Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

By AxaVelasquez

6.2M 609K 552K

«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... More

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Capítulo 8: Nunca confíes

174K 16.7K 18K
By AxaVelasquez

Orión ya no me dirigía ni una palabra. Nada más allá de lo estricto y necesario. No estaba de acuerdo con que dedicara tiempo extra a entrenar con Leo y Ares, incluso aunque desconocía que con el pasar del tiempo habíamos llegado a entrenar sin la supervisión del maestro Aer; no confiaba en ellos, no confiaba en ningún asesino, pero tampoco podía detenerme y por algún motivo que desconozco tampoco quería implicar a Sargas en el asunto, al punto en que ni me mencionó su reacción con respecto a mi ingreso en la preparación para asesinos del reino.

Mis primeras semanas entrenando sentí que me quedaría inválida. La escalera se convirtió en el demonio de mis pesadillas, y el saco que golpeaba era el rezo que elevaba al cielo para desquitarme. Correr un día después de haber hecho ejercicio de piernas es igual a terminar en el piso entre jadeos y rogar que el ardor pare. Mis músculos chillaban con cada movimiento que daba luego de ejercitarlos, y cada vez que pedía un descanso el maestro me salía con una explicación sobre el ácido láctico en mi cuerpo y añadía que solo podría combatirlo con más ejercicio. Al comienzo sentí que era solo un invento para asesinarme con la agonía de mi dolor, mas al pasar de los días dejó de ser tan absoluto y persistente.

El problema pasó a ser mi respiración, y acostumbrarme a la nueva tensión en mis músculos que poco a poco cobraban presencia en mis piernas que antes habían sido tan menudas.

Todos los días en el salón implicaban una hora de ejercicio físico, luego Aer me acorralada con alguna clase teórica intensiva. Anatomía y venenos, que podría esperarse que fueran las que más fácil se me dieran, resultaron ser un verdadero dolor de cabeza. Cada parte del cuerpo que me aprendía se subdividía en otras, tenía a su vez huesos y vasos con nombres, y así hasta nunca acabar. Y la de venenos era peor, me tomaría años aprender a identificarlos y a preparar un antídoto decente, se puede decir que avanzaba a paso de tortuga con sueño y no es que el maestro Aer tuviera la paciencia como virtud.

Sin embargo, compensaba mis cadencias aplicándome más en otras actividades. Mi puntería mejoraba progresivamente gracias a Ares y mis sentidos se afilaban con los trucos de Leo.

El gemelo mudo sugirió por medio de señas a su hermano —quien me tradujo a mí— que empezara a entrenar con los ojos vendados. Al comienzo me pareció una locura, pero puesto en una balanza de pros y contras, y dado que el único contra era una muerte accidental, terminé aceptando. A partir de entonces todos los días después de cruzar la puerta de la sala de entrenamiento me vendaba los ojos.

Subía la escalera sin la ayuda y seguridad que confiere la visión. Las primeras veces ascendía muy lento, y bajaba casi gateando, pero a la tercera semana ya me permitía subir saltando escalones y bajar con mayor seguridad. Aprendí a escuchar hasta las sombras, a sentir hasta la presencia más sigilosa detrás de mí. A veces me hacían sentarme en un punto recluido por largos minutos sin saber cuándo ni qué atacaría, solo para obligarme a estar alerta y que mis sentidos se activaran cuando el golpe llegara al fin; si lo esquivaba era un punto a mi favor, de lo contrario implicaba media hora de castigo en una lucha a mano limpia con el más fornido de los aprendices.

Otra de las cosas que hacía a ciegas era escalar, ya sea con cuerda o por medio de las rocas dispuestas para esta actividad. En poco más de treinta días ya me movía como una araña por las paredes; ciega, pero eficaz.

No obstante, lo mejor eran los duelos. Aprender a usar los distintos tipos de hojas en combate era mi anhelo, pero el maestro Aer se había negado a empezar con esas clases hasta que mejorara en venenos, por lo que Ares y Leo se convirtieron en mis mentores. Todos los días, una hora después de finalizado el entrenamiento oficial.

—No, princesa —dijo Ares al parar uno de mis ataques con su escudo. Con una sonrisa de niño en un patio de juegos dio una estocada y redujo mi espacio de ataque obligándome a jugar a la defensiva.

Él usaba un florete letal, parecido a los de la esgrima, junto con un escudo no más grande que el puño de Leo. Yo sostenía dos espadas cortas y semicurvas. Me había enamorado de ellas, del poder y la agilidad que me conferían. Aquellas gemelas vestían más que cualquier diamante y me daban más imponencia que ningún tacón.

