CAUTIVAS

Von CIDIAZ

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Valentina y Estefanía, dos preciosas gemelas, solo han conocido el sufrimiento desde sus trece años, cuando f... Mehr

En la pradera.
El Campamento
Valentina
Estefanía
"Feliz Cumpleaños"
Castigo
Me gustan las mujeres
Charlotte
Encerrada
Amigas
Atraída por su hermana
Amor en la mazmorra
Confesión
Vartar
Buscando la paz
Arrastrada
Dudas
Descubrimiento
En la cruz
Una noche
Trabajo duro
Revelaciones
Pacto
Confesiones
Separadas
Inesperado giro
Sorpresivo anuncio
Difícil decisión
Somos tres
A través de la noche
Huyendo
Kater
Cambuches
La Frontera
Prisioneros
El oso
Zurqui
Bárbara
El Platanal
Dulce despertar
Los Vismur
El Rio
En casa
Oscuro bosque
Dochi
El captor
Zanahorias
Rubena
Bela y Atira
En la cabaña
La Fogata
La verdad acerca de Rubena
En la plaza
Epílogo

La Cueva

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Von CIDIAZ


35

–¿Podemos descansar un poquito? –preguntó una extenuada Bárbara.

Las tres muchachas no habían parado de caminar durante toda la noche, pero ya no lo hacían entres los arbustos, ahora avanzaban por entre un bosque de frondosos árboles, haciéndose difícil por momentos el observar la brillante estrella encargada de guiarlas.

–Si no aprovechamos mientras esa estrella esté en lo alto, estamos fregadas. Apenas amanezca no tendremos nada que nos guie –contestó Charlotte, quien seguía marchando al frente del grupo.

–Entiendo –dijo Bárbara mostrando su rostro de resignación–, pero al menos quiero quitarme esta ropa, me está haciendo mucho calor –para una esclava acostumbrada a jamás haber llevado más que un taparrabos encima, y de haber soportado las frescas temperaturas de la temporada de lluvias con su cuerpo semidesnudo, podría ser bastante difícil acostumbrarse al calor generado por cualquier clase de ropa.

–Paremos un segundo mientras se deshace de eso –le dijo Valentina a Charlotte.

No tardó la joven pelirroja en regresar la camisa y el pantalón a una de las bolsas y en vestir nuevamente su taparrabos. Valentina tomó un sorbo de agua de la cantimplora mientras esperaba y luego se la pasó a la muchacha de los ojos verdes, quien a su vez tomó un par de sorbos y esperó unos segundos para brindársela a Bárbara.

–En serio que no sé qué vamos a hacer cuando amanezca –dijo Charlotte mirando hacia el cielo–, no vamos a tener nada para guiarnos.

–Creo que lo mejor sería tratar de descansar un buen rato y retomar la marcha cuando haya oscurecido nuevamente –opinó Valentina, su mirada concentrada en la llamativa figura de Bárbara, de la cual se había olvidado gracias a haberla tenido cubierta durante las últimas leguas de camino.

–Me parece una excelente idea, porque les juro que yo ya no doy más –Bárbara trató de mostrar una leve sonrisa.

–No sé a qué horas resultamos trayendo a esta niña... –el tono de Charlotte no era para nada amistoso.

–Ya deja de molestarla, Charlotte, entiende que no todas tenemos la fuerza que tú tienes –Valentina le clavó la mirada a la muchacha de los ojos verdes.

–Si no fuera por mí, ya habrías regresado a la esclavitud...

–Lo sé perfectamente, y te agradezco mucho por eso, pero por favor, entiende que Bárbara es menor que nosotras...

–Bueno, ya dejemos de alegar –la interrumpió Charlotte–. Más bien aprovechemos el poco tiempo que nos queda para seguir avanzando.

Con las primeras luces del alba, y mientras continuaban avanzando, las tres muchachas se dieron a la tarea de buscar un sitio lo suficientemente seguro para pasar el día sin llegar a ser descubiertas. Sin embargo el sol ya se empezaba a mostrar sobre el horizonte sin que ninguna de ellas hubiese encontrado un lugar apropiado.

–A este paso nos van a descubrir –se quejó Charlotte.

–¿No sería mejor si nos vistiéramos? De pronto podríamos pasar desapercibidas –sugirió Valentina.

–Vestida o desnuda, lo único que sé es que necesito descansar –Bárbara, según la opinión de Valentina, empezaba a lucir agotada.

