Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

Por AxaVelasquez

6.2M 609K 552K

«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... Más

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Capítulo 37: Gloria

79.6K 7.8K 3.6K
Por AxaVelasquez

Quiero dedicar este capítulo a AriadneHurrem por este hermoso booktrailer. Amo los booktrailers 😍

Antes de que el sol blanco de Ara saliera y las aves despertaran a anunciar el inicio de la mañana, Orión se levantó. Lo supe al sentir la calidez de su pecho despegarse de mi mejilla, cuando el brazo que rodeaba mi cuerpo desapareció y solo quedaba su mano en mi cabeza, acariciando mi cabello. Mi último recuerdo de la noche eran sus labios en mi frente, en mi nariz, en mis párpados, en mi boca. Sus pequeños besos se tornaron tan hipnóticos que acabaron por adormecerme.

—¿Te vas ya? —pregunté arrastrando las palabras. Al levantarse había movido la sábana, descubriendo mi cuerpo. El frío que se colaba por la ventana de la torre erizaba mi piel desnuda y contraía mis senos. Orión, al tenerme descubierta, no pudo evitar volver a acostarse a mi lado con cuidado y esparcir besos por mi pecho. Con él no existían todas esas inseguridades con respecto a mis senos que nacieron con las burlas de mis hermanas de Mujercitas. Nunca me hizo sentir anormal por lo inusual de mi pezón, él amaba mi cuerpo tal cual.

—Orión… —dije sonriente—. Quédate.

—Solo lo dices porque estás drogada de sueño, preciosa. Me matarías si alguien me descubriera aquí. Esas fueron tus propias palabras.

—¿Algún día podremos vivir juntos?

—Vas volando, cariño. Empecemos por dejar que nos vean en público.

—Por todos los Sirios de Ara, ¿por qué todo tiene que ser complicado?

—No lo es, ¿sabes? Es complicado para ellos comprenderlo y aceptarlo, pero a mí no me cuesta nada adorarte.

Sonreí de oreja a oreja. Estaba empezando a amar a ese hombre más de la cuenta.

—Te dejo dormir, preciosa. Buscaré un modo de comunicarme contigo más tarde. No hagas planes.

—Está bien…

Ni siquiera estoy segura de haber terminado de pronunciar aquellas dos palabras, pues la bruma del sueño me venció.

☆☆•☆☆

    Quise abrir los ojos, pero no pude. La fatiga en mí era abrumante e inusual, mis pestañas pesaban como vigas de mármol. El entumecimiento de mi cuerpo, la lentitud con la que mi cerebro se agilizaba para analizar su situación, y la sensación de que todo giraba a mi alrededor, se asemejaba a una resaca monumental.

Por suerte, el alcohol no era una parte habitual en mi mercenaria existencia, la noche anterior no había probado ni una copa a pesar del caos desatado, así que aquello no tenía explicación.

¡Sirios, Aquía, abre los ojos! —me insté a mí misma, pero por más que intentaba no lograba hacer que mis párpados se despegaran.

Hablar tampoco podía, y mientras poco a poco iba recuperando la sensibilidad de mi cuerpo, empezaron a despertarse ciertas sensaciones inusuales. Como una presión extraña en mis brazos, un cosquilleo poco habitual, y una hinchazón en mis manos producto de una presión en mis muñecas a la que todavía no encontraba lógica. No podía separar mis pies, ni articular con ninguna extremidad.

No podía mover mis labios, cerrar mi mandíbula o pronunciar palabra alguna, así que con un esfuerzo consciente moví mi lengua y sentí lo que inmovilizaba mi boca. Un trapo. Estaba amordazada, y hacerme consciente de este hecho generó una descarga de horror en mí que desesperó mi mente. Gritaba a mis músculos, a mis extremidades, a cada célula de mi cuerpo que me respondiera pero todos parecían seguir dormidos, y comprendí que la presión que sentía en mis muñecas y tobillos debían ser ataduras.

La lentitud con la que procesaba y la pesadez con la que mi cuerpo respondía solo podían deberse a que había sido drogada.

