SOULMATES ━Harry J. Potter

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SOULMATES | Cuando dos almas se tienen que encontrar, los mundos se juntan, la distancia se borra y deja de e... More

SOULMATES
GRAPHICS
volume one; the prisoner of azkaban
01. the leaky cauldron
02. the dementor
03. new classes
04. the boggart
05. flight of the fat lady
06. werewolves
07. the defeat
08. best friends
09. christmas
10. face to face
11. the final
12. the truth, part I
13. the truth, part II
14. the truth, part III
15. freedom
volume two; the goblet of fire
16. growing up
18. bagman and crouch
19. the quidditch world cup
20. the dark mark
21. return to hogwarts
22. the triwizard tournament
23. mad-eye moody
24. the unforgivable curses
25. durmstrang and beauxbatons
26. the goblet of fire
27. the insult to snape
28. first date
29. the first task
30. invitations
31. the dance
32. rita skeeter
33. a family of two
34. the second task
35. hogsmeade
36. the strange girl
37, the last task
volume three; the order of phoenix
38, number 12 of grimmauld place
39, harry's anger
40, gray eyes
41, better person
42, the new professor
43, dolores umbridge
44, hermione's birthday
45, percy's letter
46, hogwarts high inquisitor
47, hog's head
48, dumbledore's army
49, victory and defeat
50, hagrid's return
51, the dream
52, the artist
53, the visit to San Mungo
54, night talks
55, the class of muggle music
56, daily prophet
57, double date
58, talks in the kitchen
59, the dismissal of trelawney
60, the centaur and the lion
61, father
62, fred, george and an apology
63, the o.w.l.s and the enemy of ron
64, red-handed
65, right to save prongs
66, department of mysteries
67, department of mysteries, part II
68, through the veil
69, soulmates
70, lord voldemort
71, the birthday letter
72, R.A.B
volume four; the half blood prince
73, talking to the moon
74, TIMOS
75, grandparents
76, weasley's wizard wheezes
77, the slug club
78, in an uncomfortable bed, again
79, the cat
80, the first class of snape like professor of DADA
81, harry reaches aries
82, the quidditch try-out
83, guilty
84, katie flies
85, between ron and hermione
86, invitation to the slughorn party
87, the christmas party
88, hugs
89, caught in action
90, the apparition class
91, love potion
92, the truth
93, parties, kisses and pacts
94, little talks
95, the apparition test
96, sectumsempra
97, the recognition
98, death knocking on the door
99, the man who helped her
100, the funeral
volume five; the deathly hallows
101, dreams
AVISO
102, the dursleys farewell
103, the seven harrys
104, bad feeling
105, the ring
106, harry's brithday
107, the wedding
108, sweet home
109, the founders

17. the burrow

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17, LA MADRIGUERA


Los cinco salieron de la habitación de Ron, bajaron la escalera y encontraron a la señora Weasley sola en la cocina, con aspecto de enfado.

—Vamos a comer en el jardín —les dijo en cuanto entraron—. Aquí no cabemos catorce personas. ¿Podrían sacar los platos, chicas? Bill y Charlie están colocando las mesas. Ustedes dos, lleven los cubiertos —les dijo a Ron y a Harry. Con más fuerza de la debida, apuntó con la varita a un montón de patatas que había en el fregadero, y éstas salieron de sus mondas tan velozmente que fueron a dar en las paredes y el techo—. ¡Dios mío! —exclamó, apuntando con la varita al recogedor, que saltó de su lugar y empezó a moverse por el suelo recogiendo las patatas—. ¡Esos dos! —estalló de pronto, mientras sacaba cazuelas del armario. Aries comprendió que se refería a Fred y a George—. No sé qué va a ser de ellos, de verdad que no lo sé. No tienen ninguna ambición, a menos que se considere ambición dar tantos problemas como pueden.

Depositó ruidosamente en la mesa de la cocina una cazuela grande de cobre y comenzó a dar vueltas a la varita dentro de la cazuela. De la punta salía una salsa cremosa conforme iba removiendo.

—No es que no tengan cerebro —prosiguió irritada, mientras llevaba la cazuela a la cocina y encendía el fuego con otro toque de la varita-, pero lo desperdician, y si no cambian pronto, se van a ver metidos en problemas de verdad. He recibido más lechuzas de Hogwarts por causa de ellos que de todos los demás juntos. Si continúan así terminarán en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia.

