Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Si...

By AxaVelasquez

6.1M 603K 550K

«Toda mi vida había sido preparada para ser vendida. Pero nadie me preparó para ser vendida a "él"». La princ... More

Introducción
Personajes
Prefacio
Capítulo 1: Mi precio
Capítulo 3: Mi comprador
Capítulo 4: Mi entrega
Capítulo 5: Mi destino
Capítulo 6: Mi elección
Capítulo 7: Nunca llores
Capítulo 8: Nunca confíes
Capítulo 9: Nunca ruegues
Capítulo 10: Nunca duermas
Capítulo 11: Nunca calles
Capítulo 12: Nunca tiembles
Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos
Capítulo 14: Mantén el mentón en alto
Capítulo 15: Mantente en la cima
Capítulo 16: Mantén a tus amigas cerca
Capítulo 17: Mantén tu esencia
18: Mantente en control [+18]
Capítulo 19: No te alejes
Capítulo 20: No te detengas
21: No te reprimas [+18]
Capítulo 22: No seas de nadie
Capítulo 23: No esperes milagros
Capítulo 24: Monstruo
Capítulo 25: Sargas
Capítulo 26: Madre
Capítulo 27: Esposa.
Capítulo 28: Beso.
Capítulo 29: Lady viuda negra
Capítulo 30: Princesas
Capítulo 31: Un buen hombre
Capítulo 32: No puedo hacerte daño
33: Presa y cazador [+18]
Capítulo 34: La sombra
Capítulo 35: Madame
Capítulo 36: Infame
Capítulo 37: Gloria
Capítulo 38: Salvaje
Capítulo 39: Nefasto
Capítulo 40: Perverso
Capítulo 41: Lujuria
Capítulo 42: La serpiente ha despertado
Capítulo 43: Na'ts Yah
Capítulo 44: El cisne tomó su canal
Capítulo 45: Darangelus sha'ha me
Epílogo
Preguntas
Escena extra +18
Vendida EN FÍSICO

Capítulo 2: Mi compra

212K 21.5K 27.1K
By AxaVelasquez


Aquía. Las estrellas no ponen nombres con indiferencia, siempre hay un motivo, un propósito y un destino detrás. El mío estaba inspirado en Aquila, la constelación del águila en vuelo situada debajo del cisne. Águila. Majestuosas criaturas capaces de prolongar su libertina existencia hasta 70 años, pero que en algún punto de su vida tenían que pasar por una decisión crucial: renovarse o morir.

El proceso que a ellas les toma ciento cincuenta días en la cima de una montaña, a mí me tomó la eternidad de una hora y media.

—Dile a quien sea que esté a cargo de esos carruajes —ordenó Madame Delphini a la Preparadora informante— que va a ver a todas y cada unas de mis chicas, pero cuando yo diga que están preparadas.

—Pero, Madame, no puedo hacer…

—Hazlo. Soy una profesional, más de dos horas no me tomará transformar estas niñas en mujeres.

Madame Delphini, aquella imponente dama que no quería el título de Lady, que tuvo la fiera determinación de sobreponer sus órdenes a las del Palacio, fue la segunda mujer que destrozó las piezas de un rompecabezas de mentiras que yo creía perfectamente armado en mi estructura mental. Fue de esas figuras que te hacen pensar: «Vaya, ojalá yo fuera como ella».

Hizo de mí lo que hace un águila a la hora de su dolorosa transformación recluida en lo alto de una montaña: me arrancó las plumas, destrozó mis garras, me despojó del pico; y minutos más tarde me dio alas nuevas.

Las tinas de agua caliente no eran una novedad en mi rutina, pero en esa sería la primera vez que me sumergiera junto a un enjambre de pétalos de rosa que impregnaban mi piel de su perfume y flotaban a mi alrededor como nenúfares de un lago manantial humeante.

