Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

By AxaVelasquez

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«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... More

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

21: No te reprimas [+18]

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By AxaVelasquez


Orión Enif, el cazador del cielo.
Sus pies descalzos ni siquiera rozaban la gravilla, unas imperiosas alas de plumaje blanquecino como perlas del cielo con vetas plateadas lo mantenían sobrevolando. En cada majestuoso batir de sus nuevas extremidades una ráfaga de viento barría las piedras del suelo, mis mechones de cabello suelto, la basura desperdigada.

Volaba, pero apenas, pues mantenía su cuerpo a la altura suficiente para abatir los Sirios que se le acercaban. Las garras de las criaturas, pese a parecer de carne, soportaban el impacto de la espada de Orión como cualquier hoja férrea. Orión no tenía la espada de su cinto, la que usó para entrenar conmigo, no jugaba a nada, pues había desenvainado el arma despiadada de hoja negra que siempre llevaba a la espalda.

Su rostro… Por Ara, su rostro eran distintos acordes de ira y pasión que componían una sinfonía de guerra. No como en aquel primer encuentro, cuando lo vi luchar contra los Sirios con una sonrisa de niño travieso. No, el Orión que descendió del cielo esa noche no tenía razones para sonreír, solo odio, y furor, y la más vehemente determinación que le vería nunca.

Su poder también venía del cielo. Él no refulgía como lo hice yo antes, aunque sus alas dejaban una estela resplandeciente en cada movimiento; sin embargo el mango de su espada, justo donde lo aferraban sus manos, estaba cargado de una luminosidad concentrada, como si le robaran la luz al resto de su cuerpo para depositarla toda ahí. El resto era el Orión que conocía.

No tenía camisa, al igual que sus rivales, las venas de sus antebrazos se tensaron al límite por el agarre absoluto de la espada mientras se debatía en múltiples duelos con los Sirios. El metal rugía como truenos haciendo temblar las paredes por su impacto contra las garras de los monstruosos adoradores del dios Cannis, algunos estuvieron cerca de alcanzarlo con sus zarpazos pero Orión elevaba su vuelo y aparecía detrás de las criaturas, cercenando con la terrible fuerza de sus embestidas. 

Sus músculos se contrajeron y palpitaron cuando blandió su espada contra la nuca de una nueva víctima que cayó decapitada hacia el frente, y sin descanso tuvo que enfrentarse en duelo con otro más.

De su pecho corrían hilos de sudor que se deslizaban por su ingle en tensión y humedecían el revestimiento de su ropa interior que se asomaba más arriba de la tela de sus pantalones. Lo percibí letal pero cansado, tenso como un único músculo cuya finalidad era la de maniobrar la espada que lo mantenía en juego. Y todavía le quedaba un Sirio persistente que no se dejaba abatir ni caía en sus trucos de vuelo.
Como por un golpe de realidad desperté de mi trance, Aquila me seguía llamando en el cielo pero la ignoré, no quería volver a pasar por el calvario de mi espalda.

Tenía la navaja de Diente de Dioses pegada a mis dedos por la sangre de los Sirios a los que había matado. Me aferré a ella, la testigo de mis primeros asesinatos, la tumba de mujeres desconocidas que creyeron en algo, y corrí hacia su dueño quien se agazapaba contra una pared, muerto de miedo tanto como para ni siquiera huir. Lo agarré por el cabello, quería que me viera a los ojos y no tenía tiempo para pedírselo por favor.

—Suéltame, puta.

—Mi nombre es Aquía. Dilo.

—Yo le juro que…

—Mi nombre, dilo.

El arma en mi mano no le dejó otra opción, tal vez esperaba mi piedad, el caso es que accedió con la garganta contraída.

—Aquía.

Sonreí.

—Ara salve al rey —fueron mis palabras antes de rajarle la garganta.

Su sangre empapó mi pecho, mi barbilla, incluso mis labios y mi frente, pero no aparté mis ojos de los suyos mientras la vida se le escapaba siendo yo su última palabra, su último recuerdo, lo último que vería.