La señora Weasley tocó con la varita el cajón de los cubiertos y platos, que se abrió de golpe. Aries, Ginny, Hermione, Harry y Ron se quitaron de en medio de un salto cuando algunos de los cuchillos salieron del cajón, atravesaron volando la cocina y se pusieron a cortar las patatas que el recogedor acababa de devolver al fregadero.

—No sé en qué nos equivocamos con ellos —dijo la señora Weasley posando la varita y sacando más cazuelas—. Llevamos años así, una cosa detrás de otra, y no hay manera de que entiendan... ¡OH, NO, OTRA VEZ!

Al coger la varita de la mesa, ésta lanzó un fuerte chillido y se convirtió en un ratón de goma gigante.

—¡Otra de sus varitas falsas! —gritó—. ¿Cuántas veces les he dicho a esos dos que no las dejen por ahí?

Cogió su varita auténtica, y al darse la vuelta descubrió que la salsa humeaba en el fuego.

—Vamos —le dijo Ginny a Aries y a Hermione apresuradamente, cogiendo una pila de platos del cajón—. Vamos a echarles una mano a Bill y a Charlie.

Dejaron sola a la señora Weasley y salieron al patio por la puerta de atrás.

Apenas habían dado unos pasos cuando Crookshanks, el gato color canela y patizambo de Hermione, salió del jardín a toda velocidad con su cola de cepillo enhiesta y persiguiendo lo que parecía una patata con piernas llenas de barro. Era un gnomo. Con su palmo de altura, golpeaba en el suelo con los pies como los palillos en un tambor mientras corría a través del patio, y se zambulló de cabeza en una de las botas de goma que había junto a la puerta. Aries oyó al gnomo riéndose a mandíbula batiente mientras Crookshanks metía la pata en la bota intentando atraparlo. Al mismo tiempo, desde el otro lado de la casa llegó un ruido como de choque.

Comprendieron qué era lo que había causado el ruido cuando entraron en el jardín y vieron que Bill y Charlie blandían las varitas haciendo que dos mesas viejas y destartaladas volaran a gran altura por encima del césped, chocando una contra otra e intentando hacerse retroceder mutuamente. Fred y George gritaban entusiasmados, Ginny y Nymphadora se reían y Hermione rondaba por el seto, aparentemente dividida entre la diversión y la preocupación. La mesa de Bill se estrelló contra la de Charlie con un enorme estruendo y le rompió una de las patas, mientras Harry y Ron salían de la casa con varios cubiertos en las manos. Se oyó entonces un traqueteo, y, al mirar todos hacia arriba, vieron a Percy asomando la cabeza por la ventana del segundo piso.

—¿Quieren hacer menos ruido? —gritó.

—Lo siento, Percy —se disculpó Bill con una risita—. ¿Cómo van los culos de los calderos?

—Muy mal —respondió Percy malhumorado, y volvió a cerrar la ventana dando un golpe.

Riéndose por lo bajo, Bill y Charlie posaron las mesas en el césped, una pegada a la otra, y luego, con un toquecito de la varita mágica, Bill  volvió a pegar la pata rota e hizo aparecer por arte de magia unos manteles.

A las siete de la tarde, las dos mesas crujían bajo el peso de un sinfín de platos que contenían la excelente comida de la señora Weasley, y los nueve Weasley, Aries, Sirius, Nymphadora, Harry y Hermione tomaban asiento para cenar bajo el cielo claro, de un azul intenso.

Al otro extremo de la mesa, Percy ponía a su padre y a Sirius al corriente de todo lo relativo a su informe sobre el grosor de los calderos.

—Le he dicho al señor Crouch que lo tendrá listo el martes —explicaba  Percy dándose aires—. Eso es algo antes de lo que él mismo esperaba, pero me gusta hacer las cosas aún mejor de lo que se espera de mí. Creo que me agradecerá que haya terminado antes de tiempo. Quiero decir que, como ahora hay tanto que hacer en nuestro departamento con todos los preparativos para los Mundiales, y la verdad es que no contamos con el apoyo que necesitaríamos del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos... Ludo Bagman...

—Ludo me cae muy bien —dijo el señor Weasley en un tono afable—. Es el que nos ha conseguido las entradas para la Copa. Yo le hice un pequeño favor: su hermano, Otto, se vio metido en un aprieto a causa de una segadora con poderes sobrenaturales, y arreglé todo el asunto...