Me sentía tan aturdida como podría estarse por la marea del mar contra un bote en un naufragio, incapaz de deshacerme de ese letargo. Mi cuerpo despertó y volvió a apagarse en un parpadeo, alertándome de los puntos donde distintas manos aferraban mi cuerpo. Comprendí que me estaban trasladando, sin duda hombres y por supuesto varios. La pregunta era a dónde, y por qué habían tenido que drogarme y raptarme de mi cama para conseguirlo.

Mierda, Orión. Ojalá te hubieras quedado.

¡Abre los ojos, maldita basura! —me regañé a ver si mi enojo cobraba fuerza, y si ese impulso era suficiente para combatir la bruma que me envolvía—. ¡Tu vida podría depender de que reacciones, estúpida!

Pero la fatiga de mi ser era tal que hasta mis pensamientos me pesaban. Y en cambio, ahí estaba la paz, cálida, silenciosa y oscura. Una cortina de penumbras que me garantizaban cobijo. Y me costaba tanto mantenerme consciente… Un esfuerzo que tal vez no valdría la pena.

Así que me rendí, abandoné mi cuerpo a su suerte porque la alternativa era más grande que yo.

☆•☆

    Abrí los ojos pero me había quedado ciega.

O tal vez no. Algo obstaculizaba la apertura de mis párpados. Una venda hacía presión sobre mis ojos.

Moví mis manos para llevarlas a mi cara, mas, a pesar de que pude moverlas por separado, no llegaron a la altura de mi rostro; mis muñecas sufrieron el dolor de los grilletes tirando de su tierna carne hacia atrás, y un ruido metálico delató la identidad de las cadenas que me anclaban al muro a mi espalda. Pude sentir la irregularidad de las piedras que conformaban esa fortificación. Me encontraba de rodillas con los pies juntos compartiendo una misma cadena.

Me tiré, moví mi trasero a un lado y estiré los pies al otro extremo tanto como pude para descansar de esa incómoda posición. Mis huesos chillaron con el movimiento, adoloridos y entumecidos, como bisagras oxidadas. Mis músculos también dolían, pero solo los de las piernas. Por el momento no había signos de tortura.

Tiré de mis ataduras probé su alcance, su resistencia, la solidez del muro al que estaban aferradas. No conseguí más que lesiones y quejas de dolor.

—Ahora en qué mierda me metí.

Estaba inquieta, desesperada. No saber dónde estaba, por qué o cuál era mi destino me tenía al borde de una crisis.

No podía respirar, cada bocanada de aire que aspiraba se trancaba en mi pecho o me estrangulaba.

No podía ver y sin embargo imaginaba sombras, saltaba con cada nuevo personaje que proyectaba mi creativa imaginación.

Alguien estaba frente a mí vigilándome, comiendo uvas deleitado por el espectáculo que confería mi pavor.

Habían hombres a mi alrededor apuntándome con ballestas, esperando a aburrirse de mi cobardía para empezar a disparar.

Pero no había nadie, por supuesto, solo mi miedo, el ruido de mis cadenas y yo.

Temía moverme demasiado y descubrir que estaba en un precipicio, que la roca pasara a ser granito frágil que cedería bajo mi peso, arrojándome al despiadado vacío.

¿Estaba en una celda? ¿Estaría alguien recostado de la puerta escuchando mis esfuerzos inútiles por liberarme, esperando a oírme gritar?

La paranoia iba a consumirme primero que el hambre, así que busqué la posición más cómoda para recostarme sin que mis piernas chillaran y sin tirar demasiado de los grilletes de mis manos. Terminé como un buñuelo acurrucado en la fría piedra sin nada que me cubriera, y al cabo de una agónica eternidad, cuando mi corazón terminó de galopar como si cada latido me dijera “vamos a morir”, entonces me quedé dormida.

☆•☆•☆

Desperté creyendo que todo había sido un sueño, esperando disfrutar del té de Úrsula y un masaje de Nix para olvidar los demonios de mis pesadillas. Esperaba pasar el día riendo con Ares y la noche destrozando la torre con Orión. Pero no lo había soñado, seguía presa, ciega e indefensa.