La Preparadora a mi cargo me restregó la piel como si quisiera verla sangrar los residuos de los años en ella. Me peinaron y perfumaron el cabello con esencias florales, Madame Delphini permitió que me hicieran una trenza pero especificó que debía quedar holgada, con mechones de cabello que escaparan de mi frente para surcar mi rostro, interferir con mi mirada y rozarme los labios; luego me masajearon entera con un aceite de aroma sutil pero perenne.

La atención era activa y exigente, necesitaban hacer de mí en minutos lo que no habían querido en toda una vida: una oferta tentadora.

—Madame —me atreví a hablar mientras ella en persona maquillaba mis ojos con sombras y delineados que jamás me habían aplicado—. Yo no puedo ser ofertada hoy, no cumplo dieciocho hasta dentro de una semana.

—Parece que con esto no van a hacer falta extensiones en tus pobres pestañas —dijo, más para sí misma, a la vez que cambiaba su armamento para pasar a mis labios—. A nadie le va a importar la edad que tengas cuando te vean. Ni tú ni yo podemos perder una oportunidad así.

—¿Cree que me compren hoy?

Ella me inmovilizó el mentón con sus largos dedos y procedió a delinear mis labios que naturalmente, y gracias a su monótona palidez, estaban poco definidos.

—Lo que creo es que deberías dejar de hablar y dejarme hacer mi magia.
Reprimí las ganas de sonreír. En cada rincón de Aragog había distintas leyendas, mitos y teorías sobre la magia, personas con habilidades más allá de las conocidas, descendientes de deidades caídas, parientes de criaturas extintas, adoradores de antiguas potestades que habían sido recompensados; pero nunca me había detenido a pensar que la magia, comprendida como habilidades extraordinarias imposibles de igualar, podría ser algo tan simple y efectivo como el poder de hacer creer a una mujer en una hora que vale más de lo que le han dicho toda su vida.

Madame terminó de embadurnar mis labios con una melaza de color del vino y me repitió al menos tres veces que evitara tocarme la boca hasta con la lengua, y que de preferencia la dejara entreabierta para maximizar su llamativo.

Luego procedió a vestirme.

El vestido sería mi armadura; arriba tenía un escote en V tan pronunciado que casi me llegaba al ombligo, el resto era una tela de micro malla elástica semitransparente que se adhería a mi cuerpo como otra piel haciéndome lucir desnuda, exceptuando las partes rebordeadas con un diseño floral cuyos pétalos se posicionaban estratégicamente para cubrir nada más que mis pezones. El vestido se adhería a mis caderas y se deslizaba sin despegarse hasta la altura de mis rodillas, ahí se desprendía en una falda acampanada que me hizo lucir como la sirena de un jardín dorado.

Por último, Madame Delphini redujo el ancho de mi cintura con un pequeño ajuste en el vestido, y luego se alejó unos pasos para contemplarme.

—¿Lista? —pregunté.

—Depende. —Esa respuesta me intimidó—. ¿Cuánto vales?

—Ahh… me dijo que no me vendería por menos de tres mil.

—Eso te dije, pero por tu actitud se nota que tú no pagarías ni diez Anillos por ti misma.

—Madame, es que yo todo lo que sé es hablar de cosas que a nadie le interesa, nadie me enseñó a ser bonita.

—Ay, niña. No tienes que saber ser bonita, solo creértelo. Si te lo crees tú no habrá persona en el reino que se atreva a plantarte cara diciendo lo contrario.

—¿Qué debo hacer para parecer más segura?

—No me imagino cuántas veces a lo largo de tu vida te habrán instruido para que cierres la boca ante todo y mantengas la cabeza gacha, permíteme que sea la primera que te incline a la irreverencia: a menos que estés ante el mismísimo Lesath Scorp, rey de Aragog, descendiente del Escorpión, no te calles. Si te dicen fea a la cara y tú estás segura de que mienten, ni siquiera hará falta que abras la boca, con una sonrisa de orgullo bastará. Y no me quedo solo con esto, que sea así para todo. Aprende a hablar sin palabras o a buscar las palabras adecuadas para que nadie pueda argumentar contra ti. Si consigues dejarlos en silencio, habrás ganado.

