Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

By AxaVelasquez

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«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... More

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 2: Mi compra
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Capítulo 7: Nunca llores

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By AxaVelasquez



Al pie de las escaleras a uno de los puntos más bajos del castillo vi a Orión regresar de la sala restringida confinada a los entrenamientos de los asesinos; había ido para anunciar mi ingreso, pero se tardó más de lo que imaginaba necesario. La espera me dejó tambaleando de un tacón a otro, tan envenenada de ansiedad que casi ignoré mi adoctrinamiento para hacerle daño a mi manicura con mis dientes. Todo mejoró cuando lo vi aparecer tras la ancha puerta. Se le notaba una especie de inquietud en la mirada, apenas una chispa que pude identificar al contrastarla con su serenidad juguetona de momentos anteriores. Su porte seguía firme, mas no relajado.

—Tú… —Carraspeó—. ¿Estás segura de que no quieres que me quede ahí contigo?

—Por supuesto. Si me ven entrar con un guardaespaldas voy a ser el bocadillo que todos quieran entre sus muelas.

Él alzó una de sus cejas pobladas.

—Si te ven entrar con esas medias, tacones y en vestido vas a ser el bocadillo de todos modos.

—Culpa a tu príncipe por no dejarme ropa más adecuada para una futura asesina en el armario —rezongué cruzándome de brazos.

—Para empezar con que seas mujer basta para ser el bocadillo más codiciado de todos esos bárbaros.

—Exacto, no empeoremos las cosas llevando una niñera.

Me sonrió. Él tenía claro que nuestra discusión era una batalla con un final ya escrito.

—Que agradezcan esos hombres que las palabras no matan, porque no me imagino a ninguno capaz de ganarte en una conversación.

—¿Me estás halagando, joven caballero?

Esta vez fue mi turno de alzar una ceja.

—Le estoy deseando suerte, preciosa joven.

—¿Llamas preciosa joven a todas las Vendidas del príncipe?

—No tengo contacto con las Vendidas de Antares, y de Sargas eres la primera. Como verás, esto es nuevo para ambos.

Di un paso hacia él.

—¿Y qué es esto… caballero?

El rostro de Orión se contorsionó en la sonrisa más hipnótica que había visto hasta entonces.

—Está a punto de convertirse en un delito, mi Lady. Yo que usted no daría un paso más.

Sonreí.

—Cierto. —Retrocedí un poco—. Dejemos ese paso en continuará para cuando me acostumbre a cometer delitos.

Mi osadía lo dejó con los ojos abiertos, inmóvil, estupefacto. Ni siquiera me siguió mientras caminaba hacia la puerta, tampoco se volteó cuando lo hice yo para darle una última mirada antes de cruzar hacia la decisión más significativa de toda mi vida.

La sala tenía el espaciado de un campo próspero, casi podría albergar en su interior la mansión de Mujercitas, jamás me habría esperado algo tan especioso y bien equipado solo para sacarle filo a las futuras armas mortales del reino.

Me fijé en que había un área de entrenamiento físico con artefactos exclusivos para esa utilidad, también en que a la izquierda había una galería con artefactos de cuchillos con tamaños, formas y utilidades múltiples. La pared del otro lado estaba dispuesta para practicar escaladas con piedras sobresaliendo y sogas colgando del techo, y al fondo se encontraba una escalera en espiral que a simple vista podría jugar que superaba los trescientos escalones y que llegaba al cielo a hacerle compañía al sol blanco de Ara.

La verdad es que no entré con la frente en alto como la habría hecho Lyra o Delphini, la mirada de los más de veinte hombres presentes se transformaron en pequeños aguijones que, clavados en mi piel, me impregnaron de su ponzoña cuyo efecto me fue encogiendo a cada paso que daba, hasta reducirme a la lastimera personificación de la fragilidad.

Ellos eran lobos rapaces, una masa unánime de lascivia, sudor y testosterona que me olfateaba con hambre y repugnancia a la vez. Me devoraban con sus fosas nasales, me descuartizaban con sus ojos y me deseaban con cada músculo de sus cuerpos.

Avancé cada vez más expuesta a sus miradas, cada vez más arrepentida de mi decisión y sintiendo que aquel lugar no era para mí.

Si he de ser totalmente sincera me toca confesarles que había lágrimas en mis ojos, así como no era capaz de beber mi miedo tampoco era capaz de represarlas, y tal vez por ello puse un esfuerzo mayor en evitar el contacto visual con aquellas fieras. Si me veían llorar más vale me pusiera la soga al cuello yo misma.

