Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

By AxaVelasquez

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«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... More

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Capítulo 23: No esperes milagros

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By AxaVelasquez

Dormí más de la cuenta, incluso con aquella sigilosa pero palpitante incomodidad de estar durmiendo en el lecho de mi dueño, que me deseaba tanto como no era capaz de tenerme cerca, que me cortaría la lengua sin pensarlo pero que era incapaz porque esperaba poder hacerme callar por obra de su autoridad; pese a todo ello, dormí largo y tendido. Desperté adolorida en extremo, como si me hubiesen atropellado, sofocada de calor por todas las colchas con las que me había envuelto para que Sargas no me tocara, para que mi cuerpo no fuese su atracción. Tenía la boca abierta y un hilo de saliva seca me recorría la mejilla. No había dormido tan mal en toda mi vida, y si las Preparadoras me vieran en ese estado me habrían mandado a un reformatorio intensivo para Vendidas incorregibles.

Por primera vez desde mi llegada al palacio me daba el lujo de llegar tarde a un entrenamiento, y no porque quisiera sino porque pasé toda la mañana durmiendo y el mediodía tratando de arreglar todo el desastre que quedaba de mí, y de llenar el apetito voraz que despertó junto conmigo.

El maestro Aer no lo tomó con gracia, y no es algo que diga a la ligera, el anciano experto en las artes de arrebatar vidas no me dejó incorporarme al grupo de los que marchaban rumbo al campo abierto para la práctica de tiro con arco en movimiento.

—¿Quieres desafiar mi autoridad? Entonces tendré que demostrarte tu sitio. Te quedarás a limpiar todo el salón.

—Pero, maestro, no falté porque quisi…

—Tus excusas me son indiferentes. ¿Quieres ser tratada como un hombre? Descubrirás que no hay un hombre aquí que se crea con la suficiente gracia como para faltar a toda la instrucción de la mañana y venir cuando se le dé la gana. Limpio y reluciente espero que me dejes el salón. Y nada de llamar tus doncellas para que te ayuden.

—No tengo doncellas —respondí con rabia.

—Qué lástima. A limpiar.

—Maestro, no puede dejarme aquí a limpiar como una mucama, soy una asesina tanto como los otros. Si hace esto me pisotearán.

—No, no lo eres. No has sido ungida ni escogida, el rey no te ha dado su aprobación. Mientras estés en entrenamiento no estás exenta a la ley como todos los hombres. No tienes título, beneficios ni nada que te destaque. Solo eres un discípulo, menos que nada, que necesita que le recuerden su lugar. No volverás a llegar tarde a mis clases, mejor no vengas. A limpiar.

☆☆•☆☆

Medio centímetro de agua alfombraba el suelo, mis pies resbalaban con la espuma café que arrastraba toda la mugre de los zapatos, botas y sandalias que a diario marchaban de un extremo a otro desperdigando las porquerías de sus suelas, el jabón ni siquiera se distinguía entre el tufo rancio del sudor, como una mezcla entre vinagre y cebolla podrida, adherida al suelo como piojos a las cabezas de mendigos.

La escoba cepillaba con fuerza levantando oleajes de aquel charco mugriento, salpicando gotas a mis brazos, a mis ojos y a mi boca. Perdí la cuenta de las veces que escupí y de aquellas en las que estuve a punto de ceder a mis arcadas. Si no lo hice fue por lo negada que estaba a tener que limpiar también mi vómito.

Las manchas de sangre eran otro dolor de cabeza, unas costras de un rojo opaco que formaban figuras abstractas, algunas eran siluetas o huellas de manos, pies o suelas arrastradas como en medio de una tortura. Había por todos lados del área confinada para los duelos y combates abiertos, me hacía empatizar con las desconocidas que limpiaban todas las tardes/noches después de vaciado el lugar y dejaban todo reluciente para la mañana. Y a la vez sentí envidia de ellas, porque al menos no tenían que limpiar esa pocilga solas.

Tan dolorida como estaba, cada retriesgo hacía chillar mis músculos y articulaciones, y mientras más esfuerzo imponía para terminar antes, más se agitaba mi respiración. Quería verlo como una oportunidad, un entrenamiento alternativo, pero dudaba de que existiera un enemigo al que pudiera abatir con un balde, jabón o una escoba.