—Desde luego, Bagman es una persona muy agradable —repuso Percy desdeñosamente—, pero no entiendo cómo pudo llegar a director de departamento. ¡Cuando lo comparo con el señor Crouch...! Desde luego, si se perdiera un miembro de nuestro departamento, el señor Crouch intentaría averiguar qué ha sucedido. ¿Sabes que Bertha Jorkins lleva desaparecida ya más de un mes? Se fue a Albania de vacaciones y no ha vuelto...

—Sí, le he preguntado a Ludo —dijo el señor Weasley, frunciendo el entrecejo—. Dice que Bertha se ha perdido ya un montón de veces. Aunque, si fuera alguien de mi departamento, me preocuparía...

—Por supuesto, Bertha es un caso perdido —siguió Percy—. Creo que se la han estado pasando de un departamento a otro durante años: da más problemas de los que resuelve. Pero, aun así, Ludo debería intentar encontrarla. El señor Crouch se ha interesado personalmente... Ya sabes que ella trabajó en otro tiempo en nuestro departamento, y creo que el señor Crouch le tiene estima. Pero Bagman no hace más que reírse y decir que ella seguramente interpretó mal el mapa y llegó hasta Australia en vez de Albania. En fin —Percy lanzó un impresionante suspiro y bebió un largo trago de vino de saúco—, tenemos ya bastantes problemas en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional para que intentemos encontrar al personal de otros departamentos. Como sabes, hemos de organizar otro gran evento después de los Mundiales. —Se aclaró la garganta como para llamar la atención de todos, y miró al otro extremo de la mesa, donde estaban sentados Aries, Harry, Ron, Hermione y Ginny, antes de continuar—: Ya saben de qué hablo —levantó ligeramente la voz—: el asunto ultrasecreto.

Ron puso cara de resignación y les susurró:

—Ha estado intentando que le preguntemos de qué se trata desde que empezó a trabajar. Seguramente es una exposición de calderos de culo delgado.

En el medio de la mesa, la señora Weasley discutía con Bill a propósito de su pendiente, que parecía ser una adquisición reciente.

—... con ese colmillazo horroroso ahí colgando... Pero ¿qué dicen en el banco?

—Mamá, en el banco a nadie le importa un comino lo que me ponga mientras ganen dinero conmigo —explicó Bill con paciencia.

—Y tu pelo da risa, cielo —dijo la señora Weasley, acariciando su varita—. Si me dejaras darle un corte...

—A mí me gusta —declaró Nymphadora, que estaba sentada al lado de Bill—. Tú estás muy anticuada, Molly. Además, no tienes más que mirar el pelo del profesor Dumbledore...

Y cambió su aspecto para tener la misma cabeza que Dumbledore, haciendo reír a todos en la mesa.

Junto a la señora Weasley, Fred, George y Charlie hablaban animadamente sobre los Mundiales.

—Va a ganar Irlanda —pronosticó Charlie con la boca llena de patata—. En las semifinales le dieron una paliza a Perú.

—Ya, pero Bulgaria tiene a Viktor Krum —repuso Fred.

—Krum es un buen jugador, pero Irlanda tiene siete estupendos jugadores —sentenció Charlie—. Ojalá Inglaterra hubiera pasado a la final. Fue vergonzoso, eso es lo que fue.

—¿Qué ocurrió? —preguntó interesado Harry.

—Fue derrotada por Transilvania, por trescientos noventa a diez —repuso Aries con tristeza—. Una actuación terrorífica. Y Gales perdió frente a Uganda, y Escocia fue vapuleada por Luxemburgo.

Antes de que tomaran el postre, helado casero de fresas, el señor Weasley hizo aparecer mediante un conjuro unas velas para alumbrar el jardín, que se estaba quedando a oscuras, y para cuando terminaron, las polillas revoloteaban sobre la mesa y el aire templado olía a césped y a madreselva. Aries había comido maravillosamente y se sentía en paz con el mundo mientras contemplaba a los gnomos que saltaban entre los rosales, riendo como locos y corriendo delante de Crookshanks.

—Miren qué hora es —dijo de pronto la señora Weasley, consultando su reloj de pulsera—. Ya tendrían que estar todos en la cama, porque mañana tendrán que levantarse con el alba para llegar a la Copa. Harry, Aries, si me dejan la lista de la escuela, les puedo comprar las cosas mañana en el callejón Diagon. Voy a comprar las de todos los demás porque a lo mejor no queda tiempo después de la Copa. La última vez el partido duró cinco días.

