerte, que una vez que nuestra vida terrenal terminaba comenzaba nuestra vida eterna, decía que no moríamos sino que trascendíamos, que la vida que conocíamos no era la vida misma sino lo que había más allá de esta, llegábamos a la plenitud en el momento en el que nuestra alma dejaba nuestro cuerpo, que las personas no morían, trascendían. Yo lo entendía, lo creía con todas mis fuerzas, creía con todas mis fuerzas que Jayden no estaba muerto, que seguía vivo en otra parte, que era plenamente feliz, que todo el sufrimiento por el que había pasado había llegado a su fin y que algún día volveríamos a encontrarnos, lo creía; pero me dolía, me quemaba y me rompía el alma saber que estaba en una vida diferente a la mía, que estaba viviendo en otro lugar, que estaba destinada a pasar el resto de esta vida sufriendo su ausencia, destinada a vivir la vida sin él.

Me dolía y sentía que era tan injusto haber esperado dieciocho años para conocerlo y que cuando al fin lo encontré nuestro tiempo juntos haya sido tan breve, siempre supe que una vida completa a su lado no iba a ser suficiente, mucho menos lo que nosotros tuvimos. Nuestro tiempo había sido tan efímero, tan breve, tan fugaz, tan corto y me iba a dejar una marca en el alma para toda la vida, sabía que me iba a doler hasta el último de mis días, que su ausencia iba a dejar un vacío que no iba a poder llenar, una herida que no iba a poder curar.

Con cada minuto que pasaba sentía que mi alma se fragmentaba un poco más en pedazos que luego se desvanecían en el viento para nunca más volver.

Finalmente lo cerraron y era el momento de realmente decirle adiós a su cuerpo, los hombres trajeados volvieron a acercarse y con suma delicadeza comenzaron a depositar el féretro en la tumba que habían destinado para él, profunda, tantos metros lejos de nosotros. Las personas tomaron las rosas blancas de la corona que yacía a un lado de nosotros y las dejaron caer de una en una, Aaron, luego Scott, luego Finn, luego Jake, luego Skyler, luego Mason, todos habían tirado su rosa, menos yo, apretaba con fuerza el tallo entre mis dedos, intentando aferrarme lo más posible a su vida ya ausente, aunque ya no servía de nada.

Me acerqué lo más posible a la excavación donde descansaba su féretro y con el dolor que sentía tiré la rosa junto con mi corazón, porque sabía que ambos quedarían enterrados en el mismo lugar. Entonces, finalmente, estaba completamente destrozada, me derrumbé, sacando las lágrimas que creía ya extintas, lágrimas gruesas y pesadas, cargadas del dolor más profundo que podía sentirse, nadie estaba conmigo, estaba sola, llorando un mar de lágrimas que se perdían en la tierra del camposanto, tierra que ahora resguardaba su cuerpo.

Lo había perdido para siempre.

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