Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

Par AxaVelasquez

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«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... Plus

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Capítulo 12: Nunca tiembles

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Par AxaVelasquez

No había tenido momentos de pausa. El mundo no dejó de girar mientras los cambios se debatían a mi alrededor, chocando, haciéndome sufrir el impacto de sus explosiones, quitándole lugar a las estrellas que solían guiarme. Me habían dejado un firmamento desierto sin nada seguro a lo que me pudiera aferrar.

Mi mundo pasó a ser una nube de gas rotando lentamente, y en medio de ese nuevo big bang que daba forma a mi universo, el externo nunca dejó de moverse.

No hay piedad, ni paz, para una identidad en reconstrucción. Para aquellos que no pueden adaptarse sobre la marcha solo espera la frialdad de la nada, de un cielo sin estrellas.

Y en medio de esa ausencia de pausas, me tocó asimilar de camino a la habitación de la princesa, haciendo lo posible por ignorar las paredes y tapices que se mezclaban a mi alrededor, además del guardia de aspecto asustadizo que me escoltaba. Era tal su nerviosismo, delatado en su postura encorvada, sus movimientos temblorosos repentinos y el hecho de que se asustaba hasta con el murmullo del viento, que me daba la impresión de que a la hora del peligro sería él quien necesitara ser protegido por mí y no al contrario.

Me di cuenta que de todas las cosas que habían cambiado desde el momento en que Madame Delphini puso quedó a cargo de Mujercitas, lo que abarcaba un puesto prioritario de mi preocupación mientras me encaminaba a mi nuevo destino, sabiendo que ese sería tan incierto como todos los anteriores, era Orión. En concreto, me descubrí incapaz de asignar un sentimiento, de formar una opinión, sobre el hecho de que fuese él, y no ningún príncipe, el que decidiera comprarme.

Lo imaginaba como un espectador silencioso mezclado entre los coros de borrachos que habían bajado de los carruajes del castillo, siendo oyente del castigo que me impartía Lord Zeta dentro de la tienda, observando impotente cómo me arrastraba dolorida, destrozada y casi desnuda a un destino peor. Lo imaginaba debatiéndose entre cerrar los ojos, dar la vuelta y buscar una taberna con un licor digno que le arrancara mis gritos de la cabeza y borrara de la retina de sus ojos la imagen de mi lamentable rostro lleno de lágrimas, pavor y maquillaje corrido; o enfrentarse a la ira del Escorpión de Aragog al emplear su dinero en rescatar una de las tantas Vendidas que plagaban la Capital.

Lo imaginé cobrando el valor de Orión, el cazador del cielo, su constelación, armándose con una sonrisa diabólica para transformar su misión suicida en una travesura, ignorando el hecho de que con cada paso que daba se añadía un leño más a su hoguera. Lo vi aguardar, atento como un depredador mientras Lord Circinus, su presa, se sentía seguro en medio de su discusión con Madame Delphini. Luego, lo imaginé echándose la capucha de la túnica, sacando la arrogancia de donde la guardaba para ese tipo de emergencias, y haciendo lo que yo con todo un salón de asesinos sin ningún arma más que mi valor y una mentira: usar el nombre de Sargas.

Tal vez sentía demasiadas cosas al respecto que, abrumada con tanto, se me hacía imposible identificar más que una gran y aplastante nada. Solo era consciente de que una duda me llevaba a otra, y que no tenía más respuestas que antes, solo distintas cosas qué preguntar.

Sargas, aunque no había sido el más hospitalario anfitrión, era un absoluto misterio indescifrable. No me quería, no me conseguía una utilidad, sin embargo me conservaba al igual que Orión había conservado su cabeza luego de que se tomara tantas libertades para ser un simple guardia real.

¿Perdonaría el príncipe heredero a cualquier otro si le gastara diez mil Coronas en lo que sea, mientras él no lo haya solicitado? Además, ¿qué hacía un caballero de la guardia con esa suma de Sargas en su poder? ¿Sería también, en secreto, su tesorero? ¿Lo llevaba consigo para un encargo específico con el que no cumplió? ¿O, tal como había sospechado desde el comienzo, Orión y él compartirían una íntima amistad tanto como para que el príncipe le dejara esa cantidad en caso de emergencia?