–¡Miren! Ahí hay algo –Charlotte señalo hacia unas rocas parcialmente escondidas detrás de unos frondosos árboles en donde algunas partes oscuras daban la impresión de tratarse de la entrada a una cueva.

No tardaron en encontrarse explorando su interior, aunque después de unos cuantos pasos cayeron en la cuenta de la imposibilidad de continuar hacia su parte más profunda sin la ayuda de una antorcha.

–Se siente fresco aquí adentro –Bárbara caminaba lentamente detrás de sus dos compañeras.

–Lógico, aquí nunca entra el sol –comentó Charlotte, sus manos tocando las paredes mientras sus pies exploraban la superficie de tierra.

–¿Qué pasa si esto es la guarida de un animal? –preguntó una nerviosa Bárbara.

–Estaríamos en problemas –respondió Valentina, quien no paraba de mirar las paredes de roca, en las cuales no se veía muestra alguna de anterior presencia humana o animal.

–Guarden silencio por un momento, si hay algún animal durmiendo aquí adentro, de pronto podríamos escuchar sus ronquidos –sugirió Charlotte.

Pasó un largo rato pero hasta los oídos de las tres muchachas no llegó absolutamente ningún sonido, aparte de aquel producido por los pájaros en el exterior.

–Yo creo que aquí no vive nadie –Valentina puso su mirada en los ojos de Charlotte.

–Es posible, aunque me sentiría más segura si pudiéramos explorar más al fondo.

–Lo sé, pero por ahora yo creo que lo mejor es que descansemos aquí –sugirió Valentina mientras dejaba su bolsa en el suelo y se sentaba.

–¿Estás segura? –preguntó Bárbara, quien no podía apartar la expresión de aprehensión de su rostro.

–Vale tiene razón, podemos dormir un buen rato con los cuchillos en la mano en caso de que un inesperado visitante se acerque –Charlotte también dejó la bolsa en el suelo y se sentó a su lado. Enseguida, sentadas en semicírculo, las tres muchachas compartieron un poco del agua y la comida de las bolsas.

–¿No creen que deberíamos tomar turnos para hacer guardias? –sugirió Charlotte una vez terminaron de comer.

–Me quedaría imposible hacer el primero, estoy que me caigo del sueño –dijo Bárbara.

–Si quieren, yo hago el primer turno –dijo Valentina.

–Está bien, yo tomaré el segundo y tú serás la última –dijo Charlotte mirando a Bárbara.

Un rato más tarde, con los rayos del sol invadiendo la entrada de la cueva, Bárbara dormía profundamente mientras Charlotte, acostada a su lado, no paraba de observar a Valentina, quien tenía la espalda apoyada contra la pared de roca, sus ojos fijos en la entrada de la cueva y su mano derecha sosteniendo la espada robada a uno de los hombres asesinados en el camino mientras la izquierda sostenía uno de los cuchillos entregados por Vartar.

–¿Sabías que eres tan linda como tu hermana? –el susurro de Charlotte tomó por sorpresa a Valentina.

–No digas tonterías, es lógico que sea tan linda o tan fea como mi hermana gemela –dijo Valentina en medio de los sonidos de la rítmica respiración de la profundamente dormida Bárbara.

–Vale, ¿tú me odias?

–¿Por qué no te duermes y dejamos la filosofía para otro día?

Charlotte se apoyó en el codo antes de volver a hablar.

–Tú y yo éramos muy buenas amigas...

–Lo sé, hasta que te metiste con mi hermana –Valentina mantuvo su mirada en la entrada de la cueva.

–Creo que te pusiste muy celosa.

Para Valentina no era la hora de confesarle a los demás su amor y profundo deseo por su hermana gemela; primero deberían encontrarla y estar de regreso en Blondavia.

–Es mi hermana, no quiero que sufra.

–¿Por qué habría de sufrir conmigo?

–No sabemos qué va a pasar...

–¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Charlotte mientras gateaba el espacio entre ella y Valentina y se acomodaba a su lado.

–¿No crees que primero deberíamos estar a salvo antes de estar hablando sobre esto?

–Puedes tener razón, pero solo estaba pensando que si Estefanía llegara a faltar... tú podrías reemplazarla en mi corazón... –Charlotte puso su mano en el muslo de Valentina.

