Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

By AxaVelasquez

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«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... More

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Capítulo 31: Un buen hombre

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By AxaVelasquez

*Este capítulo está dedicado a ti, lector, que con paciencia esperas los capítulos de mi historia. Esta historia es tuya junto con mi corazón ♡*

Su camisa enrollada rodeaba mi cuello con presión, lastimándome. No perdía el conocimiento porque él tenía el control, y cada vez que estaba a punto de enloquecer por la falta de oxígeno él aflojaba su agarre dejando el espacio suficiente para que el aire pasara por mi garganta hasta mis necesitados pulmones.

Su cuerpo contra mi espalda me mantenía pegada a la pared, firme, inmóvil. Sus puños estaban apoyados en mis hombros, aferrándose a los extremos de la camisa, y su rostro cerca de mi oreja para que escuchara con claridad todo lo que tenía que decirme.

—Basta —le pedí una última vez con la voz estrangulada, la siguiente no sería tan amable.

—No puedo. —Su aliento apestaba a licor. No lo suficiente para llegar a ser nauseabundo, pero evidenciaba lo mucho que había bebido, lo nublada que debía estar su razón y su juicio—. No hasta que sepa que no vas a mentirme.

—Si te quisiera mentir… —Pero apretó más el nudo sobre mi tráquea asesinando el resto de mi oración.

Bien, así jugaremos entonces.

Eché mi cabeza hacia atrás con todo el impulso que pude para golpear con fuerza su rostro. Salté, afincando mis pies en la pared, y me impulsé hacia atrás, haciéndonos rodar por el suelo.

Me puse de pie de inmediato, resguardándome detrás de un sofá con las manos alrededor de mi cuello, tosiendo mientras recuperaba el aliento.

—Para, hablemos como personas civilizadas.

Ebrio o no, sus reflejos y condición física seguían intactos. Con la destreza y soltura de un animal salvaje saltó el mueble cayendo del otro lado con una mano en el suelo y las rodillas flexionadas, mirándome fijamente con una intensidad desestabilizante.

—Pero no somos personas civilizadas, ¿o sí? Somos asesinos.

Su mano izquierda se cerró sobre mi cuello y mi pie se estrelló contra su pecho, alejándolo de mí. Rodó por el suelo, sacó algo de su bolsillo y lo arrojó. El proyectil pasó tan cerca de mi rostro que me rasguñó la mejilla y se llevó consigo unos mechones de mi cabello recogido, hasta clavarse en el sofá.

Arranqué la daga del cuerpo del mueble y me reí.

—¿Te diviertes? —preguntó con odio.

—¿Yo? Para nada. ¿Tú? Al parecer, sí. —Negué con la cabeza—. ¿A qué juegas, Ares? Puede que tu hermano sea el mejor con la puntería pero en esta habitación no existe nadie con mejores reflejos que tú. Si hubieses querido darme con esa daga, la tendría clavada en el cuello.

Apretó los labios, tal vez lo estaba presionando demasiado.

—Rétame, y la siguiente la clavaré en tu ojo.

—Yo no fui, Ares.

Mi voz perdió toda burla, toda insinuación, todo reto. Desnudé mis palabras para que llegaran a él como lo que eran: la verdad.

—No te creo.

—Entonces estamos perdiendo el tiempo, ¿no? Si no vas a creer lo que te diga entonces no estás aquí para preguntar. ¿Para qué viniste?

Las venas de su cuello se veían tan tensas que las creí capaces de reventar en cualquier momento.

—No lo sé —admitió, sin relajar la ira contenida en su garganta—. Supongo que necesito una razón para no matarte a pesar de lo que hiciste.

—Bien, entonces sigamos esa línea de razonamiento. —Nerviosa, me pasé la mano por la frente empapada, mi ritmo cardíaco no se normalizaba y Ares se veía muy inestable—. Supongamos que sí, que lo hice. ¿Qué piensas al respecto?

—Que eres una maldita. Ese hombre, te cayera bien o no, era mi padre.

—No era una buena persona, ni siquiera era un buen padre.

Un segundo proyectil voló hacia mí, esta vez pasando tan cerca de mi brazo que abrió un canal de profundidad considerable antes de caer al suelo.

Me llevé la mano a la herida ensangrentada y miré a Ares con mi paciencia a punto de agotarse.

—La próxima te la entierro yo mismo —advirtió—. No eres nadie para decidir si él era o no un buen padre.