—¡Jo! ¡Espero que esta vez sea igual! —dijo Harry entusiasmado.

—Bueno, pues yo no —replicó Percy en tono moralista—. Me horroriza pensar cómo estaría mi bandeja de asuntos pendientes si faltara cinco días del trabajo.

—Desde luego, alguien podría volver a ponerte una caca de dragón, ¿eh, Percy? —dijo Fred.

—¡Era una muestra de fertilizante proveniente de Noruega! —respondió Percy, poniéndose muy colorado—. ¡No era nada personal!

—Sí que lo era —le susurró Fred a Aries, cuando se levantaban de la mesa—. Se la enviamos nosotros.

Cuando, en la habitación de Ginny, Sirius la zarandeó para despertarla, a Aries le pareció que acababa de acostarse.

—Es la hora de irse, Aries, cielo —le susurró, dejándola para ir a despertar a Hermione.

Fuera todavía estaba oscuro. Hermione decía algo incomprensible mientras Sirius la levantaba. A los pies del colchón vio una forma pequeña y despeinada que surgían de sendos líos de mantas.

—¿Ya es la hora? —preguntó Ginny, más dormida que despierta.

Se vistieron en silencio, demasiado adormecidas para hablar, y luego,
bostezando y desperezándose, las tres bajaron la escalera camino de la cocina. Fred, George, Ron, Harry, los señores Weasley y Sirius ya se encontraban allí.

—¿Por qué nos hemos levantado tan temprano? —preguntó Ginny,
frotándose los ojos y sentándose a la mesa.

—Tenemos por delante un pequeño paseo —explicó el señor Weasley.

—¿Paseo? —se extrañó Harry—. ¿Vamos a ir andando hasta la sede de los Mundiales?

—No, no, eso está muy lejos —repuso el señor Weasley, sonriendo—. Sólo hay que caminar un poco. Lo que pasa es que resulta difícil que un gran número de magos se reúnan sin llamar la atención de los muggles. Siempre tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de viajar, y en una ocasión como la de los Mundiales de quidditch...

—¡George! —exclamó bruscamente la señora Weasley, sobresaltando a todos.

—¿Qué? —preguntó George, en un tono de inocencia que no engañó a nadie.

—¿Qué tienes en el bolsillo?

—¡Nada!

—¡No me mientas!

La señora Weasley apuntó con la varita al bolsillo de George y dijo:

—¡Accio!

Varios objetos pequeños de colores brillantes salieron zumbando del
bolsillo de George, que en vano intentó agarrar algunos: se fueron todos volando hasta la mano extendida de la señora Weasley.

—¡Les dijimos que los destruyeran! —exclamó, furiosa, la señora Weasley,
sosteniendo en la mano lo que, sin lugar a dudas, eran más caramelos longuilinguos—. ¡Les dijimos que se deshicieran de todos! ¡Vacíen los bolsillos, vamos, los dos!

Fue una escena desagradable. Evidentemente, los gemelos habían tratado de sacar de la casa, ocultos, tantos caramelos como podían, y la señora Weasley tuvo que usar el encantamiento convocador para encontrarlos todos.

—¡Accio! ¡Accio! ¡Accio! —fue diciendo, y los caramelos salieron de los lugares más imprevisibles, incluido el forro de la chaqueta de George y el dobladillo de los vaqueros de Fred.

—¡Hemos pasado seis meses desarrollándolos! —le gritó Fred a su madre, cuando ella los tiró.

—¡Ah, una bonita manera de pasar seis meses! —exclamó ella—. ¡No me extraña que no tuvieran mejores notas!

El ambiente estaba tenso cuando se despidieron. La señora Weasley aún
tenía el entrecejo fruncido cuando besó en la mejilla a su marido, aunque no tanto como los gemelos, que se pusieron las mochilas a la espalda y salieron sin dirigir ni una palabra a su madre.

—Bueno, pasenlo bien —dijo la señora Weasley—, y portense como Dios manda —añadió dirigiéndose a los gemelos, pero ellos no se volvieron ni respondieron—. Les enviaré a Bill, Charlie, Nymphadora y Percy hacia mediodía —añadió, mientras el señor Weasley, Sirius, Aries, Harry, Ron, Hermione y Ginny se marchaban por el oscuro patio precedidos por Fred y George.

Hacía fresco y todavía brillaba la luna. Sólo un pálido resplandor en el horizonte, a su derecha, indicaba que el amanecer se hallaba próximo. Ariea, que había estado pensando en los miles de magos que se concentrarían para ver los Mundiales de quidditch, apretó el paso para caminar junto al señor Weasley y Sirius.