–¡Tú estás loca! Ni siquiera sabes qué le pudo haber pasado a mi hermana y ya le estás buscando reemplazo –Valentina movió la pierna logrando soltar la mano de su compañera de esclavitud.

–Perdóname, es que no sé en qué va a parar todo esto...

–Tenemos que llegar a Alsacia, rogar porque ella esté allí... y si no lo está, armar un grupo de gente dispuesta a salir a buscarla.

–Lo sé... Pero es que mira: así yo me muestre muy fuerte en todo esto, tengo mucho miedo de quedarme sola... Yo no conozco el mundo exterior, lo que pueden ser las cosas por fuera de la nación doriana, y lo único que sé es que tu hermana ofreció llevarme a su pueblo, acogerme en su familia, darme un sitio donde vivir, un hogar... También fue la que me convenció de que lo mejor era escapar, que en otras naciones existían hombres buenos, hombres que no usarían el látigo conmigo y mucho menos las cadenas, el cepo o la cruz...

–¿Te prometió todo eso? –Valentina la miró a los ojos.

–Sí... ¿acaso es mentira? –preguntó una ansiosa Charlotte.

–En Blondavia no hay esclavitud, las mujeres se casan o se van a vivir con los hombres que aman, tienen hijos de manera natural, todo es muy diferente.

–¿Pero no tratan mal a las mujeres?

–No, no las tratan mal, las aman y las consienten –Valentina recordó la manera como su padre trataba a su madre o el vecino en Alsacia trataba a su mujer. No faltaban las ocasionales peleas o las discusiones de pareja, pero no recordaba haber visto a un hombre golpeando a su pareja y mucho menos con un látigo.

–¿Y crees que yo podría vivir con ustedes? ¿Con tu familia?

Era lo último en la lista de deseos de Valentina, pero ese no era el momento para confesarlo, además de tener una deuda con ella.

–Supongo, si eso es lo que te dijo mi hermana... y supongo que también tendremos que acoger a Bárbara.

–Pero si tú hermana no llegara a aparecer, me imagino que tú no me dejarías entrar a tu casa... –Charlotte bajó la mirada.

–Escucha, tú me salvaste allá en los cambuches, si no es por ti, ahora mismo podría estar recibiendo un millón de azotes antes de ser enviada a las galeras... Así que no te preocupes... Aparezca o no aparezca Estefanía, tú podrás vivir con mi familia –Valentina jamás pensó en que llegaría a hacer aquel ofrecimiento, pero al mismo tiempo era su obligación el estar agradecida con la hermosa esclava de los ojos verdes.

–No sabes el peso que me quitas de encima –Charlotte volvió a sonreír.

–Sería muy cruel dejarte a la deriva apenas lleguemos a Alsacia, no creo que sería capaz de hacerlo.

–Eres tan linda y tan especial como tu hermana, si no fuera porque me hiciste pasar esa horrible noche en el cepo...

–Pero tú también me hiciste crucificar... y créeme si te digo que eso es peor.

–¿Por qué no nos olvidamos de todo eso? –Charlotte volvió a poner su mano en el muslo de Valentina.

–Tienes razón, no sacamos nada recordando cosas malas –esta vez Valentina no la obligó a desplazar la mano. Charlotte era una niña hermosa, digna de ser besada, acariciada y amada hasta más no poder, pero ella amaba a su hermana y no la podría traicionar, aunque su hermana sí la hubiera traicionado a ella con la disculpa de mantener a la muchacha de los ojos verdes en buenos términos en caso de necesitar su ayuda a la hora de escapar.

–¿Te puedo dar un beso? –Charlotte la miró directo a los ojos.

–¿No estarías traicionando a mi hermana?

–Lo sé, pero es que... tú eres idéntica a ella, me siento como si estuviera conversando ahora mismo con ella, y más aún ahora que he recordado que tú eres una excelente persona, creo que no me quedaría nada difícil amarte a ti también.

Ganas de pasar un buen rato de placer y de ternura con una muchacha tan hermosa como Charlotte no le faltaban, pero si aceptaba besarla, estaría mandando a la basura todo lo concerniente a su relación con Estefanía.

–Pero no soy Estefanía, soy Valentina... Y no es que no quisiera hacerlo... Eres una mujer más que hermosa y puedes provocar al que sea, pero si lo hago, es como quitarle la novia a mi hermana y eso no está bien.

–Yo amo a tu hermana, pero también podría amarte a ti...

