Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

By AxaVelasquez

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«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... More

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos

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By AxaVelasquez

Los pétalos de una flor rozaron la punta de mi nariz, haciéndome cosquillas, despegándome de los brazos de la somnolencia. Mientras intentaba apartarlos como a un insecto, terminé por abrir los ojos en contra de mis deseos y así descubrí que no había flor alguna; aquel delicado material que acariciaba mi piel no era más que la punta de la tela con la que la princesa cubría su rostro, que al estar inclinada sobre mí me colgaba sobre la cara.

—¿Qué…?

Con lentitud fui recobrando la consciencia o con ella el dolor de cabeza de una resaca descomunal; la noche anterior, luego de que Antares se marchara triunfal, Shaula se había ido a enfrentar a Sargas por confinarme a su alcoba sin consultarlo antes con ella. Yo me había dispuesto a esperarla despierta, sin embargo en algún punto entre el desvelo y la preocupación tuve que haberme rendido en los arrulladores brazos de la luna, alcanzando un sueño tan profundo que me sumió en un olvido momentáneo.

Por el dolor de mi cuerpo y la incómoda posición en la que estaba, supe que al menos había tenido la decencia de acostarme en el sofá y no en la cama.

Sobre mí se encontraban los inmensos ojos de la princesa, tenerlos tan cerca era abrumador, no era como ver su reflejo tras el escudo del cristal que aminoraba el efecto de aquellas grandes perlas cafés que parecían penetrarme con más intensidad que cualquier hoja en el salón de entrenamiento.

—Te dejaría dormir más —dijo su voz calmada y profunda detrás de la seda turquesa que le cubría la boca. Su acento se acabaría por convertir en mi melodía favorita, y bastaba con escucharla pronunciar tres palabras para deducirlo—, pero imagino que para cuando despertaras todos estaríamos extintos.

—¿Tanto…? —Intenté incorporarme, pero el mundo se mezcló en un remolino alrededor de mí—. ¿Tanto dormí? —pregunté al fin con una mano sobre el hemisferio de mi cabeza que más palpitaba.

—La verdadera pregunta es: ¿cuánto llevabas sin dormir?

—No… no lo sé. He tenido noches difíciles y días aun peores.

Shaula asintió, y se levantó. Yo hice lo mismo pero con una lentitud excesiva para no caer en el vórtice que imaginé que se abría a mis pies.

—No se molestará si le pregunto… ¿qué decidió Sargas por fin para mí? ¿Me voy a quedar o…?

—Lo que deberías es comer algo, y arreglarte, mi hermano es el Scorp que menos te debe preocupar ahora. Mi padre, por otro lado… no tolerará una Vendida mal vestida, borracha de sueño, famélica, ojerosa e impuntual.

—Y… su otro hermano… —tanteé el terreno para descubrir qué tanto era prudente acercarme sin hundirme—… ¿de él también me tengo que preocupar?

—De él solo tengo que preocuparme yo —dijo dándome la espalda. Su voz me sonó sincera, lo que lo hacía todavía peor—. Por favor, come algo de la mesa y cámbiate. Es tarde.

Obedecí lo que decía en silencio, terminé de comer y me apresuré a ducharme aunque no tuviera idea de lo que iba a ponerme después.

En el cuarto de baño de la princesa no había una tina de piedra incorporada al suelo como la que tuve en la alcoba que Orión dispuso para mí, solo una de cerámica detrás de una pantalla doblada como un acordeón, casi de mi misma altura. Me desvestí por completo y sumergí toda mi palidez llena de nervios y sudor, primero restregando cada parte de mi cuerpo con la esponja más rústica que conseguí hasta casi borrarme la identidad de la piel, luego perdiéndome, aguantando la respiración, sumergida hasta los párpados, en el calor y la espuma de aquel baño.

Al salir, envuelta en una de las toallas perfumadas que conseguí en el cuarto de baño, descubrí que había pasado tanto tiempo dentro que la princesa ya estaba casi lista.

Me acerqué a Shaula por la espalda mientras se observaba de pie en el espejo, intentando no alertarla ni interrumpir su ritual. Iba vestida con el ropaje de las nobles de Baham, aquel vestido atípico formado de un entresijo de telas vaporosas cruzadas, que en esa ocasión combinaban el color salmón con el naranja; incluía un cinturón de oro que marcaba su figura y dejaba a sus gloriosas caderas lucirse, y en sus muñecas, con el mismo material, portaba dos brazaletes gemelos de serpientes del desierto que se enroscaban hasta más arriba de la mitad de sus antebrazos. Me dejó anonadada, no solo por lo detallados de aquellos adornos del que se podían contar las escamas y las grietas de la piel grabada en oro, sino por su significado.