Cansada de tanto restregar por un rato, me fui al desastre de las mesas y con un trapo lleno de lejía me puse a esterilizar las armas para luego colgarlas en sus respectivos lugares clasificados.

—¿Qué tuvo que hacer una princesa como tú para que la castigarán tan severamente?

Ares Circinus desfilaba en mi dirección con el dorso desnudo en exhibición de sus curiosos tatuajes, la camisa sobre sus hombros y sus manos sosteniéndola. Sudado por el ejercicio de la mañana y sonriente por nuestro reencuentro. Lástima que en medio de mi estrés y frustración yo no pudiera devolverle el gesto.

—Dime, por favor, que esto se los hace a todos. O, como mínimo, dime que es cierto que nadie se ha atrevido nunca a faltar de ninguna forma a sus clases.

—Bueno, este no es el campamento de la guardia, ni siquiera el torneo para caballeros, donde honor, valor y gloria se entremezclan y donde todavía hay paso para los principios y la moral. En esta forja se saca brillo a puñales que se te clavan mientras duermes, cualquier persona racional comprendería que un lugar así de... torcido, tendría castigos que es mejor conocer solo por especulaciones. Créeme, te hace un favor. Los demás piensan que estás aquí jugando y Aer no puede permitir que duden de su juicio y autoridad. Esta no es una guardería ni él una niñera, y necesitaba una forma de desmentir su favoritismo.

—¿Y por qué no me castiga como un hombre? ¿Por qué no me cuelga de los tobillos hasta que me consiga desamarrar o me pone en combate contra Trovar, el tipo grandote más feo que un espadazo en una teta?

—Ay, princesa, créeme que te está castigando como a un hombre. Para nosotros no hay nada más humillante a que nos pongan a hacer cosas de una mujer —Se encogió de hombros—. Así de ridículos somos. Pero como yo ando en proceso de cambiar mi estupidez por practicidad... ¿en qué te ayudo?

Al fin pudo arrancarme esa sonrisa. En su presencia lo difícil era dejar de sonreír.

—Toma una escoba, jabón y agua, y comienza a fregar ese pizo como si fueran tus abdominales y no pares hasta que se funda o se vaya la peste a sudor, lo que pase primero.

Ares reaccionó con un puñetazo amistoso en mi brazo.

—Aush. —Me agarré el brazo adolorido justo en ni herida que recién despertaba.

—¿Qué tienes ahí?

—No me ha visto un médico y necesito sutura.

—¿Desde cuándo?

—Desde anoche.

—Por Ara, princesa, ¿qué sueles hacer en tus desvelos? —Ares dejó salir aire en un gesto entre risa y bufido.

—Tengo un romance con un Sirio al que le gusta morder, anoche no lo pude controlar —contesté sardónica.

—Si te hizo eso en el brazo entonces por tu bien te recomiendo que te abstengas al sexo oral.

Le lancé un puñetazo a la cara que él esquivó agachándose.

—Me duele, estúpido.

—Y te va a doler mucho más la sutura. Cuando pasan más de seis horas la piel queda como cuero de gigante, dura e impenetrable. Una vez me suturaron una pierna tarde y casi tuvieron que usar un estilete de hierro forjado como aguja.

Me reí a carcajadas.

—¿Qué debo hacer? —pregunté cuando se me pasó el ataque de risa a la vez que me limpiaba las lágrimas de los ojos.

—Aguantar, y esperar. Si no terminas esto entonces tu brazo será el menor de tus problemas, como el maestro te encuentre holgazaneando vas a necesitar que te suturen la cabeza al cuello.

—Ares... ¿me estoy perdiendo de mucho? Lo digo por la instrucción a campo abierto de hoy. Me estoy perdiendo de mucho, lo sé. Soy mala con el arco y a este paso nunca voy a mejorar.

—Bueno, tienes toda la vida para eso. No es como si quisieras ejercer mañana, ¿o sí?

Alcé una ceja, sus palabras me dieron una idea.

—¿Podría?

