Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

By AxaVelasquez

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«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... More

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Capítulo 40: Perverso

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By AxaVelasquez


¿Por qué hacía tanto frío?

Mis articulaciones chillaban como roedores, me pedían que las dejara en paz, que no insistiera en moverlas. No sentía los dedos, mi piel estaba erizada y sensible a un punto crítico y temblaba tanto que parecía que convulsionaba.

Las bajas temperaturas en Ara son comunes por la falta de calor del sol blanco; estar expuesto y desprotegido al frío nocturno es letal y en minutos puede debilitar todo un cuerpo, apuñalar sus nervios, adormecer sus músculos hasta volverlos inútiles, y congelar el flujo de aire a los pulmones hasta matarlo de frío o falta de oxígeno en el cerebro, lo que ocurra primero. El punto es que nadie resiste una noche en la Capital de Aragog sin protección ni los cristales especiales. Es la razón por la que comprendí que no podía estar afuera: estaría muerta.

Pero es que el frío era bestial y despiadado, no podía relacionarlo con la frescura máxima que podía colarse por la ventana en mi torre, aquello iba más allá, perturbadoramente mucho más lejos.

Luego de asumida la conmoción del frío pude comprender que mi entorno no era mi cómodo lecho personal.

Estaba durmiendo en el suelo desnudo, y no era ni de piedra ni mármol ni cerámica ni cualquier otro material racional y común. Dormía sobre una fina superficie lustrada y reflejante al igual que las paredes y el techo de aquel extraño sitio.

Estaba encerrada sin indicios de una salida en un cuarto cuadrado, minúsculo y rodeado de espejos.

Sombra, este es un buen momento para que aparezcas.

No me llames sombra, suena muy impersonal -me contestó casi adormilada.

¿Impersonal? Te llevo pegada a los pies, ¿qué más íntimo que eso?

No quería hablar en voz alta, no fuese que me estuvieran espiando. Aquello debía ser parte de la siguiente prueba, y si bien Lesath a partir de la primera ya debía estar al tanto de que era un Cosmo, no iba a revelarle la procedencia de mi poder hablando con mi sombra. Tal vez conseguiría la forma de arrancármela.

Bueno, ese es un nombre horrible. Si me llamas así no contestaré -prosiguió mi sombra.

¡Pero si estabas dispuesta a que te llamara ladilla! -repliqué.

Ese sí que es un nombre interesante.

¿Podemos discutir luego lo de tu nombre? Por si no lo has notado estoy encerradísima. Y tenga frío. Mucho frío. ¿Crees que esto sea una ejecución? Dudo que ponerme a romper los espejos sirva para algo. Lo puedo intentar, pero temo perder el poco calor que me genera esta posición. ¿Será eso? ¿Me trajeron aquí para morir congelada?

Si tuviera que apostar diría que definitivamente no -contestó mi sombra-. No es del estilo del rey eso de las ejecuciones, perece más cosa de tu ex.

Aff, no llames así al maldito, conseguirá una forma de leerme la mente, te escuchará y le crecerá el ego.

Bueno, a lo que quiero ir es que el príncipe está obsesionado contigo, mucho, muchísimo, y sabemos que está dispuesto a todo con tal de tenerte -continuó Sombra-. Muerta no le sirves de nada, claro, pero si tuviera la oportunidad te pondría al borde de la muerte hasta que decidas que prefieres darle la oportunidad de enamorarte o destruirte, lo que pase primero.

Mi sombra paró un momento, como si procesara todos los datos a nuestra disposición, y luego prosiguió.

Sin embargo, no veo ningún botón de "me rindo, soy tuya", así que creo que podríamos descartar esa opción.

Ajá, lo mismo veo. Pero... ¿por qué dudas de que este sea el estilo del rey? -inquirí humedeciendo mis labios que ya empezaban a resecarse por el frío, aquello no era normal. Me sentía dentro de las cabas llenas de cristales de baja temperatura que refrigeraban los alimentos en Aragog y formaban los cubos de hielo comerciales.

Porque no lo es. Si te hubiese querido ejecutar lo habría hecho hace tiempo, y sí es cierto que este juego es mitad excusa para que mueras, pero recuerda que ese no era el plan original del rey. Él solo te quería humillar e invalidar, demostrar que no tienes lo que hace falta para este puesto y que por consiguiente ninguna mujer lo tendrá nunca. Pero no había ánimos de ejecución como tal.