En medio de mi despertar, recordé las palabras del maestro Aer en una de nuestras clases:

«A veces, un asesino no solo tiene que ir directo a la yugular. Habrá ocasiones en que el rey decida una muerte que empiece desde adentro, o que tengan que sacar información a su objetivo antes de eliminarlo. Se entiende que un asesino debe ser también un experto secuestrador. Siempre que tengan a su víctima como rehén, asegúrense de quebrantarla. Sin agua ni comida. Luego la tortura. Una víctima debilitada hasta ese punto no podrá escapar ni resistirse, y cuando la única salida sea hablar o morir, se darán cuenta de lo mucho que puedo cantar una persona con hambre y miedo».

La fatiga y el hambre ya me estaban pasando factura, no iba a darles el gusto a esos bastardos de volverme un trapo indefenso para conseguir sus fines.

Supongo que vamos a hacer algo, ¿no?

De pronto ya no me sentía sola, mi poder estaba conmigo. Hay quienes aseguran que la oscuridad nos arranca la sombra, pero esa tarde descubrí que solo la camufla e intensifica: la penumbra es su habitad.

—Vamos a matarlos a todos.

Al fin dices algo divertido desde que te conozco.

Dejé a mi sombra poseerme. La ironía de esta afirmación es que ella no estaba hecha de oscuridad sino de luz, y sin embargo no se sentía pura como debía sentirse una presencia angelical. Comenzó a trepar por la punta de los dedos de mis pies, acobijándome, vertiéndose en mis venas, incendiando mi piel. Me convertí en una chimenea humana, exhumando un brillo cálido de mi piel, ardiendo por dentro.

Pero esa no era la parte importante. Tener el alma de Aquila impregnada en la mía era como recibir una coraza de hierro en mis huesos, como sufrir un incremento en la dureza de mi piel, en la resistencia de mis músculos. Aquía era frágil, humana; Aquila era era una diosa inquebrantable: juntas éramos un Cosmo con un poder por descubrir.

Entonces volvió ese incesante dolor en mi espalda, arrancándome el primer grito que conferí desde mi rapto.

«No lo reprimas», sentí que me pedía cada célula de mi cuerpo. Ya no podía poner palabras, ni siquiera voz, a mi sombra, a ese poder que había ocultado en ella, pero ella no dejaba de comunicarse conmigo, podía sentir lo que quería que hiciera.

Me puse de rodillas, la piedra ya no era molestia con la naturaleza de mi nuevo cuerpo. Pero estaba ese dolor persistente y tortuoso acaparador de toda mi atención. Lo dejé latir en mi espalda mientras mis puños cerrados amenazaban con fracturar mis huesos, mordiendo mis labios para reprimir mis aullidos, dejando hilos de sangre rodar desde mi cuello al interior de mi ropa.

Me recluí a un lugar de mi mente donde el dolor era menos desquiciante pero el mismo me perseguía y me devolvía a rastras a la realidad. A vivir su intensidad tal cual el demandaba. Entonces empecé a sentir cómo se abría la piel de mi espalda, era como si dos navajas ardientes clavadas hasta el mango cerca de mis omoplatos, descendieran por mi piel abriéndola como cuchillo caliente a la mantequilla. Y, mierda, cuánto quemaba. Ya no importaba a qué me aferrara o cuánto resistiera los gritos escapan de mi boca como demonios desobedientes se revelaban del mitológico averno.

Pero Aquila no me dejaba soltarla.

“Resiste.”

“Soporta.”

“La primera vez siempre será la peor, pero debe haber una primera.”

Le hice caso, al menos tanto como pude, dejando ese fuego cegarme incluso más que la mundana venda sobre mis ojos.

Cuando las heridas de mi espalda se abrieron, dos largos surcos palpitantes y expuestos, empezaron a sangrar. No veía lo que brotaba de ellos, pero estaba segura de que no era sangre. Era una líquido analgésico que no cerraba mis heridas pero las acariciaba, enmudecía mi dolor dando protagonismo a una nueva sensación, la de estar creando vida. De rodillas, envuelta por aquel nuevo sentimiento nunca antes experimentado, lloré de felicidad.

Mis alas comenzaron a crecer como crece el cabello y las uñas sin que lo notemos: en silencio.

Las imaginé materializándose de ese brillo escarchado como sucedió con Orión en mi alcoba, y al final, las sentí, su peso imponiéndose sobre mi espalda. Las moví sin ser consciente de cómo lo hacía, como se mueve un brazo o una pierna.