—El reino no permitiría que…

—¿Quieres que te diga algo del reino? El sistema funciona porque nosotras aceptamos nuestro destino calladitas. Pocas queremos esto realmente, y todavía más pocas nos atrevemos a expresarlo en voz alta, pero ninguna tenemos realmente posibilidades de lograr un gran cambio, no solas. Entonces nos toca sobrevivir y tratar de labrarnos un hueco a nosotras mismas, al reino esto le da igual porque nos subestima y nos teme a la vez, sabe que una mujer determinada puede ser peligrosa cuando se convierte en dos, en tres, en diez, en cientos. ¿Y qué hacen para evitarlo? No fastidiar a personas como yo, no darnos muchas razones para quejarnos y crear revuelo. Castigarnos sería una señal de que algo hemos hecho que ha puesto al reino a temblar, dejarnos tranquilas es una estrategia, una manera silenciosa de decirle a las demás que podemos chillar todo lo que sea, pero que a ellos le damos igual.

Estaba fascinada con su discurso.

—Ahora sal ahí y véndete con la mirada. Y una vez tengas dueño recuerda una cosa: ni tú, ni ninguna de nosotras, podremos cambiar la realidad absoluta, pero puedes empezar por hacer una mejora en la tuya.

Después de esa charla empoderante salí al Mercado con una nueva actitud, o al menos la disposición de adquirirla con la práctica. Me deslizaba al ritmo de una sonata romántica, saboreando cada paso y cobrando seguridad con cada centímetro que avanzaba. Mis hermanas estaban preciosas, ninguna parecía ya una niña; no reconocí los rasgos que antes me disgustaban de cada una pues ahora todo de ellas me parecía único y cautivante.

El sol blanco de Ara resplandecía sobre nosotras y se reflejaba en los cristales que adornaban nuestros cuerpos; pese a estar en pleno mediodía, el astro alumbraba como si estuviese recubierto por una burbuja de diamante, era más un foco que un rey de fuego.

El Mercado estaba más lleno que nunca, conté al menos seis carruajes reales y se me hizo imposible sacar un aproximado de la cantidad de hombres que comían y bebían haciendo de la calle su taberna personal. Cuando llegamos casi se abalanzaron sobre nosotras como si fuésemos un costal de harina, de no ser por Madame Delphini que los mantuvo a raya y nos organizó en nuestros asientos sin perder la compostura, aquello habría sido un desastre.

Poco a poco cada uno de ellos, en grupo o por separado, se fue desplazando en medio de nuestras hileras de sillas, más de uno se dispuso a tocarnos el cabello y olisquearnos un poco, pero Madame Delphini les dijo que no se tocaba a las Vendidas en exhibición, que si querían estudiarnos sería por separado y tras la tienda de cortinas de organza que había detrás, la que usábamos para cambios de ropa de emergencia o para las negociaciones más gordas que no podían permitirse delante de tantos espectadores.

Entonces hubo uno, un hombre severo de barba rojiza y cabello oscuro, vestido de negro con una capa de igual color que llevaba prendida al pecho con un broche de oro que pregonaba su rango en el palacio. Se me encogió el estómago al reconocer que aquella insignia tenía forma de puño, eso solo tenía una interpretación: era la mano del rey.

—¿Y esta qué hace? —preguntó a una Preparadora, no vi a Delphini cerca.

—Habla, nada más.

—¿Ni piano ni canto ni postres?

—No, mi Lord, solo habla. Mucho. Sabe muchas cosas.

