Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

By AxaVelasquez

6.2M 609K 552K

«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... More

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

33: Presa y cazador [+18]

111K 9.1K 13.7K
By AxaVelasquez

Ser dueña de tu vida implica que no necesitas un hombre para continuar con ella.

Si bien la rabia y el dolor escalaban por mi estómago de vez en cuando al recordar a Orión —y a pesar de que sufrí de una pérdida de apetito preocupante—, su ausencia no congeló mi vida. Y no porque no me doliera, sino porque decidí pasarle por encima a ese malestar.

Desmantelé toda la torre. Arranqué el papel que decoraba las paredes, los cobertores de los muebles, camas y sillones; saqué toda la ropa de Lord Cerdinus, su calzado, sus pertenencias, e hizo mi primer viaje en mi carruaje nuevo para conseguir un sitio donde hacer una hoguera con toda esa basura.

Cuando no quedó ni un retazo de tela, ni un fragmento de cuero o papel de lo que fue su existencia, volví y delegué a Míster Ferguson la remodelación mobiliaria. Hizo de la Torre mi hogar, mi reino. Las paredes fueron reforzadas con nuevos tableros decorativos de madera de la mitad para abajo, y en la mitad superior un diseño negro con decorado de estrellas y constelaciones imitaba el cielo de Ara.

En la habitación que le perteneció a la Mano ya no había rastro de su reflejo. La madera pasó a ser blanca, los decorados a seda dorada y cachemir salmón; su viejo colchón inmundo lo reemplazaba una inmensa cama acolchada con almohadas nuevas a juego. Aquila estaba tallada en el suelo, rellena de escarcha en cada punto que constituía una estrella.

Tenía mi propio tocador equipado, un guardarropas nuevo que comenzaba a estructurar con mis prendas personales, y un baúl con armas nuevas que conseguí en los barrios de Ara. A algunas, como una hermosa daga que de empuñadura roja, mandé a grabarles mi constelación en el mango.

Dueña de mi vida y de mi hogar.

☆•☆•☆

—Quiero volver a entrenar, Ares. Estoy cansada de estar todo el día encerrada sin hacer nada.

Había invitado a Ares a comer en el bar donde trabajaba su hermano. Estábamos sentados esperando que nos sirvieran la comida, él con un vaso de ron seco, yo con un cóctel dulce alto en alcohol que me tenía riéndome de más. Sin miedo a exagerar, diría que pasé cinco minutos enteros carcajeándome porque escuché a Ares decir «Sirios» de una manera que en mi cabeza sonó graciosa.

Afuera nos esperaba el carruaje con mi cochero para llevarnos de vuelta a la torre, así que no había problema por la hora, además de que llevábamos los cristales para el frío de la noche de Ara.

—Bueno —dijo mi amigo dando un trago más a su ron. Se le chorreó un poco por las comisuras, así que se llevó sus dedos tatuados a los labios y limpió toda la humedad—. Si el rey no quiere dejarte entrenar con nosotros tal vez debas hacerlo por tu cuenta, yo encantado te ayudaría, y sé que Leo podría sacar algún tiempo libre para darte unas lecciones particulares.

—¿Tú crees...?

Mis palabras quedaron en el olvido por la aproximación de Leo. Sus brazos estaban más gruesos que nunca, como si estuviera engordando y el entrenamiento le diera forma a su gordura. Se veía muy bien, más atemorizante ahora, y mucho más fácil de diferenciar de su hermano además de su distintivo corte al ras de su cabeza comparado a los rizos de Ares.

Aunque siendo honesta, era imposible confundirlos por una sencilla razón: sus expresiones. Ares siempre estaba sonriendo, sus ojos verdes chispeaban con cada palabra que decía y sus labios siempre daban protagonismo a su dentadura con sus amplias sonrisas. Leo era serio, inexpresivo. Sus ojos verdes casi se oscurecían por la rudeza con la que miraba todo.

En nuestro reencuentro, mientras servía los platos, incluso tuve que tragar en seco porque que había perdido la costumbre a su hostilidad.

—Está feliz de verte —susurró Ares inclinándose a mi oído.

«Por supuesto, su cara lo hace evidente», pensé con ironía.

—Hola, Leo —saludé.

Hizo unas señas que Ares tradujo como "Buen provecho". Y se marchó.

Incluso en sus señas, Leo era un hombre de pocas palabras. Sin embargo, yo había aprendido que en medio de su silencio él me apreciaba. No se entrena gratis a alguien que detestas, y menos le clavas un cuchillo a tu padre en la mano por esa persona.

Con todo el reencuentro me vino de nuevo a la cabeza el árbol incendiado cuyas llamas en las hojas creaban la imagen de un león: el tatuaje que Leo tenía en la espalda. Y pensar en eso me recordó el pasaje de las escrituras de Ara que hablaba del águila. «...la puerta al león que vendría después». ¿Qué león? ¿Quién había sido el águila? ¿Qué Sirios haría el león y por qué el águila sería su puerta?