Luego corrí a la mitad de la calle, me arrodillé y apelé al lado racional que ya había comprobado que tenían esas criaturas. Orión seguía sin abatir al último, y se cansaba, lo sé, y yo era la mejor moneda de cambio que el Sirio tendría jamás. Así que lo llamé, un grito tras otro para llamar su atención. El monstruo no fue estúpido, no volteó teniendo la espada de Orión tan cerca sino que retrocedió varios metros con un salto de sus piernas reforzadas, y me miró.
Un segundo. Era todo lo que necesitaba para devolverle a Orión el rescate que le debía desde nuestro primer encuentro. En ese instante en que el Sirio volteó a mirarme la navaja se clavó en su ojo. Bendije a Ares y a Leo por haberme entrenado tan bien.

El irreal Orión alado descendió hasta el suelo y corrió con sus pies descalzos y sus nuevas extremidades colgando, arrastrando sus plumas en el suelo, levantando piedras a su paso.

Yo lo recibí con los brazos abiertos, fue como el impacto de un cachorro gigante emocionado que recibe a su dueño.

—¿Cuánta de esta sangre es tuya? —preguntó alarmado al verse empapado en el dorso y los brazos de aquella viscosidad rojiza.

—Solo tengo una herida en el brazo, descuida.

—Vámonos.

—Orión… —Tiré de él hacia mí y lo besé con creciente necesidad. Estuve muerta, muy viva, convaleciente y viva de nuevo en solo una noche, me debía eso, me debía sus manos en mi cabeza, me debía sus labios despertando el anhelo de mi cuerpo. Merecía su respiración contra la mía y la ferocidad con la que nuestras bocas desgastaban la adrenalina del momento.

Cuando él nos separó y me miró a la cara fui capaz de ver cómo de pronto se decidía. No había nada más que pensar él no me quería lejos y yo no haría nada para que se apartara. Si nos teníamos que hundir, pues al fondo iríamos con los dedos entrelazados y nuestros labios juntos.

—Hay muchas cosas…

—Lo sé, necesitas respuestas. No es el momento.

—No, necesito saber... ¿Qué eres, Orión Enif?

—Tuyo.

Así, me tomó entre sus brazos y emprendió el primer vuelo que haríamos juntos, él batiendo sus alas, desafiando el tiempo y la gravedad mientras nos aproximábamos al castillo, yo con mis brazos alrededor de su cuello, gritando, pegada a su pecho húmedo y caliente con tanto horror como placer. Me gustaría contarles cómo se veía Ara desde lo alto, pero lo cierto es que jamás aparté mis ojos del cielo que nos recibía tan lejos y tan cerca a la vez, brillando al compás del cazador alado.

☆☆•☆☆

Entramos por el balcón de la princesa, pero no nos quedamos. El cielo ya aclaraba, tenía que ir de inmediato a las mazmorras de Sargas o tendría problemas con el rey. Entré al cuarto de baño de la princesa, no esperaba que ella ya estuviera levantada.

—Alteza —saludó el Orión alado, cubierto por una segunda piel de sangre, a punto de rebosar de sudor con el pelo suelto, húmedo y despeinado.

—¿Eres un Cosmo? —preguntó ella más sorprendida por nuestra interrupción que por las alas del caballero. Me quité la ropa tras la pantalla plegable y me metí en la bañera, despojándome tanto como podía de la sangre seca, el sudor y la suciedad de la noche.

—Sí, princesa —escuché la respuesta de Orión a través del baño.

—¿Mi hermano lo sabe?

—Por él lo sé yo.

—Vaya. —Shaula asintió para sí misma—. Eres la única cosa buena que he visto hacer a Sargas. Su única excepción.

La princesa hablaba casi con desdén hacia su hermano. No me sorprendía, teniendo en cuenta que él le había quitado el trono con solo nacer y acabaría por casarse con Lyra.

—Recemos a Ara porque su espíritu fraternal sea grande cuando me reciba en un momento —comentó Orión.

Ya toda el agua de la bañera estaba teñida de rojo y yo no estaba ni cerca de estar limpia, pero me conformé y con una toalla busqué una bata de dormir para salir con ella sin importar nada, no tenía tiempo de arreglarme y mucho menos ganas.

—Por favor —instó Shaula a Orión—, aséate antes.

—Alteza, no creo que…

—Es una orden de tu princesa, y guarda esas alas. Tengo que hablar con Aquía.

—Como ordene, alteza.

En lo que Orión se retiró para asearse la princesa se giró hacia mí viéndome con la intensidad de una Preparadora desconcertada.

—¿Un caballero real? —inquirió Shaula cruzada de brazos.

—¿Tu cuñada?

