Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

By AxaVelasquez

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«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... More

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Capítulo 38: Salvaje

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By AxaVelasquez

A la semana de mi recuperación recibí mi primera visita.

Me habían suturado ambas piernas con cientos de puntadas consecutivas que subían en espirales desde mis tobillos a mis muslos. Ambas heridas se mantenían cubiertas por vendajes para que no contrajeran infecciones. Me quedarían unas cicatrices largas y horrendas, pero lo importante era que no iba a perder las piernas. Lástima que no pudiera ser tan optimista con mi pie izquierdo. Requirió casi una reconstrucción quirúrgica y lo mantenían inmovilizado con yeso y cabestrillo hasta que llegara la hora de la verdad: probar si mis huesos y nervios seguirían intactos y funcionales.

En el mejor de los casos, tendría un pie deforme con el tamaño de los dedos distorsionados.

Ningún médico o cirujano me explicó la situación. ¿Qué hacía ahí? ¿Cómo era que habían empezado las pruebas? ¿Dónde estaba el rey? ¿Cuál era mi destino?

Solo tenía lo que vi al momento. Una tropa de hombres había llegado desde distintos carruajes reales a mi posición en medio de la nada para llevarme de nuevo al castillo por orden del rey.

Recuerdo lo que sentí entonces, esa euforia de haber vencido lo imposible, de haber bailado con la muerte y ser yo quien la apuñalara, de haber ido al averno y sentarme en el trono de su rey, ese éxtasis de sentir que atravesé el cielo y puse al mismísimo Canis de rodillas. Cuando aquellos hombres se me acercaron en nombre del rey, me reí. Quise matarlos a todos. Pude matarlos a todos. Pero, ¿de qué me habría servido? Lyra, Shaula, Ares y Orión ya eran parte de mi vida. Había dejado de ser solo una Vendida, era un ser humano con amigos, amores y metas. Iba a ganar ese maldito juego de Sargas y después lo mataría a él.

Así que me dejé trasladar por mis rescatistas, y dejé que sus curanderos me auxiliaran mientras llegábamos a ese espacio de emergencia donde me asistieron e internaron sin responder ninguna de las quinientas preguntas que les hice.

Cuando Lyra me visitó esa mañana, pensé que sería para felicitarme por haber sobrevivido, o como mínimo que demostraría preocupación por mi estado físico y mental luego de las atrocidades a las que me arrojaron sin aviso ni preparación. Pero no fue así, solo se sentó en el borde de mi camilla de espaldas a mí durante al menos veinte minutos, y solo cuando se giró y vi sus ojos enrojecidos y las mejillas sonrojadas comprendí que había estado llorando.

—¿Qué sucedió?

—No me dejaron asistir al juicio de Shaula. No dejaron asistir a nadie.

—¿Qué? ¿Ya fue juzgada? ¿Y qué pasó?

Lyra tomó una profunda inhalación, sorbió por la nariz y prosiguió.

—Imagino que el rey no quería a nadie cerca que evidenciara el curso del juicio para él poder escoger el veredicto de su preferencia. Por lo que se escucha en el castillo, alegó ante la sagrada iglesia de Ara que su hija había sido drogada. Es coherente ya que últimamente hay una epidemia de alucinógenos, los jóvenes los ponen en las tazas de sus cortejos para no tener que esperar a la boda. Pero al Alto sacerdote no se le engaña tan fácil. No hizo más grande el drama ni alargó el evento, pero pidió al rey que despojara a Shaula de su apellido y de su título.

—¿Y lo hizo?

—Peor. La dejó conservar ambas cosas a cambio de irse a Baham a realizar trabajo forzado, como castigo. Hay posibilidad de que regrese, pero luego de cumplida la condena de tres años y solo si entonces demuestra verdadero arrepentimiento y una mejora en su actitud. —Lyra jugueteaba con sus manos, nerviosa y desamparada. Jamás la había visto así—. No va a volver, ¿sabes? Shaula debe estar sintiendo muchas cosas en este momento menos arrepentimiento. Se la llevaron ayer y ni siquiera se molestó en fingir que sentía lo que había hecho. Al contrario, sacó una bandera por la ventana de su carruaje que decía «Darangelus sha'ha me», es una expresión bahamita que se traduce como «Mira lo que me hiciste hacer

—Lo que suele decir un hombre después de pegarle a su mujer.

Lyra asintió.

—Tal cual. Shaula no solo está jugando con fuego, se metió la antorcha en la boca. No quiero ser pesimista, pero debo aceptar la realidad. Ella no volverá, no viva.

Por desgracia, no tenía palabras de consuelo para ella. No había nada que pudiera decir para tranquilizarla, ya que yo también estaba convencida de que así serían las cosas. Shaula no desató un infierno para pedir disculpas por sus llamas, lo encendió para arder en él.

Es lamentable, pero a veces es esa la única manera de ser escuchados.