»El rey y tú han atravesado mucho. Llevan meses eternos retándose, poniendo a prueba sus límites. Si él te ha dejado seguir jugando es porque, tal vez inconscientemente, se encaprichó con el juego. Le gusta. ¿Le indigna? Muchísimo, pero le gusta también. Para haberte dejado llegar hasta aquí tiene que tenerle algo de gusto a que le pises como una diosa el camino de mierda que te pone por delante. Suena horrible, y retorcido, pero créeme, he observado lo suficiente como para saber que así funciona la naturaleza humana. Los sentimientos más fuertes están cargados de contradicciones. Por ejemplo: una mujer que cree que solo tiene una bonita amistad con otra porque sus leyes, su fe, todo lo que le han enseñado, le dice que no puede amar a otra mujer, que solo es válido enamorarse de un hombre. ¿Te suena? Pues aquí pasa algo similar. Si bien el rey cree que te odia, y de cierta forma ese odio no deja de ser real, eres lo más cercano a una amiga que tiene.

»¡Te admira, coño! Le has cerrado la boca, llegaste hasta aquí con tus habilidades inferiores y tu posición no privilegiada de mujer, ¿qué más puede hacer sino admirarte en silencio? Así que sería impropio de su naturaleza, de todo lo que ha demostrado hasta ahora, que de pronto te ponga una prueba imposible, una ejecución. Porque él te quiere ganar, claro que sí, pero en el fondo quiere hacerlo justamente, quiere darte las herramientas para hacerlo perder y solo así, si perdieras, poder decir "mierda, sí gané".

¿Cómo sabes esas cosas? -interrumpí-. Tienes poco tiempo observando mi entorno.

Tengo acceso a todos tus recuerdos, pendeja. A lo que fluía de ti en cada uno de ellos, a tu temperatura corporal en los abrazos más emotivos que has dado, a la humedad de todas tus lágrimas. Tengo acceso a tu piel y a su memoria, a tu alma y a sus confidencias, y al verlo todo como un espectador y no dejarme envenenar por tus propios pensamientos, soy un poco más objetiva a la hora de analizar a los demás.

¿Tienes acceso a todos mis recuerdos? ¿A todos, todos?

Incluso a los que no tienes alcance ya, como al rostro de tu madre.

Tragué en seco, aunque es posible que no tragara nada, mi saliva ya no se sentía.

¿Sabes su nombre? -quise saber.

Sí. Ella no te lo dijo, claro, pero sí a Agartha, la Vendedora que fue a buscarte a Cetus. ¿Quieres saber su nombre?

Si hubiese tenido lágrimas, habrían empezado a inundar mis ojos.

Soy de Cetus -declaré, más para mí misma.

Sí. Y mira hasta donde ha llegado la Vendida del pueblo más decadente de Ara.

A morir a un norte privado de cuatro paredes -acoté con impotencia.

A veces eres insoportablemente lamentable.

Si me muero, quiero que sepas que me caes bien.

Sé que te caigo bien. Lo siento, ¿recuerdas?

Y que te agradezco. Por todo -añadí-. ¿Eres Aquila?

No. Yo diría más bien que soy su poder.

¿Quién es ella? ¿La has visto? ¿Sabes cuál es su propósito con...?

Mi sombra interrumpió mis pensamientos.

No tengo ni puta idea. No guardo recuerdos de mi existencia fuera de ti, solo consciencia de qué soy y qué debo hacer. Estoy aquí para protegerte, tú me llamaste por eso mismo, y aunque no fue hace mucho para ti, el tiempo no transcurre igual para mí. Yo siento que te conozco de toda la vida, y que no hay yo sin ti ni tú sin mí. Sé que te jodo mucho la paciencia pero créeme cuando te digo que no has conocido amor más grande, puro, total y honesto que el que yo siento por ti. Técnicamente estoy hecha por completo de ese sentimiento, y definitivamente daría mi vida por ti. La doy a diario.

¿Cómo se llamaba mi madre? ¿Me amaba?

Cass. Imagino que por Cassiopeia. No te conoció el tiempo suficiente, pero hizo lo imposible por venderte a la mejor casa de Vendidas posible. Y lloró tu nacimiento, porque sabía lo que te esperaba. Si eso no es amor...

Gracias. De ahora en adelante eres mi mejor amiga. Y te llamaré Sah. Es una palabra de Baham para llamar a el alma, porque sé que eso eres. Mi alma.

Entonces se abrió una compuerta del suelo, un pequeño cuadrado como esos de los grandes teatros cuando necesitaban meter a un actor de sorpresa a mitad de una función. Así me sentía, en medio de una escena de una obra de la que nadie me había pasado el guion.

En la minúscula plataforma que subió me di cuenta de que había algo encima, como un montón de mantas acumuladas. No fue hasta que vi la ropa moverse que me di cuenta de que no eran mantas, era una personita acurrucada como un caracol para mantenerse en calor.

-Es una niña.

Qué observadora eres. Ruega porque este no sea un desafío de adivinanza, porque sino estamos jodidas con tu intelecto.

-¿Qué haces aquí? -pregunté a la pequeña, ignorando a Sah.