—Tendrías que manifestarle tu deseo al maestro Aer, y primero tendría que aprobarte él y luego el rey. Si fallas, pierdes toda oportunidad. La mayoría esperamos a ser referidos, solo entonces es seguro que te unjan.

—¿Por qué tú no lo has hecho, Ares? Eres excelente, eres tan bueno que me has enseñado muy bien a mí. ¡Tu podrías ser ungido hoy si lo quisieras!

—No, Aquía. Aprobar va más allá de duelos y puntería. Podrían encerrarme en un pozo oscuro sin agua ni comida, con poco oxígeno, y reprobar significaría mi muerte. ¿Qué si me hacen probar un veneno del que no conozco el antídoto? ¿O si me enfrentan con una criatura a la que todavía no he estudiado? Leo y yo nos hicimos una promesa. Jamás, jamás, nos postularíamos. Será Aer quien nos unja. No podemos hacernos el daño de perdernos. Y puede que no confíes mucho en la palabra de un hombre, pero prefiero perder mis piernas a faltar a una promesa que he hecho consciente y de corazón. Lo juro por mi vida.

—Quiero creer que pronto habrá una legión de hombres como tú. No solo por cómo tratas a las mujeres, sino por lo que te permites a ti mismo. Sensibilidad, primero que nada; no temes ayudar al inferior o marginado, como hiciste conmigo; te das la libertad de expresar tus sentimientos, tus valores, tu inconformidad... tal como le mostraste a tu padre al decirle que nunca serías un Lord. No solo las mujeres sufrimos con este sistema, los hombres se niegan a sí mismos demasiadas cosas por miedo a parecerse a nosotras, y eso solo afianza la evidencia de que vivimos en una tangente desigualdad.

—Débiles, llaman a hombres como yo.

—Porque creen que mujer y débil son sinónimos. Cuando las cosas por las que los llaman débiles ni siquiera son cosas estrictamente de mujeres, sino que forman parte de un ser humano.

—Las reglas del reino ni siquiera son lo que están mal, sino las mentes míseras que las aplauden y aceptan. —Ares, por primera vez desde que lo conocía, me mostró la versión más airada de sí mismo. Tenía los nudillos blancos por la presión de sus puños, las mejillas y la frente se le enrojecieron mientras la nariz se le movía en una especie de tic ocasionado por la ira. Sus ojos, ellos eran la puerta a todos los secretos que su boca estaba a punto de revelar—. ¿Sabes por qué repudiaron a Leo?

Cambié el peso de un pie al otro, ansiosa y con nervios a la vez.

—No, no lo sé. ¿Por qué lo repudió tu padre?

—¿Sabes qué le dijo a mi padre ese día?

Negué con la cabeza.

—"Por cierto, soy homosexual". Toda su puta vida estuvo practicado el día y la ocasión en que se desharía de una carga tan grande como lo es su propia identidad, y lo hizo así, clavándole un cuchillo en la mano a mi padre cuando este estaba a punto de... violar. —Pronunció la palabra con asco, aunque estaba prohibido, y la saliva brotó de sus labios como la ira que lo consumía. Así salieron las primeras dos lágrimas mientras las demás seguían reprimidas, a punto de desbordarse, en sus ojos rojos y empequeñecidos—. Y él fue el castigado. Censurado, por sentir y expresar. Repudiado por su propio creador… —Sus palabras se detuvieron de súbito—. ¿Qué mierda está pasando?

Ares se puso en guardia, alarmado por el batallón de hombres que acababan de irrumpir en el salón. Ninguno de ellos era alguno de los aprendices, mucho menos el maestro Aer. Eran hombres de la guardia general del castillo que marchaban con determinación hacia nosotros, en medio iban un trío de hombres sin armamento. Un escriba, a juzgar por la levita que llevaba, el pergamino a medio desplegar, y los dedos manchados de tinta; un Lord, por el blasón de su casa bordado en el cinto de sus calzas, tal vez era un miembro importante del Consejo Real, basándome en esa altivez que solo confiere la autoridad absoluta; y el tercero era un sacerdote ungido de la Iglesia de Ara, era evidente por su túnica inmaculada con el bordado dorado de la constelación del altar del cielo y las hombreras del mismo color que sostenían su capa reluciente.