Tanto tiempo hastiada de la monotonía de los juegos de belleza relegados a las mujeres, sin saber que había otros juguetes disponibles, sin haber probado la adrenalina.

Me gustaba bailar con Ares, porque eso era lo que hacíamos, jugar con los movimientos de nuestros pies, girar con la gracia de una mariposa y con la eficacia de una serpiente. Si él lo hubiera querido me habría cercenado en más de una ocasión, pero era paciente, y se divertía enseñando; además, cada vez yo era más capaz y menos dependiente de su compasión.

Me defendí de un nuevo ataque suyo, hoja contra hoja, filo con filo. Su presión me ganaría, acabaría por desarmarme o a la pared y no quería usar mis dos hojas contra su florete, así que di un último empujón con todo mi peso para desequilibrarlo lo suficiente, agacharme y girar por debajo de su codo hasta posicionarme a su espalda. Él no tardó en ponerse en guardia de un giro limpio.

—¿Qué tal tu príncipe, princesa?

—Lo sabría si lo conociera.

Esquivé una estocada suya, riendo satisfecha por la sensación.

—Por como amenazaste a todos el primer día se diría que son muy íntimos.

Bufé, y procedí a lanzar una sarta de ataques distintos que él esquivó con la gracia de sus ágiles pies y la velocidad de sus manos.

—A Sargas no le conozco ni la sombra.

—Oh, ya nos estamos sincerando. ¿Significa que ya somos amigos? ¿Me toca contarte mi color favorito?

Me reí y probé un truco de pies que me había enseñado él. Paso, paso; tajo, estocada; giro, agachada, tajo bajo y arriba de nuevo con paso/estocada, paso/tajo. Me las esquivó todas, por supuesto, se sabía esa coreografía mejor de lo que deletreaba las cuatro letras de su nombre.

—¿Y no te da curiosidad conocer al hombre que pagó por ti?

—Sí. ¿Serías tan amable de presentármelo? Por favor. —Paso, tajo—. Y gracias.

—No quieres conocerlo.

—Eso me han dicho. —Rodé los ojos y esquivé otro ataque—. Pero para la cantidad que pagó por mí esperaba que al menos me diera la bienvenida antes de desaparecer.

—Seguro salió a cazar a su prometida. Se rumora que ya le tiene el ojo echado.

Él no esperaba que yo me detuviera en seco, yo no contaba con el tajo que él lanzó suponiendo que yo lo podría esquivar.

No era el primer corte que se abría en mi brazo ni el más profundo, pero aproveché la herida para llevar la atención a algo que no fuese las emociones que se transparentaban en mi rostro.

Sargas, la única posibilidad, aunque remota, que me quedaba de conocer los idilios que se relataban en mis historias favoritas, iba a casarse. Pronto. Sin haberme visto a los ojos. Sin poder plantearse la posibilidad de pasar más tiempo solo conmigo del que era recomendado.

—Ya, que no te pasó nada —bromeó Ares empujándome.

—La sangre que me chorrea del hombro no opina igual.

Le devolví el empujón riéndome y luego él me imitó.

—Por eso es que no pasas anatomía, ese ni siquiera es el hombro.

Pasamos un rato así, tonteando con chistes y agresiones físicas inocentes, hasta que escuchamos la puerta abrirse y nos giramos a mirar qué sucedía.

Orión por primera vez había entrado a la sala de entrenamientos sin esperar que yo saliera. Por primera vez, y sin duda impulsado por los ruidos que llenaban todos los rincones vacíos, un escándalo demasiado jovial para tratarse de una matanza entre potenciales asesinos. Me escuchó reírme como nunca e irrumpió en un espacio confinado y restringido sin importar que le volara una cuchilla a la cabeza solo por eso.

Estaba de pie a unos pasos de la puerta, más serio que nunca, estudiando la situación casi sin mover los ojos.

—¿Terminaste? —preguntó simplemente. Si bien tenía una de sus cejas alzadas no era una de sus gestos juguetones sino más bien inquisitivo e impaciente.

—No —contesté con una falsa sonrisa—. Sigo entrenando.

Orión avanzó a paso decidido con el rostro pétreo, imposible de franquear ni por la sonrisa más poderosa. Cuando estuvo cerca de Ares lo señaló con un simple gesto de la cabeza.

—Te vas.

