Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

由 AxaVelasquez

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«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... 更多

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Capítulo 14: Mantén el mentón en alto

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由 AxaVelasquez






El príncipe solicitó mi presencia luego de sus breves palabras de saludo al que sería su pueblo por largos años hasta que él y su esposa nos honraran con un nuevo heredero y este, a su vez, se casara y tuviese al menos una Vendida.

Después de haberlo visto y escuchado, no solo dirigirse a mí sino a su pueblo, me quedaba muy claro una cosa: aquel hombre no podía ser rey. Ni de Aragog ni de nada. No tenía el espíritu; carecía del oído atento de su padre, de su habilidad para hacerse escuchar como si sus palabras fuesen la mejor y más costosa función de teatro; su único atractivo era el misterio, la única razón por la que todos lo veían con la boca abierta y ojos rapaces esperando a encontrar cualquier pista para devorarla. Pero acabaría, tarde o temprano, justo cuando la premisa terminara y quedara al descubierto la verdad de aquel hombre, nuestro heredero. Y la verdad era que no tenía carisma, mucho menos visión, solo un puesto privilegiado por nacimiento, lo cual, si mis sospechas eran ciertas y aquel hombre no era un Scorp, entonces él no tenía nada a su favor.

Incluso Antares sería mejor rey por el simple hecho de que él sí quería serlo. ¿Permitiría Lesath que aquel bastardo sin gracia ocupara el trono que le pertenecía a su hijo legítimo? Como siempre, habían más preguntas que respuestas.

Llegué ante la presencia del príncipe escoltada por el guardia. Me había mandado a llamar a la que sería su nueva habitación oficial, aunque lo veía tan incómodo con aquella luz que se me hacía imposible no imaginarlo escabulléndose a las mazmorras cuando nadie lo viera, refugiándose en su guarida tenebrosa llena de cráneos, polvo y oscuridad.

Había muchos sitios donde sentarse, pero él decidió para sí la esquina más alejada de la única claridad que entraba al lugar desde el balcón.

—Majestad, ¿quiere que le encienda las luces? —preguntó uno de los dos guardias que me escoltaban.

—Márchate, ¿te parece que quiero que enciendas alguna luz?

—Pe-pero, majestad, yo solo...

—Tengo mis propios sirvientes, diez mil a mi disposición, al menos una docena de hombres acampa fuera de mi puerta y cuatro más en el balcón. ¿Crees que si quisiera que alguien encendiera las luces no me bastaría con silbar?

Definitivamente aquella no era la actitud de alguien que quería ganarse a su pueblo. Y solo había dos opciones: él no era consciente del daño que se hacía a sí mismo, a su posibilidad de reinar, o lo era mas no le importaba.

—Entiendo, majestad.

—Entonces márchate, que lo único que te pedí fue a la Vendida. ¡¿Qué le pasa a esta gente que cree que le pago por hablar?! ¿Es que no pueden hacer su trabajo en silencio?

El hombre tembló a mi lado, vi que iba a abrir la boca para responder y sentí tanta lástima por él que no contuve mi deseo de ayudarlo. Le pasé una mano consoladora por el brazo y negué con la cabeza para evitar que dijera cualquier nueva palabra. Con una sonrisa le agradecí y le dije que ya podía marcharse, a lo que el guardia a mi otro lado obedeció como un reflejo, silencioso y sin mirarme. Porque yo no era nada para la mayoría de ellos.

Me aproximé a mi dueño sin que se me llamara. Estaba recostado de su trono improvisado con el codo hincado sobre el reposabrazos y el rostro sobre aquella mano, como si intentara pensar, como si le doliera la cabeza. Tenía el zapato de una pierna puesto sobre la rodilla de la otra, todo vestido de azul y dorado como en el baile, pero con su corto cabello despeinado como si apenas hubiese quedado lejos del escrutinio de la nobleza no hubiese soportado tanta elegancia.

