Ohana - (1001 Cuentos de Alba...

By albxlia69

1.1M 44.5K 52.5K

Natalia desordenó mi vida. Y Alba Reche ordenó la mía. Historia extraída de 1001 Cuentos de Albalia. Puede co... More

1. Un miércoles de mierda
2. Unas vacaciones de clase media
3. Un sábado cualquiera
4. Un vino blanco y Alba Reche
5. El alucinante show de Natalia Lacunza
6. Jugando al escondite
7. El ruido que necesita
8. El verano que nos conocimos
9. La madre de ella
10. Los primeros días
11. En las buenas, en las malas y en las peores
12. Septiembre siempre llega
13. La aventura de ser mamás
14. Saltarse las normas
15. ¡Grabando!
16. Mi secretito oscuro
17. Una oportunidad de oro
18. Nuestra primera vez
19. Las cuatro estaciones de Vivaldi
20. Noches de confesiones
21. La hematofobia
22. El sonido ambiente
23. La Alameda de Hércules
24. La droga del amor
25. Siempre vuelve
26. Mudanzas
27. Promesas
28. Mi Navidad eres tú
29. Buscando a Elena
30. Un amor para toda la vida
31. Un amor para toda la vida (II)
32. Un regalo de capítulo
33. Como dos hermanas
35. Hablemos de educación
36. Hablemos de sexo
37. Pompas de música y amor
38. El niño mimado
39. Mi metrónomo
40. Mami Albi
41. Todo
42. Pesadillas
43. El padre de ella
44. Los espacios
45. Mi orden desordenado
46. Otras alas
47. Una canción para la espera
48. El silencio
49. La hora del baño
50. La boda de su hermana
51. Los Reche y yo
52. La culpa
53. La magia del cine
54. 5.000 euros
55. Felicidades, bichito
56. Sueños que se rompen y sueños que despiertan
57. Espejito, espejito
58. Como dos adolescentes
59. The show must go on
60. Las dudas
61. Antes y después de decirnos sí
62. Vulnerables
63. Estrella
64. La caravana
65. El tiempo
66. El Mi arbar
67. Siempre sí
68. Una cuestión de fe
69. El fin de una gira
70. Una gran historia de amor
71. Hablemos de conciliación laboral y familiar
72. La enfermera Reche
73. ¿Quieres casarte conmigo?
74. Instinto maternal
75. La lluvia en Sevilla es una maravilla
76. Los pestiños de la Rafi
77. Lo que le dije aquella noche
78. Hablemos de futuro

34. Consejeros matrimoniales

14.8K 628 561
By albxlia69

El mundo está loco.

Los extraños humanos, o el pavo que controla el azar y el destino.

Sea quién sea, o sea lo que sea, está loco.

Un día eres alguien que usa Twitter para cagarse en los burguers homófobos, y otro día tienes las notificaciones y los seguidores echando humo.

Menos mal que tengo a mi hermana gestionándome las redes para que no sean un desastre.

Cuando empecé la gira se empeñó en ser mi comunidad manager o algo así, no sé. ¿Community? Ah, pues puede ser. Qué listas sois, albayas. Pues eso, que con la excusa de que iba a tocar con Gabi, me convenció de que tenía que mantener una imagen en redes. Los fans muy fans de los artistas siguen hasta al puto maquillador de la gira. Tú hazme caso. Dame tu contraseña. Y menos mal que lo hice, porque si no, todos los que me buscaron después del concierto solo se hubieran encontrado con mis tweets justicieros. Mi hermana le da otro rollo a mi cuenta. Me pone fotos de perfil molonas y twittea cosas que podría decir yo perfectamente. Por ejemplo, este último: sueñazo de entrevista... Gracias @canalfiesta por invitarme y ser tan majos conmigo. Para los desgraciaos que no me habéis escuchao', aquí os dejo el link. Música, troncoos!

¿Da el pego, o qué?

Y encima ganamos todas. Mi hermana Elena porque es una friki y le encanta hacer esto, y yo, porque la tecnología se me da fatal y no me gusta. Ya os lo he dicho alguna vez: por mí seguiría con el Nokia ladrillo.

Mami: buenos días, amor.

Mami: pues poco. Este sillón es incomodísimo... Me he dejado el cuello.

Mami: Marina bien. Ha dormido del tirón. En un rato pasa el médico.

Mami: q tal vosotras?

Yo: fiesta sin mami.

Yo: hemos desayunado chuches y hemos ido al cole tarde. Ah, y la niña va en vaqueros cuando toca educación física.

Mami: más te vale que sea una coña tuya.

