CAPÍTULO 32: SIN SALIDA

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El dedo índice de la mano izquierda de El Elegido rozó con suavidad el gatillo de la escopeta, y comenzó a aplicarle una leve presión. El hecho de que fuera a quitar otra vida (la tercera de esa noche) unido a las caricias que le estaba dedicando su Reina mientras lo hacía, le proporcionaba un placer intenso, casi sexual. Se oyó un siniestro crujido cuando el percutor se movió hacia atrás, preparándose para golpear y liberar la mortífera carga. Laura imaginó el impacto en su cabeza y el rojo mezclándose con el verde.

Irónicamente eran sus colores favoritos.

No podía hacer nada más que dejarse llevar y rogar que fuese rápido. Le resultó cuanto menos curioso descubrir que no tenía miedo, que sólo esperaba. Le asustaba más el momento del impacto que el qué pasaría después; siempre había tenido el umbral del dolor muy bajo. Ojalá no doliera demasiado. Esperó ver pasar su vida ante sus ojos, o al menos los momentos estelares, en cinemascope y a todo color, pero no veía nada. Sólo el resplandor verdoso filtrado por el naranja de sus párpados cerrados. Pasaron unos segundos, y no hubo disparo. ¿Acaso se lo había pensado mejor, o sólo se limitaba a hacerla sufrir alargando el momento?

¿Abría los ojos?

¿Y si eso era lo que estaba esperando para disparar?

No podía resistirlo más. El corazón le latía violentamente y sentía un sabor agrio al fondo de la garganta.

¿Iba a vomitar?

Se decidió a entreabrir con cuidado los ojos cuando oyó la detonación.

Cayó de bruces hacia delante y extendió las manos, que se hundieron en la repugnante blandura de las raíces. Después de todo, no había sentido dolor, pero aún tenía fuerza en los brazos como para sujetarla. ¿Así era morir? Sintió que se ahogaba, y necesitó ver algo distinto del interior de sus párpados antes de que su cerebro dijese hasta nunca. Entonces se oyó la segunda detonación, y los brazos se le doblaron hasta que la cara casi se sumergió en el cieno. Abrió los ojos. Vio el verde, pero no el rojo. Había amarillo.

Se giró para ver de dónde procedía la luz amarilla que bañaba el fangoso espectáculo de las raíces. Vio dos círculos de luz, separados entre sí una distancia de un metro, más o menos. De vez en cuando, uno de los círculos desaparecía y era sustituido por la silueta a contraluz de alguno de los antiguos habitantes del pueblo, que parecían haber sido convocados por el Elegido y su Reina, porque llegaban en avalancha. Entonces se oía un golpe sordo y el círculo de luz reaparecía.

«Un coche» —pensó Laura—. «Un coche viene hacia aquí y está atropellando a todas esas cosas».

Se tocó la cabeza, y luego la cara, reponiéndose al asco de sentir la baba verde sobre su piel. No le había disparado a ella. El Elegido había disparado al coche que se acercaba machacando a su paso raíces y gente... o lo que quiera que fuese aquello en que se habían convertido.

Levantó la cabeza y miró al que en otro momento había sido Marcos. Tenía abierta la escopeta y estaba cargando dos nuevos cartuchos. La cerró, apuntó y volvió a disparar hacia el coche. El primer disparo provocó un ruido metálico. El segundo cegó una de las luces. A continuación se oyó un estruendo y el ruido del motor, que había sido música celestial para sus oídos, se detuvo.

Laura vio una pequeña posibilidad de salir con vida de la situación y actuó como un resorte. Se lanzó hacia delante y cargó sobre Marcos, que no esperaba una reacción así. El Elegido y su Reina cayeron de espaldas. La escopeta salió dando vueltas por el aire como el bastón de una majorette y se hundió entre las raíces. La Reina se golpeó contra la acera, y durante un instante Mabel salió a la superficie. Los tatuajes se retiraron de nuevo al interior de su cuerpo.

Llamada desconocidaWhere stories live. Discover now