—Ares, ¿el tatuaje que tiene tu hermano en la espalda es por su constelación?

—Oh, sí. A Leo le encanta la mitología astróloga. Le encanta la historia de su constelación y la mía, y todas. Pero más la suya.

—¿Tú la sabes? ¿Cuál es?

—Es solo un cuento, Aquía.

—Pues cuéntamelo.

Ares rodó los ojos.

—Ara libre hombre que tenga que pasar su vida contigo.

—Eres mi hijastro, técnicamente tienes que pasar tu vida conmigo a menos que te cases.

—Lo cual no haré así que... —Levantó su vaso y se bebió su contenido de un trago—. Ara me libre.

—Que así sea, ahora dimeee —pedí arrastrando la última sílaba.

—Es la leyenda de un guerrero que vendrá a traer sangre y fuego a todos sus opresores, el alma de hierro en forma de león que liberará a los suyos.

—¿Y Leo... cree que es él?

—¡¿Qué?! Solo es mitología. Además, Leo de quien quería liberarse ya se libró. Podemos concluir que no es un guerrero sediento de sangre y justicia justo ahora.

—Tal vez luego.

—Tal vez estás loca. Y bueno, ya tengo que irme. Se me hace tarde para un compromiso. ¿Puedes llegar sola a la torre?

—Técnicamente no iré sola, pero sí. ¿Y a dónde vas? ¿Cortejas a una chica especial, Lord Ares?

—Asco, princesa, no me llames Lord, no tú. Y no, no cortejo a nadie. Tal vez me interesaran más las mujeres sin todo ese protocolo que hay que seguir para salir con una, para pedir bendiciones, permisos, manos. Las cosas concretadas como negocios pierden todo su encanto. ¿Dónde está la diversión ahí? Yo quisiera poder salir a beber y conseguirme una mujer hermosa, hacerla reír, hablar toda la noche, acompañarla a su casa y besarla apasionadamente en la entrada hasta escabullirnos en el patio a dar rienda suelta a nuestros instintos. Pasar toda la noche pensando en ella, pensando en mi siguiente paso para tenerla cerca, en las cosas que le voy a obsequiar, en las canciones que le voy a dedicar y en el recuerdo de sus manos sobre mí. No esperar que mi tutor decida cuál de las doncellas vírgenes y casaderas de la ciudad beneficia más a mi estatus, concrete mi matrimonio con su padre y se reciba una dote para que yo viva un matrimonio insípido con cinco Vendidas que pagué pero no me desean. Aff, no, gracias, princesa. Prefiero el suicidio.

—El alcohol te hace hablar de más, ¿eh? —comenté riendo.

—Tal vez demasiado. Ya debo irme, princesa. No destruyas nuestro hogar mientras no estoy.

Me dio un beso en la mejilla para despedirse, y se marchó del bar.

☆●☆●☆

Al llegar a la torre esa noche ya sabía que algo estaba fuera de lugar. Podía sentirlo. Podía sentirlo a él.

Subí corriendo las escaleras a mi habitación y lo que me encontré dentro me secó la garganta.

Velas esparcidas alrededor de la habitación, un par de sogas colgaban de puntos de anclajes en un extremo y el otro del techo. Junto a la cama había una mesita con dos copas y una botella de un licor tan rojo como la sangre. Y en la cama, Orión.

Su dorso desnudo, sus pies descalzos y su mano cerrada alrededor de una copa medio vacía.

Me senté a su lado, me pasó una copa. No tenía idea de lo que estaba pasando.

La luz atenuada y penumbrosa por las velas le confería un aspecto serio e inquietante. ¿Qué demonios atravesaban su cabeza en ese momento como para que sus ojos me taladraran con tal intensidad?

Su mano buscó la mía y la llevó a sus labios helados por la bebida.

Se acercó a mí, su mentón rozando mi hombro, sus labios muy cerca de la delicada piel de mi cuello, una zona que él sabía manipular hasta hacerme perder el control. Bajó el volumen de sus palabras hasta que su voz adquirió cariz ronco, profundo y susurrante, y entonces me dijo:

—Hay más de una razón por la que no he querido... hacerlo. —Su nariz me rozó. Di un respingo en consecuencia—. No tienes que perdonarme, estoy aquí solo para que lo sepas.

Con mis uñas tracé el contorno de sus brazos moldeados por su trabajada musculatura, marcado por el filo de otras espadas y erizados por la sensación de mi roce.

—Estás en mi habitación... —Mis dedos llegaron hasta su clavícula—... sin camisa, sin calzado... bebiendo...

Me acerqué al espacio en que su hombro y su cuello se unían, y aspiré su aroma. Un jabón cítrico, una capa de sudor de algún esfuerzo físico del que no estaba enterada pero me hacía una idea, y el inconfundible roce de la noche de Ara.