Yo: pero k clase de madre te crees que soy, Alba Reche?

Mami: una muy sexy.

Yo: qué bien te sienta no dormir. Quieres no dormir esta noche, nena?

Vale, retiro lo dicho. Viva la tecnología, el wifi, el 4G, y el puto genio que inventó los SMS gratuitos llamado WhatsApp. Lo bien que me hubiera venido esto a principios de 2008, me cago en to'. La hubiera echado de menos de la misma forma, pero lo hubiera llevado mejor con unos cuantos nudes al día... Eh... No sé qué coño estoy diciendo, pencas, yo tampoco he dormido bien. Me he acostumbrado a dormir con su cuerpo pegado al mío y sus dedos revolviéndome el pelo.

Mami: no sé si quedarme hoy también, amor...

Mami: Francisco sigue desaparecido.

Yo: ya en serio. Llamad a la poli.

Mami: mi hermana no quiere. Creo que sabe dónde está, o que se ha ido por voluntad propia. A ver si en casa me cuenta algo. Con suerte le darán el alta esta tarde.

No paro de darle vueltas a lo de mi cuñado. ¿Por qué se iría, si es que se ha ido? ¿Por qué no le da por mirar el teléfono? Lo que más me cuadra es que haya tenido bronca con Marina, pero me chirría que haga bomba de humo. No sé, mamarrachas, tiene dos hijos... Y él es muy disciplinado. No le pega nada lo de desentenderse de su familia.

Francisco es un buen tío. Especialito, sosaina, pero buen tío. Cuesta cogerle el punto, también os digo.

Recuerdo el día en que lo conocí. Y en lo primero que se me pasó por la mente: este tío folla con calcetines.

No he podido comprobar mi teoría (Alba me tiene esa pregunta prohibida), pero he recibido algunos indicios: no se los quita ni para ir en chanclas. Sí, como los guiris. A veces pienso que lo hace para camuflarse entre ellos, pero no tiene sentido cuando también los lleva dentro de casa. ¿En la playa? También. Solo se los quita para bañarse. Tendríais que verlo después de darse un chapuzón lavándose los piececitos en la ducha para colocarse sus calcetinicos blancos con dos rayitas negras (son todos así). Es un caso.

Vaya que si recuerdo el día en que lo conocí. Como para olvidarlo. No todos los viernes noche te topas con un personaje así... Venid, anda. Vamos a darnos un paseíto por 2008.

Marina había organizado una cita de parejas doble en su nuevo pisito: Francisco y ella, Alba y yo.

Debo reconocer que el plan me hacía mucha ilusión. Sabéis que Marina y yo no empezamos nuestra relación con buen pie que digamos... Así que esa iniciativa me tuvo sonriente toda la semana. Significaba que me tenía en cuenta, que me integraba, que me invitaba a su casa, que me presentaba a su novio. Joder, era un puto avance de cojones.

—Estás nerviosa—se mofó Alba cuando subíamos por el ascensor.

—Mentira—me encogí de hombros. A ella no se le borró la sonrisa—. Bueno, vale, un poco, pero tú también te pusiste nerviosa cuando te presenté a mi familia.

—Tú ya conoces a Marina.

—Pero no... Formalmente—fruncí el ceño.

Lo que quería decir esa Natalia nerviosilla es que hasta entonces Marina y ella solo habían compartido ratitos obligados, esporádicos. No me recordéis la noche de la borrachera, madre mía, me quiso matar. Además, esos encuentros pertenecían a otro tiempo, a otra Marina, a otra Natalia. Ella cubría a su hermana a regañadientes. Seamos sinceras: no quería hacerlo. Ni le gustaba que su hermana estuviera con una chica, ni le gustaba yo. Pensaba que era un caprichito. Algo que duraría entre poco y nada, que solo era para llamar la atención. Pero las circunstancias habían cambiado muchísimo...

Fijaos si habían cambiado, que hasta me invitaba a su piso. Organizaba un plan con nosotras. La hostia. Nos estaba tomando en serio.

—Qué pronto habéis llegado—abrazó a Alba en cuanto abrió la puerta. A mí me dio dos besos—. ¡Pero si traes la guitarra y todo!

—Sí, es que vengo directa del estudio.

—¿Fran no está todavía? —preguntó mi novia al encontrarse con la soledad del salón.

—Qué va. Dijimos a y media—sonrió su hermana—. Ven, Natalia, que te voy a enseñar el pisito. No es muy grande, pero bueno.

—Más pequeño que mi caravana no va a ser—bromeé. Ella carcajeó, colgándose de mi brazo. ¿Contacto físico? Seguíamos con los avances.