Mi objetivo era el anciano que meditaba con los ojos cerrados en medio del salón, supuse que era el maestro y si alguien podría guiarme ese era él.

Sin embargo en medio de mi desfile una pierna maciza se interpuso en el trayecto de mis tacones, provocando mi caída de boca al suelo con tal brusquedad que mis labios no tardaron en manchar la piedra lisa con el brillo de mi sangre.

Al menos diez hombres de la sala se aglomeraron a mi alrededor, unos para reírse más cerca del espectáculo, otros para hacer gala de una creatividad más morbosa. Como un rubio con cuerpo de árbol que me daba puntapiés mientras hacía chistes sobre su pene en mi boca, o el flacucho arrodillado frente a mí que me palmeaba el culo y lo masajeaba como si le perteneciera.

Pero el peor era el isleño bronceado hasta las axilas que no tenía camisa y pese a ello no le hacía falta gracias al bosque de pelos que le tapizaba el pecho y la espalda. Ese me tomó la barbilla para poder maniobrar mi cara, las manos le olían a humo de tabaco lo cual me hizo arrugar el gesto, mas no era mi rostro el que importaba, sino el suyo, intolerante a mi presencia. De sus ojos emanaba el desprecio a mi existir, a mi derecho a respirar el mismo aire que él.

—¿Quién le dijo a esta puta que podía jugar en mi patio de juegos?

Y me escupió en el ojo. Yo valía tan poco que no se molestaba en dirigir sus palabras a mí. Mi humanidad era tan inexistente que para alguien como yo no valía la empatía y lo más misericordioso que recibí fueron más risas, porque por otro lado el tipo que me manoseaba el culo ya me había metido la mano dentro del vestido y escarbaba entre mis bragas.

Pensé en rendirme justo ahí, en abandonar mis pensamientos y dejar mi cuerpo para que hicieran con él lo que les provocara. Al día siguiente tendría una nueva oportunidad para ser lo que Aragog esperaba de mí: nada.

Pero también pensé en Delphini, y en que habría muchas mujeres pasándolo peor que yo en simultáneo con ese momento en que yo sentía que me asfixiaba la injusticia y la barbaridad de mi realidad. Y pensé en que yo no podría hacer nada para ayudarlas a ellas, pero sí podría dar un paso para mejorar mi situación.

Comencé por clavarle el tacón en la cara al desgraciado que se creyó con el derecho a tocar donde nadie nunca lo había hecho, luego arranqué mi rostro de las manos del isleño y me levanté ante la mirada incrédula de los que estaban más cerca de mí.

Las risas no habían cesado del todo, pero no me iba a quedar sentada esperando a que eso ocurriera.

—Es curioso… —Todas las miradas se fijaron en mí puesto que había proyectado mi voz de forma que la sala se llenara de ella sin hacer uso de amplificadores de sonido—. Yo estoy aquí porque me aburro. Soy una caprichosa aburrida, y mi príncipe no quiere verme aburrida.

Esperé un segundo para dejar mi voz hacer su efecto, luego continué.

—Tanto es así que está dispuesto a complacer mi deseo de aprender a matar gente impuesto por el aburrimiento. Curioso, ¿no? Estoy aquí porque necesito aprender para poder matar hoy y vivir para volver a hacerlo al día siguiente.

»Es evidente que no soy capaz, no ahora, porque no he recibido entrenamiento. Es comprensible que ustedes se aprovechen de mi desventaja. Cualquiera creería que una manada de asesinos buscaría presas más difíciles, pero cada quién con sus preferencias. Les gustan fáciles, comprendo. Pero… ¿saben quién sí que es capaz de matar? Sargas.

Me deleité viendo cómo los ojos de todos se ensanchaban al ver que me atrevía a llamar a príncipe por su nombre. Era la reacción que buscaba.

—Y si mi príncipe es capaz de dejarme jugar a la asesina porque me aburro, ¿se imaginan lo que sería capaz de hacer si yo llegara hoy a sus aposentos diciendo que no puedo jugar tranquila porque un par de ustedes me estropean el entrenamiento?

El impacto fue inmediato, lo vi en sus ojos, en los de todos. Nunca habían visto a una mujer hablar más de lo necesario y ninguno creería a una de nosotras capaz de hablar de esa forma, de amenazar a todo un salón de asesinos potenciales.