La única persona de la que podía aspirar una respuesta, ya fuera decente o evasiva, tenía prohibido volver a acercarse a mí.

—¿Conoce a Sargas? —pregunté al hombre que me guiaba sin poder contenerme. Él me miró, apenas un gesto de soslayo asustadizo, y siguió avanzando por delante de mí—. ¿Por qué es así? Algo habrá oído.

—Cállese —ordenó.

—Esa orden te queda demasiado grande en la boca —dije deteniéndome. Él me imitó, como si no pudiera comprender qué estaba sucediendo. Sin duda no esperaba que yo le contestara—. La próxima vez que se te ocurra mandar a una mujer a callar ten al menos la decencia de creerte tú que tienes el poder para ello, de lo contrario esa palabra podría volver a atascarse en tu garganta.

El hombre abrió y cerró la boca varias veces en una especie de tartamudeo silencioso. Definitivamente no había un guardia decente en todo el castillo, a excepción de Orión.

—Te dije que te calles, mujer.

—Sí, como se le pide a un perro rabioso que se vaya cuando por dentro solo se ruega porque no te muerda.

El hombre, al fin comprendiendo que no conseguiría doblegarme, siguió andando y yo lo seguí.

—Llegamos —dijo mi escolta de súbito al cabo de un rato más de camino.

De inmediato el hombre salió corriendo, no se quedó a anunciarme ni a esperar a ver si había alguien siquiera dentro de la habitación. Este hecho me puso muy nerviosa, visualicé la situación de tener que esperar por horas sentada en el solitario pasillo con todas las inciertas posibilidades que eso acarreara. Que alguien me consiguiera ahí y, al nunca haberse anunciado que Sargas tenía una Vendida, no creían mi historia y me arrastraban a un destino tan cruel que no era capaz de imaginar. O que la princesa abría la puerta y decidía que no iba a compartir habitación conmigo, o peor, que al verme sola me viera como una amenaza y volviera a sus hombres contra mí.

Maldito guardia miedoso, en qué situación me había puesto.

Puse una mano sobre la puerta de madera blanca con intensión de golpear, sin embargo escuché las bisagras ceder ante el leve roce de mi mano y apartar la puerta del marco solo lo suficiente para que una ligera brisa del interior me saludara. O era una princesa muy descuidada al dejar su puerta abierta, o alguien no hacía mucho acababa de entrar.

Me asomé por la estrecha apertura, al principio no con intensión de espiar sino de descubrir si llamar era prudente, pese a ello no pude despegar mis ojos de la imagen que había ante mí, como si me hubieran hipnotizado.

La única fuente de luz en la habitación provenía de la claridad plateada que se escurría con el viento que movía las sedosas cortinas del balcón, las puertas de este recibían abiertas a la omnipresente luna y cada brillo individual de las preciosas joyas del cielo. Desde el ángulo en que miraba tenía una visión directa a un aparador lleno de accesorios coloridos, cosméticos varios, cofres y demás, con un gran espejo donde se reflejaba la mirada venenosa del único escorpión mujer.

Cepillaba su cabello castaño como si llevara a cabo un hechizo, concentrada y apasionada. La peineta dorada se perdía en la espesura de la coronilla y descendía eternos centímetros de un camino lacio hasta más abajo de las anchas caderas de la princesa donde al fin el largo terminaba. Luego de quedar satisfecha con el peinado ella tomó una suerte de diadema muy delgada, de oro con una única joya turquesa colgando en el centro, con el ancho exacto para que al pasarla por su cabeza quedara justo a mitad de la frente con el pendiente posicionado entre las cejas de cabellos gruesos peinados hacia arriba.

La joya, por muy llamativa que fuera, no le quitaba atención a los enormes ojos cafés de la princesa, ojos que penetraban como un aguijón y cuyo veneno encantaba como la saliva de un vampiro en la mitología. Sus labios, gruesos, con un arco envidiable, también eran difíciles de ignorar; por suerte, ella me ayudó a apartar la vista de ellos.