—El baile no ha acabado, ni para ti ni para mí —dijo él sin levantar el rostro de su mano. Incluso con solo mirar su perfil podía adivinar el rostro de Orión si me esforzaba en dibujarle la barba—. Y no puedo decir que ya haya pasado lo peor. Mi padre sugirió que te incluya a la corte aunque sea de forma platónica, que te pasee entre las grandes damas y los grandes Lords para que se distraigan admirando mi juguete nuevo, el juguete de la nación.

Sonreí comprimiendo una risa. Qué título más hermoso el que me había ganado. No podía hacer nada al respecto más que reírme del chiste.

Me atemorizaba mucho más la idea de introducirme en una corte de tiburones maquillados y sonrientes que en un salón de asesinos. Aquellas personas intimidaban con solo mirar su postura, la manera en que escrutaban a los demás, los comentarios que intercambiaban entre ellos.

—Y, por si no lo has comprendido, cuando digo "mi padre sugirió" me refiero a que hay que hacer exactamente lo que él ha dicho. Después de todo, estamos aquí para tenerlo contento.

—¿O sea que vamos a volver, y me va a presentar a...?

El príncipe volteó de forma tan brusca que me quedé helada de horror. Sus ojeras eran bastante profundas, sus ojos entornados contenían la crueldad de una noche tenebrosa sin estrellas. Aquel escorpión, de alguna forma, aterraba más lejos de las sombras que dentro de ellas.

—¿Crees que voy a ir al baile tomándote del brazo y a pasearte por todo el salón para que luzcas tu hermoso vestido como un accesorio de mi traje?

—Solo respondo a lo que usted mismo ha dicho.

—Yo no seré quien te lleve, mujer. Tengo mis propios asuntos. Además, de lo que en realidad debemos preocuparnos es de la inevitable conversación que tendrás con mi padre dentro de poco, luego de que... Luego.

—¿Qué debo decir?

—Nada. No hables a menos que te haga preguntas directas, y si te toca responder ni se te ocurra ser insolente.

—No se me habría pasado tal cosa por la cabeza.

—Cállate, mujer.

Apreté los labios, tenía muchas ganas de escupirlo justo en ese instante, sobre todo de escupir todas las verdades que me quemaban la boca a ver si así despertaba de una vez aquel príncipe tan inútil. Inútil para comprender, inútil para querer hacerlo.

—Sobre lo que haremos tú y yo de aquí en adelante todavía no me decido, me parece que es hora de acordar...

—Usted no es inteligente, su alteza.

Sargas se inclinó hacia adelante en su asiento con sus ojos por completo enfocados en mí como la punta de una flecha que pronto sería disparada.

—¿Cómo te atreves a decirme eso?

Su voz, pese a mantenerse en un tono apaciguado, era ira transformada en calma, vibraciones de odio y amenazas navegando hacia mis oídos. Lo cierto es que primero las sentí recorrer mi espalda desnuda, haciéndome sentir escalofríos de vértigo por lo que estaba haciendo, pero no había frío en ese mundo que detuviera mis palabras.

—No debería ofenderse por decirle a la cara lo que otros murmuran a sus espaldas. Y lo que es peor, usted no puede evitar que yo piense lo que digo, debería agradecer que se lo comunique.

—A mí no me importa lo que pienses, ¿no lo has entendido?

Casi sonrió con la ironía de la situación.

—¿Y lo que piense su reino?

—He pasado suficiente tiempo ignorándolo, creo que puedo hacerlo un poco más.

—Me parece que eso ya no aplica, no ahora que ha decidido hacerse cargo de el.

—¡Cállate, mujer!

—¿Y qué ganará con mi silencio?

—Paz.

—Pero sus problemas no desaparecerán, ¿sabe por qué? Porque sus problemas no son mujeres que pueda mandar a callar. Resulta evidente que pretende descargar conmigo esa frustración, pero...

—Que te calles, no lo voy a repetir. —Sus dedos se clavaron como garras en el material del sofá—. ¿Crees que conmigo vas a poder usar tus amenazas? Yo soy lo único que te ha mantenido a salvo, contra mí no eres nada. Solo una Vendida.

—Si no puedo amenazarle, ¿por qué impide que hable, majestad? ¿Qué es lo que teme que diga?

—No le temo a nada.

—Lo puede repetir muchas veces, pero a mí no me va a convencer.