Cuando sus ojos se posaron en los míos supe que había atravesado mis capas de transparencia grisácea y que había llegado al núcleo de mí misma, ese punto que temblaba de miedo ante sus ojos de depredador, su sonrisa lasciva y el modo nauseabundo en que se relamía los labios y dejaba flotando en el aire la evidencia de su embriaguez. No, no fue eso lo que vio. De haberme visto asustada habría seguido de largo en busca de una gacela más atractiva: lo que recibió de mis ojos fue una puñalada fría de desprecio, y eso lo excitó.

Ninguna de las otras se habría atrevido a verlo con el asco que yo sentía por él, y eso fue lo que lo llevó a escogerme como su presa.

—Entonces habla, ¿no?

—Sí, mi Lord, es una dama de compañía.

—Pues que me acompañe —Y me tomó del brazo. En ese momento sentí el verdadero terror—. Si lo que hace es hablar nos vamos a ir a la tienda a ver qué tal me impresionan sus palabras. Tengo que probar el producto antes de comprarlo, ¿no?

—Ehh… sí, claro, mi Lord.

Si ahí hubiese estado Delphini ella habría sabido manejar la situación, pero estaba sola, sola bajo la supervisión de una preparadora a la que le importaba lo más mínimo una de las tantas Vendidas que había pasado por sus manos.

El hombre, la mano del rey, me arrastró hasta la tienda, me empujó a través de la fina tela de organza, se tiró en el único sillón que había dentro y me hizo señas para que me adelantara hasta quedar frente a él.

Lo recuerdo sin tener que esforzar mi memoria, sentado con una pierna cruzada sobre la otra dejando su bota de cuero lustrado reposar encima de su rodilla, se reclinaba en el respaldo del asiento y luego volvía a inclinarse hacia adelante para poner su codo sobre su pierna, la mano en su mentón, los dedos rozando sus labios y su lengua, y sus ojos inyectados en mí. Me sentí como Eva, la primera mujer de una religión muerta hacía siglos sobre la que había leído en mi entrenamiento, que habiendo pasado toda su vida sin vestirse en el hermoso jardín del Edén, solo se sintió desnuda al presentarse ante Dios llena de pecado. Ese día yo era Eva, ante los ojos de esa bestia me sentí desnuda por primera vez.

—Entonces… hablemos, mujer.

No había tratado con ningún hombre en lo que llevaba de vida, solo los veía de lejos y jamás me encontré en una situación que requiriera una palabra de ellos hacia mí; por esa razón quedé estupefacta por el modo en que la mano del rey pronunciaba la palabra «mujer», como si se refiriera a una persona enferma de lepra y le llamara por el nombre de su enfermedad. Me pregunté si todos serían así, y decidí que si la respuesta era sí prefería no ser comprada nunca.

—¿Eres muda?

—Lo siento, hasta ahora no me habían comunicado que mi trabajo sería el de bufón, así que entenderá que necesito un minuto para pensar en qué chiste contarle.

Eso lo hizo reír, pero estaba claro que mis palabras envenenadas de insolencia no le parecían una gracia en lo absoluto.

—¿A qué estás jugando, mujer? ¿Quieres verme perder la paciencia?

Lo menos que quería era seguirle viendo bajo ningún concepto. Punto.

—No he tenido intenciones de molestarlo —respondí pese a mis pensamientos—; sin embargo, usted ha de comprender que cuando me pide que hable sin darme mayores indicaciones la primera idea que me cruzará por la cabeza es que me quiere para distraerle. Y si no he estado equivocada todo este tiempo en mi interpretación del mundo, ese es el trabajo de un bufón.

Se levantó. Sentí satisfacción con ese gesto porque me dio la impresión de que él necesitaba ponerse a mi altura para intimidar, como si no tuviera la capacidad verbal para cerrarme la boca desde su asiento, como si amedrentarme fuese su única alternativa.