El nombre de la estrella “Baham” significa “buena suerte”, y si bien es una estrella perteneciente a otra constelación, en la mitología Áraga aquella estrella se revelaba contra las suyas y formaba su propio espacio en el cielo. Se dice que dotó de su suerte otras estrellas menores y desdichadas haciéndolas brillar con fuerza bajo su nombre, convirtiéndose al fin en su propia constelación con forma de serpiente alada. Ese hecho no se había comprobado por ningún astrólogo vivo, por lo que no se dejaba de considerar un cuento para niños, pero para los creyentes existía una profecía, la profecía de una guerrera que haría en la tierra lo que Baham hizo en los cielos. Una guerrera que sería reconocida por el símbolo de la serpiente alada.

Era para mí una maravilla, y un horror a la vez, presenciar con mis ojos tal desafío, que la princesa escorpión portara el símbolo de una rebelión, aunque mitológica, en la casa de su padre.

Al girarse advertí su collar de piedras de jade encerradas en anillos dorados que le bordeaba el cuello haciéndola parecer una joya en sí misma, además de los pendientes a juego en sus orejas, al igual que el colgante del adorno a mitad de su frente. Y al final, la tela color durazno que cubría su hermosa cabellera y parte de su rostro, dejando sus ojos sombreados con una mezcla de colores tierra que le daba más intensidad a su mirada, si es que eso era posible.

—Ven —me dijo—. Es hora de peinarte.

Me senté frente a su espejo sin protestar.

—¿Cómo era tu madre? Además de preciosa —pregunté mientras el cepillo rastrillaba mi cráneo y sus dedos las hebras de mi cabello. Su perfume me estaba drogando, no olía a ninguna fragancia de Ara y no tenía que preguntar para saber que provenía de su tierra.

—Solo con que preguntaras eso, quitando protagonismo al atributo físico, ya me agradas.

Sin embargo, no respondió mi pregunta.

—¿No te molesta ser tú la princesa y tener que peinarme a mí?

—Me molestan muchas cosas de la vida, y esta no es una de ellas. He de suponer que si no sabes peinarte tú misma siendo mujer, has estado ocupada aprendiendo otras cosas.

Sonreí, sonrojada de oreja a oreja, por una observación tan inteligente que además me sabía cumplido.

—La verdad es que estos días me ha pasado de todo.

—Algo como eso me comentó Sargas.

—¿Son muy cercanos?

—Sargas no es cercano a nadie desde que nuestra madre murió, quien era la única que podía acceder a él.

—Exceptuando a Orión.

El cepillo de la princesa se congeló en mi cabello por un segundo, al instante reanudó su camino pero ya el mal estaba hecho. Algo ocurrió en ella con la mención de ese nombre, algo que sin todas las piezas faltantes yo sería incapaz de descifrar. Solo me quedaba indagar cuanto fuera posible.

—¿Qué debo saber sobre ese hombre?

—Según tengo entendido, nada. Mi hermano le prohibió…

—Lo sé, y lo entiendo, pero… es el hombre que decidió comprarme, al fin y al cabo, aunque no fuera para usarme él. ¿No es mi curiosidad algo justificado en este caso?

—Dependiendo de a quién se la manifiestes.

—No haría estas preguntas a nadie que no fuera usted, princesa.

—Y eso demuestra tu mal juicio de las oportunidades. No te confundas conmigo, que hayas visto y oído lo que sea, soy un escorpión más y el hecho de que no despilfarre mi veneno como mis hermanos no significa que no lo tenga.

Tragué en seco. Las puertas del balcón estaban abiertas en su totalidad pero yo comenzaba a sentir un calor sofocante. Era una verdad dolorosa, pero verdad al fin y al cabo, que me había estado confiando mucho, como si no supiera yo lo engañosas que pueden ser las caras amigables, o como si no recordara que un paso en falso me haría rodar la cabeza.

—Orión Enif —respondió al acabar de trenzarme como le pedí—. Su nombre pertenece a la constelación del cazador y su apellido a una de las estrellas de Pegaso. Su padre es el único Enif del que se tiene registro, y no por buenas razones. Los demás se habrán perdido en el olvido, no eran una casa importante.

—¿Y qué eran?