—Yo no, pero, ¿y Leo?

—Las cosas que hizo las hizo porque estaba ciego. Tendrías que matar a cada maldito hombre creyente de Aragog, porque cualquiera habría hecho lo que él al descubrir que su hijo iba en contra de todo lo que es sagrado para él, para Ara.

—Tú no crees eso, Ares, tú me dijiste...

—¿Crees que me conoces más tú que yo mismo? ¿Crees que lo conocías a él? ¿A Leo? No. No sabes nada. Mi padre cometió atrocidades por su fe, acciones que yo mismo repudié, pero no merecía la muerte y tú no tenías ningún derecho a decidir eso.

Una sonrisa cínica se dibujó en mis labios, con la misma, y una ceja alzada, miré a Ares directo a los ojos.

—Qué doble moral la tuya, diciendo esas palabras sabiendo que entrenas a diario para arrebatar la vida de otros sobre los que no te compete elegir.

Ares sonrió, sus ojos verdes brillando como los de un reptil.

—Sí, princesa, así somos. Seres sin moral, pero debemos atenernos a que las vidas que arrebatamos tienen dolientes. Algunos se limitan a llorar su pérdida... pero cuando se levanta uno con sed de venganza, hay que ser lo suficientemente valiente para enfrentarlo como lo fuimos en un principio para matar.

—¿Vale la pena lo que estás haciendo? —inquirí—. ¿Qué pensaría Leo si me mataras?

—Leo tomó sus decisiones, yo tomaré las mías. Además, él mismo no puede negar que si las cosas hubiesen sido distintas, todavía podría atesorar los mejores momentos que tuvimos con nuestro padre. Porque hubo, y sobraron.Fue un buen padre, Aquía, y tú no eres nadie para decir lo contrario.

—Por supuesto que no. Pero los monstruos más viles pueden ser buenos padres, buenos amigos, buenos amantes, buenos con los animales, y eso no quita que deban pagar por sus crímenes. De verdad lo siento, Ares, pero tu padre tomó decisiones que destruyeron la voluntad de muchas mujeres, y mi propia alma, y alguien decidió que esa parte de él no podía seguir existiendo, y destruyendo.

—¿Sigues con eso de que fue alguien más?

—Me mantengo en la verdad.

—Sigo sin creerte. Y sacrificaste todo por tu venganza. Tu libertad, tu vida, y tus únicos amigos. Leo y yo íbamos a ayudarte a escapar, ¿sabes? ¿Crees que te habríamos dejado pasar por esto? Nunca. Pero no pensaste en nada.

—Ares, basta. Puedes sufrir, pero no justificar los actos de tu padre. La pena de muerte existe por un motivo, y no existe ese tipo de justicia en crímenes contra mujeres. Nos toca ser juez y verdugo a nosotras mismas. Por favor, no cometas el error de ser como ellos y admite que tengo el mismo derecho de justicia como la tendrías tú si fuera a ti a quien hubiesen herido hasta los huesos.

—¿Qué tal si no estoy fingiendo ni cometiendo errores, princesa? ¿Qué tal si soy como ellos? Soy hijo de un monstruo, ¿no? De tu peor pesadilla.

—Ares... —Extendí mi mano por el suelo, sin tocarlo, un intento de exterminar las barreras, una invitación a la tregua cuando él estuviera listo para aceptarla—. No me quieras mentir mirándome a los ojos. Puede que tengas razón y yo no te conozca tanto, pero no he visto ningún monstruo al que se le quiebre la voz y se le humedezcan los ojos al hablar con una mujer.

Ares cayó de rodillas entre temblores y sollozos, y yo corrí a abrazarlo. A pesar de las heridas de puñal por las palabras ya dichas, a pesar del frío de su pérdida y el fuego de mi victoria, a pesar de que su proceder fuese el rostro de mis pesadillas, y que mi mayor logro sea el motivo de su dolor. A pesar de las marcas en mi cuello que su ira dejó, de la sangre en mi brazo porque no fue capaz de herir mi pecho, y a pesar de las dagas y mentiras esparcidas por la habitación; dejé a Ares temblar en mis brazos y empapar mi cabello, porque él era el único hombre al que podía llamar amigo, y porque yo quería significar lo mismo para él.

☆☆•☆☆

Con el pasar de los días las cosas seguían un poco tensas. Ares accedió a quedarse conmigo en la torre, permitiéndome usar su habitación mientras él acondicionaba la de Leo para sí mismo. Ni siquiera había querido pensar en qué haría con la que le perteneció a su padre, y no me parecía un buen momento para tocar el tema.