Cubrió primero su cabello con un enorme retazo de seda que parecía una cortina poco ancha, la tela tenía el color de los pétalos de los girasoles de Hydra y parecía estar hecha para combinar con su piel morena. Se envolvió toda la cabellera desde la mitad de la espalda hacia arriba, y luego dejó caer un velo que terminó de ocultar las puntas que quedaron al descubierto. Al ver su reflejo me di cuenta de que también había cubierto parte de su rostro como si llevara un tapabocas, dejando que su hipnótica mirada, el arco de sus cejas y la joya en su frente se llevaran todo el protagonismo.

Nunca había visto a una mujer que fuera tan arrolladoramente hermosa solo con el uso de la mitad de su cara.

No fue hasta ver aquel ritual que recordé que ella y su madre eran mujeres de Baham, el desierto de Aragog, hijas del sol naranja. En Baham la vida de las mujeres era distinta. Los hombres eran apreciados por su belleza sobrehumana y se les cuidaba y veneraba por ello; pero para conseguirlo, compraban tantas Vendidas como fuese posible para que trabajaran por ellos. Baham estaba tan lleno de mujeres que, aunque para efectos legales eran esclavas, casi se podía creer que el lugar les pertenecía a ellas. Se formaban en carácter desde su nacimiento sabiendo que en algún momento serían parte del sistema que sustentaba su hogar. Fueron mujeres quienes levantaron las pirámides donde los mercaderes contaban sus montones de oro, eran mujeres las que mantenían el río, las que crearon los mecanismos que hacían correr el agua a los hogares sin necesidad de buscarla y cargar con ella; eran ellas quienes sustentaban los animales y quienes alimentaban todo Baham, según se rumoraba incluso imponían una especie de respeto que nadie podía negarles. Algo muy cercano al poder y el sabor de la libertad.

La reina había sido hija de un poderoso mercader con más de quince hijas, todas, al no poder ser Vendidas, ostentadas para negociar una dote exuberante por sus bellezas tan codiciadas. El rey Lesath en persona viajó al desierto para escoger de entre las quince a su futura esposa, la que sería la reina de Aragog. Escogió a Sawla Nashira, la mayor, solo porque su nombre era una abreviación de “as-sawla”, que significa “el aguijón” en lengua Áraga.

Shaula fue la única de los tres hijos de los reyes que acompañó a la reina Baham. Nació allá y creció ahí para aprender sus tradiciones hasta que a los dieciséis el rey dictaminó que su hija ya era una muchacha casadera y debía volver a la Capital. Habían pasado cinco años de eso, nadie se explicaba la razón por la que la princesa todavía no había sido prometida, y luego de haberla visto me quedaba claro que su aspecto físico no podría ser la razón.

También me preguntaba, ¿cuánta de la fuerza de las bahamitas tendría la reina al haber crecido protegida para ostentar un buen trato matrimonial? Y, más importante aun, ¿cuánto de esa personalidad se había impregnado en la princesa Shaula?

Al estar tan embelesada con su belleza, no me percaté del hombre que se acercaba a su espalda hasta que vi sus ojos dorados reflejados junto a los de Shaula, y sus manos acercándose por encima de su ropa de dormir hasta alcanzar sus hombros.

Vi su espalda desnuda apenas cubierta por una larga y delgada cortina de cabello blanco platino, y supe enseguida que no podría ser otro que Antares Scorp, el hombre más amado de todo Aragog. Solo los hombres de la familia real ostentaban ojos y cabellos como esos. Así relataban las historias.

—¿Cómo entraste? —oí preguntar a la princesa. Su acento era bahamita en toda su gloriosa entonación, calmado y profundo, amortiguado por la seda sobre su boca, como un río que podría de pronto desatarse en una peligrosa corriente.

—Entré porque… tal vez… —Él jugueteaba con sus hombros, hablando como divertido y a la vez como si la retara a intentar detenerlo. Ella, sin embargo, no apartaba sus ojos del reflejo de los suyos, sin añadir ningún otro gesto—… tal vez cierta señorita me dejó la puerta abierta porque esperaba mi visita.

—¿Y la de los asesinos del reino? No tiene mucho sentido, ¿o sí?

—¿Qué sugiriere entonces la lista princesa?

—Que te cansaste de entrar por el balcón la última vez que estuviste aquí y robaste la llave que misteriosamente se me desapareció esa misma noche.