Sargas se levantó y se plantó frente a mí. No me encogí ni un poco. Al contrario, levanté el mentón hasta que mi mirada estuvo a la altura de la suya. Él despreciando todo de mí, yo sin miedo a lo que un hombre más pensara que podía definirme.

—¿A qué es lo que le temo? —me retó.

—A lo mismo a lo que le ha temido por tantos años, tanto como para vivir escondido en las mazmorras de su propio castillo sin poder ver ni a su sombra: a que es el bastardo del reino. Puede que sea el mayor pero su hermano es el legítimo heredero al trono.

Me abofeteó. Tantos ya lo habían hecho antes que esa vez no lloraría por algo tan simple como el ardor en mi piel que había dejado una mano que me abarcaba casi todo el rostro. No entonces cuando había aprendido tantas cosas sobre mí misma, no cuando mi tolerancia al dolor había aumentado, no cuando había sufrido maltratos peores.

Entonces, lo aplaudí. Y lo hice mirándolo a los ojos con una sonrisa enorme.

—¿Qué haces? —preguntó sin dar crédito a lo que veía.

—Le aplaudo su valentía, alteza. —Añadí una reverencia—. Ahora, dígame, ¿dejó de ser un bastardo por golpear a la única mujer que le ha dicho la verdad a la cara?

Ni una palabra salió de sus labios. Solo había odio, puro y tangible. Estaba en su mirada ardiente en la semioscuridad, en el aire que escapaba de sus fosas nasales para agredir mi rostro, en sus manos apretadas, en su entrecejo arrugado. Nadie nunca me había odiado con tanta sinceridad y con tanta razón.

—Puede que en sus leyes sea completamente lícito el trato que me da —añadí—, pero déjeme que sea la primera que le diga que sus leyes dan asco. Me puede golpear hasta que la cara me sangre, puede incluso ordenar que me arranquen la cara, pero usted seguirá siendo un bastardo y yo me moriré pensando las mismas cosas que usted no me ha dejado decir.

—¿De qué infierno te sacaron a ti?

—Del mismo que a usted. Lo único que nos diferencia, además del estatus, es lo que le cuelga entre las piernas. Y dígame, ¿para qué le ha servido eso contra lo que hay delante de usted?

—No soy un bastardo. Saqué los rasgos morenos de mi madre.

—Llega un poco tarde para negarlo, su alteza, y es por ello que le digo que no es inteligente. Si lo fuera, me habría preparado antes para esta sorpresa, en nuestro primer encuentro, y no se habría mantenido en la oscuridad. Porque puede que el resto del mundo finja crear su historia, que ha heredado tales rasgos de su madre, pero yo he tenido la suficiente cercanía con cierto caballero como para oler a kilómetros el parecido. Si no son hermanos, entonces supondré que él es su padre.

Ahora era él quien apretaba los labios.

—¿Por qué su padre permite que reine sabiendo que no tiene derecho? Es evidente que le regalaría el trono envuelto en papel de oro a Antares si pudiera. ¿Es porque es incapaz de admitir que su esposa, una simple mujer, se atrevió a romper todas las leyes escritas y embarazarse de un inocente joyero?

—Si dices otra palabra haré que te corten la lengua.

Dos hombres irrumpieron en los aposentos del príncipe sin ser llamados, usaban el mismo uniforme de los guardias que acampaban fuera de la puerta, se posicionaron firmes a ambos lados de la entrada y solo uno habló.

—Alteza, Lord Circinus solicita que se le permita el paso.

—Yo lo mandé a llamar, permítele que pase.

Miré a Sargas con la boca abierta sintiéndome a punto de llorar. Casi le suplicaba con la mirada. No me cabían dudas de que Orión le había advertido sobre Lord Zeta, y aunque Orión no supiera lo sucedido en la torre de La Mano, y por lo tanto no se lo hubiese podido comunicar a Sargas, tenía que haberle contado lo de la subasta y que nos había visto en el entrenamiento y por tanto era un peligro para mí. Además, le había implorando que se encargara de él, ¿y sin ningún remordimiento ese príncipe maldito lo mandaba a llamar en el mismo momento que a mí?