—No estoy jugando, Aquía. Puede que yo sea mujer pero soy una princesa con influencia suficiente para tomarme algunas libertades. Nadie se atrevería a acusarme de nada a la cara a menos que me descubran con mis labios en la boca de Lyra, tú te estás jugando la cabeza.

—Lo sé.

—¿Y no te importa?

—Pasamos demasiado tiempo cuidando nuestras cabezas, ¿no? Y al final, es posible que terminemos cayendo de todas formas. Por un medio u otro el reino nos aplastará, ya sea con una espada, con un pie en el pecho, presionándonos contra el suelo; o con una mano en la boca, callándonos. Soy una ladrona que solo roba lo que le han quitado. No me juzgues, el hecho de que para ti sea más fácil tocar la libertad no significa que yo no lucharé por alcanzarla.

—No te juzgo, te advierto. Tú sabes la vida que quieres vivir y lo que estás dispuesta a apostar por ella, simplemente soy incapaz de decirte “hazlo, no te pasará nada”. Pero que Ara me libre de persuadirte para que no lo hagas. —Me apretó la mano—. Odio que tengas que irte.

—Odio no poder quedarme.

—¿Qué harás con mi hermano?

—No lo sé.

Esa era una cuestión que quería evitar incluso en una conversación.

—Solo te voy a dar un consejo de supervivencia: mantén a mi padre contento. Eres inteligente, sabrás cómo hacerlo sin perjudicar tus propios deseos.

Asentí, aunque la verdad no tenía ni idea de cómo proceder.

☆☆●☆☆

De nuevo recorrimos el trayecto hasta las mazmorras, de no ser por la princesa que mandó a uno de sus hombres a buscarle una túnica a Orión, él habría tenido que recorrer todo el trayecto con el torso desnudo, lo cual no me molestaría a mí pero despertaría todas las atenciones que debíamos evitar. Me escoltó como un guardia, no como el hombre que había sido conmigo en toda esa noche. No sé lo que ocurrió con sus alas luego de que entrara al baño pero el punto es que salió sin ellas. Llegué a preguntarme: ¿de verdad estuvieron ahí? ¿No las habré imaginado? ¿Serían un efecto del miedo, el mareo, o del alcohol que bebí más temprano con las chicas?

Eran tantas dudas, tantas desquiciantes contradicciones, que me descubrí incapaz de dar un paso más cargando con ellas. Detuve Orión en uno de los pasillos estrechos, cavernosos y descendentes camino a la morada del heredero.

—No puedo. Necesito saber.

—Aquía, ya habrá tiempo…

—¿Y si no?

Le planté cara. Su cabello seguía suelto por la humedad del recién lavado y le caía por el rostro siendo el menor de sus problemas. Deseaba tanto poder estar más tiempo a su lado y no tener que devorar su imagen tanto como fuese posible en segundos para luego repetirla en mi soledad.

—Orión, yo necesito saber. Toda mi vida se ha basado en saber y aprender cosas. Me tenía que comprar un erudito, no un príncipe maldito con la incapacidad de decir más que conjugaciones de “cállate”. Me asfixia el desconocimiento. Aragog es inmenso y todos parecen saber más de él que yo. Está tan lleno de misterios, de máscaras, de mitos que esconden verdades y de verdades que no lo son pero que parecen serlo. Sargas no va a decirme ni una palabra al respecto, y hoy sucedió algo conmigo y contigo a lo que no consigo explicación. Necesito respuestas.

—Trataré. —Orión se rascó la nuca—. Los Sirios le venden su alma a Cannis para conseguir poder de las estrellas, poder monstruoso. Los Cosmos son escogidos por sus constelaciones desde el principio para poder recurrir a ellas en caso de necesitarlas. Nosotros somos Cosmos.

—¿Eso qué significa? ¿Qué podemos hacer? ¿Todos somos así?

—No, un Cosmo es en ser escogido por las estrellas. Ni siquiera escogido, enviado. Una parte de Aquila, tu alma, se depositó en tu cuerpo en cuanto fuiste nombrada. Hay muchas historias al respecto que hablan de reencarnación. Todas las estrellas son almas que han tenido una vida en el cielo, ya sea trágica o heroica, y en algún punto, luego de finalizado el propósito de su primera vida, se les envía a la tierra a vivir como humanos. Algunos Cosmos tienen recuerdos de sus vidas pasadas, de quiénes fueron allá arriba. Otros se mueren con el misterio de esa existencia. Pero se sabe que estuviste allá y ahora estás aquí.

