Capítulo 44: El cisne tomó su canal

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Nadie sabe lo que nos espera allá afuera, qué o quién, y bajo qué reglas nos enfrentaremos a ello. Estamos a ciegas, pero esta vez nos permitieron un tiempo para escoger qué llevarnos a la oscuridad. Es de esperarse que, con esta ventaja, si perdemos, la culpa será en su totalidad nuestra.

Pero de vez en cuando se escucha el rugido de la multitud, su impaciencia, cómo nos aclaman. Ha sido así durante toda la madrugada, y mientras más pasa el tiempo más fuerte se hace, como si estuviera llegando más gente conforme avanzan las horas. Esto me revela que, donde sea que se encuentre la cueva en la que nos encerraron, está dentro del lugar de la última prueba.

—Ganarás —dice Nix a mi espalda mientras trenza mi cabello. Mis tres Vendidas hoy llevan el cabello trenzado en mi honor y un tatuaje con mi constelación en sus brazos. Por eso están usando mangas largas, cuidando de que nadie se los vea.

—Debo ganar —respondo. En el espejo de la cueva, alcanzo a leer en mis ojos lo que no digo: debo, pero no quiero. No si eso implica que Ares morirá.

Escucho pasos resonar por la piedra del pasillo exterior a la cueva, y luego escucho las cadenas liberar la puerta que me mantiene encerrada.

Me tenso, esperando lo peor, pero acabo por relajarme cuando alcanzo a identificar a Lesath Scorp en el espejo.

—Bonito anillo —me dice.

En un impulso de miedo ante sus palabras y las implicaciones que podría haber en estas, oculto mi mano  con la otra. Porque sé que no se refiere a ninguno de los anillos que tengo para defenderme.

—Le agradezco, majestad. ¿Qué lo trae por aquí?

—No había pasado a darte mis felicitaciones.

—No las necesito, pero muchas gracias.

Le regalo una sonrisa fingida.

—Lo que no necesitas es suerte, pero creo que te debo honestidad.

Me río, aunque sospecho que el chiste apenas comienza.

—Me debe más que eso, majestad. Me debe una vida, me debe mi libertad. Me debe a mis amigos. A veces quisiera... ¿Qué se siente? ¿Qué se siente nacer hombre y saber que, sin importar nada, puedes ser, hablar y sentir lo que te dé la gana?

—No lo sé. —Aquello me sonó tan honesto que no le conseguí lógica—. Se te olvida que, además de hombre, nací rey. No puedo decir lo que quiero, ni dar libertad a mis sentimientos, no a los que me importan. Todos mis movimientos son vigilados, y mis decisiones pasadas por lupa. Todo lo que digo es sobreanlizado, todo lo que pienso está en riesgo de ser adivinado. Cada palabra que sale de mi boca debo pensarla mil veces, y consultarla con muchas personas más. Y al final, sin importar lo que haga o diga, siempre se me juzgará por lo que haya hecho menos bien.

—Lamento decirle esto, pero no siento lástima por usted.

—Ni yo por ti. En eso somos idénticos, ¿no?

—Ruego a Ara porque nuestras similitudes terminen ahí.

El rey da unos pasos más cerca de mí, con una sonrisa difícil de descifrar en sus labios. ¿Es pena eso que se asomó por sus comisuras? O ¿es tristeza lo que se traduce en sus ojos?

—Perderé la Corona. Imagino que lo sabes.

—Se equivoca. Sí he oído rumores sobre su juicio, pero usted conseguirá la forma de...

—¿Aludirlo? ¿Voltearlo a mi favor? No, en lo absoluto. Me quitarán el poder, sin duda. Y no por haber tirado la Corona, esa es una simple excusa cuya llegada la iglesia ha estado esperando con paciencia. Me quitarán la Corona porque Aragog empieza a sospechar lo que yo mismo me he estado negando por años.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now