—El padre de Orión era un joyero, y no el dueño de la joyería, sino el que atendía el negocio. Se llevaba a su hijo al trabajo por no poder pagar una Vendida que lo cuidara, su madre murió al darlo a luz.

—¿Qué? —No tenía sentido para mí. Si bien explicaba lo mucho que sabía Orión de joyas, me dejaba muchas más dudas que antes—. ¿Cómo llegó el hijo de un joyero a ser caballero de la guardia real y amigo del príncipe heredero de Aragog?

—¿Quién te ha dicho que son amigos?

—Bueno…

—Orión entrenó desde pequeño por su cuenta, fue cazador antes de saber escribir su nombre, y cuando se presentó el reclutamiento para los aprendices de la nueva guardia, estuvo primero que ninguno, luchando contra todos los de su edad, algunos incluso le doblaban en tamaño. Pero venció. Fue uno de los cien vencedores y con el tiempo destacó tanto que el puesto de caballero no se le pudo negar sin importar cuantos nobles quisieran a sus hijos en el puesto antes que a un don nadie con apellido sin peso.

—Dices que… solo de su padre se tiene registro. ¿Por qué? ¿Qué hizo?

—Se le ejecutó públicamente por supuesto fraude a La Corona.

—¿Fraude? ¿De qué tipo? ¿Vendió unas joyas defectuosas?

—No lo sé —Pero sí lo sabía, lo vi en la inmensidad de sus ojos—. Lo único cierto es que para entonces Orión ya no estaba ligado a nada ni a nadie más que a su juramento con la guardia real, así que aquel escándalo no lo alcanzó. Él podría convertirse en el primer Enif digno de recordar, si no fuera porque será el último.

—Porque como caballero no debe tener hijos.

—Exacto.

—Los verdaderos héroes mueren sin nombre —pronuncié con tristeza.

Shaula sonrió, no lo supe por su boca, sino por el brillo malicioso y complacido de sus ojos.

—Eso ya se verá.

☆☆●☆☆

En un castillo, sobre todo en uno de tal magnificencia y esplendor como aquel que en sus entrañas resguarda la realeza de Aragog, un salón de fiesta es como una galaxia vacía donde uno a uno empiezan a desfilar cometas, todos con un atractivo distinto, que llenan d energía y color el espacio hasta hacerlo un espectáculo que ni una lluvia de fuegos artificiales puede igualar.

El suelo no era de cristal, pero su material relucía de tal forma que creaba ese efecto. Era como caminar sobre alas de hadas; además, el reflejo de las lámparas llenas de lágrimas de fuego blanco que colgaban del techo era un decorado precioso en sí mismo.

Las mujeres eran un montón de maniquíes bien vestidos, ataviados de joyas y peinados complicados, poseciones que presumían sus esposos u ofertaban sus padres; hermosas, sí, pero un accesorio después de todo. Pocas hablaban entre ellas, ninguna se desplazaba sin pedir autorización, y aunque muchas sonreían me di cuenta que aquella vitrina rostros hermosos no era más que una máscara para la infelicidad.

Shaula no me acompañó al baile, tampoco me dio una excusa para no hacerlo, simplemente me asignó uno de sus guardias para que me escoltara luego de que este mismo buscara de mi anterior habitación el traje que entonces usaba.

Después de Delphini pocas veces volví a sentirme poco agraciada, y la verdad es que aun tuve menos oportunidades para permitir que mi aspecto me importara exceptuando aquellas en las que me rodeaba de hombres musculosos de dorsos desnudos usando nada más que vestidos cortos —que eran más sencillos de maniobrar— y con escotes, en medio de entrenamientos peligrosos; por lo demás, poco me importaba cómo me vieran los demás. Sin embargo aquella noche fui muy consciente de mi aspecto, y de lo mucho que me encantaba.

Llevaba un vestido negro que exhibía en su parte superior un diseño de tallos espinosos en espirales que me cautivaron por lo artístico que se veía.  Apenas tenía mangas, eran solo dos tiras delgadas de encaje en cada hombro, y dejaba mi espalda por completo al descubierto. La tela esculpía mi silueta hasta la cadera donde poco a poco la falda se iba extendiendo con una larga abertura en el lado izquierdo que dejaba asomarse mi pierna desnuda, con apariencia de mármol al contrastar su palidez con la oscuridad del vestido; y finalizaba la función con una corta cola.

Acompañaba todo ese espectáculo con unos guantes de encaje a juego y una corona de rosas color vino que adornaba lo alto de mi crineja. Me reusé a llevar un peinado distinto, por si acaso se atravesaba Lord Ahorcado y había que recordarle nuestro último encuentro.

