CAPÍTULO 31: LOS NIÑOS PRIMERO

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El teléfono sonaba de forma insistente en la recepción de la pensión Mamá Lola mientras que Fred, en su habitación, se preparaba para irse a la cama. Al día siguiente le tocaba a él empezar el reparto con la furgoneta, y se había llevado las llaves a casa; no era algo que hiciera a menudo, al contrario, por regla general iba a la oficina de correos, las recogía y salía desde allí. Sin embargo ese mediodía, cuando acabó su turno y sin saber por qué, se llevó la furgoneta para salir directamente de la pensión con ella. O quizás sí lo sabía, puesto que el hecho de que la furgoneta estuviese allí implicaba que al día siguiente quizás le echase el valor suficiente para recoger de nuevo a Mabel.

Tenía la televisión encendida, pero con el volumen tan bajo que apenas era audible. No había nada que le llamase la atención, y se había dedicado a ir saltando de canal en canal sin encontrar ninguno tan interesante para detenerse, mientras se comía un bocadillo de mortadela con queso y se bebía una lata de coca cola.

El teléfono seguía sonando. No un timbre, pausa, otro timbre, pausa. Un timbre continuo y exasperante. Aunque ya estaba en pijama, decidió vestirse para bajar a ver qué ocurría. Si era una avería (lo que parecía bastante evidente) sería mejor que la señora Lola desconectara la línea hasta que pudiera avisar al servicio técnico por la mañana. Si no, no iban a poder pegar ojo.

Se acabó de abrochar la camisa, y abrió la puerta. Nada más salir, sintió que algo raro pasaba. Su habitación estaba en la segunda planta, y se oían ruidos extraños en la recepción. Miró por el hueco de la escalera, pero no alcanzaba a ver nada, así que decidió seguir con su idea inicial y bajar. Al llegar abajo, vio las zapatillas de la señora Lola en el suelo, en mitad de la recepción. Aceleró el paso hasta llegar a la planta baja. La señora Lola estaba tumbada boca arriba en el suelo, y dos de los clientes de la pensión estaban arrodillados a su lado, apoyándose sobre ella, dándole la espalda a Fred. Lo primero que pensó era que la mujer había sufrido un infarto, y los dos hombres arrodillados a su lado estaban practicándole una reanimación cardiopulmonar.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Fred, plantándose en dos saltos en el sitio en que se encontraban las dos personas. En cuanto se dieron la vuelta y lo miraron, se dio cuenta de que ya no había nada que hacer por la vida de la mujer. Y de que las personas que estaban reanimándola, en realidad no estaban haciendo lo que él creía.

Y lo más importante: se dio cuenta de que aquello no eran personas.

Los dos seres se giraron hacia él y lo miraron con sus ojillos delirantes. Tenían las bocas abiertas en señal de desafío, como un perro que gruñe a un extraño. Los dientes de sierra que llenaban sus bocas estaban manchados de sangre, que les chorreaba desde la boca hasta la ropa. Doña Lola había sustituido la parte delantera de su cuerpo por una masa sangrante que dejaba a la vista gran parte de sus vísceras.

Aquellas cosas la estaban devorando.

—¡Joder! —gritó Fred, y giró sobre sus talones. Salió corriendo escaleras arriba con el corazón disparado al mismo tiempo que los dos seres saltaban tras él con una agilidad felina. Le dio gracias a Dios por estar en plena forma, porque a pesar de correr con todas sus fuerzas consiguió llegar a su habitación y cerrar la puerta a tan sólo unas décimas de segundo de que los dos seres que momentos antes habían sido vecinos de pensión chocaran ruidosamente contra ella. Notó como la puerta cedía unos milímetros al sentir el porrazo, y tuvo la terrible certeza de que no iba a resistir ni medio minuto más el empuje de lo que quiera que fuesen esas criaturas.

Se asomó a la ventana, y vio la furgoneta de correos aparcada al fondo de la calle. Aunque no podía decir que tuviese vértigo, nunca había sido muy amigo de las alturas ni de los deportes de riesgo. Miró hacia atrás, y vio como la puerta retumbaba y adquiría un aspecto cada vez más frágil. Sin pensarlo, sacó el cuerpo por fuera de la ventana y sintió el fresco de la noche.

Llamada desconocidaWhere stories live. Discover now