La Mano del rey entró, galante y sonriente con la tripa casi sobresaliéndole por el lo mucho que sin duda había disfrutado de los postres del baile. Se acercó a Sargas, se detuvo para reverenciarlo, y luego se fijó en mí como si fuera la primera vez que nuestras miradas se encontraran.

—Mi Lady —dijo inclinándose con su mano estirada para tomar la mía.

Me vi en la obligación de entregársela, dejar que sus labios húmedos de saliva y el alcohol de la fiesta se pasaran sobre mis nudillos, y luego soportar su mirada deleitada y victoriosa. Solo esperaba que mis ojos le comunicaran la imagen dentro de mi cabeza, ese delicioso momento ficticio en que lo apuñalaba una y otra vez.

—Es un placer conocerla al fin.

—No se entretenga conmigo, mi Lord, seguro que ha esperado mucho más tiempo por conocer a su futuro rey, no quiero quitarle su oportunidad de admirarlo al fin.

—Al contrario —intervino Sargas—. Lord Zeta Circinus y yo ya hemos tenido oportunidad de presentarnos, y pronto tendremos tiempo para ponernos al día. Hoy he solicitado su presencia porque me gustaría que fuese él quien te escolte en el baile hasta que mi padre...

—¿Qué? —Ya casi no me quedaba voz. Miré a Sargas, él no tuvo la valentía de devolverme la mirada. Ese fue el instante cuando el odio se tornó mutuo. De haber podido lo habría matado en ese instante.

—Oh, no se asuste, mi Lady —intervino Lord Zeta—, sé que la nobleza puede ser intimidante, pero sepa que mientras vaya de mi brazo no habrá nada de lo que tenga que temer.

—¿Ahora soy Lady y no una sucia mujer? —pregunté sintiendo la rabia reptar por mis venas.

—¿Así la llamaban en el centro de Vendidas del que viene? —preguntó haciéndose el inocente—. Qué pena. Por supuesto, hay mujeres para todos los usos, pero usted ha tenido la suerte de tener un Comprador honrado que le permite con gran generosidad aprender de las mejores costumbres del reino. Integrarse como... casi como una persona normal. —Luego se volvió hacia su futuro rey—. Ya hablaremos, entonces. Le agradezco por confiarme a mí esta tarea.

—Eres La Mano de mi padre, en nadie más podría confiar.

—Hablando de eso... ¿ya ha pensado en quién será ese hombre afortunado y de confianza absoluta al que confiará el puesto de La Mano una vez se haya transformado en rey, alteza?

—Como usted dijo, ya hablaremos. Después del baile.

—¡Esplendido! Cuidaré bien de su Vendida.

☆☆●☆☆

El jefe de los soldados miró a sus hombres, vacilante, mientras volvíamos a introducirnos en el baile. Se les leía el deseo de preguntar por el heredero, pero al final ninguno podía negarle el paso al segundo hombre más poderoso de Aragog y el cerdo más grande que había conocido en mi vida. Se mantuvo en silencio durante todo el trayecto, sonriente como un campeón, lamiéndose los labios como si todavía conservaran el sabor de los dulces que decoraban el gran salón en altas torres.

No fue hasta que entramos que se atrevió a ofrecerme el brazo. Lo miré con una sonrisa y me incliné un poco más a su lado para susurrarle:

—Quizá seria mejor si yo lo llevo a usted, con mi crineja, claro.

Desistió de su intento de hacer que lo tocara, mas no tuvo la bondad de bendecirme con su silencio.

—Me alegro mucho de que al fin estés con Sargas —dijo en voz baja para que solo yo lo escuchara y cuidando sus labios para que nadie pudiera leerlos—. Ese hombre te domará. Te veré doblegada como lo que eres, y me reiré tanto...

Bufé, sus palabras me parecían como mínimo ridículas.

—No cante victoria, mi Lord. Sargas no puede domarse ni a él mismo.

La Mano sonrió.

—En eso te concedo la razón, mujer, pero eres tú la que se equivoca. Quiero ver qué quedará de ti en cuanto conozcas al rey.