—Entonces, ¿cómo vamos a llegar todos sin que lo noten los muggles? —preguntó Harry.

—Ha sido un enorme problema de organización —dijo el señor Weasley
con un suspiro—. La cuestión es que unos cien mil magos están llegando para presenciar los Mundiales, y naturalmente no tenemos un lugar mágico lo bastante grande para acomodarlos a todos. Hay lugares donde no pueden entrar los muggles, pero imagínate que intentáramos meter a miles de magos en el callejón Diagon o en el andén nueve y tres cuartos... Así que teníamos que encontrar un buen páramo desierto y poner tantas precauciones anti-muggles como fuera posible. Todo el Ministerio ha estado trabajando en ello durante meses. En primer lugar, por supuesto, había que escalonar las llegadas. La gente con entradas más baratas ha tenido que llegar dos semanas antes. Un número limitado utiliza transportes muggles, pero no podemos abarrotar sus autobuses y trenes. Ten en cuenta que los magos vienen de todas partes del mundo. Algunos se aparecen, claro, pero ha habido que encontrar puntos seguros para su aparición, bien alejados de los muggles. Creo que están utilizando como punto de aparición un bosque cercano. Para los que no quieren aparecerse, o no tienen el carné, utilizamos trasladores. Son objetos que sirven para transportar a los magos de un lugar a otro a una hora prevista de antemano. Si es necesario, se puede transportar a la vez un grupo numeroso de personas. Han dispuesto doscientos puntos trasladores en lugares estratégicos a lo largo de Gran Bretaña, y el más próximo lo tenemos en la cima de la colina de Stoatshead. Es allí adonde nos dirigimos.

El señor Weasley señaló delante de ellos, pasado el pueblo de Ottery St. Catchpole, donde se alzaba una enorme montaña negra.

—¿Qué tipo de objetos son los trasladores? —preguntó Harry con curiosidad.

—Bueno, pueden ser cualquier cosa —respondió Sirius—. Cosas que no llamen la atención, desde luego, para que los muggles no las cojan y jueguen con ellas... Cosas que a ellos les parecerán simplemente basura.

Caminaron con dificultad por el oscuro, frío y húmedo sendero hacia el pueblo. Sólo sus pasos rompían el silencio; el cielo se iluminaba muy despacio, pasando del negro impenetrable al azul intenso, mientras se acercaban al pueblo. Aries tenía las manos y los pies helados. El señor Weasley miraba el reloj continuamente. Cuando emprendieron la subida de la colina de Stoatshead no les quedaban fuerzas para hablar, y a menudo tropezaban en las escondidas madrigueras de conejos o resbalaban en las matas de hierba espesa y oscura.

A Aries le costaba respirar, y las piernas le empezaban a fallar cuando por fin los pies encontraron suelo firme.

—¡Uf! —jadeó el señor Weasley, quitándose las gafas y limpiándoselas en el jersey—. Bien, hemos llegado con tiempo. Tenemos diez minutos...

Hermione llegó en último lugar a la cresta de la colina, con la mano puesta en un costado para calmarse el dolor que le causaba el flato.

—Ahora sólo falta el traslador —dijo el señor Weasley volviendo a ponerse las gafas y buscando a su alrededor—. No será grande... Vamos...

Se desperdigaron para buscar. Sólo llevaban un par de minutos cuando un grito rasgó el aire.

—¡Aquí, Arthur! Aquí, hijo, ya lo tenemos.

Al otro lado de la cima de la colina, se recortaban contra el cielo estrellado dos siluetas altas.

—¡Amos! —dijo sonriendo el señor Weasley mientras se dirigía a zancadas hacia el hombre que había gritado. Los demás lo siguieron.

El señor Weasley le dio la mano a un mago de rostro rubicundo y barba escasa de color castaño, que sostenía una bota vieja y enmohecida. Amos y Sirius se saludaron con una asentimiento de cabeza, pues el señor Diggory aún le tenía miedo.

—Éste es Amos Diggory —anunció el señor Weasley—. Trabaja para el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Y creo que ya conocen a su hijo Cedric.

Cedric Diggory, un chico muy guapo de unos diecisiete años, era capitán y buscador del equipo de quidditch de la casa Hufflepuff, en Hogwarts.

—Hola —saludó Cedric, mirándolos a todos.