Se acercó tanto a mi rostro que nuestras narices se rozaron. Me puse tensa ante su cercanía, y su aliento fétido me mantuvo conteniendo la respiración. Pude contemplar cada vello curvo de su barba, los reflejos anaranjados, los espacios menos poblados que dejaban traslucir su piel trigueña; advertí la humedad de sus labios, mismos que no paraba de relamer, y temí con todas las fuerzas de mi ser que aquel hombre fuera mi destino, que su dinero me obligara a besarlo de por vida, a gemir como me habían enseñado aunque su cuerpo fuese incompatible con el mío, a sonreír en su presencia, a bajar la cabeza cuando me hablara.

—Tu nombre —exigió saber.

—Aquía.

—«Aquía, mi Lord» —corrigió.

—No soy un Lord, solo Aquía.

Me tomó por los hombros haciendo que un grito de sorpresa se escapara de mi garganta.

—Pierdo la paciencia contigo. Me vas a llamar «mi Lord» y basta de chistes, ¿queda claro? —Asentí—. ¿Cuánto cuesta una noche contigo, Aquía?

En Aragog había mujeres que conseguían escapar de su destino, huyendo de su casa de Vendidas o del hogar de su padre en el caso de las nobles, y a partir de ahí vivían en las calles a costa de su cuerpo. Se suponía que eso era denigrante, a diferencia del trabajo de una Vendida ya que nuestro fin consta de satisfacer a un solo hombre desde el día de nuestra compra hasta el fin de nuestros días. Ese fue el motivo de que sus palabras me ofendieran, así que con toda la firmeza que me quedaba por dentro le respondí:

—Me parece que sigue confundiendo mi utilidad, mi Lord. Soy Vendida, no prostituta.

Levantó la mano tan deprisa que en serio creí que iba a abofetearme. El simple gesto bastó para hacerme llorar de terror. Las Preparadoras nos castigaban cuando era necesario, pero nunca con maltrato físico, ninguna se atrevería a enfrentar la pérdida que resultaría si en medio de una paliza llegaban a dañar algo de nuestro físico.

Me sentí diminuta con las manos en la cara, el cuerpo encogido para protegerme y las piernas temblando tanto como mi corazón. Él tenía en su rostro una sonrisa perversa, como si por primera vez me tuviera justo donde deseaba tenerme.

—Hey, hey… —dijo con ternura mientras tomaba mi rostro con delicadeza, manchándose de mis lágrimas—. No pienso tocarte el rostro, ¿crees que le haría daño a esta carita tan hermosa?

Sorbí por la nariz y traté de tranquilizarme, pero en cuanto le vi los ojos supe que no, que no había motivos para estar tranquila.

—Ponte de espaldas.

—Mi Lord, yo…

—De espaldas, te lo ordena la mano del rey.

—Por favor… —supliqué y las lágrimas comenzaron a salir de nuevo—. Por favor, voy a…

—De espaldas.

Obedecí lentamente, como criminal que camina a cumplir su pena de muerte sin siquiera saber qué tipo de ejecución le espera.

Apenas quedé volteada la mano del hombre se posó sobre el escote de mi espalda, haciendo contacto con mi piel solo cubierta por la fina micromalla, provocando que me sobresaltara.

De inmediato me comenzó a empujar hasta la mesa donde tantas Coronas se habían contado, donde tantos tratos se cerraron a lo largo de los años, para pegar mi pecho a la superficie y presionar mi cabeza contra la madera para mantenerme sometida mientras su otra mano rasgada la fina malla de mi vestido y luego la tela bordeada.

Lo destrozó hasta que ya no quedó ni un girón de tela que cubriese mis glúteos y solo quedaron despojos de la parte trasera del vestido. Me soltó la cabeza y sin girarme pude percibir cómo se movía a mis espaldas, el ruido de la hebilla de su cinturón contra los anillos de sus dedos y el deslizamiento veloz de este al ser arrancado de su sitio.

—No voy a tocarte la cara —anunció—. Pero no hay mujer a la que le haga daño un poco de hinchazón en las nalgas.

Luego vino el primer azote.