Mantuvimos una conversación muy típica. De esas que se tienen cuando tu cuñada te muestra su nueva casa. La casa donde vivirá tu novia cuando te vayas de Sevilla. Dejó de agarrarme cuando llegamos a la última habitación. Se puso seria, de frente a mí. Yo me tensé inmediatamente.

—¿Vas a pellizcarme porque me voy a Madrid...? —titubeé.

—No, no—rio con nerviosismo—. Quería darte las gracias por haberte portado tan bien con mi hermana. Y a tu familia. Sé que ha estado muy a gusto con vosotros en un momento tan difícil como... el que nos ha tocado vivir—logró decir con esfuerzo. Creo que hasta se le escapó un poquito de sudor. Marina la orgullosa.

—Ah, vale—suspiré. Entended mi sorpresa. No me esperaba que me reconociera aquello a la cara. Pensé que la cena era su forma de decírmelo (que de por sí ya me parecía un gesto gigantesco, viniendo de ella).

—¿Por qué tardáis tanto? —apareció Alba en la puerta.

—Estábamos hablando de una cosa—le dijo Marina, rodeándola por los hombros. La miró fijamente—. Su familia se portó muy bien contigo. Supongo que querrás que la tuya haga lo mismo con ella—le susurró. Alba agachó la cabeza—. Puede que mamá y papá tarden en aceptar esto, pero quiero que sepas que Damion y yo estamos contigo. Estamos con vosotras.

—Lo sé... Gracias, Marina—se abrazó a su cintura. Yo sonreí. Me alegraba ver esa estampa. Me tranquilizaba de cara a mi marcha.

El timbre de la puerta las separó.

—Y media justas—carcajeó mi novia mirando su reloj.

—Ve a abrir, anda—le dio una cachetada Marina. Alba obedeció inmediatamente.

—¿Esto es una especie de bienvenida a la familia? —intenté vacilarla cuando superé mi shock.

—Relaja la raja, amiguita. Eso te lo tendrás que ganar poco a poco. Acabáis de empezar.

—Ya, pero...

—Todavía me duele lo que pasó con mi padre. Vas a tener que ganar muchos puntos para que se me olvide eso... Aunque reconozco que él tampoco estuvo muy acertado.

—Ya, siento...

—No pasa nada. Me has demostrado otras muchas cosas—sonrió. Yo también.

—¿Entonces... qué pretendes con todo esto?

—Darte una oportunidad a ti y a mi hermana para conocerte. Al principio estuve tan en contra de todo que ni siquiera intenté que me cayeras bien. No sé, no os tomé en serio... Eso sí—me dio uno de sus pellizcos retorcidos, y yo ahogué un grito entre mis dientes—. Como después de la que hemos liado te de por destrozarle el corazón a mi hermana, te juro que voy a Madrid yo misma y te...

—¡No lo haré, te lo prometo!

—Buena chica—me soltó con desprecio. Putísima ama.

—Hija de...

—¿Qué?

—Nada, nada.

—Lo siento. Si quieres ganarte un hueco en esta familia, tendré que seguir imponiéndote. No quiero que te confíes—me guiñó el ojo.

—¿Pero puedo llamarte cuñada, o no?

—Me vas a llamar como te dé la gana, te diga lo que te diga—reímos—. Ven. Te voy a presentar a mi novio.

—Espero que sea tan simpático como tú.

—Qué graciosa la macarrilla...

—Gracias por la oportunidad, Marina. Yo también tengo ganas de conocerte bien, no como la hermana plasta-sargento de mi novia—dije rápidamente antes de que giráramos al salón. Perfecta estrategia, porque así ya no podía contestarme. Marina se tragó una risa impotente.

En el salón me topé por primera vez con Francisco. Tenía el pelo muy corto, flequillo engominado hacia la izquierda con su rayita bien hecha. Providenciales entradas a sus treinta y tres años, ojos muy azules escondidos tras unas gafas de pasta. Sonrisa seria. Os juro que existen. Barba recién afeitada. Era guapo, tenía su encanto. Camisa de rayitas azules y pantalón vaquero oscuro con su cinturón bien apretado.

Este tío folla con calcetines.

—Este es Francisco—me dijo Marina, pegándose a él—. Fran, esta es Natalia, la novia de mi hermana.

—¡Encantada de conocerte, cuñao'! —alcé mi mano para que chocáramos. Él optó por agarrármela para darnos un cordial apretón.