Ares sonrió con todos sus dientes y se cruzó de brazos.

—¿En serio? ¿Y eso por qué?

—Esta es una sala de entrenamiento. Si no estás aquí para entrenar, salte. Aquía tiene que avanzar y con cosquillas no será capaz de matar ni un caballo con sueño.

—¿Y se puede saber quién va a ayudarla a avanzar si me voy?

—Yo.

Tras esa respuesta Orión se arrancó el broche que sostenía su capa azul rey y lo pegó con fuerza de la piedra del mesón a su lado. Se arrancó la capa, la dobló en un cuadrado perfecto y la colocó junto al broche.

No acabó ahí, y yo no dije ni una palabra mientras veía cómo se despojaba de la espada a su espalda, de la daga en su brazo derecho y se volvía hacia mí para clavar sus ojos negros y determinados en los míos sin color.

Sin romper la conexión de nuestras miradas, sin dejar de asfixiarme con la suya, desabrochó uno a uno cada botón de la parte superior de su uniforme. Pronto la tela negra cayó a la altura de sus zapatos y solo quedó piel disponible a la vista: un dorso marcado por años de combate y ejercicio físico, músculos en descanso que anhelaban acción, brazos relucientes con el color del otoño, y venas que resaltaban sobre la piel de los antebrazos.

Orión se giró hacia el mesón para recuperar su daga, y en el proceso me dejó su espalda como el plano de atracción a mis ojos. El movimiento de sus omóplatos mientras sus brazos recorrían el mesón en busca de su daga era cautivador, al igual que lo era aquella visión privilegiada de cada músculo marcado. Si mis clases de anatomía hubiesen sido con su espalda amaría perderme en ellas.

Lo más intrigante, lo que me hizo contener la respiración, no fue nada de lo ya mencionado, fueron un par de largas cicatrices gemelas a cada lado de la parte alta de su espalda.

No se me ocurría qué pudo haberle hecho ese par de marcas largas, idénticas. Se notaba que no habían sido heridas superficiales.

Cuando Orión volvió a darme la cara yo seguía estudiando su cuerpo. Que me descubriera me avergonzó tanto que sentí la cara ardiendo por el rubor.

En los entrenamientos había visto más dorsos, pechos, brazos y espaldas de hombres que en toda mi vida: grandes, tatuados, enclenques, velludos, de todo tipo; pero ninguno me había generado tanta curiosidad, ninguno que me hiciera querer poner a mis dedos recorrer toda esa piel. Tal vez se debiera a que nadie antes se había desnudado, aunque sea de forma parcial, viéndome a los ojos.

Él soltó la cola en su cabello, por un segundo lo vi caer en cascada sobre sus hombros, y al siguiente él ya había empezado a recogerlo de nuevo dejando un par de mechones al aire. Sacó la espada de la vaina en su cinto y la hizo girar con soltura entre sus manos hasta al fin asirla por el mango con su mano izquierda.

—¿No piensas buscar tus armas? ¿O ahora enseñan los duelos con las manos?

—Ehh… voy.

Agarré las dos espadas pequeñas semicurvas y volví al área de duelo. Orión alzó su ceja cortada apenas supo mi elección.

—¿Qué estás haciendo?

—Esta es mi elección.

—Te estoy atacando con una espada y una daga, y tú contratacas con un par de sables. Sus hojas las partiría con un golpe bien dado.

—Pero no puedo con el peso de una espada todavía, perdería contra ti.

Orión fue hasta la pared del armamento y me entregó un par de gladios idénticos, tenían poco más de la mitad del tamaño de su espada pero pesaban mucho más que mis cuchillas curvas.

—Cuchillos de carniceros —siseé.

—Sí, y aguantan mil veces más castigo que tus hojillas de afeitar.

—Como ordene, Sir. —Hice una reverencia teatral y le arranqué los gladios. Ya había practicado con el peso de los gladios así que los elevé en el aire haciendo que se cruzaran con un pequeño giro y los atrapé con sus puestos intercambiados, solo por alardear. Le guiñé un ojo a Orión y me puse en guardia.

Él no jugaba. No tenía la destreza de pies que el delgado Ares, no bailaba como yo había aprendido a hacerlo. Él atacaba, firme, con golpes fuertes que hacían temblar las hojas en mis manos con miedo. No escatimaba en pasos, no parpadeaba, no daba un tiro que no me hiciera tambalear, no daba un golpe que no amenazara con romperme. Yo había aprendido demasiado, tanto que pude frenar sus primeros ataques con la misma velocidad con la que me lanzaba tantos golpes consecutivos. Le seguía el ritmo, pero los brazos se me cansaban, me quedaba sin espacio para echarme hacia atrás y no veía oportunidad de hacer nada más que defenderme.