Sin poder procesar mis propios sentimientos, sin tiempo para decir cómo me sentía al respecto del destierro de Shaula, permití a mi hermana de Mujercitas acostarse a mi lado, acunándola entre mis brazos, y la dejé llorar hasta que ambas nos quedamos dormidas.

☆☆•☆☆

Mientras me trasladaban del centro de recuperación al castillo, Aragog vivió la primera repercusión por los actos de Shaula.

El carruaje fue interceptado por un atasco. En Ara jamás sucedían esas cosas, el tránsito era bastante bajo debido a los costos elevados de los viajes en carruajes y de lo exclusivo que eran como vehículos particulares. Quedar inmovilizados detrás de otra docena fue una total novedad, ninguno podía pasar debido a una muralla humana que interrumpía el camino al castillo.

Cuando me asomé para ver qué sucedía, quedé anonadada por la naturaleza de las personas que bloqueaban el paso. No eran humanos en general, eran mujeres.

Todas iban con el dorso desnudo, sin camisa ni sujetador, exponiendo sus senos al ojo público, sin cubrir ni siquiera los pezones. Gritaban Athara vitáh salveh Kha, las palabras de Shaula durante el baile “Mi diosa salve a la reina”, una y otra vez, una y otra vez, como un ejército alistado para la batalla.

Todas llevaban pedazos de tela como banderas improvisadas, cada una con una inscripción bordada o hecha con pintura. “Darangelus sha´ha me”, se leía en todas.

Mira lo que me hiciste hacer.

—¿Qué hacemos? ¿Las detenemos? —preguntó el cochero a uno de los Lords congregados en el atasco mientras bajábamos del carruaje.

—Yo… no tengo idea, nunca había visto algo así.

Las personas que andaban cerca corrían gritando con sus hijos en brazos para refugiarlos del horror que representaban aquellos irreverentes demonios.

—Creen que pueden conseguir algo así, lo que hacen es que nos avergoncemos de nuestro género –
—expresó una dama a mi lado que con indignación se abanicaba. Bajaba del carruaje contiguo camino al castillo, así que debía pertenecer a la nobleza o ser una Vendedora muy importante—. No quiero que me vinculen con mujeres así.

—Definitivamente. Ellas no nos representan —concedió una mujer más joven que bajaba del carruaje con vestimenta similar.

—Dijo «creen que así van a conseguir algo» —opiné, como era común en mí: sin que nadie me invitara a hablar—. ¿Cómo según usted se consiguen las cosas?

—No así. Dialogando, supongo. —La mujer se encogió de hombros con un porte envidiable. Lo único, cabe destacar, que podía envidiarle a una persona que pensaba como ella—. Como todo buen político.

—Oh, cómo no se nos ocurrió antes. —Me llevé las manos a la cabeza dramatizando mis palabras—. Voy ya mismo a tocarle la puerta al rey, a decirle que sus leyes son injustas y que por favor las cambie. Seguro volveré en diez minutos con resultados alentadores, espérenme aquí.

—No es posible que seas tan impertinente.

—Ni que ustedes sean tan ciegas.

—Entonces eres como ellas, ¿no? Una salvaje.

—Soy como ustedes: un objeto, solo que yo ya me cansé de ser usada.

Entonces se escuchó el primer grito de verdad, el primero capaz de desgarrar porque era el único que nacía del verdadero dolor.

Uno de los hombres que observaba a las rebeldes gritar y elevar sus banderas, lanzó un peñasco a una de ellas que le abrió la cabeza y le pintó la mitad del cuerpo de rojo. El grito no fue suyo, ella se desplomó inconsciente al instante, quien gritó fue su hermana cuando su cuerpo inerte y ensangrentado cayó entre sus brazos.

Entonces ellas comenzaron a defenderse. No llevaban armas, ni siquiera un calzado que pudiera considerarse peligroso, pero se lanzaron con uñas y dientes contra los hombres que tenían más cerca. Aullidos de dolor, promesas a voz en grito y vociferaciones de guerra se mezclaron en medio de aquel ataque donde golpes, cuchilladas y chorros de sangres era todo lo que alcanzaba a verse. En menos de diez minutos los cadáveres de todas alfombraban el camino, porque sus rivales sí que estaban armados, y no dudaron en usarlo todo contra ellas.

Los carruajes le pasaron por encima a sus cuerpos, el día seguía como si nada. Pude ver por la ventana a las mujeres en el carruaje contiguo. No se miraban. Ni una palabra salía de su boca. Porque lo sabían, sabían que no había necesidad de matarlas, sabían podrían haber sido ellas.

Más tarde la noticia se esparciría, pero no se contaría igual. Ellas fueron las que empezaron el ataque, ellas eran las armadas, y cientos de otros detalles que las condenaba sin que ninguna tuviese oportunidad de defenderse.

Pudo haber sido Shaula. Pude haber sido yo.

☆☆○☆☆

Llegué a la torre con un soporte de madera debajo de la axila izquierda para usarlo como anclaje al caminar y no tener que apoyarme en mi pie hasta que me quitaran el yeso. Unos pasos antes de alcanzar la entrada me me conseguí con un grupo de hombres que sacaban baúles, bolsos y maletas del interior. Creí que me estaban desalojando así que corrí adentro a encarar a quien había dado esa orden.