—¿Cuñao'? —musitó—. Técnicamente seríamos concuñados, porque tú eres la pareja de la hermana de mi pareja... Bueno, eso en el supuesto de que hubiera una unión matrimonial entre nosotros, y entre vosotras, que por ahora no la hay, así que...

—Vaaaaaya, tío... —se me secaron los ojos—. ¿Eres abogado, o algo así?

—No, que va, soy economista.

—Pues lo parecía. En fin, encantada de conocerte, no concuñado economista.

—El placer es mío, Natalia. Espero que pasemos una buena noche los cuatro.

Rarito de cojones, ¿verdad?

—Voy a lavarme las manos, dadme un segundo.

Y un obsesivo de la higiene y la limpieza.

—Marina, cariño, estos tenedores no son los del pescado.

Y quisquilloso.

—Lo tengo claro—carraspeó, y luego se ajustó las gafas. Debían de tener aceite o algo, porque no paraban de resbalárseles por la nariz—. La burbuja inmobiliaria la causaron los...

Y un plasta que hablaba de cosas que me sonaban a chino. Menudo vocabulario usaba el menda. Parecía que se había tragado la puta RAE... Tengo que parar esto. Menudo puto aburrimiento. Como vuelva a decir especulaciones me tiro por el balcón.

—Oye, tronco, ¿cómo conociste a Marina?

—¿Que cómo la conocí?

—Sí, tío. Cuál es vuestra historia de amor.

—Pues le daba clases en la universidad.

—¿¡Qué!? No me lo puedo creer—reí impresionada. Esperaba algo mucho más aburrido, la verdad. Un salseo profe-alumna era lo último que hubiera pensado de ese par—. A ver, a ver, esto me lo tenéis que contar bien—me froté las manos a la espera de una historia de amor prohibido.

—Fue mucho menos intenso de lo que sea que estés imaginando—me bajó las expectativas Alba. Cómo me conocía para llevar tan poquito tiempo conmigo.

—Sí, en realidad no tiene nada de especial—carcajeó Marina—. A mí me empezó a gustar en clases, pero pensé que era una tontería mía. La típica fantasía que te montas con un profesor...

—Pero—sonreí.

—Me pillé—reconoció—. Y empecé a ir un montón de veces a tutoría, a pedirle que me mandara trabajos extra para subir nota... —se le escapó una risilla tonta. Mi cuñada encoñada es más tierna que to'. Qué pena que el otro sea tan sosaina.

—Sí, así fue. Marina era mi mejor alumna, con diferencia.

—Luego empezamos a bajar a la cafetería. Que si un café, una cerveza... Y nada, surgió. Aquí estamos.

—¿Y os enrollabais a escondidas en la uni?

—No, que va, lo llevamos todo discretamente. En la facultad éramos un profesor y una alumna—dijo él muy serio. Yo resoplé. Imposible sacarles juguillo a esos dos... Pero no me rendí.

—Oye, y... Si tú eras su profesor... O fuiste un cerebro muy rápido, o aquí hay una importante diferencia de edad.

—Nos llevamos siete años—me aclaró las dudas Marina. Yo sonreí traviesa. Por fin algo de peligro—. ¿Qué? No es tanto.

—¿Y tus padres no te dijeron nada? Joder, salir con un profe de uni siete años mayor que tú...

—No, la verdad es que no. Me pilló grandecita ya.

—Bah, paso de vosotros—tiré la toalla. Ellos rieron.

—Lo vuestro fue más apasionante, sin duda—sonrió cordial—. Marina me lo estuvo contando el otro día.

—Claro, como es contable.

—Ay, no... Pensé que esta noche me iba a librar.

—Nunca te librarás de mí—le susurré divertida.

—¿Has terminado ya con el postre, Natalia? —me preguntó con mucho misterio. Yo asentí, inquietada—. ¿Podrías tocar algo con la guitarra? Me reconcome la curiosidad.

—¡Pues que no te concoma más, cuñao'! —contesté ilusionada, levantándome a por la guitarra—. Normalmente toco cosas muy fiesteras, pero esta noche pega algo más acustiquito, ¿no?

—Sí, que tengo vecinos. No me fío un pelo de ti.

—Venga. Os voy a tocar Quédate. La he estado perfeccionando con el productor esta tarde. Seguramente entre en la maqueta que estoy preparando—les expliqué mientras afinaba.

—Oh, qué honor escucharla, entonces—se acomodó Francisco en su silla—. Marina me ha dicho que tienes mucho talento.

—¿Eso te ha dicho? —alcé las cejas sorprendida.

—No le digas esas cosas, que se le hincha el ego—bromeó ella.