La niña se sentó, temblaba de frío y de miedo, sus ojos estaban hinchados y húmedos, y su nariz moqueaba. Corrí hacia ella a abrazarla y la estreché entre mis brazos para darle calor. Sus lágrimas mojaban la parte superior de mi pecho.

-¿Qué pasa, pequeña?

Pese a la manera en que le hablaba, tenerla en ese espacio cerrado sabiendo que debía ser una de las pruebas del reino, me aterraba. No la sentía como a ese pequeño adorable que te consigues en la calle y te provoca comértelo a besos, sino como a los niños siniestros de las historias de terror. Ella me atemorizaba, y no por su aspecto, sino por el simple hecho de que estuviera ahí.

Mi abrazo y las caricias que le di para tranquilizarla eran el acto más falso que había hecho en mi vida.

-No quiero morir -dijo entre sollozos, sus labios muy cerca de mi oído y sus manitas alrededor de mi cuello.

-No vas a morir, ¿quién dijo eso?

-Los de allá afuera.

-Tienes que explicarme mejor qué pasó y qué haces aquí. ¿Dónde están tus padres?

-No te-tengo. Yo... vivo en Mujercitas y ellos me sacaron. Me trajeron aquí y me dijeron que entrara y que te dijera unas cosas.

-¿Qué cosas? Dime.

-Los espejos no son espejos por allá afuera, ellos ven todo. Hay mucha gente allá afuera, y no hace frío. Están sentados en bancos viendo lo que haces, y te escuchan.

-¿Qué más querían que me dijeras?

-Que la tempetadura... la tempe... la tepe... El frío, el frío seguirá hasta que nos mate a las dos.

-¿Eso es todo? ¿No hay manera de salir de aquí?

-Esa es la otra cosa. Sí podemos salir, pero una sola. Y la otra tiene que morir... -Empezó a temblar de nuevo, los sollozos hacían difícil entender sus palabras-. Te abrirán cuando me mates, o cuando digas que me saquen y te dejen morir de frío. Solo tienes que hacerles señas.

Bajé a la niña de mi regazo y me pegué al espejo detrás de mí en un estado de conmoción indescriptible.

Mis opciones eran matar a una niña pequeña con mis propias manos, o dejarla ir y suicidarme, perdiendo todo lo que había logrado hasta entonces, incluyendo mi vida. Mi esfuerzo, mi lucha, mis progresos; todo perdido en cuestión de una decisión.

Además, y si tengo que ser por completo honesta, me aterraba morir. La impotencia, la letitalidad e inevitabilidad de la muerte, soportar las brasas del frío sin poder huir de él; gritar, llorar y temblar mientras mi cuerpo se va quedando sin aliento, sin movilidad, sin vida. Era un temor inconfesado pero latente. No quería morir, y mucho menos quería ser quien dictara mi propia sentencia.

Pero robarle la vida a una niña, ensuciar mis manos con su sangre y mi alma con un crimen tan atroz... Lesath jugó sus piezas como los dioses, observó con paciencia mis movimientos sobre el tablero y me atacó con un jaque del que podía salir con el rey en pie, pero definitivamente sin reina.

Una niña. Mujer. Aquellas a quienes se supone yo defendía y representaba. Pequeña, con una vida por delante y un mundo de posibilidades. Con sueños, miedo, monstruos y hadas en su cabeza. Un ser que no había tenido tiempo ni intenciones para herir, para conocer la maldad que plagaba el mundo. De cabello negro trenzado, sacada de Mujercitas, destinada a ser Vendida: era mi reflejo, y yo tenía que destruirlo. Por eso los espejos. Lesath quería que sin importar hacia dónde mirara no pudiera escapar de sus ojos suplicantes, de los míos aterrorizados; del diluvio en sus lagrimales, de la sequía en los míos. No podía escapar de sus dientes que castañeteaban, de sus manos que se retorcían, de su voz al decirme «no siento mis deditos» o «ayúdame por favor».

Ella era mi cárcel, lo que había jurado proteger había venido ante mí para ser destruido por mis propias manos.
Si perdía, perdería todo; pero si ganaba, sacrificaba el sentido y la honestidad en mi objetivo. Sería una hipócrita, una tirana, una egoísta.

«Seríamos iguales», creí escuchar la voz de Lesath susurrarme, aunque es probable que el frío me produjera alucinaciones.

Te estás muriendo, Aquía -me advirtió Sah. Ella me conocía mejor que yo, sabía leer mis signos vitales. Si ella decía que moría era porque estaba muriendo.

No puedo hacerlo -admití-. Bajo ningún concepto voy a ser capaz de algo así.

-Por favor... -suplicó la niña-, no respiro. Me duele el pecho... mis labios... mi cara.