Antares la soltó como un niño que fue descubierto en una travesura, y se sentó en el aparador impidiendo mi visión del reflejo de la princesa. Todo lo que veía de ella era su espalda recta cubierta por el velo amarillo, los músculos de su hermano rozados por el brillo de plata de la luna, y sus piernas que se mecían hacia adelante y atrás haciendo ondear la tela satinada de su bombacho. Así me di cuenta de que el príncipe estaba descalzo. Para que nadie oyera sus pasos, deduje.

—Siempre descubres todo, nunca puedo darte una sorpresa.

—Al contrario, casi me matas del susto —pese a sus palabras, no había ni un ligero temblor en su voz—. No te vi entrar, y mucho menos te creí capaz de esconderte en mi alcoba por… ¿cuánto llevas escondido?

—Acabo de entrar, hermanita, sé que te gustaría creer que estuve en algún lado escondido, observando cómo te vestías, peinabas, o lo que sea que hicieras en mi ausencia, pero lamento no poder cumplir tu fantasía ya que la verdad es un mal al que suelo sucumbir.

—La verdad es una señorita a la que sueles evitar, querrás decir.

Escuché al príncipe bufar y quitarle importancia a las palabras de su hermana con un ademán de la mano.

—Tenemos distintos puntos de vista.

—Sí, como que tú creas que me encanta recibirte en mi alcoba de madrugada cuando yo estoy totalmente convencida de que no es así.

Antares se levantó, se colocó detrás de su hermana y fue deshaciendo el entresijo de tela sobre su cabeza. Al fin pude volver a ver los ojos de Shaula en el espejo. Yo no era la mejor interpretando a las personas y sus emociones, no había tenido práctica, pero si algo no vi en aquella mirada era lo que descubría en Orión cuando lo sentía más tentado a romper las reglas conmigo. Eso me dio la única respuesta que necesitaba: ella no lo deseaba.

—Llevas demasiado tiempo poniendo obstáculos a mis avances, Shaula. Todos los hombres se cansan de perseguir incluso la más exótica de las bellezas... y… ¿cuánto durará la tuya? No quiero pensar en que mañana podrías casarte y habré perdido mi oportunidad.

—¿No tienes suficientes Vendidas, hermano?

—Demasiadas, pero pocas me desean. Soy un hombre honrado, hermanita, no puedo usarlas a pesar de lo estrictamente necesario que es, no cuando sé que no me desean.

—Yo no consideraría honrado a nadie que tenga la osadía de admitir con tanta naturalidad que usa seres humanos para satisfacerse aun sabiendo que va en contra de sus deseos.

Antares reaccionó con violencia, tomó a su hermana del mentón al que ya había despojado de su cubierta de seda, la obligó a mirarlo aunque el ángulo en que torcía su cuello debía ser doloroso, y le habló con voz iracunda sin perder la entonación risueña, como si aquello apenas fuese una advertencia pero dejando claro que el juego todavía no acababa.

—Cuidado, hermana, si te oyera alguien más podría pensar que tienes reservas sobre las reyes del reino que debes honrar.

Shaula, quien dejó de disimular el desprecio en sus ojos, habló con resignación y total sometimiento.

—Qué estúpidos serían, pues es evidente que esa no era mi intención.

Solo entonces él soltó, procediendo a masajearle los hombros.

—Estás tensa. ¿Qué tal si dejas de fingir y me pides de una vez que te haga eso con lo que tanto sueñas?

—Si no puedes hacerme una corona entonces no sé qué más te podría pedir.

—Ay, vamos. Ya hemos hablado de esto. Se supone que es indebido, que por nuestras venas corre la sangre del escorpión, pero tú y yo sabemos que no hay afecto consanguíneo entre nosotros. No te conocí hasta que ya tenías dieciséis, ¿cómo esperaban que pudiera verte como mi hermana? Deja de ponerlo más difícil para ambos, por favor.

—Siempre me ha sorprendido que, pese a que los hombres aseguran ser el sexo fuerte, a ninguno he conocido con el valor de admitir que existe la posibilidad de que una mujer no se esté haciendo la difícil ante sus encantos y que, simplemente, no sienta el más mínimo interés en él.

—No me importan los demás, solo mi caso, y sé que entre tú y yo no pasa eso. Y a veces… —Sonaba tan airado que me preocupaba que la habitación empezara a temblar gracias al aura que emanaba—. A veces me canso tanto que… me provoca acabar con este juego.