—Va a triunfar en Madrid—sonrió Alba as a novia muy orgullosa.

—Guau, Natalia. Qué... bonito—aplaudió Marina desconcertada. Creo que le impresionó mi lado intimista musical. Ella solo me había escuchado en aquel bar el día en que me conoció por accidente. El registro era otro. Ya sabéis cómo se lo montaba la Natalia rockera de 2007.

—Coge abril de mi cajón hasta que llegue al fin la primavera. Repara con amor cada fallo en mi sistema. Llora con mis ojos todas tus penas—se frotó la barbilla Francisco recitando mis versos. Flipé con su capacidad de retención/memoria—. Qué profundo. Tu forma de escribir me recuerda a un poeta búlgaro del siglo XX... No es muy conocido, igual no te suena—chasqueó la lengua—. No me acuerdo del nombre ahora.

—Vaaaaaaya, tío. Pensé que eras de números puros.

—También me gustan las letras. Me apasiona la lectura. Prefiero la narrativa histórica, pero... algo de poesía ha caído en mis manos, sí.

Y otra vez entramos en un campo de vocablos y sabiduría inalcanzable para mi unineurona. Alba me cogió la mano por debajo de la mesa y me miró sonriente de reojo. Estaba radiante. Aquella cena era lo más parecido a una reunión familiar que podíamos tener por su parte, y eso la hacía muy feliz. A mí también.

Aunque estuviera siendo un muermo de noche:

—Podemos jugar al trivial por parejas—propuso mi no concuñado ajustándose por 212424º vez las gafas. Tiene que ser un puto tic, no me jodas. ¡¿Cómo se te van a caer tanto?!

—Vale... —titubeé—. Yo tiro el dado y tú contestas, nena.

—Seguro que hay preguntas que sabes.

—Las de entretenimiento—bromeó Marina.

Pues ni esas. Que no, hombre, alguna acerté. Incluso de otras categorías, pa' que luego me llaméis tonta. Eso sí, nos metieron una señora paliza. Vamos, seguro que el puto Francisco se había estudiado todas las preguntas. Falló 3 en toda la partida. Y creo que lo hizo queriendo, para no dar el cante. Yo hacía eso cuando copiaba en los exámenes.

—Tengo una idea. Yo nunca con chupitos.

—¿Qué es Yo nunca? —preguntó confuso.

—¿Nunca has jugado a Yo nunca? ¡Venga ya, tío! ¿Pero de dónde te has escapado?

Vaya pedo nos cogimos. Todos, menos Francisco, que bebía fanta de limón por estar con antibióticos. Menudo pringao'.

—Yo nunca lo he hecho con una mujer—susurró Paco, que intentaba integrarse en nuestro mood con mucha desventaja.

—¡¿CuuñÁaaaa?! —escupí mi trago al ver que bebía. Alba abrió los ojos, atónita. (Y borrachita).

—Ahhhh, nooooOo. YoOoo noooO—alzó el brazo con poca coordinación—. Pero quieeeeero bebeeee'.

—Si lo he dicho para que no bebas—refunfuñó su novio—. Este juego no me parece muy adecuado, Natalia. Marina no está acostumbrada a beber tanto... ¿Por qué no paramos?

—TampooOco me importaría a mí probarlo con una tíaaaAaa, pffffff—reventó en carcajadas. Vaya, cualquiera lo diría.

—Bueno, volvamos al trivial—se ajustó las gafas con tanto nerviosismo que, en vez de darle al puente, le dio al cristal.

—Mi amigaaa VerooOoo estuvo dos meses con una tíaaa y dice que el sexoOo es muuuuUcho mejor con mujereeEes. ¿Es verdad, hermanitaaAaa?

—EEeeeh... CreooO que no debeeeEeeríamosss beber mássss—asintió Alba. Yo también. Marina me estaba empezando a dar un poquitín de miedo.

—Mejor te llevo a la cama. Ven, anda.

—¡AdióooOs chicaAaas! ¡Me lo he pasado súpeeeeer bien! ¡Natalia, eres muy divertidaaaAa! ¡Deberíamos hacer citas de cuatro todos los vierneees! ¡TodoooOooos juntooOOoo! ¡YO NUNCAAAAAAAAAAAA!

—Joder con tu hermaAnaaa... Y parecíaAaa una ssssiesa cuando la conocíiii—reí cuando Francisco se la llevó del salón en brazos.

—Creo que ya le caessss un poquito mejooOOor... pffffff.

El sonido del telefonillo nos saca del flashback. Mierda, qué mareo. Las jefas podrían meterle algunas mejoras a la maquinita de los cojones. Vaya náuseas que da.