Temí tanto por sus palabras que avancé sin decir nada más. Pronto me vi envuelta por su círculo de personas de la alta sociedad, todos ansiosos por conocerme. Nombres, títulos y apellidos se mezclaron en mi cabeza hasta dejarla vacía, no podía recordar ninguno y mucho menos asociar los con sus caras. Me encontraba tan perdida como nerviosa, además de asqueada por tener a Circinus pegado a mi costado con una mano sobre mi hombro. Ante tantos espectadores no me podía defender, ni siquiera permitirme una palabra mordaz, solo tragar y tragar mientras más y más personas me hacían preguntas para las que no tenía respuesta o comentaban sobre mi apariencia, sin duda tratando de disimular el escándalo que suponía yo en los estándares de belleza. Ni rubia, ni bronceada, ni de ojos claros.

Al final se aburrieron de mis balbuceos torpes y respuestas vagas, y pasaron a cuchichear entre ellos, sin dejar de estudiarme de soslayo, escándalos de personas desconocidas para mí.

No tuve necesidad que volver a hablar hasta que llegó un hombre calvo de rostro redondo y agradable, vestido con túnica blanca con el emblema de la familia real —el escorpión coronado— bordeado en el centro con hilos de oro. Iba acompañado un muchacho, rubio de ojos achinados, que le llevaba unas hojas del mejor papel y un frasquito de tinta para que el hombre humedeciera su pluma.

Se presentó sin necesidad de tocarme, lo cual agradecí, acosionando con su llegada que todos cesaran de hablar y concentraran toda su atención en él. Incluson llegaron más Lores y damas distinguidas a empaparse de lo que sea que aquel hombre, quien se identificó a sí mismo como "El escriba", tuviera que decir. Algunos disimulaban, manteniendo fingidas conversaciones o una distancia prudencial, pero a todos se les notaba muy atentos e intrigados.

—Un placer conocerle, señor —dije al fin. No supe si debía hacer alguna reverencia, y noté que él se percató de ese hecho.

—Imagino que no sabrás quien soy, de mí no se habla mucho fuera de estas muchas e inmensas paredes. Pero, como comprénderás, alguien debe hacer cumplir el orden en este palacio y ese no puede ser su majestad, no si se preocupa por el orden de todo un reino.

—Entonces... ese alguien es usted.

—Exacto. Me encargo de que cada quien cumpla sus deberes, y me encargo de la puntualidad y eficacia de esos deberes. Ahora, tú eres parte de este palacio.

—¿Y cuál es mi misión?

—La que desee el príncipe, por supuesto. Pero eso no lo sé todavía, por ahora me bastará con conocerte. Quería ver el Milagro con mis propios ojos.

Lady. El juguete del reino. Sucia mujer. Milagro. Sí que había nombres para mí luego de que Sargas me comprara.

—Señor —se inmiscuyó una mujer rubia de peinado despampanante a la que el vestido le apretaba demasiado en el busto—, ¿son ciertos los rumores?

—Me temo que tendrá que ser más específica, Lady Auri, puesto que en Ara hay rumores como piojos en las cárceles.

—Me refiero... —La mujer se abanicó con más fuerza y miró a los lados como si temiera que les escucharan, cuando era evidente que al menos un tercio del baile estaba congregado para escuchar exactamente esa conversación—. A los Sirios. ¿Es cierto lo de los niños? Dicen que los pequeños estaban jugando en la noche y que esas bestias se comieron sus almas.

—Me temo que no puedo negar algo que pasó aquí mismo en la ciudad. Las tres familias afectadas son las principales testigos de esa atrocidad.

—¿Entonces es cierto? ¿Es cierto que los niños quedaron vivos? ¿Grises con los ojos blancos, Desalmados? ¿Son reales? ¿Tienen poderes?

—Lady Auri no propague ese tipo de rumores tan... crueles. Los Desalmados son parte enterrada de nuestra mitología y nada más, cuentos que se dispersaron para evitar que los niños salieran de noche y que se descontinuaron y prohibieron precisamente por la crueldad de la naturaleza de dichas historias.