No me quise mover ni muy cerca del centro, donde ya habían parejas bailando, ni muy hacia la puerta de entrada para evitar tropiezos, así que me mantuve a una distancia prudencial de los anchos escalones que conducían a los tronos de la familia real, así vería cuando llegara Sargas y él me vería a mí. Mi único temor era que el rey llegara primero, sin embargo contaba con que no me reconociera.

—Señorita.

Un muchacho de unos catorce años, vestido de gala pero de aspecto sencillo, se acercó a mí con los aires de quien está haciendo la hazaña más emocionante de su vida. Esto ocasionó que el guardia a mi lado se interpusiera y hablara en mi representación.

—¿Qué quiere?

—Tengo un mensaje para la señorita —Y sin prestar atención del guardia me extendió el papel. Los ojos le brillaban del éxtasis—. Me quedaré por si quiere responder algo. No tengo lápiz pero puedo llevar el mensaje de boca.

Tomé lo que me ofrecía con el ceño fruncido por el recelo, y leí su contenido asegurándome de que mi acompañante no lo viera.

«Te dije que adivinaras, pero todo adivinanza merece una pista. Aquí te va la primera, preciosa: qué ganas de terminar de romperte ese vestido.

PD: Imagino que en los libros que lees el protagonista usa la correspondencia como un medio romántico, pero te veo y solo puedo pensar: ese collar de shwaroskys no combina con los pendientes de perlas.»

Levanté rápidamente la mirada al joven mensajero. Temí que al hablar se escapara el corazón que me palpitaba en la boca.

—¿Está cerca?

—Ya no. —Negó con la cabeza, pero ni siquiera eso aminoró la insistencia de mis latidos—. Pero me dará cincuenta Coronas si le llevo un mensaje suyo de vuelta.

Se le veía muy esperanzado, casi me suplicaba que lo hiciera, y yo casi me convencí de que iba a hacerlo solo por no decepcionar al muchacho y no porque de pronto sentí que todo el aire del salón se había evaporado, o por la inyección de adrenalina en mis venos como por un mordisco venenoso, ni porque de repente era más consciente del frío que se deslizaba por mi pierna, erizando su piel, llevando hilos de electricidad a mi espalda como el efecto de garras invisibles que la recorrían.

—¿De quién hablan? —preguntó mi escolta con severidad.

—De una amiga, y no pregunte, es una falta de respeto inmiscuirse en los asuntos de la Vendida de otro.

—Pues no estaba enterado de que las Vendidas tuvieran asuntos, mucho menos amigas.

—Es porque eres guardia, no estás familiarizado con nuestras costumbres.

El hombre frunció el entrecejo en respuesta, pero no dijo nada más, momento que aproveché para guardarme el papel doblado dentro de mi escote, y mirar al mensajero para decirle: 

—Dile de mi parte a Lady Andrómeda, que me empiezo a aburrir de tener la cabeza sobre los hombros.

—Enseguida, señorita.

El chico se fue corriendo llevándose por el medio a cualquier atravesado, con una sonrisa de oreja a oreja. Si al guardia le pareció sospechosa mi encomienda, no dijo nada al respecto. Yo solo esperaba que mi mensaje hiciera en la espalda cicatrizada de Orión lo que su texto hizo en la mía. ¿Cómo reaccionaría? ¿Sería capaz de arriesgarse a volver a ponerse en contacto conmigo? O, lo que era todavía más preocupante, ¿podría mi respuesta hacer que sus ganas de reencontrarnos superaran toda razón y sensatez?

Una parte de mí pensaba que ojalá no se volviera loco e intentara nada, pero la parte que no mentía me susurraba mi deseo de enloquecernos los dos y dejar que nuestras vidas se consumieran junto a nuestro deseo.

No pueden culparme, le había visto tantas veces esa sonrisa que me hacía perder el equilibrio que tener curiosidad sobre los demás trucos de su boca era lo más lógico. Además, estaba el hecho de que ya había visto lo que había debajo de la parte superior de su uniforme, ¿era mucha locura fantasear con ver que había detrás del resto de su ropa?