—Dudo que hayas venido a darme nada más que un comicado.

Orión sonrió, divertido y descubierto.

—En realidad sí he venido a eso, solo que algunos mensajes necesitan de una demostración.

—¿Qué quieres mostrarme, Orión Enif?

—¿Sabes cómo llegué hasta aquí?

—Volando —contesté, sabiendo que no había otra explicación.

—Sí, preciosa. Hay muchas cosas que no sabes de los Cosmos.

—Aprendo rápido, caballero. ¿Qué necesito saber?

Orión se levantó de la cama dejando una mezcla de temor y vacío en mí al sentirlo alejándose. Fue a mi tocador, donde su espada Cassio aguardaba por su regreso, y acarició la hoja filosa de arriba a abajo. Desde mi posición pude ver un destello en sus ojos a pesar de las sombras que envolvían su reflejo en el cristal. No sé en qué estaba pensando, pero tampoco iba a detenerlo.

La hoja de la espada comenzó a refulgir con un brillo que no podía producir ni la lámpara más lujosa. Aquel era un resplandor que solo podía emitir una estrella. La luz se intensificó hasta casi solidozarse y el aura escarchada que la bordeaba empezó a escalar por las extremidades de Orión hasta su espalda. Sus cicatrices gemelas comenzaron a arder con un brillo rojizo que se intensificó hasta parecer el fuego que cubre el hierro al ser forjado. Los puños de Orión se cerraron sobre la madera de mi tocador mientras reprimía gruñidos y erraba sus respiraciones, hasta que su fuerza partió la madera bajo sus dedos, y sus piernas cedieron.

Cayó de rodilla junto a los escombros de la porción destrozada del tocador.

Sus heridas comenzaron a abrirse ante mis ojos, como si un cuchillo invisible las rasgara nuevamente sin piedad. Los gemidos ahogados de Orión cada vez eran más preocupantes. Quería correr hacia él y ayudarlo, pero estaba embelesada con la magnificencia del prodigio que estaba presenciando. No era natural, era el poder de otra alma destrozando la humanidad de un cuerpo mortal.

De las heridas comenzó a salir otra aura escarchada que dio forma a lo que poco a poco se materializó frente a mí. Cartílago fuerte como roca, hebras finas de un hilo indestructible que formaban el plumaje perlado: una belleza superficial con la fuerza suficiente para levantar en vuelo el peso de Orión. Alas. Sus alas.

El cazador volvió hacia mí con sus nuevas amigas detrás, y me dijo:

—Estoy aquí porque luego de conocerte ya no puedo pasar un día sin que estés ahí, merodeando por mi cabeza. Y quisiera decirte que soy fuerte, capaz de dejarte sola y libre, pero no nos vamos a engañar: la única en esta habitación con una fuerza de voluntad tan impresionante eres tú.

—¿Y tú? ¿Tú qué eres?

—Débil. Y más en tu presencia.

—Rompiste el aparador con tus manos, Orión, no me pareces débil.

—Y... esa es la otra razón por la que no he querido ser tu primera vez. No has tenido experiencias previas, está destinado a ser doloroso en situaciones normales... Con un Cosmo... no sé cómo esto podría terminar.

—¿Por qué te transformas entonces?

—Ya hay secuelas de Pegaso en mí que podrían lastimarte, pero si tenemos que hacerlo prefiero transformarme y darte... la experiencia completa.

—Basta, me estás... —excitando—... enloqueciendo. No puedo. Me niego a volver a intentar algo contigo que vayas a dejar a la mitad.

Me paré, caminando rápidamente hacia la puerta para que él no viera las lágrimas de furia y resentimiento que se me escapaban. Puede que lo deseara, lo hacía, pero en ese momento mayor era el desprecio a sus múltiples negativas. Él había tenido razón, lo hacía por buenos motivos, pero la parte más caprichosa de mi humanidad persistía en ignorar todo eso.

El aire se revolucionó a mi alrededor y un fuerte sonido de aleteo me envolvió, y lo siguiente de lo que fui consciente fue de los dedos de Orión que se cerraron sobre mi muñeca. Tiró de mí para que me girara, pero su fuerza ahora era superior. Mi cuerpo fue atraído al suyo, mis manos chocando contra su pecho, su aliento rozando mi frente.

—Espera —pidió.

—Jódete —concluí a pesar de que todo mi ser gritaba bésalo.

Y esa vez lo empujé para irme lejos sin ver atrás.

Volvió a alcanzarme, pero entonces ya no me dejaría escapar. Rodeó mi cintura y con la autoridad de sus poderosas alas me alzó hasta que nuestras cabezas casi rozaban el alto techo de la Torre. Pegada de la pared con los pies en el aire y su cuerpo contra el mío, perdí el control de mí misma y los motivos que tenía para querer alejarme de él.