Igual los chupitos tienen algo que ver, macarrilla.

—Soy Gabi. Abre.

Hostia, con toda la movida se me había olvidado que había quedado con él para preparar el medley. Lo siento, albayas, no vamos a poder volver al recuerdo. Tengo curro. Espero que más o menos os haya quedado claro el personajote de mi (ahora sí) concuñado.

—¿Cómo estás, tío?

—He evolucionado de Darth Vader a Sabina—bromea, abrazándome con fuerza—. Estuviste genial en la radio.

—Y tú, cacho pan. Qué cositas más bonicas dijiste de mí. Pasa, anda.

—¿Y tu mujer? ¿Trabajando?

—Está en Málaga. Ahora te cuento. ¿Quieres agua o algo?

—¿Tienes la casita sola y me lo dices ahora? Si tienes té, mejor. Me da igual el sabor.

—Que estoy casada y tú eres maricón, ¿por qué no lo aceptas de una vez? ¿Manzanilla?

El piano de mi salón vuelve a convertirse en el principio de todo. Allí nació su single, su disco. Para Gabi este piano también es especial. Es como el origen. Por eso cuando viene a casa siempre se le ponen los ojillos acuosos al acariciar la cola que Alba talló en madera.

—Siéntate, venga—le animo. Estoy ansiosa por empezar—. ¿Has pensado algo?

—La idea del medley es lo mejor, así puedes cantar unas cuantas. Y combinar rápidas con lentas, para que te luzcas a todos los niveles.

—Me gusta, me gusta, me gusta. ¿Y cuándo cantaré, más o menos?

—Podríamos ponerlo por en medio, justo después de presentar a la banda. Así ya digo que vas a cantar conmigo.

—Me mola. Qué ilusión, tío... Estoy que no me lo creo todavía.

Barajamos distintas opciones. Sé más o menos cuáles me gustaría cantar. Cuáles prefiero. Gabi también se las imagina. Pruebo. Él no canta. No queremos que fuerce la voz. Su parte la trabajamos sobre el papel. Sobre las letras que le compuse.

A mitad de la mañana noto que Gabi no está bien. Parece que está en otro mundo, que está ido. No sé si es por la enfermedad, o es que le pasa algo más, pero está claro que no tiene la cabeza en la música.

—¿Quieres que paremos?

—No, estoy bien. Pastillita y como nuevo—me asegura, levantándose a rebuscar su medicamento en los bolsillos de la chaqueta—. Ag, mierda, me la tenía que haber tomado hace una hora. Soy un puto desastre.

—Puedes irte si quieres. Yo ensayo por mi cuenta las que hemos definido ya.

—Me gusta escucharte—sonríe, sentándose de nuevo. Se traga la pastilla y tumba su cabeza en la cola del piano—. Venga. Canta lo que llevamos.

—No. Vamos a descansar un rato—lo levanto de la silla y lo empujo hasta el sofá.

—En cuanto me haga efecto estaré bien.

—Esperaremos.

—Gracias, tronca—suspira, cerrando los ojos. Yo me siento a su lado—. No he dormido muy bien estos días. Esta mierda se me ha juntado con lo de mi abuela... Bah, olvídalo. No quiero aburrirte con mis dramas.

—Eh, si necesitas hablar... —le aprieto la rodilla.

—Si es lo de siempre, Nat, que no quiere estar en la residencia, pero tampoco puede estar en ninguna otra parte. Lo que pasa es que hay rachas en que está más tranquila, y otras que... Pues que está todo el día llamándome para que la saque de ahí porque dice que yo soy el que tiene dinero. Y me hace sentir culpable, joder. A mí me gustaría tenerla en casa, pero es que no puedo hacerme cargo de ella, tía. Necesita unos cuidados que yo no puedo darle.

—Lo sé, Gabi. Es jodido.

—Siento estar en mi mundo. Sé la ilusión que te hace preparar tu parte del show.

—No pasa nada, tronco. Todos tenemos nuestros días.

Yo también los tuve cuando empezamos a preparar la gira. Y él se portó como nadie. Antes si quiera de que empezaran los ensayos, los chicos de la banda, Gabi y yo, estuvimos dándole vueltas a los temas para ver cómo los enfocábamos de cara al directo. Esas jornadas eran mucho más duras que los propios ensayos en sí. Había que pensar mucho. No era seguir una partitura y ya está. Teníamos que montar el show.