Entre todas las miradas de temor y odio hubo un par que me observaban admirados. Dos chicos, gemelos sin duda, morenos, delgados pero esbeltos; uno con rizos color caramelo en el cabello y el pecho tatuado hasta el cuello, y el otro con un corte al ras de la cabeza y solo tatuado en los brazos; ambos pares de ojos verdes me contemplaban como a una deidad resucitada, una criatura mitológica en la que recién comenzaban a creer.

A costa de mentir, o de tejer la verdad hasta convertirla en mi telaraña protectora, me gané una oportunidad en un ambiente que no estaba hecho para alguien como yo.

Solo entonces el anciano decidió manifestarse, nos mandó a todos a prestar atención y habló sin moverse de su lugar en medio de la sala.

—Tuvimos otro ataque de los Sirios esta semana, los malditos adoradores de Canis están avanzando. Chupan la fuerza vital de su dios por medio de su constelación, ya no es un mito. Interceptaron a los carruajes reales aquí mismo en la Capital mientras se dirigían al castillo desde el Mercado. El rey tiene hombres más que suficientes para defenderse a él y a su reino, es el trabajo de los caballeros, por lo que espero que ninguno albergue fantasías con batallar al frente contra esas criaturas. El rey necesita cuchillos capacitados para algo más que defensa, para degollar, en silencio, entre las sombras, y para eso son ustedes.

El anciano se levantó como si una cuerda invisible tirara de su cuerpo hacia arriba. Su agilidad, pese a lo oxidada que se veían sus articulaciones, era innegable.

—El rey Lesath tiene planes, planes que no va a confiar a ineptos que tenga más músculo que cerebro o más ganas que destreza. Aquí solo se gradúa el que yo apruebe, y yo solo apruebo a los mejores.

Por primera vez fijó sus ojos enmarcados con profundas arrugas en mí.

—¿A qué vienes a jugar tú?

—Al juego que usted me ponga —respondí al instante antes de que el miedo me devorara las entrañas.

—Yo dudo mucho que comprendas este juego.

—Bueno, estoy aquí para que usted me enseñe las reglas.

Transcurrió un instante donde la ausencia de todo ruido fue el vencedor.

—No se juega con las piernas que tú tienes —dijo al fin—. Y no me refiero al volumen. No podrías ni correr a este lado de la sala con tu resistencia muscular.

—¿Qué debo hacer?

—Subir y bajar esa escalera. Tres veces. Luego bajarás aquí y practicarás tu puntería con arco y flecha a las dianas. Por diez minutos. Luego volverás a la escalera. Luego bajarás de nuevo a practicar tu puntería esta vez con dagas y a los objetivos que yo te indique. Luego volverás a la escalera. Y así harás hasta que te sangren las piernas, te claves una flecha en el pecho o se acabe la práctica de hoy. ¿Te gusta el jugo?

—No, pero voy a terminar amándolo.

—Que así sea, porque empiezas ya.

Lo primero que hice fue quitarme los tacones y desgarrar la parte de las medias bajo la planta de mis pies para no resbalarme en los escalones.

No sabes lo mucho que pueden llorar tus piernas hasta que te toca subir y bajar cientos de escalones, a la velocidad que sea, sin descanso. Mi respiración dejó de pertenecerme a mitad de la primera subida, la segunda vez estaba segura de que me iba a desmayar.

Cuando me tocó darle a las dianas fue todo un desastre. Si piensan que tuve pegado detrás de mí a anciano explicándome cómo se agarraba el arco, cómo tensar la cuerda y la posición ideal de la flecha, pues se equivocan. Él se limitaba a meditar en su espacio exclusivo del salón mientras cada quien estaba en lo suyo.

Después de mi fiasco con el arco y flecha, de volver a la escalera y regresar, me puse a lanzar dagas a los maniquíes inmóviles exclusivos para esa práctica.

—No puede ser —susurré a mi tercer intento de clavar la punta y no el mango en el cuerpo del maniquí.

—Tu problema no es de puntería —dijo una voz a mi espalda. Era el gemelo de los rizos y el pecho tatuado. Su hermano estaba detrás con los brazos cruzados y me observaba como un profesor en medio de un examen—. Le estás pegando al objetivo y con buen impulso, se te desvía simplemente porque no estás agarrando bien el puñal.

Me quitó el arma de la mano.

—Antes de empezar a lanzar date un tiempo para conocerlo. Y no solo este, a todas las cuchillas del tamaño justo que te consigas. Mide su peso en tu mano, identifica su centro de gravedad, hazlos girar un poco.