Era impresionante su poder, la facilidad con la que su brazo sostenía todo mi peso y su cuerpo me mantenía firme contra la pared mientras sus alas se batían apenas lo suficiente para sostenernos a esa altura.

¿Qué eres? ¿Qué somos? ¿De qué es capaz un Cosmo, Orión? Dímelo.

Mis muñecas entrelazadas sobre mi cabeza estaban presas bajo su mano libre, y mi cuello permanecía acechado por el rostro de Orión que me olfateaba con deseo contenido.

—Pídeme que te deje y lo haré —prometió mirándome a los ojos.

Sus caderas se pegaron más a las mías para apresarme. La mano que rodeaba mi cintura me soltó y tuve que afincar mis pies sobre los de Orión para que el vértigo no me atravesara como cuchillos de hielo. Me soltó porque tenía otros planes para su mano, misma que escaló por el costado de mi vestido, pasando por el escote en mis hombros hasta rodear mi cuello. Su pulgar acariciándome, midiendo mi pulso. Eso, y su mirada de cazador enamorado acechando la mía, eran como un detector de engaños.

—Lo prometo, preciosa. Si me pides que te deje y me vaya, eso haré.

En mi vida se me ocurría pedirle semejante cosa. No cuando su piel emanaba un calor que hacía vibrar la mía, no cuando sus ojos conseguían desnudarme antes que sus manos, no cuando sabía de lo que eran capaces sus dedos, y menos al recordar esa parte de él que había tenido en las manos y la boca y que tanto anhelaba que usara dentro de mí.

Así que pegué mi boca a la suya, y dejé que nuestras respiraciones se mezclaran, esparciendo más brasas a los nervios de nuestros cuerpos incendiados de deseo. Su lengua caló más profundo en mí, mis labios pidieron más. Con sus manos en mi rostro tenía plena libertad de las mías. Me abracé a él para no caerme a pesar de que sus pies eran tan firmes como el suelo, y con mi otra mano me aferré a su cabello, pegándolo más a mí, pidiendo más de su boca.

Haciendo gala de su nueva fuerza y la intensidad de su hambre de mí, sus brazos se metieron en el escote de mi vestido, tirando cada una a un extremo distinto hasta rasgarla por la mitad con un ruido liberador y placentero. La tela cayó al suelo dejando de ser un impedimento para nosotros, revelando el encaje rojo y negro de mi ropa interior.

Los besos de Orión se intensificaron, mi respiración descontrolándose mediante sus labios me devoraban y su lengua me acariciaba las heridas. Se nos notaba la lujuria en los ojos. Sin importar la dama y el caballero que pudiéramos ser en público, esa noche cuerpo a cuerpo no éramos más que el cazador y su presa que moría por ser devorada.

Su mano se introdujo en mi cabello con firmeza y su boca se despegó de la mía haciéndome volver a la realidad con una sonora respiración. Orión nos arrastró a la pared del otro lado con un único y violento batir de sus alas, y con su mano todavía en mi cabeza comenzó a morder mi cuello.

Mis labios estaban hinchados y húmedos, mi piel sedienta de él, gritando por completo cada vez que su lengua se deslizaba como si él ya no fuese el cazador sino la fiera.

Entonces me soltó. Un grito de vértigo desgarró mi garganta durante la caída antes de que aterrizara en la cama. Pronto el miedo pasó y se transformó en algo distinto: deliciosa adrenalina. Él descendió, tocó el suelo con sus pies y se subió de cuclillas a la cama hasta atrapar mis tobillos y tirar de mi cuerpo para tenerlo por completo extendido en la cama para él.

Lo vi meterse un trago de la copa a sus labios enrojecidos, y al volver a mí traspasó todo ese vino a mi boca con un beso. Tragué, y mientras lo hacía lo sentí descender hasta mis piernas. Mi espalda se arqueó como nunca había sucedido cuando sentí sus labios, con un trozo de hielo entre ellos, besar la tímida piel de mis muslos.

Puso su mano en mi cadera y me dejó aferrarme a su cabello mientras subía, y subía, y subía.

El frío despertaba sensaciones en mí para las que no me preparó ni Mujercitas y sus clases. Era fuego y corriente a la vez, por donde tocaba el hielo atenuado por sus labios, ahí quería más y más. Era hambre. Jamás me había sentido así. Nadie nunca me dijo que podría llevar a sentirme así.

Me senté y lo tomé. Mientras lo besaba tiré de la elástica de su ropa interior que sobresalía de su pantalón para dejarle claro que aquello sobraba.

Me complació sin miramientos, liberando aquella pieza dura y atemorizante que tanto me gustaba.

—La quiero adentro, Orión. Ya.

Orión comenzó a besarme, pero me separé de él con la poca fuerza de voluntad que me quedaba.

Por favor —rogué.

—Como ordene mi diosa. Pero... Primero necesito que hagas algo por mí.