Solo había un motivo que yo conocía por el cual aquellos tres hombres podrían reunirse y emboscar a una persona, rodeados de guardias. Pero, de ser así, faltaba algo.

Entonces estudié mejor a los uniformados, y me di cuenta de que uno de ellos no estaba armado más que por una porra y que no se le veía por ningún lado la cota de malla. Esa era la pieza que faltaba. El carcelero.

Un miembro del Consejo, un escriba, un sacerdote y un carcelero. El combo que la ley exigía para anunciar denuncias y reclamar prisioneros. Y Ares, quien había llevado su mano a mi brazo y lo aferraba con fuerza, lo sabía mejor que yo.

—Si buscan al maestro o a sus alumnos pierden su tiempo aquí, están fuera.

—Solo buscamos a uno de sus alumnos, Circinus. Y lo tenemos al frente.

Las palabras salieron de la boca del Lord, quien reposaba con una pose expectante y serena, como si hubiese estado esperando eso desde mucho tiempo atrás.

—¿Y se puede saber a qué se debe esta emboscada? —replicó Ares.

El escriba desplegó el rollo de pergamino como si tuviera intención de dictar su contenido, mas entonces el Lord puso una mano sobre su hombro y lo detuvo.

—Nadie tiene que aclarar ante ti las intenciones de nuestro rey.

Ares bufó, con toda seguridad estaba muerto de miedo pero no perdía ningún chance de reírse de las reglas.

—Si van a llevarme al menos me gustaría saber de qué se me acusa.

—¿Quién te ha dicho que hemos venido a llevarte a ti, joven Circinus? —preguntó el sacerdote con solemne confusión.

—No me digan que…

Volteó a mirarme. No hacían falta más palabras, tanto él como yo comprendimos la respuesta. Aquellos hombres estaban ahí por mí.

Sucedió tan rápido que no lo asimilé hasta que estuve en el suelo, habiendo sido empujada por Ares me deslicé por los charcos de agua enjabonada hasta quedar al otro extremo de la habitación debajo de una de las mesas. Ares me había arrancado la escoba de las manos, la blandió como un látigo y la estampó contra la manzana de Adán del guardia más próximo a él. Mientras otros tres se aproximaban con sus espadas desenvainadas, Ares imitó mi maniobra accidental y se deslizó por el suelo hasta la pared donde colgaban las armas de duelo limpias. Un escudo de puño y cimatarra, curioso sable de hoja curva, fue lo que escogió para sí, e hizo deslizar en mi dirección los gladios gemelos con los que solía entrenar.

Salí de mi escondite como un animal en apuro, con las patas de la mesa ancladas al suelo tomé impulso y me proyecté hasta interceptar las armas que atravesaban el agua jabonosa como dos canoas de salvación.

Con ambos mangos en mis puños me levanté de un salto, dos hombres se lanzaron hacia mí, obligándome a parar sus estocadas con una mano a cada una. Ares ni siquiera había entrado en combate directo, lanzó por el aire dos dagas dirigidas a los pies de dos oficiales, cuando estos quedaron inmovilizados, gritó:

—No quiero dañar hombres que solo cumplen con su deber, pero no pretendan tampoco que falte al mío.

—Tu deber no es distinto al nuestro, tu deber es la voluntad del rey —rugió el Lord—. ¡Ataquen a matar si hace falta!

Los guardias que aguardaban se pusieron en marcha hacia Ares, yo me mantuve con los dos que me bloqueaban, resistiendo pese a la desigualdad de condiciones y mi evidente desventaja. Pudo haber sido peor, mas supongo que nadie más se acercó a mí por suponer que dos serían más que suficientes.