Y yo no estaba allí. Mi cabeza no estaba allí. Lo intentaba. Era un proyecto que me llenaba de ilusión... pero no era capaz de concentrarme, y Gabi se dio cuenta.

—Paramos ya, chicos. Ha sido un día largo.

—¿Qué? Pero si son las ocho todavía.

—Pues tomaos una cerveza—sonrió—. Vamos bastante bien. Mañana seguimos.

Con el local recogidito y apagado, salí de allí dispuesta a irme a casa, pero Gabi me agarró del brazo y me llevó hasta un bar.

—Me vas a contar lo que te pasa ahora mismo.

—A mí no me pasa nada.

—Llevas toda la tarde desconectada. No quiero que te pierdas esto, Nat. Tú eres la creadora de las canciones.

—Lo siento, es que... Tengo la cabeza en otra parte.

—¡Dos cervezas, gracias! —le indicó al camarero—. ¿Pero no me dijiste que Alba estaba más conforme con lo de que ensayáramos aquí?

—Sí, sí que lo está. Creo que ha entendido por fin que no podía renunciar a esto, pero eso no significa que ella... Que ella lo comparta.

—¿Seguís discutiendo?

—No, no. Desde que firmé el contrato estamos mejor, pero yo que sé. La noto lejos, distante, como que yo estoy a esto, y ella... —titubeé. En ese momento llegaron las dos jarras—. Gracias.

—Ella qué.

—Ella está empeñada en que tengamos otro hijo.

—Hostia... Y tú no quieres tener un hijo ahora, claro...

—No. No quiero tener más hijos, Gabi.

—Vaya—suspiró. Los dos dimos un buen trago de cerveza. Era la primera vez que me atrevía a decirlo en voz alta—. Deberías decírselo.

—¿Cómo le dices eso a alguien que perdió...?

—Tronca, pero... No sé. Si no quieres, tampoco puedes... ¿Sabes qué te digo?

—Alba se agarró a esa ilusión para salir adelante, Gabi. No puedo quitársela ahora. Igual que yo me refugié en la música, ella...

—¿Y qué piensas hacer?

—Evitar el tema y retrasarlo todo lo que pueda.

—Natalia.

—Es lo que llevo haciendo desde que me lo dijo.

—Tía, a ver. Yo no soy el más indicado para ponerme de consejero matrimonial... Pero si estás segura de que no quieres más, deberías decírselo antes de que se haga más ilusiones.

—No sé si estoy tan segura... ¿Pedimos otra? —agité la jarra.

—¿No deberías irte a casa? Ya es casi la hora de cenar.

—¿Te apetece una hamburguesa?

—Tía...

—No me apetece volver a casa... Mi mujer no es de hablar claramente, tío. Me explotó con eso el día del contrato porque no le quedó más remedio, ¿sabes? Y ahora lo que hace es mandarme señales para recordármela. Se deja las páginas sobre embarazos abiertas para que cuando coja el ordenador me las encuentre. Va dejando la carpeta de la clínica de reproducción por toda la casa... Y no tengo el día para fingir que no me doy cuenta, la verdad.

—Vamos, que te está presionando un poco.

—Sí, un poco bastante. ¿Cenamos entonces? Para avisar a Alba.

—Venga.

Yo: ceno con Gabi. No me esperéis.

Mami: vale, cariño. Pasadlo bien.

—Pensé que se enfadaría—alzó una ceja.

—No. Alba no es de esa clase de parejas, lo sabes.

Hasta que excedes su confianza y llegas borracha a las 5 de la mañana, pedazo de gilipollas. Lo siento, me he adelantado un poco. Ahí no se me había ido tanto.

—Ya, pero como está tan susceptible con la gira, yo que sé. En fin, ¿de qué hablábamos? Ah, la presión. Que... ¿Qué haces cuando te saca el tema?

—Asentir, ¿qué quieres que haga? Asentir hasta que consigo pasar a otra cosa.

—Si le dijeras la verdad...

—Que no voy a decirle nada, Gabi. Que no. Conoceré yo a mi mujer para saber lo que tengo que hacer.

—Natalia.

—Ahora estamos más o menos bien. Déjame descansar.

—¿Cuánto tiempo crees que puedes aguantar esquivando el tema, tía? Porque Alba llegará un momento en el que se dará cuenta. Que tonta no es, precisamente.

—Pues mira, mejor. Así me ahorro el mal trago de tener que decírselo yo.

Esa noche fue la primera que falté a cenar, aunque no llegué muy tarde. Gabi me obligó a volver pronto. Merece la pena tener amigos como él.