Me giré, pegué los pies de la pared sosteniéndome con el batir de mis alas, sostuve con mis manos las cadenas y comencé a tirar y empujarme con los pies, exigiéndole a mis alas un tirón tras otro. Al principio parecía un intento irrisorio, pero mientras más veces tiraba y empujaba, mientras más sentía la necesidad de hacerlo e intensificaba la fuerza de mi acción, se hacía más evidente que la roca cedería. Hasta que el muro a mis espaldas se fracturó, la piedra crujió con estruendo y la fuerza de mi tirón me impulsó al otro extremo, chocando contra la puerta de metal para luego desplomarme en el suelo.

Me arranqué la venda de los ojos y al fin pude ver. Reconocí el brillo de mi cuerpo y las garras de luz solidificada que tuve en mi primer enfrentamiento con los Sirios, el plumaje negro de mis alas rozaba el piso junto a mis talones. Eran tan inmensas como mi impresión al verlas. Eran mías, parte de mí, de mi cuerpo. Una nueva extremidad merced. Las levanté y volví a bajar cientos de veces, no acostumbrándome a lo irreal de tenerlas, de que fuesen reales.

Sabiendo que había hecho un escándalo y que pronto vendrían por mí, decidí no perder más tiempo sin importar lo extraordinario de la situación. Tenía los grilletes todavía pegados a mis muñecas, las cadenas colgando de ellas con grandes trozos de piedra del muro adheridos a cada extremo, arrastrándose.

Agarré una de las cadenas con ambas manos, y haciendo gala de mi nueva fuerza repotenciada, la alcé sobre mi cabeza y lancé de forma que la roca del extremo chocara con la cadena a mis pies, haciéndola pedazos. Me senté, alcé mis pies y traté de separar mis talones haciendo que el grillete que los mantenía juntos chillara ante la presión. Se resistía, era demasiado difícil hacer ceder el metal solo con la fuerza de mis músculos y huesos, pero al final terminó estirándose lo suficiente para que pudiera sacar un pie y luego el otro.

Extasiada, me di la vuelta hacia la puerta.

Era todo un deleite lo mucho que podía hacer sin cansarme, sin sentir dolor, sin fragilidad en mi cuerpo. Me sentía mágica, poderosa e inquebrantable. Lástima que Aquila no pudiera beberse mi miedo, pues ni todo su poder impedía que me aterraras las posibilidades que había al salir de esa celda.

Tiré de nuevo de la cadena que colgaba de mi brazo derecho y esta vez apunté la roca a la cerradura de la puerta. Al chocar, fragmentos de piedra y arenilla llovieron a mi alrededor, pero había conseguido una pequeña hendidura hacia adelante en el metal. La golpeé repetidas veces, tosiendo por todo el polvo que estaba tragando, al parecer mis pulmones seguían siendo del todo humanos y sensibles, hasta dejar el área de la cerradura combada con la forma de la roca, y la misma piedra reducida al tamaño de una manzana. No quería sacrificar el otro pedazo de muro que colgaba de mi cadena izquierda, no tenía armas con qué enfrentarme a lo que sea que hubiese fuera, así que probé un último método para el golpe final.

Hice a mis alas levantarme y echarme hacia atrás para tomar impulso, y regresé con toda la velocidad que pude. Mis pies impactaron con todo el peso de mi cuerpo contra la zona combada, rompiendo la cerradura y abriendo la puerta al fin e impulsando con ella al hombre que la resguardaba.

Por supuesto, este acto me lanzó también a rodar por el pasillo siguiente hasta chocar con un taburete que me cayó encima, haciendo añicos el adorno de vidrio que tenía encima.

El hombre caído comenzó a levantarse, y cuatro más aparecieron al final del pasillo, bloqueando el camino hacia lo que fuera que hubiese más allá.

—No se mueva o podría salir herida, jovencita —dijo uno de los recién llegados.

—La herida ya está hecha, ahora les toca soportar la sangre. —Me puse en cuclillas mientras decía esto—. Y, por cierto, soy Madame para usted.

Dicho esto lancé mi cadena al aludido. El pedazo de muro le dio en el estómago y lo bombardeó a la pared de fondo, su cabeza chocando contra la misma. Cayó inconsciente como un muñeco de trapo, pero sus compañeros de pusieron alerta.