Pero al cruzar el umbral solo vi a Ares y corrí hacia él, lo estreché entre mis brazos emocionada de verlo. Si yo había sido probada ya, era probable que él también. Pero esa ahí, junto a mí, vivo y…

—Ares… —Lo separé de mí.

Sus ojos estaban achicados y húmedos por el alcohol, ni siquiera los enfocaba, y su olor… Nadie podía oler así en una sola noche de borrachera, Ares debía llevar un mínimo de cinco días envenenando su organismo con licor, sin tomar ni una ducha, para llegar a igualar la podredumbre de un indigente alcohólico.

—¿Haz estado bebiendo?

Maravillosa eres malgastando preguntas, eh. Eso no te lo quita nadie.

Ahí estaba de nuevo mi sombra comentarista.

—No mucho —contesta y me empuja para que deje de abrazarlo.

Casi se lo agradezco, su olor me daba náuseas. El problema es que al dar un par de pasos hacia atrás comenzó a tambalearse. Chocó de espaldas contra la mesa y cayó tendido sobre dos sillas con los pies colgando.

—Te ayudo —dije corriendo hacia él. Cuando intenté agarrarlo me apartó con un manotazo.

—Yo puedo solo.

No arrastraba tanto las palabras, no era chistoso, era despectivo. Como si en un punto entre el alcohol y mi ausencia, se hubiese perdido a sí mismo, quedando solo una versión lastimada, hastiada de la vida.

Se sentó a duras penas y se sostuvo del borde de la mesa para no volver a caer.

—¿Por qué has vuelto a tomar? Ares… ¿qué es lo que tienes? Puedes confiar en mí.

—No, no. Ya no puedo… Ni yo en ti ni tú en mí, por eso me voy.

—¿Te vas? ¿Te vas a dónde?

—Me mudo de aquí, me llevo mis cosas. Ya no podemos vivir juntos.

—¡¿Y eso a qué mierda viene?! Ares, ¿qué pasa?

—No puede ser que no hayas caído en cuenta de que somos rivales. Tú eres un obstáculo para mí y yo para ti.

—¿Lo dices por las pruebas?

—¿De verdad no lo has pensado? Solo uno será consagrado, los demás morirán. No puedo aferrarme a una amistad como esa.

Sí lo había pensado. O, mejor dicho, había hecho esfuerzo consciente al intentar no pensar en eso, pero no se lo iba a decir.

Me rompía esa situación, pero más me destrozaba que él la hubiese asumido tan rápido.

—Ares —Los ojos se me llenaron de lágrimas—. No puedo creer que estés diciendo esto. Es cierto, somos un estorbo en el camino del otro, pero no hay por qué alejarnos si igual el fin será el mismo. Nos pueden quitar la vida pero no nuestra amistad.

—Lo siento, Aquía. Pero tengo que ganar esta competencia.

Tragué en seco, lo cierto era que yo no pretendía perderla, y ganarla implicaba acabar con la vida de Ares.

—Lo haré por los dos.

—No necesito que ganes por mí, muchas gracias —espeté limpiándome las lágrimas con rabia.

—No por ti, por Leo.

No. Mierda, no.

Cómo es posible que ni siquiera haya considerado esa posibilidad.

—No puede ser… Leo no pudo haber perdido. No conozco a nadie más capaz que él. A nadie. Era el mejor, si alguien podría haber ganado esta mierda era… —Sorbí por la nariz—. Era él.

—Lo lanzaron drogado y encadenado a un tanque con agua. Se ahogó antes de comprender lo que pasaba.

—No, no lo creo… ¡Eso no es una maldita prueba, eso fue una ejecución!

—Exacto. Sargas declaró que no quería que un maricón lo defendiera, y parece que quienes organizaron las pruebas se lo tomaron muy a pecho.

—No, no…

—No solo murió Leo, ¿sabes? Yo estaba en el tanque con él, el agua desgarrando mis pulmones, su alma arrastrando la mía. Nacimos juntos, es justo que juntos perdiéramos la vida. Ya no sé quién mierda soy ni qué hago en este cuerpo, pero me debo a mi alma. Ganaré por él, y por el hombre que una vez existió en mí. Lo siento, Vendida. Ya no somos amigos.

Lo siento, Lectores. A partir de aquí las cosas se pondrán dolorosas. Estas personas son guerreros de la vida, sobrevivientes de la injusticia. Las mujeres sufren todos los días en Aragog, los homosexuales también. Leo murió por ser supuestamente diferente.

Este capítulo va para todos los guerreros de la vida y sobrevivientes de las injusticias diarias. No están solos, yo los escucho.


Recuerden, si este capítulo recibe muchos comentarios mañana subiré nuevo cap, y si mañana también hay bastante interacción, al día siguiente haré lo mismo. Así que, técnicamente, está en sus manos cuándo actualizo 🥰

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