—Estás tirando a matar —dije con mi respiración acelerando su ritmo y paré otro golpe de Orión que me hizo temblar hasta los dientes.

—¿Esperas que tus enemigos bailen contigo, preciosa?

—No, pero yo sí esperaba que tú quisieras bailar conmigo.

El tiempo que tardaron sus ojos en deslumbrarse, el instante que se tomaron sus labios para saborear una sonrisa que no querían dejar salir, eso me llevó agacharme para esquivar un golpe de lado a mi cabeza, girar todo mi cuerpo sobre un talón y acercar la punta de mi gladio solo lo justo para rasgar la tela de su pernera y hacerle un rasguño en la piel. La sangre le empezó a correr por el talón en el acto.

Mientras él bajaba la vista a su herida aproveché para embestir por primera vez con una danza de cuchillos cruzados, mis pies ganando terreno con sus movimientos musicales que apenas rozaban el piso con la punta de mis dedos, permitiéndome lanzar un golpe al cuello, una estocada al estómago, una embestida contra el costado.

Orión las paró todas con una sonrisa extasiada de esas que le vi cuando tuvo que enfrentarse a los Sirios, un gesto que me demostraba que estaba enamorado de los retos, de los combates, del esfuerzo físico; y al cabo de un rato acostumbrado a mi ritmo eufórico por al fin pasar a la ofensiva, paró un ataque de mi gladio derecho haciendo presión con su espada, empujando, obligándome a juntar ambas cuchillas para contrarrestar su fuerza con mis dos manos. Y cuando me tuvo así, con toda mi concentración en no dejarle ganar la puja, hizo el primer giro; apenas ladeó su cuerpo lo suficiente para que mis hojas rozaran su costado, y con un golpe de su codo sin desperdicio obligó mi agarre cansado a aflojarse y soltar una de mis armas. Y, por si me quedaban dudas de la utilidad de la daga en su otra mano, me apuñaló el brazo antes de que volviera a mi posición defensiva.

—Maldito —chillé dándole la cara y arriesgándome a atacar. No me tomé ni un segundo para comprobar el daño.

—Pudiste haberme degollado en mi maniobra, pero perdiste el equilibrio —explicó dejándome lanzar todos los golpes que me provocaran. La sangre escandalosa de mi brazo desarmado goteaba en el piso, y yo solo quería hacerlo sangrar a él.

—Podías solo rasguñar, o si vas a atacar así tendríamos que entrenar con espadas sin filo.

Orión levantó una ceja.

—Si quieres jugar con palos vuelve a tu cuarto y juega con tu doncella, yo les paso las escobas —Entonces volvió a embestir. El pecho ya le brillaba por el sudor, varias gotas resbalaban de su abdomen y se escurrían por su ingle marcada—. Si quieres ser una asesina, entonces ven y yo te enseño, pero te voy a enseñar con sangre.

Tengo que admitir que sus palabras, la seriedad con la que las pronunciaba, la manera en que sus músculos se comprimían con cada nuevo tajo al aire; la visión de sus mechones de cabello escapando de su cola y surcándole el rostro, interceptando su mirada, acariciándole los labios, me hizo desear que aquel encuentro fuese eterno.

—Toma una decisión, Aquía.

—Ya está tomada.

—Entonces pelea.

Avanzó, avanzó como una fiera hambrienta, cansada de jugar con su presa. Paso tras paso me desorientaba, apenas podía parar sus ataques mientras retrocedía intentando no caerme. Entonces me dio un golpe tan fuerte al gladio que me quedaba que lo echó a volar por los aires. Se deshizo también de su espada, me rodeó la cintura con un solo brazo y con una fuerza y velocidad increíble me levantó para que mis pies no rozaran el suelo mientras corría el espacio que nos separaba de la pared y me pegaba de ella.

Estaba acorralada, con su brazo desnudo apresándome; mi pecho, enfurecido por la adrenalina del extasiante ejercicio, chocaba contra el suyo de piedra que mojaba con su sudor la piel que escapaba por el escote de mi vestido. Él era más alto, su respiración agitada besaba mi frente, pero sus ojos de depredador no se apartaban de mi rostro elevado para no perderme ni un instante de la función de placer en el suyo. Llevó su daga a mi cuello y sentenció:

—Perdiste, preciosa.