Uno de ellos me lanzó una estocada con su látigo, previendo que luego de mi ataque ellos responderían, ya estaba camino a esconderme detrás de otro taburete en un par de giros por el suelo. El cuero pasó silbando junto a mi oreja, mas no me tocó.

El hombre que resguardaba la puerta, al estar tirado detrás de mí, mi tenía descubierta. Sin ningún taburete que le impidiera atacarme, se lanzó sobre mi espalda y me comenzó a estrangular mientras los otros tres hombres desenvainaban sus espadas.

No podía concentrarme en la ladilla pegada a mi cuello teniendo al frente tres hojas filosas amaestradas que podían mutilarme en un solo movimiento, así que desplegué mis alas y las hice llevarnos hacia atrás con una rapidez que casi me hace vomitar. No me acostubraba al vértigo, al mareo de pasar del piso al techo en un parpadeo, a no tener los pies sobre la tierra ni nada a qué aferrarme para no caer.

Mi espalda pegó de la pared con tal fuerza que los huesos de mi atacante, quien se aferraba a mi cuello más que nunca, crujieron como galletas secas. Me impulsé unos centímetros hacia adelante y de nuevo hacia atrás con todo mi peso, consiguiendo esta vez aplastar al hombre como un zancudo, cuyo agarre al fin cedió y cayó al suelo en una posición imposible que delataba las múltiples fracturas de su cuerpo. Seguía vivo, pero ni Ara sería capaz de hacerlo caminar de nuevo.

Descubrí que no solo mi fuerza se había magnificado. Mis reflejos eran tales, tan agudos, afilados e impresionantes, que sentí el jarrón que arrojaron a mí los hombres que quedaban en tierra antes de verlo, y lo esquivé; escuché cómo se agrietaba y rompía en múltiples fragmentos, e intercepté uno de los trozos con mis dedos sin cortarme ni dejarlo caer.

Le devolví el ataque a mi agresor dirigiendo el fragmento de cerámica en mis manos a su cuello. Se clavó entero en su piel, bañando a su compañero de una lluvia carmesí. El herido se llevó las manos a la garganta con la boca abierta y los ojos desorbitados, mas no llegó a tocarse. Cayó desplomado a terminar de desangrarse en el suelo.

Quedaban dos, armados con espadas y poco dispuestos a dejarme pasar sin pelea.

Dejé descansar mis alas y caminé hacia ellos, pero a mitad de camino caí de rodillas con un aullido de dolor.

¡¿Qué mierda?!

El que antes me había atacado con su látigo repitió su acción, pero esa vez lo arrojó completo hacia mí, dejando que se enroscara desde mis tobillos hasta mis muslos como una serpiente. Cuando intenté moverme, descubrí que era una especie de hilo de metal que me abría la piel como mantequilla con cada movimiento que hacía. Tenía las piernas empapadas de sangre y un charco empezaba a formarse debajo de mí.

El otro hombre corrió hacia mí con su espada alzada y la blandió con intensión de acertarme en la cabeza. Moví todo el poder de mi cuerpo, ese brillo cálido y escarchado, a mi mano derecha. La fuerza en mis piernas me abandonó al igual que su resistencia, y sentía cómo el hilo de metal me abría más y más profundo. El fogonazo de dolor me hizo cerrar los ojos y gritar, pero en mis manos las garras de luz habían crecido tanto como una espada, y de un zarpazo defensivo cercené el brazo del hombre que se disponía a decapitarme.

Su extremidad cayó al suelo con la mano todavía aferrada a la espada, y el hombre se tiró de rodillas a gritar mientras intentaba detener la hemorragia en su hombro.

Pero no podía soportar el dolor en mis pierdas y seguir defendiéndome, la pérdida de sangre ya nublaba mi visión. Devolví el poder de Aquila de forma equitativa por mi cuerpo e hice a mis alas negras alzarme intentando no mover mis extremidades inferiores. Colgaban inertes, rodeadas por aquel hilo clavado en mí, chorreando sangre al oro de las baldosas del suelo. Era como un angel caído luego de una batalla entre averno y cielo.