Se levantó. Tomó uno de los extremos de la soga que había anclado al techo y se amarró una muñeca con un nudo complicado que dejaría sin circulación a cualquier mortal. Repitió el proceso en sus tobillos con una soga en el suelo que antes no había visto, y me hizo señas para que tomara la última cuerda, la que pendía del otro extremo del techo.

—Necesito que me amarres.

—¡¿Por qué?!

—Hazme caso. Puede que mis alas sean blancas pero mis instintos no son... puros.

Aquello fue suficiente para mí, tenía que confiar en él. Le amarré la mano que le quedaba libre.

—No, preciosa. Aprieta más.

—¡Te haré daño!

Su mano acarició mi rostro con la poca ternura que le quedaba.

—Esta noche el lastimado no voy a ser yo.

En obediencia a su petición, sabiendo que él se conocía mejor que nadie, rehice el nudo lo más fuerte que pude.

Aprovechando que lo tenía así, limitado, puse mi mejor cara de inocencia demoníaca y me arrodillé ante él hasta que mi cara quedó justo donde quería.

—¿Qué vas a...?

Recordé todas mis clases en Mujercitas, y las olvidé a la vez, sabía lo que tenía que hacer para volver a un hombre loco, pero me quise dejar llevar por lo que yo quería hacerle a él.

Con la punta de mi lengua subí por la cara interior de su muslo hasta su entrepierna, dejando mi parte favorita para el final. Llegué a las bolas, un punto que muchos ignoraban, pero yo las comencé a besar, a jugar con mi lengua entre ellas como me provocó, a meterlas y sacarlas de mi boca a mi antojo.

Orión hizo el intento de tomar mi cabeza con sus manos, como si hubiese olvidado sus ataduras, y algunos tablones y escombros se despegaron del techo e hicieron un escándalo en el suelo por el ímpetu de su intento. Entonces entendí porqué se había amarrado. Si esa era su fuerza y esa la naturaleza de sus instintos, podría partirme en dos en cualquier movimiento.

Las paredes temblaron con los estremecimientos de Orión cuando empecé a deslizar todo el cuerpo de su miembro dentro de mi boca, moldeando mis labios a su tamaño, haciendo que mi lengua jugara en círculos con lo que ya tenía dentro, volviéndolo loco con la suave humedad que escondía dentro.

Sé lo que él quería. Sus manos no paraban de luchar por alcanzar mi rostro. Él ansiaba el control, mover mi cabeza a su antojo, metérmela tan profundo como fuese posible. Pero yo no quería hacer las cosas así. Me gustaba desasperarlo, ver como sus piernas temblaban y sus ojos se volteaban de placer mientras mi lengua lamía el líquido dulce que le salía de la punta.

Y mientras más lo veía saltar ante mis roces sorpresivos y besos húmedos en partes inesperadas, más lo recompensé. Empecé a subir la velocidad con la que mi boca lo estimulaba de arriba hacia abajo, sintiendo un poder inusual al notarlo a mi merced, total y completamente enloquecido con todo lo que yo lo hacía, temblando por más.

No me cabía todo en la boca y jamás me preocupé por los ejercicios de las Preparadoras para expandir nuestras gargantas, así que lo que mis labios no alcanzaban lo compensé con mi mano y con apasionadas hazañas de mi lengua.

—Aquía...

—¿Humm? —pregunté sin sacarlo de mi boca.

—Ven a mis labios.

—¿Paro? —pregunté de rodillas ante él. Mis ojos juguetearon con una fingida inocencia que lo hizo morderse los labios.

—No es ese mi deseo, pero yo quiero darte más, y si sigues por ahí no voy a rendir mucho.

Sonreí y me quité la parte de abajo de mi ropa interior antes de rodear su cuello con mis brazos y besarlo con la rudeza de las ganas que le tenía. Halé su cabello, mordí su cuello, rasguñé su espalda y grité cuando sus dientes jugaron con el lóbulo de mi oreja.

—Suéltame —me rogó casi gruñendo mientras le mordía el pecho, arañaba su espalda y pasaba mi lengua desde su ingle hasta su cuello—. Suéltame, Aquía. Necesito tomarte.

—¿Puedo salir lastimada?

—No si le robas la fuerza a Aquila.

—¿Qué? —me detuve un momento.

Su mano derecha arrasó con lo que quedaba del anclaje al techo de su cuerda. Una acción autoritaria y premeditada, no impulsos intistivos como los de antes.

Con su mano libre me atrajo hacia él y me dio la vuelta. Mi espalda quedó pega a su piel desnuda y caliente, su mano acariciaba mis senos mientras sus labios rozaban mi oreja.

—Tienes que hacerlo. No podré meterte ni la mitad si no lo haces.

Tragué en seco. Mis piernas estaban cada vez más débiles en su presencia, su entrepierna dura contra mi trasero hacía palpitar más y más mi centro con hondas de calor desesperadas. Sus dedos jugaron por mi vientre, por el interior de mis muslos, pero todavía no tocaban ese punto anhelante en mí.

