Orión tenía los medios para hacerle daño a Sargas. Orión tenía razones para hacerlo. No tenía nada que perder. Pero todavía era humano, y parte de su humanidad implicaba que el hombre frente a él era carne de su carne y sangre de su sangre. No podía destruir, sin antes haber intentado salvar, a quien alguna vez había sido su mejor amigo.

—Te lo voy a decir una sola vez, Sargas, y esta vez te juro que hoy no tengo tiempo para tus chistes...

—Juegos —corrigió el escorpión maldito con una sonrisa.

Era un gesto que parecía practicado en el mismísimo averno. Su dentadura brillaba, pero sus ojos estaban llenos de oscuridad. Orión se fijó mejor, podría jurar que los ojos de su hermano se habían tornado de un gris casi plata, lo cual era ilógico, ambos compartían el mismo color oscuro en sus iris.

—Lo mío son juegos —prosiguió Sargas dando unos pasos hacia adelante.

El caballero vio de refilón algo que el cuello alto del abrigo de Sargas casi tapaba. Eran como dedos negros de una mano esquelética que se extendían desde la clavícula de Sargas hasta su cuello. Como raíces. Y no era tinta, aquello se veía como si el heredero tuviera humo negro extendiéndose por debajo de su piel.

Orión alzó una ceja, pero le quitó importancia a lo que veía. Le daban igual las mutaciones del bastardo cuando su propia alma se sentía en descomposición. Solo quería justicia, o tal vez venganza, seguía sin notar la diferencia entre ambas.

—Si tanto te gusta jugar invítame a tu partida —expresó Orión con la mandíbula apretada. Las venas de sus antebrazos saltaron por la presión en sus puños—. Eres un mimado, siempre te has creído invencible porque juegas con ventaja. Intenta un día dar un paso sin todos tus malditos privilegios. Pregúntate qué pasaría si así fuera.

—Eres un llorón, Orión. Nunca aceptas las cosas como son. La justicia no existe, caballero. Yo siempre juego con mis propias reglas.

—Pues tu juego ha terminado. Muchas personas han sufrido por tus caprichos. Muchas han muerto.

—¿Personas? ¿O mujeres y maricas? —Sargas alzó una ceja y luego fingió una sonrisa de inocencia—. Además, ¿yo qué hice? El torneo lo empezó mi padre, ¿verdad?

—Sargas, no me des más putas razones para destrozar tu maldito rostro. Y no te hagas el inocente, tú pusiste las reglas que mataron a Leo y Aquía.

—¿Qué tiene que ver Leo? ¿Era tu novio?

—Era amigo del amor de mi vida.

Sargas se carcajeó. Sacó una mano de su abrigo para echar su cabello hacia atrás y entonces se pudo ver que tenía todos los dedos y gran parte del dorso ennegrecidos, como si su piel se estuviera marchitando.

—Esa es la diferencia entre tú y yo. Tú eres débil —prosiguió Sargas—. Vives la vida involucrando sentimientos. Y no solo sentimientos por una persona en concreto, sino por las personas que son importantes para quien tú amas. ¿No lo vez? Le das a tus enemigos una larga lista de eslabones débiles con los que cortar tu cadena.

Una carcajada salió de los labios de Orión, algo que parecía imposible dado el estatus de su corazón. Pero no era una risa de felicidad, sino de satisfacción por la pena ajena

—Entonces es verdad. Estás maldito. Eres incapaz de empatizar. Incapaz de sentir. Qué puta lástima me das.

—Yo soy práctico. Deseo lo que quiero poseer y lo deshecho una vez que me he aburrido de usarlo. No hay debilidad en mi forma de vivir. No conozco el dolor, no como tú lo vives por ser tan... —lo miró de arriba a abajo—... patético.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now