Antares levantó a su hermana y la tomó por los hombros. Entonces la vi de frente, no solo a su reflejo, y descubrí en su mirada que ella ya se había cansado de tolerar a su hermano por esa noche.

—Para ser un hombre que recurre a mí en busca de una experiencia de placer recíproco, te veo muy cómodo con la idea de violar a tu hermana. Me dan tanto asco todos los…

No lo vi, fue demasiado rápido, tal vez en ese instante había parpadeado, pero sí escuché el chasquido de la mano de Antares contra la mejilla de Shaula, y vi el rostro de ella volteado por el golpe con los ojos cerrados mientras su pecho subía y bajaba acompasándose de nuevo luego de una súbita alteración. Sus manos ni siquiera hicieron el intento de tocarse el área herida.

—No puedes olvidar las normas del reino al que sirves, Shaula. Puedes dejar tu cabeza soñar todo lo que quieras, pero no hacerme partícipe de tus afrentas. Todo lo que he hecho por la Corona se iría a tierra si me descubrieran apoyándote en tus malcriadeces. Que no se repita.

La princesa no dijo nada por un momento, luego asintió.

—Lo sé, fue algo repentino, tenía miedo de lo que pudieras hacer.

—A veces no sé qué clase de princesa eres si ni siquiera respetas tus leyes. Te pareces tanto a Sargas... Desde luego, él es peor. ¿Entiendes lo bondadoso que soy al no hablar con mi padre? Deberías estar más agradecida conmigo, y demostrármelo, para variar.

—Si pudieras ya habrías hablado con nuestro padre, lástima que el incesto sea más escandaloso que olvidar algunos tecnicismos, ¿verdad?

Los músculos de Antares se tensaron, pero contrario a lo que pensé no reaccionó contra su hermana sino que se volteó yendo directo hacia mí. En un repentino ataque de pánico mientras intentaba coger el pomo de la puerta para cerrarla y fingir que acababa de llegar, la golpeé e hice que se abriera por completo, dejando a las dos personas dentro de la habitación paralizadas de la sorpresa.

Fue Shaula la primera en despertar del estupor y abrir la boca.

—¿Te puedo ayudar en algo?

Me tragué el miedo que trepaba por mis entrañas y traté de no sonar aterrorizada, aunque estaba segura de que mi cara me delataba, al decir:

—Me envía Sargas... E-el príncipe Sargas. Soy su Vendida y… me dijo que a partir de ahora dormiría con usted, princesa.

—Y como siempre, se olvidó de consultarme ese pequeño detalle.

—Yo… no sé nada, solo...

—Tú no tienes culpa, ya me las arreglaré yo con él. Tú pasa.
Antares bufó.

—Por favor, si solo era su Vendida.

—¿Y?  —Él se volvió hacia su hermana—. ¿Te das cuenta de lo peligroso que es que vengas aquí? Solo hay que verle la cara para saber que estuvo escuchando y mirando todo. No deberías venir más.
Antares se carcajeó como si las palabras de su hermana no hubiesen sido un excelente uso de la lógica y sentido común sino un chiste fenomenal.

—Es una mujer, Shaula, ¿quién va a creerle?

¡Ya los extrañaba! ¿Qué piensan de Antares y Shaula? Les dejaré una pista del siguiente capítulo: conocerán físicamente a Sargas.

Quiero avisar que las actualizaciones de los martes dejarán de ser oficiales, sin embargo todos los viernes avisaré si habrá o no. O sea, que son opcionales. En este caso, tengo ya adelantado el capítulo así que ustedes díganme si quieren tenerlo este martes 😈

Quiero dar un agradecimiento especial a todos los que me etiquetan en stories en Instagram, los que me etiquetan en memes, frases, reseñas, los que interactúan conmigo... ¿Sí saben que son lo mejor del mundo, no? En especial a Papitafritauwu por los fanarts que me hizo de Cass y "Nadie" de La masacre de Nunca Jamás, y a m.aneth98_ (en Instagram) porque justo hace un segundo me etiquetó en una story diciendo que estaba esperando la actualización y eso me recordó que no debía dormirme xD

Este es cortesía de la casa:

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