—¿Recuerdas esa corriente que sentiste cuando nuestras manos se rozaron en la boda?

Mi respiración se cortó y un gemido robó protagonismo en mi boca mientras la lengua de él me tocaba en puntos de mi cuello y espalda demasiado placenteros para ser reales.

—Sí, lo recuerdo —contesté con la voz entrecortada y me mordí los labios.

—Bien... —Podía adivinar la sonrisa en su voz, me provocaba voltearse y arrancarle los labios a besos, pero no moví ni un dedo porque los suyos me tenían a su merced, jugando en la parte baja de mi cuerpo, desesperándome—. Pues ahora imagina lo que podrías sentir si esa misma corriente... te tocara... justo... ahí.

Parte del brillo de sus alas desapareció, deslizándose por su extremidad hasta iluminar su mano. Una luminiscencia escarchada brotaba de su piel, y un zumbido de estática lo envolvía.

Cuando me tocó, ahí donde yo quería, grité. Me doblé de placer y me retorcí mientras sus dedos jugaban en mi entrepierna, moviéndose con la agilidad que yo necesitaba. Vibraban con ese nuevo poder en ellos, era una deliciosa velocidad que ningún ser humano podría generar, era como tener corriente directa pegada a mí, como si mi centro fuera un botón de placer y Orión estuviera presionándolo hasta más de veinte veces por segundo.

Entonces su mano se apartó, dejándome jadeante, desesperada por más, en la versión más primitiva y ansiosa de mí misma. Mi cuerpo sudaba lujuria, mi piel exhumaba placer.

—¿Sabes qué es lo que más me gusta de las torres, preciosa? —preguntó él, sus labios en mi oído—. Que puedes... gritar... todo lo que quieras.

Todo mi cuerpo tembló cuando su mano volvió a mi entrepierna, moviéndose en los puntos que yo quería. Se detuvo de nuevo. Quedé jadeando como si hubiese corrido un maratón, intentando recuperar el aliento cuando sentí que Orión arrancó su otro brazo del anclaje del techo. Libre al fin, lo usó para llevar la punta de su entrepierna a mi cavidad húmeda y palpitante.

Me rozó con ella mientras sus dedos mágicos me tentaban acariciando mis muslos por delante, pero sin tocarme donde lo necesitaba. Me desesperaba que no la metira, traté de empujarme hacia atrás para sentarme en ella, pero él me mantuvo a distancia con su mano. Intenté tirar de su cuerpo hacia mí, más él permanecía firme. Solo me rozaba, disfrutando de toda la humedad que había en la entrada a mi interior.

—¿Cuándo, Orión?

—Sabes lo que tienes que hacer.

Y sí, lo sabía.

Aquila siempre había estado ahí, llamándome, mi único esfuerzo había sido ignorarla. Pero ya no más. Desde la ventana le eché un último vistazo y la llamé, dejando a su alma verterse en la mía. Su fuerza me poseyó con ese brillo dorado que experimenté la primera vez, y aunque no era consciente de lo débil que era en mi versión humana de pronto me sentí de hierro, resistente incluso al temblor de mi cuerpo.

Fue todo lo que necesitó Orión.

La clavó completa en una sola embestida. Grité con tanta fuerza que sentí el eco de mi voz desarmando las paredes de la torre, mis dientes se clavaron en la tierna piel de mis labios sin piedad, dejando un hilo de sangre corriendo por mi cuello que Orión lamió con placer, aumentando el nivel de mis jadeos.

Me arrancó el sostén como había hecho con mi vestido y apretó mis senos mientras yo gemía y gritaba bajo el dominio de sus labios en mi cuello.

No quedaba nada de nuestras delicadas versiones humanas. Éramos dos masas de deseo devorándose, dos almas poderosas que se habían deseado demasiado tiempo como para no destruirse al entregarse el uno al otro.

Orión me empujó sin ninguna especie de tacto, haciéndome caer sobre mis rodillas con su entrepierna todavía dentro de mí.

De cuclillas a mi espalda, comenzó a mover sus caderas con sus manos en mi trasero, deleitado con el placer de mi cavidad húmeda rodeando su miembro duro y palpitante; gruñendo de placer con cada impacto, enterrándola completa y sacándola a su antojo, sin que yo pudiera hacer nada más que gritar, jadear y tocarme a mí misma mientras pedía a gritos que no se detuviera.

Mi espalda arqueada, mi cabello en sus manos, su miembro entrando y saliendo completo de mí con una fuerza arrolladora que me hubiese detrozado en otras circunstancias.

Su nombre se escapaba de mis labios con cada nueva embestida. Pidiendo más, rogando que no se parara, agradeciendo a deidades que no adoraba por el placer que me estaban permitiendo.

Lo escuché murmurar mi nombre una y otra vez conforme más rápido se movía, como si estuviera a punto de explotar dentro de mí.