Bailé con ellos como lo habría hecho con Ares. Ellos no compartían el estilo desarmante de Orión, eran eficientes pero cuidadosos, temían de la velocidad de mis movimientos como yo de la letalidad de los suyos. Jugué con mis pies, mareándolos, previendo sus ataques, agachándome y surgiendo por sorpresa detrás de ellos, fingiendo un tajo derecho alto para aprovechar su cobertura y agacharme, girar y cortar en la pierna. El baile y mis pequeños cortes podrían haber durado una eternidad, mas era poco probable que pudiera tener una verdadera victoria pese a que tuve muchas oportunidades de dar un golpe mortal. El punto era que no podía acabar con ambos en un mismo movimiento, y de no ser así, si caían, vendrían al menos dos de refuerzo al descubrir mi competencia, y contra todos no podría escapar.

Ares era embestido por al menos siete hombres, pero él tenía de ventaja la libertad de todo el campo. Los mareaba, llevaba a dos por un camino, los hacía caer y se ensañaba con otros. Lo vi escalar por la pared dispuesta para esa tarea, desde arriba desenfundó un par de dagas, una de ellas la lanzó como un proyectil a la mano de un guardia que entre gritos y maldiciones perdió el agarre de su espada, y la otra fue bloqueada por la espada del hombre al que iba dirigida.

Dos nuevos uniformados trataron de escalar detrás de él, a lo que Ares respondió soltando la cuerda anclada al techo e impulsándose al otro lado del salón. Estaba a salvo, lo estaría siempre y cuando no se dejara rodear.
Él no iba a ganar tampoco, y lo sabía, tenía que saberlo. Eso me hizo ver todo muy claro. Ares no esperaba vencerlos a todos, ni siquiera tiraba a matar, solo buscaba ganar tiempo para que yo escapara. La otra parte de la maniobra me correspondía a mí.

Bailé un poco más con los dos guardias de turno, dejé que se confiaran, no porque lo creyera necesario, sino porque necesitaría todo el aliento que me quedara para correr, mucho, y muy lejos, una vez pudiera escapar. Si me cansaba en ese enfrentamiento el pecho se me trancaría y no llegaría ni a la puerta antes que el viejo sacerdote.

Jugué a la defensiva, cuidando mis pasos y sin alardear, hasta que conseguí el momento que me hacía falta. Me interpuse entre los dos hombres antes de su próximo ataque y esperé un segundo con las manos abajo, un segundo que me pudo haber costado la vida pero que era más que suficiente para que los cerebros de ambos vieran una oportunidad. Blandieron sus espadas, una a mi costado, buscando cercenar todo desde la cintura, otro a la cabeza.

Para cuando esto sucedió ya yo me había tirado al suelo, deslizándome unos pasos hacia la puerta, las espadas atravesaron los hilos metálicos de la cota de mallas y la carne, pero solo uno de esos golpes tuvo la fuerza necesaria para romper huesos: el golpe dirigido a las costillas, partiendo casi por la mitad al guardia. Ese mismo hombre, antes de sufrir ese impacto, dejó su espada encajada en el cuello del otro, cortando todas las arterias a su paso y quedando atascada en el hueso. Un volcán de lava roja fue el resultado, y su erupción los bañó a ambos antes de que los dos cuerpos, que consiguieron la muerte cada uno a manos del otro, se desplomaran al fin con un ruido de chapoteo.

Fue mi oportunidad de escapar mientras los demás me ignoraban, y los que no, se tomaban un segundo para procesar lo sucedido.

Atravesé las puertas como un cometa que necesita llegar a otra galaxia antes que la luz, y me estrellé con un muro de guardias que no me esperaba.

—¡Suéltenme! —grité mientras me tomaban por los brazos. Pataleé como una bestia, suponiendo que mi vida dependía de ello, y varios hombres más me inmovilizaron las piernas. Quedé cautiva por completo, arrastrada por esa ola humana, sin saber si quiera cómo le iría a Ares dentro del salón. Perdí, esa es la verdad.

☆☆•☆☆

Me encontraba en una camilla rígida, con las manos atadas, el cuello inmovilizado, las rodillas y los pies sobre una base de metal helada que me mantenía las piernas abiertas. Y lo peor, el frío, ese desgraciado que me susurraba mi desnudez debajo de la bata holgada y entreabierta por detrás.

Me desnudaron de la misma forma en que me ataron: contra mi voluntad. Y estaba sola, mi respiración atrapada en mi pecho, mi espalda brincando por espasmos de frío, mis piernas temblaban por más que traté de evitarlo, puede que por nervios o terror, todavía no le ponía nombre a lo que me poseía.