Estuve un momento fantaseando la idea de la libertad de desear y poder cumplir mis deseos, hasta que una orquesta trompetas, saxofones y otros instrumentos de aire comenzó a desplegarse en una sinfonía apremiante mientras la audiencia se movía. Estaban haciendo espacio a una fila de cuatro personas escoltadas por un guardia a cada lado. Cada uno tomó asiento en uno de los tronos más allá de los escalones. A la derecha del rey se sentó una figura con túnica y capucha, muy parecido a cómo había visto vestir a Orión el día que me compró. A su lado todavía quedaba un asiento vacío. A la izquierda del rey reconocí a Antares, vestido de gala con un traje plateado que acentuaba el dorado de sus ojos y camuflaba su largo cabello, más allá estaba Shaula, vestida tal cual la había visto en su habitación, con la mirada fija en sus manos, las cuales tenía cruzadas sobre su regazo en un gesto recatado.

El rey se levantó y habló desde el centro a la multitud. Era un hombre que compartía el color de cabello de su hijo Antares, el color de los Scorps hombres. Delgadas hebras plateadas en un cabello corto que le dejaba todo el protagonismo a la corona de oro con grabados en plata y decorados de amatista. Esa gran joya de autoridad y poder sobre su cabeza acentuaba el color ambarino de los ojos de su majestad. Era un hombre robusto, pero firme, con unas ligeras líneas de expresión entre sus ojos y la frente que delataban su edad, pero con una sonrisa tan cálida y radiante que lo hacía parecer contemporáneo con los más jóvenes.

Pasó un buen rato escuchando peticiones, bromeando con su público, prometiendo soluciones que parecían demasiado altruistas para ser sinceras. Siempre con una sonrisa, siempre con un guiño. No hubo una mujer que no suspirara en su presencia, no hubo un hombre que no riera de sus chistes, no hubo un niño que no lo quisiera saludar. Me di cuenta de una cosa: un hombre como La Mano del rey sería un tirano insufrible que acabaría siendo derrocado, ya sea por un levantamiento o una traición; pero a uno como Lesath Scorp, atento, comprensivo, un excelente oyente y un aun mejor orador, no podría odiarlo ni Ara, el altar del cielo.

Lesath, en ese primer encuentro que tuvimos, me demostró que no solo era uno de los hombres más encantadores que conocería jamás, sino también el más astuto. Eso no tenía otra traducción que “peligro”.

—Basta, basta —dijo el rey todavía riendo del chiste de un hombre que le hablaba de no sé qué cosecha—. Bueno, hermosas damas y honorables caballeros, el tiempo del banquete apremia y nos quedan muchos platos por degustar. —Adoptó un tono más solemne sin perder el aire de familiaridad para con el público—. Sé, que yo no soy el atractivo principal de esta noche.

Los presentes comenzaron a vitorearlo y a negar sus palabras, mas el rey les restó peso con un gesto de su mano y una sonrisa tranquila.

—No hace falta que le mientan a este pobre viejo, en este trabajo de proteger mi amada Aragog he tenido que afrontar misiones mucho más crueles que una evidente verdad. Ustedes no están aquí para escuchar a un rey aburrido en etapa senil actuando como si estuviese en sus veinte… Aunque, miren —Señaló su cuerpo, carente de una trabajada formación muscular pero esbelto después de todo—. Todavía me mantengo, ¿eh?

Silbidos y aplausos se elevaron de entre los espectadores, incluidos hombres. Sin embargo, eran las mujeres quienes más se entregaban en su adoración. No era difícil imaginarlas a todas soñando con la posibilidad de entregarse en los brazos de un hombre al que sí deseaban, y no al que sus padres escogieron alguna vez ya sea por beneficio, castigo o desesperación, y solo con el fin de quedar embarazadas de cada encuentro sexual que tengan. Lo imagino, y entiendo perfectamente que Lesath fuese para ellas un dios, el único hombre que las había tratado con coquetería.

—Les decía —alzó su voz por sobre el clamor de admiradores—, que sé que no están aquí por mí. Sé que están aquí porque han oído rumores… rumores que me complazco en informar que son muy ciertos. Las lenguas son un veneno en la mayoría de los casos, pero esta vez no ha hecho más que derramar buenas noticias. Sí, pueblo de Aragog, mi hijo, su heredero, el siguiente escorpión en la línea de sucesión, ha decidido acabar con su tiempo de meditación y afrontar su responsabilidad con el reino. Como prueba de ello no solo nos honra con su presencia —Toda la audiencia contuvo el aliento—, sino que se complace en presentarnos la prueba de que no está, y nunca estuvo, en desacuerdo con las tradiciones que hemos mantenido por siglos los escorpiones de Aragog. Damas preciosas y honorables caballeros, admiren a la Vendida de su futuro rey.