Pero se detuvo. Bajó la velocidad para contenerse y me tomó por el cuello para pegar mi espalda a él con mis rodillas todavía en el piso y su miembro clavado a profundidad en mi entrepierna.

Sin soltarme, me comenzó a besar y a jugar con su mano donde antes me tocaba yo misma. Me había tomado con tanta fuerza que estaba segura de que sus dedos quedarían grabados en mi cuello, sus dientes en mi piel, y que mi palidez al día siguiente estaría chispeada por los chupones que dejaban sus labios.

Mi respiración subió a un volumen al que jamás había alcanzado conforme la vibración de su mano me fue llevando al punto más extremo de placer que jamás había sentido. Yo iba a explotar, y él no solo lo sabía, él lo deseaba.

«No», me dije. «No antes que él».

Y reprimí como pude las ganas de rendirme ante el placer que sentía, poniéndome otra vez en la posición anterior, moviendo yo misma mis caderas para pegarme contra las suyas. Mi vaivén, mi contoneo, la manera en que me movía incluso estando de espaldas sobre mis rodillas, lo enloqueció. No iba a contenerse mucho tiempo más, no cuando jadeaba como un animal, no cuando sus manos apretaban mi cintura como si quisieran fracturarla.

Sabiendo que había perdido, que no podría aguantar más, llevó una mano a mi entrepierna y me concedió la tregua de que termináramos los dos a la vez.

Mis gritos podían oírse en el cielo.

Sus embestidas eran cada vez más apremiantes.

Su nombre escapó de mi boca cuando mis piernas comenzaron a temblar y todo mi cuerpo se contorsionó de placer.

Sus alas golpeaban la pared con tanto ímpetu que hicieron temblar toda la habitación mientras él me daba más y más fuerte, más rápido, simplemente más. Gruñendo, gimiendo, haciéndome gritar como nunca antes lo había hecho.

Exhaló mi nombre una última vez y yo volví a sentir el vértigo placentero que erizaba mi piel desde la punta de los dedos de mis pies hasta mi cuello. Terminamos juntos, y en medio de aquel desastre de satisfacción y placer, nos emulsionamos en una misma alma.

Orión me cargó, débil como estaba, borracha de placer, y me recostó con él en la cama bajo su brazo.

Dejamos que unos minutos de silencio corrieran como corría el líquido de Orión por mi entrepierna, y luego él me miró como si sus ojos por primera vez tuvieran la bendición de la vista.

—Eres mi diosa, Aquía. Nunca me entregaré a nadie como estoy de entregado a ti.

Sonreí, y dejé ir a Aquila para que mi cuerpo reviviera todas las sensaciones de lo ya hecho. Sus brazos, sus mordiscos, sus labios, su lengua. Mi piel no guardaba secretos, palpitaba en todos los lugares en los que él estuvo.

—Nunca he deseado a nadie como a ti, Orión. Nos acabamos de acostar y ya quiero sentarme encima de ti.

Orión se mordió los labios, mis dedos jugueteando en los vellos de su pecho, sintiendo como subía y bajaba todavía sin acompasarse.

—Lo que daría por tenerte brincando encima de mí.

Buscó con una mano mi trasero y lo apretó, sonriendo como aquel caballero arrogante de nuestro primer encuentro, el mismo que le dijo a la Mano «No es necesario que abras el saco de monedas» porque él se disponía a comprarme a pesar de la voluntad de su hermano.

—¿Necesitas hierbas, o ya tomas de las tuyas? —me preguntó.

—Dejé de tomarlas cuando dejé de ser una Vendida —admití—. ¿Por qué?

—Porque te... bueno, te eché todo adentro. Podrías quedar embarazada.

—Sí, sí, comprendo. Conseguiré más y me haré el té.

Orión me acarició el rostro.

—¿Has pensado en tener hijos alguna vez? Me da curiosidad ahora que ya... puedes. No debes, pero puedes.

—Es cierto. —No había pensado en eso—. Tengo una amiga que no quiere hijos, y yo siempre creí que los quería, pero después de escucharla ahora no sé si los quiero porque no podía tenerlos o porque de verdad quiero ser madre algún día.

—Entiendo. —Me besó los dedos de la mano. Era increíble la delicadeza a la que podía recurrir luego de la maldad con la que me había tomado—. Ahora tienes toda una vida por delante para pensar en eso.

—Oye, por cierto... La primera vez que dejé que el poder de Aquila me poseyera casi me desmayo del dolor, y mi tacto era letal para los Sirios, ¿por qué está vez fue diferente?

—Bueno, preciosa, los Cosmos son almas, las almas están ligadas a los nervios, a la voluntad del cerebro, a todo lo que te hace funcionar como humano. La adrenalina, la excitación y el miedo esparcen sustancias distintas por nuestro cuerpo, y el alma que poseemos reacciona de acuerdo a ellas. Si estás en peligro, Aquila te protegerá, sino... te dará fuerzas. Por cierto, no esperes más. Esta misma noche guarda el poder de Aquila en un lugar donde puedas acceder a él sin importar dónde estés, ¿de acuerdo?