A pesar de vivir juntos nuestras conversaciones se tornaron escasas y famélicas, como su ánimo; incluso evitábamos cruzarnos los momentos en que él no estaba en entrenamiento.

Quería poder ayudarlo a sanar, quería tener algún artefacto mágico que lo convenciera de mi inocencia, pero no era momento de dejar que esas preocupaciones me invadieran. La vida me dio una única oportunidad de ser dueña de mi vida y no iba a desperdiciarla lamentando lo mejor que me había pasado hasta entonces. Era el momento de ser una líder.

Me conseguí con Ares en la mesa por la mañana, cosa inusual. Él solía desayunar temprano e irse a los entrenamientos mucho antes de que yo siquiera abriera los ojos.

—Buenos días —saludé sentándome al otro extremo de la mesa. Estaba vestida con un camisón de sedas negras que usaba para dormir, y mi crineja estaba hecha un desastre por las mil vueltas que di en la almohada durante la noche.

—Le di la mañana a las Vendidas —explicó deslizando un plato hacia mí. El platillo me sonreía con el corte jugoso de algún animal no identificado acompañado de un guiso picante, papas y una ensalada de verduras—. No cocinaba desde el cumpleaños número quince que tuvimos Leito y yo, así que con que no vomites estaría muy agradecido.

Lo miré con la boca abierta por la sorpresa, bajé los ojos al plato y engullí una cucharada tras otra. Ningún hombre me había recibido jamás con el desayuno hecho, y dudaba que fuese algo habitual para otras mujeres. Además, el platillo estaba riquísimo, no podía creer que Ares tuviera realmente tanto tiempo sin cocinar.

—No te creo. Basándome en este platillo sospecho que en las mañanas no te vas a clavar cuchillos a asesinos en potencia sino a vegetales en un curso de cocina secretísimo.

Ares se carcajeó. El rostro se le iluminó como no lo había visto en días y sus ojos verdosos se achicaron hasta casi desaparecer detrás de sus pestañas oscuras. Llevaba sus rizos color miel húmedos, lo que me indicaba que se acababa de duchar, y se camisa negra de manga corta dejaba al descubierto sus brazos tatuados y por su cuello también se le asomaban algunos que conocía bien por las veces que lo había visto con el dorso al descubierto.

—Te dije que no cocino desde los quince, pero no te dije con cuanta frecuencia lo hacía entonces. Era mucha. A Leo se le metió en la cabeza que de grande quería ser dueño de una taberna y ser el jefe de cocina con un ejército de cocineros a su merced, yo incluido entre ellos. Por supuesto, esta idea pronto fue aplastada por la presión… familiar, de que él fuese el Lord que heredara el apellido, la futura Mano del heredero. Yo estaba descartado porque desde pequeño me impuse a la idea de servir al reino desde una corte de víboras. Así que a los dieciocho, Leo y yo prometimos que haríamos nuestro futuro juntos y lejos de la presión de lo que se nos imponía. Como desde pequeños nos gustaba jugar con cuchillos decidimos entrar al entrenamiento del reino para asesinos.

—Escucha… Estuve pensando… —Terminé de tragar—. Tal vez deberíamos hacer que Leo vuelva. Las decisiones de… anteriormente tomadas, ya no aplican, al menos no a los deseos de la nueva cabeza del apellido. Me parece que Leo no ha hecho nada que yo considere merecedor de un repudio como el que recibió, y creo que sería bueno que volviera a la torre, con nosotros. ¿No crees?

Ares sonrió divertido, como si ya esperara esas palabras de mi parte. Se metió unas cucharadas de comida a la boca, terminó de masticar y solo entonces me contestó.

—Leo no vendrá, princesa. Mi hermano no hay nada que odie más en este momento que el apellido que una vez tuvo. Tal vez vendría a vivir con nosotros en otras circunstancias, pero justo ahora Leo está… Enamorado de su libertad. Está viviendo alquilado en una habitación en un barrio de la ciudad, trabaja de noche en la cocina de un bar decente y entrena todo el día y toda la tarde conmigo: felicidad en su máxima expresión. Y… por lo que sé, su arrendador y él son muy… cercanos. Leo no lo abandonaría. Así que no te preocupes, princesa. Leo está mucho mejor que tú y que yo.

