Desde que aquella maldita cabina fue instalada en las afueras de Miravalle de la Colina, algo cambió en el pueblo. Solo Mabel, la bibliotecaria, parece ser inmune a su influjo; la cabina es mucho más de lo que parece, porque los cables que la debían nutrir de energía eléctrica se hunden en el cieno como inmundas raíces que llegan a un lugar que el hombre sólo llega a imaginar en sus más horribles pesadillas. Quizá después de todo, el infierno no sea un lugar dominado por el fuego y la lava burbujeante, sino por raíces verdes y viscosas que se retuercen y se deslizan unas sobre otras mientras en su superficie se dibujan sombras terroríficas con vida propia.
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