Asentí. Luego de su demostración me quedaba claro que su escondite era Cassio, su espada. Yo tendría toda la noche para pensar en el mío, por ahora lo quería a él y nada más que a él.

—¿Te gustó? —me preguntó a pesar de que mis gritos, gemidos y la manera en que pronunciaba su nombre eran bastante ilustrativos al respecto.

—Orión, te estoy diciendo que acabamos de terminar y ya quiero empezar de nuevo, ¿tú qué crees?

—Que eres insaciable, ¿tal vez?

Reí.

—Pero ahora... temo que desaparezcas.

Su mano sobre mi mejilla se me hizo demasiado tierna, pero luego vino un beso en la frente que lo perfeccionó.

—No esta vez. Cuando te dije que eras mi diosa no mentía. Y si tengo que cumplir tu voluntad a pesar de la mía, lo haré. Quiero protegerte, pero si tú lo que quieres es que nos paremos mañana frente al trono del rey y nos besemos con la intensidad del hambre que nos tenemos, yo así lo haré.

—Orión... —Mi voz sonó más urgida de lo que pretendía—. ¿Me estás hablando en serio?

Tomó mis manos entre las suyas y posó sus labios sobre ellas.

—Claro que sí. Siempre he sido tuyo, creo que es momento de que puedas hacer conmigo lo que quieras.

—¿Y los demás?

—No olvides que yo no soy más que un asesino con un título bonito. No dejaré vivo a nadie que se atreva a volver a amenazarte.

—Bien... —Era momento de decirle lo que más me preocupaba, aquello en lo que ni siquiera había querido pensar—. Hoy recibí una carta con el sello real. El rey Lesath me dijo que esperara una respuesta a algo que le había pedido, y me parece que esta es. La carta dice: «Mi niña, mañana haré un baile. Públicamente te daré lo que has estado pidiendo. Sobra decir que tu asistencia es obligatoria. Disfruta libertad.»

—Eso es...

—Una amenaza muy poco sutil, Orión. Lo sé. Pero necesito que, sin importar lo que él diga o haga mañana, no te culpes, ni te alejes, ni trates de protegerme de tu particular manera.

—Aquía, esto es serio, las cosas se pueden poner muy feas...

—Lesath no tiene pruebas contra mí, lo más que puede hacer para lastimarme es negarme el entrenamiento para calificar como asesina. Supongo que eso hará, darme un no público para ponerme como ejemplo.

Orión suspiró.

—Sea lo que sea, estaré ahí contigo para afrontarlo.

—¿A qué te refieres?

Orión tomó mis manos y me miró con una amplia sonrisa de devoción.

—Aquía, Diosa mía, ¿me concederías el honor de ser mi pareja en el baile de mañana?

Sabiendo que mis palabras sobrarían, me arrojé a su cuerpo e invadí su rostro con una oleada de besitos.


Mis niñas, todas merecen un Orión en sus vidas, no se conformen con menos. Obviamente las alas se las tendrán que imaginar 🤣, pero no acepten nunca a un hombre que anteponga su placer al de ustedes. O terminan los dos, o nada. En nombre de Ara y el rey, amén.

Ahora... ¡¿NO LES DIJE QUE LOS IBA A COMPENSAR?! Este capítulo tiene el largo de dos capítulos promedio de esta historia, así que DE NADA. Comenten qué les parecióóó, estaba muy insegura de si subir esto porque no sé qué tal se me daría la tan espera escena erótica.

Comenta aquí si este capítulo te calentó más que el sol de verano🔥.

Comenta aquí si quieres un Orión en tu vida🏹

Comenta aquí si confirmas que gracias a Aquía la heterosexualidad nunca fue una opción 👭

Capítulo dedicado a Anilec (grupo de Axers) por el siguiente fanart de Orión. (Comenta aquí, bonita, que no sé tu usuario).

Y los memes:

Continue Reading

You'll Also Like

12K 558 4
se besó con un desconocido en un antro sin saber que ese beso cambiaría todo lo que conocía y alteraría cualquier cosa por pequeña o grande que parec...
31.3K 8.6K 112
⚠️Solo a partir del capítulo 401, primera y segunda parte en mi perfil.⚠️ En un giro del destino, Jun Hao, un despiadado matón callejero conocido por...
142K 19K 67
Sinopsis Tras encender el gas para perecer junto a quienes codiciaban la fortuna de su familia, Lin Yi transmigró a otro mundo, ¡y estaba a punto de...
217K 15.4K 51
Días después de su decimoctavo cumpleaños, Aurora Craton siente la atracción de apareamiento mientras trabaja como camarera en una fiesta de los líde...