»En cuanto a lo que puedes hacer es bastante… difícil de explicar, y la mayoría es un misterio. No es algo que enseñen las institutrices. Hay teorías que hablan de que el rey mantiene en secreto la existencia de los cristales nocturnos de Ara, los que nos permiten salir en la noche, a las mujeres porque se dice que ellas son más propensas a recibir una lasca del cielo y él teme que si ustedes recurren a ese poder… Ya sabes, someter a una mujer de carne y hueso es una cosa, pero a una que con mirar al cielo obtiene poder de el… Parte del universo reside en muchas de ustedes pero nunca lo sabrán porque jamás han estado en contacto real con el cielo nocturno, incluso desconocen que pueden hacerlo.

—¿Tú sabías que yo era esto?

—Imposible saber. Pero lo supe esta noche. Cuando te busqué, fue... Aquila palpitaba tanto, y me guiaba en tu dirección. Supe que eso solo podía ocurrir por una razón. No sé mucho de reconocer otros Cosmos a simple vista, he pasado años tratando de comprenderme a mí mismo, lo que soy, lo que fui, y lo que puedo hacer. Todo lo que se sabe de la cosmología se ha descubierto de forma individual y pocos comparten ese conocimiento, por eso es un arte tan inexacto y del que puede haber miles de cosas que ignoremos todavía.

—¿Arte? No jodas, esta mierda es magia.

La sonrisa que provoqué en los labios de Orión fue tan amplia como incontenible al punto de que casi parecía una risa en sí misma.

—Puede ser. Vaya que estás consternada para usar ese lenguaje.

—Bueno, no es para menos... Esto es tanto, y tan desconocido... Pero tú sabes algo, seguramente mucho más que yo. ¿Cómo funciona? ¿Qué debo y puedo hacer?

—Tú lo hiciste sola. Es que estás allá, Aquila eres tú y tú eres ella, no hay más. Yo no puedo interferir en la forma en que ustedes se comunican, es algo muy personal. Sí puedo decirte que el cosmo es la esencia, el poder de una constelación repartido a cada una de sus estrellas. Recurrir a el implica que su vitalidad ahora es tuya, y tú decides cómo administrarla dependiendo de lo que quieras y de su alcance.

—No entiendo, ¿qué haces tú? ¿Cómo es el cosmo de Orión?

—Mi nombre es Orión Enif.

Rodé los ojos.

—Lo sé, ¿y eso a qué viene?

—Enif es una estrella de Pegaso. Orión no me escogió, fue Pegaso. Por eso las alas. Los cosmos suelen adquirir características, sentidos y habilidades de lo que fueron sus constelaciones. Pegaso me da alas y un aura que puedo utilizar como escudo en todo el cuerpo o que puedo concentrar en una parte específica de mi cuerpo. El resto sería vulnerable, pero ahí donde concentre el aura seré letal. Ya sea porque refuerce mis pies para un salto o una caída, mis manos para quebrar o lo que sea.

—Eso era lo que le pasaba a tus manos ayer, por eso brillaban.

—Sí. Decapitar un Sirio no es cualquier cosa, sus huesos tienen tres veces la resistencia de los humanos comunes aunque su carne sea igual de blanda. Por eso usé el poder de Enif en mis manos, para blandir a Cassio con la fuerza necesaria. En circunstancias normales ni siquiera podría levantar su hoja. Esa espada me la regaló Sargas cuando descubrimos que soy un Cosmo, la espada está ahí para cuando use la fuerza de Enif, de lo contrario no podré blandirla. Yo podría concentrar todo el poder en Cassio, pero luego no podría levantarla.

—¿A qué te refieres? ¿Puedes transferir tu poder a otras cosas?

—Y deberías, pero luego hablamos de eso.

—No, Orión. —Lo detuve con un brazo cuando preví sus intensiones de avanzar y lo estrellé contra la pared—. Dime.

—Es que no podría explicarte todo en este trayecto. Se… se supone que solo puedes recurrir a la transformación de noche, y solo comunicándote con tu constelación. ¿Y qué pasa si estás en peligro durante le día? O de noche, pero encerrado lejos de todo contacto con el cielo.

—Muy buena pregunta, ¿y la respuesta?