Escuché llegar a los médicos, a pocos les vi más que la parte superior, ya que no podía mover más que mis ojos. Uno rodó la silla posicionada frente a mis piernas y se desplomó en ella, no pude verla, sin embargo no tardé en sentir sus dedos enguantados examinando mi zona íntima sin pedir mi autorización. No era un toqueteo lascivo, pero para mí eso no era una justificación para no dejarme elegir si quería o no atravesar ese proceso.

—Dígame qué quieren de mí —rogué sin poder mirar más que el techo blanco impoluto. No recibí contestación alguna, pese a ello pude oír los murmullos del doctor hacia sus compañeros, explicando cosas que no llegué a descifrar a medida que me palpaba.

Al cabo del poco tiempo esa tortura acabó, mas ninguno me dirigió ni una explicación sencilla. En realidad, el silencio fue total hasta que pasados unos minutos irrumpieron en aquel espacio el Lord, el sacerdote de la iglesia de Ara, el escriba y el carcelero.

—¿Y bien? —inquirió el Lord a quien supuse que era el médico que me examinó.

—Tal cual se temía, mi Lord.

—¿Es virgen?

—Totalmente.

—Bien, Cástor, haz los honores.

—Guardias —llamó la voz del carcelero—, tráiganla ante la presencia de Pólux III, cabeza de la Iglesia de nuestro Altar del cielo que vela y acampa por la seguridad y el buen destino de cada uno de nosotros. Cierro orden.

Varios hombres uniformados soltaron las correas que apresaban mis muñecas, liberaron mi cuello, rodillas y pies, y procedieron a levantarme. Me mantuvieron sometida no menos de cuatro hombres para que no repitiera mi hazaña de la última vez que les costó al menos dos de los suyos.

El sacerdote, quien supuse que era el Pólux aludido, indicó al escriba que tomara nota de cada palabra que saliera de su boca, a lo que este respondió al instante. Tomó asiento junto a una mesa pequeña, desplegó el pergamino, mojó su pluma en tinta azul y alzó la vista para asentir con reverencia al sacerdote Pólux; este avanzó en mi dirección con los brazos cruzados y las manos ocultas en sus mangas, con voz cargada de solemne autoridad, se dirigió a mí diciendo:

—En nombre de Ara, el Altar del Cielo, Autoridad de la tierra, la única grandeza reconocida por la Iglesia Real que ha servido y protegido la Corona desde los tiempos de Scorpius El Primero, Antares el Audaz y Lesath el Justo, yo, Pólux III, Alto Sacerdote Ungido de la congregación, hago constar hoy en presencia de Lord Crux, en representación de la Ley del reino, Cástor, en representación de la Justicia, y Pyxs, en representación de la Verdad que graba mis palabras en pergamino sagrado y tinta indeleble; que tú, Aquía, Vendida al sagrado heredero de Aragog, has faltado a tu responsabilidad para con el príncipe, el rey Lesath el Sabio, el Reino y la sagrada Ara que todo lo ve. Como estipula la Ley y la Iglesia en mutuo consenso, hoy se te sentencia a un juicio. En nombre de Ara y el rey.

—En nombre de Ara y el rey —repitieron los demás al unísono.

—Que así sea —sentenció el sacerdote. Ya no había magia que me salvara de mi destino.

El capítulo de hoy es en celebración a que llegamos a las 150k lecturas, porque alcancé 2.000 seguidores en Instagram, y porque los amo a todos y cada uno de ustedes y me estoy muriendo porque lean lo que se viene aunque me van a odiar con todas sus almas xD Acepto teorías (y las exijo xD).

Por cierto, he decidido hacer un concurso de tatuajes, pueden enviarme por Instagram o por WhatsApp tatuajes que imaginen el Leo y Ares, y los mejores (o que me parezcan más acorde al personaje) serán oficiales y el usuario mencionado.

Y antes de que pregunten, no estoy segura de si el próximo capítulo lo subiré este o el otro viernes, el punto es que creo que será un viernes 😂

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