Comenzó a hacer malabares de un lado a otro con el arma como si de una pluma se tratara, se desplazaba con soltura y él siempre conseguía atraparla con una agilidad natural, sin importar cuántas veces girara siempre volvía a sus dedos por el mango. La hoja apenas le rozaba. Me hizo pensar en un bumerang miniatura.

Ante mi embelesada mirada atentó contra su hermano que no movió ni una pestaña hasta que tuvo la punta del proyectil a un suspiro del espacio entre sus cejas, y para entonces, en lo que tardé yo en ahogar un grito aterrado, su brazo tatuado y con las venas en tensión ya se había encargado de detener el ataque. La dureza de su rostro jamás flaqueó, al igual que sus pies no se movieron ni un paso.

—Es mudo —explicó su hermano—. Pero oye como nadie. Escuchó la hoja apenas se apartó de mis dedos y ya había calculado su trayectoria antes de que esta la decidiera.

—Es… —Tragué en seco, me intimidaba la presencia del segundo hermano—. Sorprendente.

—Lo que intento decirte es que practicar la puntería es algo que puedes, y debes, hacer en tu habitación, mientras comes, mientras te bañas, mientras cagas… ¿ustedes cagan, no?

La lancé una mirada mordaz.

—Perdón, es que no he conocido a muchas de las tuyas.

—¿Vendidas?

—Mujeres. A saber cuándo murió nuestra madre que no recuerdo ni su rostro, y mi único hermano es ese al que ves como si temieras que te saltara encima.

—Es que me está viendo como si quisiera saltarle a mi cuello.

—Te está viendo con su cara de socializar.

Eso me hizo reír, definitivamente no quería conocer el resto de sus caras.

—Se llama Leo. Yo soy Ares. ¿Te tengo que extender la mano o cómo hacen ustedes cuando se presentan?

—Te costará creerlo, pero restando ciertas cuestiones biológicas resulta que somos exactamente igual a ustedes.

—Wao. Yo quiero una así.

—¿Una Vendida?

—Una amiga.

Eso me retorció el corazón en un abrazo acogedor. No me había planteado la posibilidad de tener amigos hombres jamás, y menos de que podría conocerlos en un área confinada para pulir asesinos.

Ante mi silencio, el tal Ares prosiguió.

—Te decía que tu puntería la puedes afilar en cualquier momento, pero que es fundamental que aprendas a familiarizarte con las armas antes. Eres mala… pésima, en realidad, con el arco y flecha. Ni siquiera los sostienes como es debido ni los posicionas bien. Así a lo único que le vas a dar es a tu pie. Date un tiempo para entender cada arma.

—Pero el anciano me dijo que practicara mi puntería, no puedo…

—¿Y eso qué? Él es una guía, no un astro. Tú decides cómo pules tu filo y a este paso no vas a tener nada que pulir en años.

—¿Qué propones que haga?

—Sigue con las escaleras, pero cuando bajes en vez de venir aquí a lanzar cosas ve a darle al saco.

—¿Quieres que me ponga a golpear a un saco?

—Por supuesto, nuestras manos se fortalecen a fuerza de microfracturas, y mejor que te las hagas pegando a un saco que en medio de una pelea real que probablemente vas a perder.

—Bien. Entonces escalera, saco y…

—Y te quedas un tiempo extra para que te enseñe a maniobrar las dagas.

Aunque eso lo dijo con total naturalidad no pude evitar que me diera un poco de miedo.

—¿Solos?

—Con Leo, claro.

Vi a su hermano que seguía con sus brazos cruzados y la mirada imperturbable fija en mí.

—Eso no me alienta mucho.

Ares rio.

—Estará el maestro Aer, si tienes miedo.

Me mordí el labio, el anciano no era precisamente un apoyo moral ni un alivio en lo absoluto, pero no quería parecer más asustada de lo evidente ni tampoco perder una oportunidad de aprender como esa y ante dos personas tan claramente capacitadas.

Los pasos del anciano Aer detrás de nosotros me salvaron de tener que contestar al momento.

—Hermanos, pueden retirarse. El entrenamiento acabó por hoy.

—Sí, maestro.

—Avisen a los demás.

Ambos hermanos asintieron, aunque Leo con una apenas perceptible inclinación de la cabeza, y se marcharon sin decir más.

El anciano Aer se quedó observándome sin decir nada.

—Comprendo que solo hay dos motivos por los que pudo no haberme incluido a mí en sus anteriores palabras —dije con tranquilidad—. Uno de ellos podría ser tan simple como que no le parezco digna dirigirme una palabra personalizada y simplemente espera que capte la indirecta y haga como los demás, y la segunda opción es que esas palabras simplemente no me incluían y espera que me quede.