Pero no había filo en el mundo que me borrara la sonrisa del rostro.

—¿Por qué sonríes así? ¿Me vas a decir que te esperabas esto? —preguntó con arrogancia.

—No, Sir. Puede que antes me haya imaginado pegada de la pared por sus brazos, pero no bajo estas circunstancias.

Se apartó de mí como si mi cuerpo le quemara. Su rostro se debatía entre el honor y el deseo de seguirme el juego.

—No quieres jugar así, Aquía.

—Hasta ahora has sido pésimo adivinando lo que quiero, Sir.

Con su ceja alzada me preguntó si estaba segura de lo que estaba diciendo, y al no encontrar más respuesta de mi parte que un tímido encogimiento de hombros, avanzó hacia mí como un león, maniobró mi cuerpo con una llave desconocida para mí; me tiró al suelo, se hincó sobre mí con sus rodillas a los lados, me colocó ambos brazos por encima de la cabeza y los apresó con una sola de sus manos.

Su rostro examinaba el mío como a un enigma que lo tenía sin sueño por las noches, mi corazón golpeaba mi pecho con ganas de atravesar mi escote, aterrado, sin comprender aquellas sensaciones que hasta entonces le habían sido desconocidas; mi boca estaba abierta buscando aire a la desesperada, pero a la vez sonreía, como nunca lo había hecho.

—Estás tan agitada, Aquía… —Su mano libre recorría mi rostro, su pulgar sobre mis húmedos labios entreabiertos, su índice en mi mejilla, sus otros dedos en mi barbilla—. No quiero adivinar, quiero saber qué quieres.

Le besé el pulgar en un movimiento lento, sutil, sin apartar mis ojos de los suyos que suplicaban una salida a mi acertijo.

—Lo siento, Sir, no hay más pistas —respondí casi sin aire—. Te toca arriesgarte.

—¿Y si me equivoco?

Me mordí el labio. Estar así como estábamos ya era una equivocación, una que podría costarnos la cabeza. Lo demás no importaba si ya nos habíamos arriesgado a llegar a ese punto.

Abrí la boca para responder, pero el único sonido que nos llegó fue el da la puerta.

Ambos movimos la cabeza en esa dirección, y lo que consiguieron mis ojos fue como un balde de agua fría a todas las sensaciones que antes recorrían mi cuerpo.

La Mano derecha del rey, observándonos con la misma sorpresa que nosotros a él.


AAAAHHHH. Necesito saber qué les pareció este capítulo porque tuve que juntar acción con tensión 😏, dos cosas difíciles de conseguir escribiendo. ¿Creen que lo he logrado? ¿Qué piensan de ese final?

En Instagram había dejado un adelanto de este capítulo y dije que el que adivinara quién se quitaría la camisa, por qué habría sangre y qué personaje del pasado volvería, le dedicaría el capítulo. Nadie adivinó lo último pero le dedico el capítulo a GisCasi
porque tuvo la teoría más interesante y completa ♡

Otra cosa, ¿les parece si hacemos una sección de preguntas y respuestas de la historia en Instagram?

¿Komo lo zupo?

Continue Reading

You'll Also Like

290K 55.7K 200
En un giro del destino, Jun Hao, un despiadado matón callejero conocido por su fuerza bruta y sus agudos instintos, muere a manos del jefe al que ser...
31.1K 8.5K 112
⚠️Solo a partir del capítulo 401, primera y segunda parte en mi perfil.⚠️ En un giro del destino, Jun Hao, un despiadado matón callejero conocido por...
59K 7.8K 14
𝐂𝐢𝐚𝐫𝐚 𝐬𝐮𝐩𝐨 𝐝𝐞𝐬𝐝𝐞 𝐞𝐥 𝐩𝐫𝐢𝐦𝐞𝐫 𝐦𝐨𝐦𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐞𝐧 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐨 𝐯𝐢ó 𝐪𝐮𝐞 𝐣𝐚𝐦á𝐬 𝐩𝐨𝐝𝐫í𝐚 𝐬𝐞𝐩𝐚𝐫𝐚𝐫𝐬𝐞 𝐝𝐞 é𝐥, 𝐧𝐢...
863 140 56
Bruno es dulce. Es una buena persona, de esas pocas que quedan en el mundo. Él procura ser amable con todo el mundo. Evita que sus rasgos destructiv...