–¿Quieres decir que podrías amarnos a las dos al mismo tiempo?

–¿Por qué no? Mira que en el reino de Vagamia, según me contaron una vez, los hombres pueden tener a varias mujeres, todas bajo su protección y viviendo bajo el mismo techo. Las aman a todas y les hacen el amor a todas.

–¿Entonces tú nos tendrías a mi hermana y a mi...?

–Solo si ustedes quieren. Creo que yo las puedo amar a las dos.

–No lo dudo, pero es que hay un problema... A mí me gusta mucho la niña que ves ahí durmiendo –Valentina señaló con la punta del cuchillo a Bárbara–, ¿si no entonces por qué crees que le dije a Vartar que también la soltara...? –no podría negar la admiración sentida en su interior hacia la belleza de la joven pelirroja, pero estaba muy lejos de llegar a pensar en ella como una novia. Solo lo había dicho para tratar de alejar a Charlotte.

–Ya lo había sospechado... Pero no estoy muy segura de que a ella le gusten las mujeres –Charlotte enfocó su mirada en la esbelta y atractiva figura de Bárbara.

–Créeme si te digo que sí le gustan –Valentina hizo un esfuerzo por sonar creíble.

–Óyeme, te deseo suerte con ella..., y perdona por tratarla como la estoy tratando, pero es que no para de quejarse –Charlotte meneó la cabeza.

–No te preocupes..., creo que a veces lo necesita –Valentina no acababa de dar crédito a la manera como se empezaba a entender con Charlotte: de haberlo hecho antes, con seguridad se hubiesen evitado muchos castigos y dolores.

–Oye, ¿y en tu nación aceptarían que yo sea la novia de Estefanía y que tú seas la de Bárbara?

–Era una excelente pregunta sobre la cual nunca había tenido tiempo de pensar. Recordaba la existencia de un par de mujeres, de no más de veinte años, quienes vivían juntas en las afueras de Alsacia y de las cuales se rumoraba acerca de sus gustos. Sin embargo no recordaba que hubiesen sido el blanco de críticas o agresiones por parte de los habitantes del pueblo. Pero aquello había sido entre dos mujeres que no eran hermanas y mucho menos gemelas. ¿Pero no sería un verdadero escándalo si la gente se llegase a enterar de la relación incestuosa entre ella y Estefanía?

–Creo que no habría problema, a la gente de mi pueblo no le gusta meterse en la vida de los demás.

–Eso me tranquiliza un poco, creo que me moriría si no pudiera estar al lado de alguna de ustedes dos. Pero bueno, no sería al lado tuyo, ya que estás enamorada de ella –Charlotte se fijó en Bárbara.

–No estoy enamorada, pero sé que me gusta mucho.

–Te entiendo –Charlotte mostró una dulce sonrisa.

–Mejor trata de descansar, te necesitamos ágil y fuerte para lo que falta...

–Tienes razón, voy a dormir un rato, pero te confieso que me hubiera fascinado darte un besito y hacer otras cositas contigo –la mirada de Charlotte estaba llena de sensualidad y picardía.

–Créeme que a mí también me hubiera gustado, si no estuviera Bárbara de por medio.

–Te entiendo, solo déjame saber cuándo estés lista para divertirte conmigo –dijo Charlotte antes de volver al sitio donde había estado acostada momentos antes.

Valentina gastó los siguientes instantes observando la manera como la esclava de los ojos verdes se quedaba dormida. La recorrió con la mirada, desde los pies hasta la cabeza, antes de hacer lo mismo con el cuerpo de Bárbara. Se trataba, sin lugar a dudas, de un par de hermosas muchachas. Las formas más desarrolladas de Charlotte podrían significar una ventaja para aquellas que gustaban de la voluptuosidad, aunque la esbelta y graciosa figura de Bárbara sumada a la belleza de su rostro, bien podrían complacer hasta a los de más exigentes gustos. Era una lástima no haber podido gozar de los encantos de Charlotte, pero si hubiese accedido a sus propuestas, su relación con la mujer que amaba habría quedado en alto riesgo. Así mismo, ahora se vería obligada a tratar a Bárbara de manera más especial si quería hacer creíble su versión acerca de su atracción hacia la joven pelirroja, de quien en realidad no tenía idea ni conocimiento alguno acerca de sus preferencias de género. Ya llegaría el momento en el cual se vería obligada a averiguarlo. 

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