Si pretendía que después de aquello mi rostro quedara intacto había calculado mal las cosas, pues al sentir el cuero quemar sobre mi piel expuesta a su castigo, tal fue mi sorpresa y la magnitud de aquel dolor que por primera vez sentía, que me mordí los labios hasta que chorrearon sangre y saliva contra mi mejilla pegada a la mesa.

Al segundo azote grité. Sería la única vez que lo haría porque al momento comprendí que lo estaba exitando, así que a partir de ese me tragué todo lamento que intentó trepar por mi garganta y me limité a llorar hasta que los ojos se me llenaron de todos los productos con los que habían intentado embellecerlos y me ardieron tanto que no pude volverlos a abrir. Balbuceaba, pero no tenía a nadie a quien implorar.

En ese momento comprendí lo útil que hubiese sido a lo largo de mi vida hacer una pausa a la preocupación por ser comprada y conseguirme una fe. Porque ahí, mientras el monstruo me golpeaba a placer, en medio de todo el ardor y la impotencia, cuando mis piernas fallaban al no ser capaces de soportar tanto dolor y mi cuerpo contra la mesa temblaba en espasmos de llanto, no creía en nada ni en nadie, mucho menos en mí misma.

Terminó de azotarme y me despegó de la mesa, pero los muslos me escogían tanto y mis piernas estaban tan fatigadas que mi peso terminó venciéndome y caí al suelo.

—¡Levántate!

—No puedo —chillé a media voz.

Hizo ademán de tomarme por la trenza del cabello pero se contuvo con el rostro contrariado, seguro pensando en que por muy exaltado que estuviera arrancarme el cabello a mechones no era una opción. No obstante me tomó del brazo, apretó con fuerza y me arrastró fuera de la tienda donde la mayoría, que desde luego habían escuchado algo de aquel calvario, esperaba expectante por nuestro regreso.

La mano del rey ignoró a todos los hombres del Palacio que se le acercaron y se fue directo hacia la Preparadora con la que había hablado antes. Solo estando frente a ella me soltó, permitiendo que mi cuerpo se desplomara en el suelo, dejando que me echara a llorar semidesnuda a la vista de todos con el maquillaje corrido, el labio roto e hinchado y la piel quemándome todavía.

—La quiero —dijo el hombre a la Preparadora.

—Mi Lord, no me compete a mí negociar…

—Es conmigo con quien tiene que hablar.

La voz de Delphini frenó mi llanto en seco. Por un instante casi me permití sentir esperanza, lo cual era una tortura más. La realidad era que no había nada que ninguna mujer pudiera hacer, aun siendo Vendedora, para impedir que un hombre con dinero comprara a otra.

Delphini le extendió la mano al Comprador, aunque su rostro era frío y severo, y evitaba mirarme sin dificultad, como si yo no estuviese ahí.

—Madame Delphini, mi Lord. A sus servicios. ¿Qué deseaba?

—Quiero esta Vendida.

—Lo siento mucho, mi Lord, pero esa mujer no está en venta.

Todo Ara contuvo la respiración, y si hasta entonces quedaba una persona que no estuviese encima de nosotros pendiente del desenlace de la situación, eso acababa de cambiar.

—¿Cómo que no está en venta? ¿Usted quién cree que soy yo?

—Al parecer es usted el que no sabe quién soy yo. Yo dirijo este negocio por elección de la Corona. ¿Se atreve usted a desafiar la competencia de su majestad al ponerme a dirigir Mujercitas?

—Mujer, tú podrás elegir el color de las uñas de tus Vendidas, pero no puedes saltarte la ley. Y la ley estipula que toda mujer…

—Tiene un precio. Ella lo tiene, pero no es un precio de venta, es un precio de exhibición.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que es un precio inicial. Esta chica será subastada, y no ahora, cuando cumpla su mayoría de edad como…

—Yo soy la mano del rey, no habrá nadie que se atreva a pujar contra mí. Si yo digo que la compro, la compro. —Se giró hacia todos los hombres del Palacio abriendo los brazos con dramatismo, luego volvió a mirar a Delphini—. ¿Lo ve? Dígame ya mismo ese precio inicial que la compro ahora.