El maestro se mantuvo en silencio, todavía observándome, hasta que el último de los hombres abandonó la sala y la puerta se cerró definitivamente tras de ellos.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó al fin.

—Por lo mismo que tod…

—No. Todos tienen motivos muy distintos para estar aquí, y tú, que no solo eres mujer sino menos que eso, una Vendida, tienes que tener un motivo todavía más grande.

Apreté los labios para mantener mi estado iracundo sometido. Odiaba el modo en que se refería a mí, pero él no sería el primero ni el último en usar mi género como un insulto, en restregarme mi condición en la cara. Si no aprendía a tolerar aquellos comentarios pronto, sucumbiría a impulsos que podrían terminar por separarme la cabeza del cuello.

—Te lo repetiré una vez más. ¿Por qué estás aquí?

—No tenía ganas de quedarme tejiendo, maestro.

Pese al tono altanero de mi respuesta él no la cuestionó ni una sola vez, como si fuese tan válido como cualquier otro motivo.

—¿Estás segura de que esto es lo que quieres?

—No, maestro. Si alguien antes de mí hubiese estado en este lugar tal vez podría tener una idea de lo que me espera y si esto es lo que quiero. Pero me ha tocado ser la primera, y ojalá no la última, que la que venga detrás de mí ya tenga mi ejemplo como referencia y pueda responderle al maestro que le toque si esto es lo que quiere.

El rostro frente a mí, lleno de los surcos de los años y la experiencia, no sufrió el más mínimo cambio ante mi respuesta; sin embargo en sus ojos, ventanas a un alma que había visto a la muerte a la cara y le había sacado el dedo corazón tantas veces, vi transitar con tranquilidad el espectro de una sonrisa.

—¿Tu príncipe le ha dicho al rey que estás aquí?

«Técnicamente ni “mi príncipe” lo sabe todavía».

—No lo sé, señor.

—Que no lo sepa de ti ni de nadie que te rodee. Mantén el perfil más bajo que puedas, conviértete en una sombra. El rey ignora a las Vendidas, sé una Vendida más. Porque si llega a saber de esto de alguien que no sea su hijo… —Calló—. Me recuerdas a mi nieta.

—¿Disculpe?

—Ella tampoco quería quedarse a tejer. Era una mujer de fuego, con la mente metida en las aventuras de sus libros, soñando con algún día poder vivir alguna. Yo sabía que el mundo la aplastaría como un gusanito, pero esperé que fuese más tarde que temprano. Lástima, su padre vio lo mismo que yo y no iba a dejar que esas pequeñas estrellas que brillaban en su hija hicieran una constelación. La casó a los dieciséis con un panadero haciéndola perder su puesto en la nobleza. Lleva tres partos, todos de niñas. De ninguna llegó a conocer ni el nombre.

Y pensar que a diario la mayoría de las mujeres en Aragog tenían un destino similar.

—No te cuento esto para que empaticemos, ni para que esperes ningún favoritismo de mi parte. Lo hago para que sepas lo que le hace este sistema a las estrellas que de pronto empiezan a brillar de más. Para que estes alerta y afilada. Esto ni siquiera es un tal vez, es una profecía y yo acabo de advertirte. Tú decides si sigues brillando y te enfrentas a la oscuridad, o te vas a tejer a salvo.

Le sostuve la mirada. Él lo sabía, y lo sabía yo, que la llama de Delphini ya había empezado a arder en mí, y que las consecuencias se difuminaban una vez comparadas con la seductora fragancia de la autonomía, del miedo de otros, del respeto que nunca recibí.

—¿De verdad espera que le responda?

—Bien. Rgresa mañana temprano.

Ese es el boceto que hice del vestido que Aquía estaba usando ♡ ¿Se lo imaginaron así?

¿Qué piensan de la evolución de Aquía?

Este capítulo sorpresa está dedicado a Chxrry_Boom y a Handes5 ambas me hicieron unas preciosidades de fanarts que casi me hacen llorar de lo bello e inesperado. La primera hizo uno de Madame Delphini y la segunda le dio vida a Aquía. Mi gratitud no tiene palabras. Al principio de la novela dejé que claro que ustedes son los que determinarían mis ganas de escribir con su apoyo, pero de verdad que se superaron. Gracias por tanto ♡

Ahora, la sección favorita de todos: los memes xD

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