—¿Entonces dónde están los niños? ¿Dónde están los cuerpos?

Esta vez no fue el escriba quien contestó, sino un muchacho de la nobleza con la mirada perdida.

—Los quemaron.

Un hombre, imagino que su padre, le golpeó la cabeza para que se callara, pero la mujer agarrada al brazo de ese hombre replicó.

—No le pegues por decir la verdad.

A lo que Lady Auri contestó:

—¿Por qué quemaron los niños si estaban muertos?

El escriba hizo como que no escuchó ninguna de las últimas palabras. De pronto sentí ganas de arrancarle el abanico a Lady Auri por el calor repentino que me mareó. Había demasiadas cosas que desconocía, de pronto las historias que había leído de Aragog no me parecían tan fantasiosas.

Un hombre se sumó a la conversación, un Lord del que no recordaba el nombre pero que veía a Lady Auri como una escoria de la sociedad.

—La viudez te ha vuelto descaradamente bruta, Lady Auri. Preguntando por cuentos de medianoche habiendo algo mucho más importante de por medio.

—¿Qué? —exigió la mujer con dignidad.

—La nueva reina.

Eso, para mi sorpresa, hizo sonreír al escriba e incluso al muchacho que lo acompañaba.

—Me complace ser yo quien les anuncie que, en efecto, todo lo que han escuchado es verdad.

—¿Se casa el príncipe? —preguntó el Lord que planteó el tema.

—Sí, pronto lo hará. Y, como habrán escuchado por ahí, los rumores son totalmente ciertos. La casa Cygnus, los altos Lords de las tierras nevadas al norte, Deneb, han recuperado a su hija.

—¡¿La pequeña que secuestraron al nacer?! —intervino Lady Auri—. ¡¿Pero cómo?! ¿Y por qué el rey permite que se case con el príncipe heredero si no ha vivido dieciocho años alejada de sus padres? No sabe nada de lo que es ser noble.

—Es la princesa prometida, lo fue desde el día de su nacimiento. Por eso nuestros enemigos la robaron de su cuna desde el día en que nació y la vendieron como una bebé cualquiera. Pero su destino estaba escrito en las estrellas, Lord y Lady Cygnus, los cisnes de Aragog, prometieron a su hija desde antes de su nacimiento, su destino era casarse con el príncipe Sargas o, en dado caso de que este decidiera no cumplir con su deber, con el buen Antares. Y apareció.

—¿Cómo?

—Una mujer, la nueva Vendedora del conjunto de Vendidas al que pertenecía, denunció la marca del cisne en la espalda baja de la muchacha, tenía todos los lunares en la posición exacta de su constelación. Sus padres fueron a reconocerla, y no hubo duda. Delicados rizos rubios como su madre, la piel sonrosada de las tierras del norte, los ojos ambarinos de su padre. Era sin duda Lady Cygnus, la princesa prometida por las estrellas. Nuestra futura reina.

—Disculpe, señor —Tenía un horrible nudo en la garganta, me sentí más inquieta y sobrecogida que nunca, incapaz de frenar las vueltas que me daba la cabeza en ese momento—. ¿Podría...? —Tragué en seco—. ¿Podría decirme el nombre que le dieron a Lady Cygnus cuando llegó a la mansión de Vendidas?

—Oh, claro. Da la curiosa casualidad que la princesa ha decidido conservarlo. Es comprensible, ahora puede parecer lo único real en su vida. Se llama Lyra. Lady Lyra Cygnus.

Así me los imagino a todos al final de cada capítulo xD

¿Saben una cosa? Apenas van 14 capítulos y siento que llevo un libro completo porque en todos hay un giro para un lado o para otro ajajaja No sería un libro mío si no fuese así. ¿Para dónde creen que va esto? Sinceramente les pregunto si les está gustando la historia, los personajes, qué piensan de la evolución de Aquía, de las revelaciones recientes. MUCHÍSIMAS GRACIAS por leer. Son la razón de mis desvelos (súper literal) 💜💕

Este capítulo va dedicado a @rosa_castro.27 en Instagram por el boceto que me mandó inspirado en Vendida ♡



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