Madame Delphini tragó en seco, viéndose derrotada. Toda mi vida le estaría agradecida por lo que acababa de hacer por mí, por desafiar públicamente al segundo hombre más poderoso del reino, por no dejar que aquel monstruo fuera mi destino.

—No escucho el precio, Madame —apuró el hombre en tono de burla.

—Cinco mil Coronas —respondió a regañadientes.

—¿Tanto por esta pordiosera?

—La ley estipula que usted puede regatear todo lo que quiera, pero el precio lo fijo yo. Cinco mil Coronas, ni un Anillo menos.

—No te molestes en abrir el saco de monedas —dijo una voz a espaldas de la mano.

Cuando volteé a ver de quién se trataba, aun sabiendo que no le reconocería ya que la voz era tenía un timbre altanero, autoritario y varonil, no pude ver nada más que la sombra de un rostro cubierto por la capucha de una larga túnica que apenas dejaba entrever la vaina de una espada en el cinturón del desconocido.

—¿Y por qué no lo haría? —preguntó la mano con un deje divertido en su voz.

—Tengo órdenes de pagar por esta chica lo que me pidan.

Esa noticia me dejó el corazón en un puño, nada de eso tenía sentido, ni para mí ni para nadie.

—Qué lástima que lo que piden ya lo voy a pagar yo, ¿no?

Desde el suelo, y si bien los ojos del recién llegado seguían a la sombra, pude observar su sonrisa altiva y traviesa besada por las pálidos rayos del sol. Era como si aquel hombre disfrutara del momento como de una cacería.

—Bueno, mi Lord, en ese caso es una lástima para usted que esto sea una subasta.

La mano del rey abrió la boca como si tuviera intención de expulsar fuego de ella, pero el encapuchado pasó por frente a su cuerpo sin reparo alguno y se encaminó hacia Madame Delphini para besar su mano.

—Madame —dijo con una reverencia.

—Sir —respondió Delphini.

—Madame, quiero ahorrarme la molestia de tener que regatear con mi Lord aquí presente, así que directamente ofrezco el doble y trato hecho. Diez mil Coronas por la chica.

Si existiera una forma de volver a contener la respiración luego de haber estado todo un sin, entonces eso era lo que yo acababa de hacer.
Esperé con mi pecho ardiendo por la falta de oxígeno hasta que oí las palabras mágicas salir de la boca de Delphini:

—Vendida.

Este es el boceto que hice del vestido de Aquía. ¿Se parece a lo que imaginaron?

¡Pregunta! ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Qué creen que sucedió ahí y que va a pasar en el siguiente?

Esta capítulo tuvo bastante, así que... es decisión de ustedes si quieren el siguiente el martes o dejamos reposar las ideas hasta el viernes de actualizaciones. De una vez gracias por el apoyo que le están dando a esta novela ♡

yali30 este capítulo va para ti por auspiciar los memes del capítulo 1. Ahora, aquí se los dejo:

Continue Reading

You'll Also Like

22K 1.2K 28
cómo no e visto historias sobre James de the end of the fucking world decidí hacer una empezada : 28 de junio terminada : 19 de julio
2.6K 1.3K 28
Que pasara si te duermes en la sala de tu casa. Pero cuando despiertas te encuentras en una habitación desconocida con otros tres chicos, que harías...
162K 11.7K 46
Días después de su decimoctavo cumpleaños, Aurora Craton siente la atracción de apareamiento mientras trabaja como camarera en una fiesta de los líde...
36K 4.9K 48
Entonces ahora es el dueño de lo que tanto anhelaba desde niño. Pero solo le faltaba ser dueño de algo, no el ya era dueño pero tenía que recuperarlo...