—Nunca devuelves el poder. Por supuesto, no se puede andar por la vida brillando y con alas sin llamar la atención, así que depositas todo en algo. El problema es que ese algo estará vivo y conectado a ti, responderá a tus órdenes dependiendo de lo que escojas, si puede moverse, si no. Suelen… hablar. Hablarte, reaccionar al entorno dentro de tu cabeza. Y debería ser algo que tengas a la mano por si necesitas recurrir al poder de su interior. Y ya, Aquía, seguimos en otro momento.

—¿Tú llevas ese poder contigo, hablándote? ¿Qué es?

—Dije que ya.

Y no se habló más del teme, pese a mi todavía creciente curiosidad.

Al llegar a la entrada de las mazmorras se identificó, mostró sus muñecas y de nuevo nos sumergimos en aquel lugar laberintico, frío y oscuro que provocaba escalofríos a cada paso que daba.

—Orión… —dije antes de torcer el pasillo que nos faltaba para llegar ante la presencia de Sargas.

—¿Qué pasa, preciosa? —preguntó tomándome el rostro con sus manos, comprendiendo el temblor de mi voz.

—No quiero.

—¿Qué no quieres?

Pero él ya lo sabía. Lo vi en sus ojos, en el pesar y la necesidad que había en ellos. Aquel hombre me vio en Mujercitas a punto de ser comprada por un monstruo, llorando semidesnuda y destrozada, y pagó por arrancarme de ese destino aunque su hazaña conllevara grandes problemas para él. Trató de desprenderse de mí sin jamás decirme lo que hizo, evitó decirme su nombre, me salvó de los Sirios, discutió conmigo por perturbar su orden, se alejó, me entrenó, se resistió con brío a cometer una locura las tantas veces que me tuvo contra un suelo o una pared; escapó conmigo, descendió con alas y una espada de héroe para rescatarme de la consecuencia de nuestros actos, y ahora me tenía que entregar a su hermano sin saber cuándo me volvería a ver.

—La última vez te dije que me miraras a los ojos y me dijeras qué quieres. Ahora te pido que lo hagas de nuevo, que me digas lo que no quieres.

Se mordió los labios, sus manos seguían en mi rostro y sus ojos conectados a los míos. Cuando habló, lo hizo susurrando sobre mis labios.

—No quiero entregarte. Pero esto es más grande que los dos. Al menos por ahora lo es.

—Ven acá.

Agarré sus manos y las llevé hacia mis hombros, dejando que sus dedos hicieran una relajante presión sobre ellos, moviendo mi cuello de un lado a otro, para luego mirarlo a los ojos y decir.

—Quítate la túnica.

—¿De qué hablas, Aquía? No juegues ahora.

—No juego, solo hazlo.

—¿Por qué…?

—Orión… —Llevé una de sus manos a mi rostro, respirando todo el perfume del baño de la princesa que se adhirió a ellas, llevándolas a mis labios y desperdigando besos por cada uno de sus dedos—. Hazlo.

Obedeció, aunque no sin cierta resistencia, se deshizo de toda esa innecesaria cantidad de tela de color sobrios, quedando solo con unos bombachos negros resguardando su desnudez.

—Date la vuelta.

—¿Qué estás…?

Como no quería repetir aquella puja que solo nos restaba valioso tiempo y que podría debilitar mi repentina osadez, yo misma lo hice girarse hasta darme la espalda. Orión rio casi en un susurro por lo insólito que se había tornado todo en segundos, pegó sus manos a la fría pared de piedra que tenía de frente, y volteó a mirarme con una mirada que abarcaba tanta intriga como una traviesa diversión.

—¿Qué haces, preciosa?

Llevé las puntas de mis dedos a inspeccionar las cicatrices gemelas de su espalda, mismas que sin duda tenían que ver con esa sobrenatural versión de sí mismo, el Orión con alas que descendía a decapitar Sirios con la fuerza de Pegaso en sus manos. Recorrí sus músculos con  lentitud, primero con mis dedos, luego atreviéndome a posar mis manos completas sobre su piel helada por el reciente baño. Estaba tenso, no como lo estaba en medio de un combate pero los nervios se le delataban en la tensión de los músculos bajo mi tacto, en como contenía la respiración a media que me acercaba a conocer con mis dedos otra zona.

Lo rodeé con mis brazos, mi rostro contra su espalda, mis manos recorriendo su pecho, su abdomen, su ingle…

—Los dedos —Me advirtió en cuanto me puse a juguetear con el borde de la poca ropa que le quedaba, accediendo con timidez a una sección de piel que no estaba para nada fría.