No lo haré -rectifiqué.

Yo puedo hacerlo por ti.

¿Cómo?

Puedo poseerte, no tendrías que ver nada, y puedo borrar ese recuerdo.

¿Cómo podrías hacerle algo así a esta niña?

Yo no conozco de moral, Aquía. Mi único principio es protegerte. Donde tu vez una niña yo veo una amenaza. Da igual si tiene ocho como si tuviera cincuenta, si su vida pone en peligro la tuya inmediatamente siento... la necesidad de eliminarlo. No lo comprenderías, pero puedes asemejarlo al odio que sienten los humanos. Es algo fuerte, pesado y latente que me lastima si no hago nada al respecto. Yo puedo hacerlo, en serio. Tú no tendrías que hacer nada.

Pero la decisión sería mía.

Sí -admitió Sah.

No puedo, no puedo vivir con eso en la consciencia.

Puedes darme tu autorización y luego modificaría eso, te haría creer que te poseí en contra de tu voluntad y...

No -la interrumpí-, no quiero pensar que no puedo confiar en ti. Definitivamente no.

Déjame hacerlo, por las dos. Por Orión. Por Lyra. Lyra ya perdió a Shaula, no puedes hacerle esto. Por Inma, tienes que demostrarle hasta dónde puede llegar una mujer. Por tus Vendidas, ellas creen que tú eres su esperanza. Por todas, Aquía. Por todas.

No puedo incluirlas a todas si le hago daño a esta niña. Hay gente afuera viéndome. Nadie me seguiría luego de... de lo que pienso hacerle.

Pues convéncelos de que es lo correcto. Habla con la niña.

-¿Puedes hablar? -me dirigí a la niña.

-No sé -respondió temblando. Tenía los labios morados y la tez azul. Se moría.

-¿Quieres ser Vendida?

-Ehhh... Tal vez.

-¿Por qué?

-Si es un lindo príncipe como pasó contigo, entonces sí.

-Créeme, no quieres un comprador como ese.

-Es mejor que un carnicero con las ma-manos llenas de-de sangre y la boca grasienta.

-Y si no fuera nadie, ¿te gustaría no ser Vendida?

-No, qué horrible que nadie te compre.

-Pero... ¿y si no estuvieras en venta? ¿Y si fueras libre?

-No soy noble.

-No hace falta. Si gano este... esta pelea... el rey dejará a las niñas inscribirse en cosas que antes eran solo para chicos. Si una Vendida entrara a entrenar al servicio del reino, no necesitaría que nadie la compre, ni siquiera que la desposen. Tendría un propósito, una utilidad más allá de... de lo que esperan que hagas tú al crecer.

-Tengo frío.

Tuve que recordarme que no decía esas palabras para convencerla a ella, sino a los que escuchaban desde afuera.

-Sueño con un mundo donde no nos encierren a todas en una casa de huérfanas a aprender dónde le gusta a un hombre que lo toquen, que lo laman, qué volumen está bien para excitarlos y cuál es demasiado fingido... Eso no es infancia. Ni siquiera sabes leer, ¿verdad?

-Soy bo-bonita, no me van a vender a un blibliotecario, no necesito sa-saber leer.

-Pronto, incluso olvidarás tu nombre de tanto que tu dueño te llamará Vendida. Si gano esto, estaremos un paso más cerca para lograr que eso cambie.

La niña pareció comprender lo que trataba de decirle, y comenzó a llorar con intensidad, chillando como en una masacre, roja por primera vez desde que la vi.

-Me vas a matar.

-Hay cosas...

-No eres mi héroe, los héroes no matan niñas pequeñas.

-Todos los guerreros, héroes y dioses de todas las mitologías han derramado sangre; joven, vieja, inocente y pervertida. Pero la derraman. De verdad lo siento.

Mi voz ni siquiera se escuchaba entre los gritos de la pequeña, sentí las grietas de mi corazón extenderse de forma peligrosa, lastimándome. De pronto yo también estaba llorando sin consuelo, lamentando lo que estaba a punto de hacer, sabiendo que nunca me perdonaría.

-Sah, haz lo tuyo -dije en voz alta y luego busqué hacer contacto visual con la niña-. Perdóname, perdóname de verdad.

Sah tomó el control de mí misma, nublándome como si de un golpe me hubieran noqueado. Lo penúltimo que escuché fue el eco de un grito desgarrador de la niña. «Piedad», rogaba.

Si lo hubiese gritado un segundo antes, habría detenido a mi sombra, habría dado mi vida por ella, por no tener que llevarme su voz a mis pesadillas. Pero ya era tarde. Lo último que escuché fue el impacto de su voz extendiendo las grietas en mi corazón, ocasionando al fin esa temida fractura.

☆☆○☆☆

*Espacio para que se desahoguen*

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