Sabiendo que me quedaba poco tiempo, que a pesar de que la fuerza de Aquila me mantuviera consciente la pérdida de sangre acabaría por matarme, arrastré la piedra del muro con mi cadena, la hice dar vueltas a mi lado mientras apuntaba al último hombre en pie con mis ojos.

—¿Cómo me deshago de esta cosa? —pregunté como si fuera su última oportunidad para salvar su vida. El muy desgraciado sonrió, aceptando lo que venía sin miedo.

—No puedes.

Y dicho esto la piedra al extremo de mi cadena aplastó su cráneo contra la pared. Mi camino quedaba libre de obstáculos, al menos hasta entonces.

Me dejé caer al suelo.

—¿Qué hago? —pensé en voz alta.

Pero yo no tuve que hacer nada. El alma de Aquila se atenía a mi voluntad la mayoría del tiempo, pero también tenía intensiones propias. Me guiaba, me decía cómo usar su poder.

El brillo sobrenatural abandonó mi piel. Me sentí sola, desahuciada, pero luego comprendí a dónde se había mudado su poder. El hilo metálico que me rodeaba comenzó a refulgir como hierro en forja. Ardía, pero su calor no me tocaba, como si yo fuese el fuego que lo consumiera. Fue desapareciendo como se deshace el papel en una fogata, volviéndose cenizas de mi propio poder.

Mi piel seguía abierta y algunos hilos de sangre descendían por mis muslos creando costras en mis talones, dejando mis dedos bañados de una especie de gelatina carmesí. Pero ya no había dolor, ni nada atravesando mi piel, ni ninguna hemorragia preocupante.

Me levanté, rompí otro de los jarrones y guardé sus pedazos en un trozo de tela que arranqué de mi ropa de dormir, improvisando un saco que a su vez até a mi cintura. Tomé una de las espadas de los caídos y corrí hacia el otro lado del pasillo esperando encontrar más rincones de esa casa, cárcel, castillo o lo que fuese, pero descubrí que más allá del pasillo solo había un campo abierto con nada.

No más puertas. No más paredes. No más techo. Aquello era un pedazo de construcción incompleta en el medio de la nada.

—No me jodas más la vida, Lesath Scorp... ¡¿A dónde mierda me trajiste?!

Me llevé la mano libre a la cabeza, tensando la cadena anclada a la roca. ¿Cómo iba a regresar? ¿Cómo se suponía que sobreviviría a aquello?

Sin embargo, esas preocupaciones debían esperar puesto que media docena de bestias reptaban desde piedras lejanas entrando a mi campo de visión. Tenían la morfología de canes, como perros gigantescos con dientes del tamaño de cuchillos, pero sus pieles grises refulgían como si se estuvieran bebiendo la fuerza de las estrellas del cielo nocturno que parpadeaba ante su presencia. Sus ojos, vacíos de toda emoción, tenían la luminosidad del sol blanco de Ara. Eran Sirios, pero eso no era posible. Los Sirios eran hombres que entregaban su alma por propia voluntad. ¿Cómo habían podido transformar animales en seguidores de Cannis? A menos que fuesen ciertos los rumores, que los Sirios al ingerir el alma de alguien más y dejarlo vivo lo transformaban en uno de los suyos. ¿Ahora le robaban el alma a los perros de las calles?

Mis preguntas tenían que esperar mucho por una respuesta. La primera bestia corrió hacia mí tan rápido que cuando quise reaccionar ya la tenía encima. Usé la espada para mantener sus dientes lejos de mi rostro, soportando la saliva que goteaba en mis ojos y labios. Eran fuertes, no como una mascota ni como un humano: como una bestia sin alma que recibía poder de las estrellas.

Pero yo tampoco era humana, así que pude empujarla y echarla a un extremo, pero en lo que esta tardaba en recuperarse ya tenía a uno de sus hermanos saltando sobre mí. Mientras aterrizaba sobre mí, clavé la espada en su pecho atravesando sus huesos como en una carnicería. Su aullido me aturdió y no pude recuperar el arma una vez la enterré, pero al menos tenía uno menos del cual preocuparme.