—Espero tengas razón.

—La tengo, en serio. No te preocupes por él.

—Bien, estoy muy feliz por él. —Miré hacia otro lado no sabiendo cómo conducir la conversación al otro punto que quería tocar—. Hay otra cosa de la que quería hablarte.

—¿No te gustó la comida?

Me reí.

—Nada de eso, tal vez me gustó tanto que estoy considerando esclavizarte en las cocinas.

—Sería un honor ser su esclavo, madame.

Torcí los ojos con una sonrisa sonrosada en el rostro.

—Ares, eres todo un galán. Si no fuera tu madrastra me casaría contigo.

—He escuchado que le gusta romper las reglas, princesa. No creo que lo que menciona sea impedimento para nuestro romance. Me parece que su problema es otro… He escuchado que no le gustan los cuchillos como le gustan las… espadas.

Ambos nos reímos hasta que casi me atraganto con la comida. No quería pensar en Orión, era un tema delicado teniendo en cuenta que ni su sombra había aparecido por la torre desde mi boda funeraria, pero Ares convirtió ese mal trago en un buen chiste.

—Entonces, ¿qué querías decirme?

—Quiero liberar a las Vendidas.

Ares se congeló con la mano a medio camino entre el plato y su boca.

—Ah, claro, casual. Simplemente te has vuelto loca.

—No estoy loca, sé lo que digo. Quiero que liberes a todas las Vendidas y que las ayudes a conseguir trabajo.

—Aquía, lo que pides ni siquiera es opción.

—¿Planeas usarlas o qué? —inquirí con una ceja alzada.

—No me malinterpretes, es que... No es que quiera usarlas, no como tal, pero sí podríamos darles otro fin... más útil.

—Te estás contradiciendo.

—Aquía, mi padre seleccionó sus Vendidas de los mercados de más prestigio, lo que tenemos aquí es una fortuna. Una fortuna, Aquía. Mi padre no invirtió en tierras como lo hizo en sus Vendidas porque dio por hecho que nunca se iría de esta torre.

Dejé de comer. Apoyé los codos en la mesa y entrelacé mis manos posicionando mi mentón sobre ellas.

—Lo que tenemos aquí no es ninguna fortuna, Ares Circinus, son mujeres.

—Sí, sí. Pero no hay que buscarles un trabajo en otro lado cuando podemos buscarles qué hacer nosotros mismos, es lo que se hace con todas las Vendidas que ya no se van a usar.

Sí, eso me quedaba claro luego de ver lo que hizo Antares con Andrómeda. Me negaba a ser otro Antares en el reino y con mujeres de mi misma posición.

—Si no reciben un pago por lo que hacen no son trabajadoras, son esclavas. No consentiré la esclavitud de las mías y no concibo que tú puedas siquiera considerarlo.

Ares alzó las manos exaltado.

—No me condenes, así siempre han sido las cosas.

—Pues ya no más. Libera a todas menos a cuatro, dos serán mis doncellas y dos se encargarán del mantenimiento de la torre. De la pensión que me da el reino se repartirá entre cada una de ellas. Yo no necesito dinero más que para comer. Y como empleadas y no sirvientas se les concederá a cada una un día libre a elección. Por semana. Y se les llamará a cada una por su nombre. ¿Alguna objeción?

—Tú mandas, princesa, se hará lo que tú digas.

Amados Axers, Vendida está pronta a llegar a 400k lecturas, y de verdad quisiera ver este libro llegar al medio millón. ¿Lo imaginan? Se me ocurrió una iniciativa que me parece muy bonita y ojalá me apoyen con esto. Que en Instagram compartan imágenes/frases/memes/dibujos/la portada/un post/su opinión o lo que sea de esta historia y usen el hashtag #PorelMedioMillondeVendida y obviamente me etiqueten para compartirlo (axavelasquez). Pueden compartir publicaciones que ya estén en mi perfil, pero la idea es recomendar la historia para que más personas la conozcan y la lean. Me harían un enorme favor si lo recomendaran a un amigo, que lo relean si les provoca, todo cuenta ♡

Siempre estarán en mi corazón por ayudarme a cumplir este sueño.

Recuerden que cualquier meme, fanart o edit que me pasen de la historia aparecerá en mi Instagram y al final del próximo capítulo.

Los siguientes fanarts fueron un obsequio de mi querida Axer Marie (comenta aquí, preciosa, que no me sé tu usuario).

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