—¿Qué tienen mis dedos? —susurré con mis labios en su espalda que se arqueó ligeramente al contacto con mi aliento.

—No deberían estar ahí —replicó casi sin voz.

—Hay muchas cosas que no debería haber hecho en la vida, caballero, ya debería estar acostumbrado a mi irreverencia.

—No —Su mano se cerró firme sobre mi muñeca, evitando que bajara más—. Una pared. Una pared es todo lo que nos separa de tu dueño, Aquía.

—Veo que comprendes la razón por la que no deberías hacer ruido, ahora, si me permites…

Con mi otra mano aparté la suya que volvió a apoyarse de la pared mientras él se mordía los labios, como si así no pudiera ver que sonreía como nunca.

Mis dedos reptaron por su piel hacia abajo, mis labios, dientes y lengua recorrieron su espalda hasta la base mientras él se tensaba, retorcía y mordía para no proferir sonido alguno. Mis manos llegaron a sus muslos y se aferraron a ellos, aprendiéndose su tamaño, la suavidad de su piel, los bellos que se erizaban al contacto. Me fui moviendo a la cara interior y de ahí hacia arriba, poco a poco, tan nerviosa y necesitada yo como él mismo.

Entonces una de mis manos se detuvo y la otra se cerró la parte de él que más ardía. Él ahogó suspiro de sorpresa y placer contra uno de sus brazos, yo estaba demasiado ocupada reconociendo el terreno. Duro, hirviendo contra la tierna piel de mis manos, palpitando de anhelo mientras yo subía y bajaba mi mano por toda su longitud, primero muy, muy, lento, luego respondiendo a las señales de su deseo con una ligera aceleración in crescendo.

Cuando me introduje en el espacio que había entre él y la pared para quedar acuclillada de frente, bajando sus bombachos solo lo necesario para liberar esa parte de él que rugía de hambre, él introdujo sus dedos en mi cabello y con toda la firmeza que podía ejercer con su mano me obligó a mirarlo mientras negaba con la cabeza.

Eso, más que detenerme, me alentó por la perspectiva de ver a los ojos sus reacciones, fue la razón de que sonriera mientras lamía mi mano para luego devolverla a su trabajo. Orión negaba con la cabeza cada vez más indeciso entre sonreír, maldecir a Ara, empujarme o solo morderse los labios para mantener sometidos los bramidos que le reptaban desde dentro con cada movimiento mío.

Todavía con su mano en mi cabello me moví más cerca de su entrepierna, dirigiendo lo que manipulaba mi mano hacia mi boca, respirando cerca sin tocarlo. En cuanto mi lengua comenzó a trazar círculos en su punta Orión comenzó a temblar sonriendo libre y extasiado. Cuando al fin lo metí en mi boca su cabeza cayó hacia atrás y su mano me dirigió más y más profundo, hasta casi tocar la base.
¿Y si Sargas salía y nos veía? ¿Y si cualquier guardia aparecía y nos veía? Orión pareció olvidar todos esos obstáculos mientras manipulaba mi cabeza al ritmo de sus caderas, de arriba abajo, con un ritmo que variaba su velocidad con pausas en las que yo me entretenía jugando con mis labios y me lengua en la punta. Eso parecía encantarle, y su placer a mí me deleitaba, me hacía añorar más de esas muestras de jadeos y temblores.

Cuando al fin le arranqué un bramido pese a sus intentos de mantenerse mudo, su mano aferró mi cabeza para detenerme. Quise seguir a toda costa, pero él no me dejó. Negó con la cabeza, me apartó y volvió a subirse los bombachos.

Se agachó para quedar a mi altura, con sus dedos acarició mi rostro y luego asió mi barbilla para acercarme al suyo y besarme con pasión, como si con ese gesto me comunicara mil palabras, miles de decisiones.

—¿Por qué me detuviste? —pregunté jadeando contra su boca.

—Ya tendremos tiempo para eso, te lo prometo.

Selló el pacto con un último contacto de nuestros labios. Ahora solo nos quedaba avanzar.


•••••
Nota:

Este capítulo está dedicado a Rebecca del grupo de Axers por el fanart que me hizo de Aquía, y Rosy Zambrano en Facebook por un fanart que me hizo de Shaula. Graciaaaas 💕💕💕

Y... ¡volvieron los memes! Los amo 😍😍😍😍

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