Todos le devolvieron el saludo, salvo Fred y George, que se limitaron a hacer un gesto de cabeza. Aún no habían perdonado a Cedric que venciera al equipo de Gryffindor en el partido de quidditch del año anterior.

—¿Ha sido muy larga la caminata, Arthur? —preguntó el padre de Cedric.

—No demasiado —respondió el señor Weasley—. Vivimos justo al otro lado de ese pueblo. ¿Y ustedes?

—Hemos tenido que levantarnos a las dos, ¿verdad, Ced? ¡Qué felicidad cuando tenga por fin el carné de aparición! Pero, bueno, no nos podemos quejar. No nos perderíamos los Mundiales de quidditch ni por un saco de galeones... que es lo que nos han costado las entradas, más o menos. Aunque, en fin, no me ha salido tan caro como a otros...

Amos Diggory echó una mirada bonachona a los hijos del señor Weasley, a Aries, a Harry y a Hermione.

—¿Son todos tuyos, Arthur?

—No, sólo los pelirrojos —aclaró el señor Weasley, señalando a sus hijos—. Ésta es Hermione, amiga de Ron... Aries, hija de Sirius... y éste es Harry, otro amigo...

—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó Amos Diggory abriendo los ojos—. ¿Harry? ¿Harry Potter?

—Ehhh... sí —contestó Harry.

—Ced me ha hablado de ti, por supuesto —dijo Amos Diggory—. Nos ha contado lo del partido contra tu equipo, el año pasado... Se lo dije, le dije: esto se lo contarás a tus nietos... Les contarás... ¡que venciste a Harry Potter!

A Harry no se le ocurrió qué contestar, de forma que se calló. Fred y George volvieron a fruncir el entrecejo, igual que Aries y Sirius. Cedric parecía incómodo.

—Harry se cayó de la escoba, papá —masculló—. Ya te dije que fue un accidente...

—Sí, pero tú no te caíste, ¿a que no? —dijo Amos de manera cordial, dando a su hijo una palmada en la espalda—. Siempre modesto, mi Ced, tan caballero como de costumbre... Pero ganó el mejor, y estoy seguro de que Harry diría lo mismo, ¿a que sí? Uno se cae de la escoba, el otro aguanta en ella... ¡No hay que ser un genio para saber quién es el mejor!

—Ya debe de ser casi la hora —se apresuró a decir el señor Weasley, volviendo a sacar el reloj—. ¿Sabes si esperamos a alguien más, Amos?

—No. Los Lovegood ya llevan allí una semana, y los Fawcett no consiguieron entradas —repuso el señor Diggory—. No hay ninguno más de los nuestros en esta zona, ¿o sí?

—No que yo sepa —dijo el señor Weasley—. Queda un minuto.

—Será mejor que nos preparemos —dijo Sirius.

Miró a Harry y a Hermione.

—No tienen más que tocar el traslador. Nada más: con poner un dedo será suficiente.

Con cierta dificultad, debido a las voluminosas mochilas que llevaban, los doce se reunieron en torno a la bota vieja que agarraba Amos Diggory. Todos permanecieron en pie, en un apretado círculo, mientras una brisa fría barría la cima de la colina. Nadie habló. Aries pensó de repente lo rara que le parecería aquella imagen a cualquier muggle que se presentara en aquel momento por allí: once
personas, entre las cuales había tres hombres adultos, sujetando en la oscuridad aquella bota sucia, vieja y asquerosa, esperando...

—Tres... —masculló el señor Weasley, mirando al reloj—, dos... uno...

Ocurrió inmediatamente: Aries sintió como si un gancho, justo debajo del ombligo, tirara de ella hacia delante con una fuerza irresistible. Sus pies se habían despegado de la tierra; pudo notar a Fred y a George, cada uno a un lado, porque sus hombros golpeaban contra los suyos. Iban todos a enorme velocidad en medio de un remolino de colores y de una ráfaga de viento que aullaba en sus oídos. Tenía el índice pegado a la bota, como por atracción magnética. Y entonces...

Tocó tierra con los pies. Fred se tambaleó contra ella y la hizo caer. El traslador golpeó con un ruido sordo en el suelo, cerca de su cabeza.

Aries levantó la vista. Cedric, Sirius y los señores Weasley y Diggory permanecían de pie aunque el viento los zarandeaba. Todos los demás se habían caído al suelo.

—Desde la colina de Stoatshead a las cinco y siete —anunció una voz.

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