CAPÍTULO 26: EL ELEGIDO

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Marcos sopló sobre el cañón de la escopeta humeante, como tantas veces había visto hacer en infinidad de películas. Había sido muy fácil convencer al Chato para que le acompañase a casa con el pretexto de buscar más dinero y hacer otra apuesta aún más fuerte. En realidad, como descubrió su acompañante para su desgracia, su verdadera intención era coger su vieja escopeta de caza del desván.

Después de todo, y a pesar del tiempo que llevaba sin usarse, funcionó a la perfección. El Chato podía dar fe de ello, tumbado boca arriba en el suelo del salón con dos negros agujeros en el estómago y, (qué desconsiderado por su parte) encharcando de sangre la alfombra que tanto le gustaba a Priscila.

-Bueno, viejo amigo -dijo Marcos sonriendo, mientras miraba el futuro cadáver, al que aún le quedaba un mínimo aliento de vida-. Tus problemas con el alcohol acaban de desaparecer definitivamente. Bueno para ti, malo para mi negocio.

El viejo lo miraba sin acabar de comprender qué era lo que estaba pasando. No podía articular palabra. ¿Se había desmayado? ¿Por qué sentía esa humedad caliente y pegajosa? ¿Se había meado en los pantalones? No creía haber bebido tanto como para tener una cogorza de tales dimensiones... ¿Y de qué hablaba Marcos? Lo veía andar de un lado para otro con algo en la mano... un palo, parecía... pero no conseguía entender qué estaba diciendo. Lo escuchaba muy de lejos, con el volumen muy bajo... por debajo del latido de su corazón, que le retumbaba en los oídos. Raro. Iba muy lento... cada vez más.

Por lo que concernía a Marcos, todo estaba perfecto, Por fin se sentía bien.

Ahora tenía una misión.

Había sido elegido. El ELEGIDO.

Le sonaba bien. Sonrió mientras se colocaba el cinto lleno de cartuchos. No le parecieron suficientes, así que vació las dos cajas de municiones que pudo encontrar en los bolsillos de su chaleco de caza, que había pasado a sustituir a su eterno delantal prêt-a-porter.

El teléfono del salón comenzó a sonar de repente, no como lo hace un teléfono normal, sino con un tono continuo, irritante. Marcos lo descolgó, levantando el pie al pasar por encima del viejo Andrés, que aún no había conseguido morirse. No esperó a oir nada al otro lado de la línea. Directamente, dijo:

-Ya lo sé. Ya voy. -Y colgó, sin dejar de sonreír.

Miró al viejo que seguía tumbado, con su corazón bajando de revoluciones a cada segundo. Desde el suelo, éste intentó decir algo, pero su boca tembló sin que saliera palabra alguna. Marcos se acercó tanto a él que sus narices se rozaron. Aquellas pupilas blancas, diminutas, llenaron todo el campo de visión del viejo, y aún en su estado, lo aterrorizaron. Porque comprendió que existía el infierno. Y supo que estaban aguardando su llegada.

-¿No te sabes morir? -dijo Marcos- No te preocupes, yo te ayudo.

Le colocó el cañón de la escopeta entre los ojos y apretó el gatillo.




Llamada desconocidaWhere stories live. Discover now