La mano enguantada de Lesath Scorp apuntaba hacia mí. Quienes me ocultaban no tardaron en abrir espacio y mirar en mi dirección hasta que no quedó una sola persona entre todos los presentes que se rehusara a mirarme. De pronto fui más consciente de mi aspecto, de lo evidente que debía resultar el rubor de mis mejillas tan pálidas, de cómo me temblaban las manos y de que no tenía ni idea de qué hacer con ellas mientras todas las estrellas del reino me devoraban con su brillo inquisitivo, tratando de decidir si me merecía el puesto que se me daba, si era lo suficientemente deseable, o qué tenía yo que no tenían ellas que había hecho al príncipe maldito salir de su escondite.

Los murmullos se elevaban como el bullicio de un enjambre de abejas excitadas. No distinguía ni una palabra, pero los sentía a todos criticándome, menospreciándome. Quise escapar llorando de aquel lugar, a salvo de sus miradas de lupa, de sus lenguas afiladas, de sus comentarios venenosos. No era la primera vez que se me juzgaba por mi aspecto y sin tener en consideración nada más. En Mujercitas vivíamos bajo el microscopio, siempre expuestas a exámenes de distintas Preparadoras de todas partes del reino. Recordé todas las veces que me formé en una fila con mis hermanas solo para que en la mejor de las situaciones, aquellas en las que no me ignoraban, las Preparadas comentaran entre sí distintas comparaciones burlescas sobre mi palidez, o chistes con respecto al miedo que daban mis ojos grandes sin pestañas ni color. Volví a sentir sus reglas de madera golpear mis caderas huesudas, obligándome a comer más de la cuenta como si yo quisiera estar así de delgada. Sentí sus manos desenredar mi cabello a la fuerza, comparándolo con los rizos rubios de alguna de mis hermanas o las ondas rojas como la sangre de otra.

De pronto me sentí tan abrumada que los ojos me ardían, una cruel anticipación de un llanto que tocaba frenético la puerta de mi garganta para que le abriera.

Por suerte todos perdieron el interés en mí en cuanto la figura encapuchada sentada a la derecha del rey se levantó de su trono y caminó por aquel suelo elevado hasta quedar al borde del escalón más alto. Cada respiración en la sala era un poema de desesperación incontenible. Tantos años de silencio, oscuridad y anonimato, y entonces aparecía al fin la estrella que le faltaba al Scorpius de Aragog, dispuesta a salir de su velo protector y brillar.

De la nada olvidé la asfixia que sentía y mis ganas de llorar, solo ansiaba lo mismo que todos: que la capucha cayera.

Y cayó, como cualquier teoría que haya podido formarse en mi cabeza hasta el momento. No había cabello plateado por ningún lado, ni gris, ni blanco. Ni ojos dorados, ni ambarinos, ni ningún derivado. Sargas no cumplía con el estereotipo de Scorp hombre que había prevalecido por generaciones, y podría decirse que en ese extraordinario caso el príncipe maldito había sacado el físico de su madre, pero sus ojos no eran del café que adornaba los de Shaula, sino profundos agujeros negros que combinaban con sus ojeras; y tampoco compartía su color de piel, se notaba que debajo de aquella amarillenta palidez adquirida por el encierro su piel era igual a la de cualquier hombre caucásico; tampoco tenía el castaño oscuro del cabello de su hermana, sino hebras de un color chocolate claro que sometidas a la luz podían pasar por color miel.

Mejillas hundidas, pómulos sobresalientes; el mismo corte de cabello que su padre, barba recién depilada, cejas gruesas. No había ninguna cicatriz, pero no hacía falta. Pese a todas aquellas diferencias tan calculadas, había estudiado suficiente el rostro de Orión como para reconocer a un pariente suyo en donde fuera.

Este capítulo va dedicado a yali30 por este dibujo que hizo de mis Sirios para su bestiario 😍 Lo amo con todo mi corazóóón.

Y para Ann_Ra por ser tan bella, que me vengo a enterar que me lee porque me mandó un hermoso edit de la historia por Instagram 😍💜 Pasen por su perfil que tiene unas historias súper 😏💜

Ahora... ¡¡Churros, compren sus churros mientras lloran en los comentarios porque nadie le atinó con sus teorías!! Igual, como buena samaritana les doy oportunidad de que sigan haciendo y me las cuenten aquí 😍

☆¿Qué piensan del rey? ¿Qué piensan de la revelación de Sargas y del mensaje de Orión?

☆El vestido que usó Aquía aquí lo pueden conseguir en mis stories destacadas, la de nombre "Vendida", en mi Instagram.

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