Sabiendo que no podía darles más oportunidad para que me saltaran encima, hice a mis alas levantarme, probando por primera vez una altura más libre. Sin embargo sentí un latigazo de dolor absoluto que ni toda mi coraza de poder pudo minimizar. Fue como si centenares de agujas, navajas y cuchillos se clavaran en una de mis piernas. Entonces lo vi, uno de esos Sirios tenía mi pie entero en sus fauces, y si todavía no me lo había arrancado en por mis huesos reforzados de Cosmo. Sus garras, a su vez, se clavaban en mi pantorrilla y me resgaban con cada intento de la bestia de escalar por ella.

Mi vuelo flaqueó un poco, haciéndome descender hasta que la piedra anclada a mi cadena tocó el suelo, y un par de nuevos Sirios intentaban usar sus eslabones para escalar y llegar hasta mí. La piel de mi tobillo tras las mordidas del Sirio ya se veía como masa destrozaba, bañada de rojo, con huecos y amasijos de quién sabe qué. Era un horror mirar hacia abajo, sin mencionar el dolor que traspasaba la muralla de mi poder.

Creyendo que no había salvación para mi pierna y temiendo por mi vida, saqué un trozo de vidrio del saco improvisado en mi cintura y lo recubrí con parte del brillo que abrazaba mis manos, luego lo lancé al ojo de la bestia, que lo recibió como el impacto de una estrella en llamas sobre una superficie terrestre.

Sus dientes me dejaron y el Sirio cayó sin emitir ningún tipo de lamento. No habría podido, mi proyectil explotó la mitad de su rostro y parte de su hombro. No quedaba nada en su cuerpo capaz de emitir sonido.

Los dos Sirios que escalaban la cadena ya iban a mitad de camino, me apresuré a sacar más cristales, rescubrirlos con el poder de Aquila y lanzarlos a cada uno. Ambos explotaron al igual que el primero, y se desplomaron sin vida contra el suelo como una estrella que ha dejado de brillar.

Impresionada por este nuevo descubrimiento volví al cadáver del primer Sirio que maté usando las alas como apoyo para caminar sin usar mi pie destrozado, y volví a intentar arrancar la espada de su cuerpo, esta vez invirtiendo más fuerza. Lo conseguí, y al tener la hoja libre y el mango bien aferrado en mi mano, hice que parte del poder de Aquila llenara aquella arma de su brillo escarchado.

Cuando el siguiente Sirio corrió hacia mí, solo tuve que blandir el arma y esta cortó por la mitad que la bestia, no en un corte limpio de hoja afilada, sino con el crepitar del fuego descomponiendo la carne a una velocidad irreal, hasta separar ambas partes y dejarlas echando humo en el suelo. Los nervios del animal todavía tenían convulsionando sus extremidades a pesar de que la vida ya las había abandonado.

Con el último animal fue igual, lo atravesé a mitad de un salto impresionante suyo sobre mi cabeza.

Solo quedábamos mi constelación brillando en el cielo, y yo. Y entonces... escuché una voz. No podría decir de dónde provenía, era emitida por medio de altavoces ocultos en distintos puntos de aquel campo vacío más que por los cadáveres que había dejado.

Felicidades a Madame Circinus, la cuarta aspirante en pasar la primera prueba.


Capítulo dedicado a la chica que me hizo este fanart (no recuerdo su usuario).

¿Qué les pareció este capítulo? Me tomó bastante pero a la vez lo disfruté MUCHÍSIMO. Las escenas de acción son las que más trabajo ameritan pero las que más me gusta escribir.

En mi Instagram avisaré cuándo será la próxima actualización. Estas dos últimas actualizaciones he sido puntual con las fechas y las horas, merezco un premio 🥰


Seguir leyendo

También te gustarán

142K 19K 67
Sinopsis Tras encender el gas para perecer junto a quienes codiciaban la fortuna de su familia, Lin Yi transmigró a otro mundo, ¡y estaba a punto de...
217K 15.4K 51
Días después de su decimoctavo cumpleaños, Aurora Craton siente la atracción de apareamiento mientras trabaja como camarera en una fiesta de los líde...
863 140 56
Bruno es dulce. Es una buena persona, de esas pocas que quedan en el mundo. Él procura ser amable con todo el mundo. Evita que sus rasgos destructiv...
29.7K 3.1K 25
Cinco mujeres comparten algo que las hace inseparables. Esperan la llegada de sus maridos después de cada misión. Cada una de ellas, tendrán que lidi...