Alba no estaba enfadada, ni había preparado ninguna de sus señales. Estaba leyendo un libro en el sofá tranquilamente. Parecía que la tregua pactada continuaba en nuestra casa.

—Hola, mi amor—le besé la mejilla. Ella tamboreó la mía.

—Hola. ¿Qué tal ha ido?

—Muy bien. ¿La niña está dormida?

—Sí... Se ha pasado toda la noche preguntando por ti.

—Mi bebé... —hice un pucherito.

—No está acostumbrada a estar sin su mamá—sonrió amargamente. ¿Pullita encubierta? Puede. Una pullita muy amable. Desde luego, hubiera preferido esas a las que nos lanzamos en un futuro no tan lejano.

—Mañana la llevo yo al cole.

—Vale.

—Me voy a la cama. Estoy cansada—volví a besarla. Esta vez en los labios.

—Voy contigo—me acarició la mejilla cuando yo ya me separaba.

Me puse mi pijama improvisado mientras ella se lavaba los dientes. Me lavé los dientes mientras ella se acostaba. Todo en silencio. Todo en una tensión que las dos escondíamos bajo la cama. No queríamos volver a entrar en la rueda de las discusiones, se nos notaba. Pero era evidente que estábamos a kilómetros de distancia. Ella aceptando mi gira porque no le quedaba más remedio, y yo esquivando su deseo de volver a ser mami.

—Te quiero—me dijo al tumbarme, tirando de mi nuca para que me acercara.

—Y yo a ti, mi vida—susurré, besándola. Ella no quiso que nos separásemos. Le agarré la cintura.

Alba aceleró el ritmo de nuestras bocas, y yo me puse nerviosa. Con su pierna entre las mías y su mano en mi costado me hizo girar hasta colocarme sobre ella. Me separé un milímetro y la miré. Me sonrió. Me contagié.

Me alegraba que estuviéramos conectando después de esas semanas tan raras, tan extrañas. Tal vez sentirnos así nos ayudaba. Tal vez.

Le llené el cuello de besos. Le quité la camiseta y ataqué con pedorretas su pecho. Sus carcajadas me recordaron lo mucho que me gustaba verla así de feliz. Lo poco que importaban nuestros últimos roces, la distancia entre nosotras. Lo idiota que había sido alargando las cervezas con Gabi.

Volví a su boca para corroborarlo. Sus manos también lo hicieron al apretarme las caderas. La tregua nos estaba sentando bien. Bebernos el aliento, respirarnos la piel. Atrapé uno de sus pechos con mi mano, mis dientes se clavaron en su mandíbula. La mala racha iba a pasar. Iba a pasar muy pronto. Hacernos el amor nos iba a reparar. Iba a desinflar la tensión. Iba a acortar la distancia. Iba a unirnos de nuevo.

—Nat—gimió—. ¿Me haces un bebé?

O no. O iba a dejarnos en el mismo punto en el que estábamos.

—Eso hay que pensarlo más, Alba.

—No fue eso lo que me dijiste la primera vez—suspiró. Yo me eché a un lado, boca arriba. Alba se giró para analizar mi reacción.

—Pero ahora ya nos han pasado muchas cosas... —musité. Ella me acarició la mandíbula en silencio.

Un largo silencio.

—Cariño, ¿tú estás bien?

—Sí.

—Me refiero a lo que pasó con gar...

—Que sí. No es eso.

—¿Seguro? Porque podemos ir al psicólogo para...

—No, no hace falta.

—¿Entonces qué te pasa? Cada vez que saco el tema...

—No sé, Alba. Es que ahora... Ahora tengo que centrarme en la gira—encontré una rápida excusa—. Si te quedas embarazada voy a tener la cabeza aquí, en vez de donde debo tenerla. Voy a estar en cualquier otra parte queriendo estar en casa, contigo.

—Te contradices tú sola.

—¿Qué?

—Me dijiste que solo te irías el día del concierto y volverías al siguiente. Que la gira no cambiaría nada de nuestra vida. No. Me dijiste que iba a ser incluso mejor.

—Ya, cariño, pero si vamos a intentarlo de nuevo quiero concentrarme solo en eso.

—Nat, la gente tiene hijos y sigue trabajando, el mundo gira... No pasa nada—dijo en el equilibrio perfecto entre la tranquilidad y la histeria. Yo me quedé muda—. Joder. Ahora solo te importa tu maldita música.

—Eso no es verdad. No te pongas así otra vez, Alba, por favor...

—Odio que no me escuches. Yo te he escuchado a ti y he entendido que quieras ese trabajo... Esperaba que tú hicieras lo mismo—agarró su camiseta con rabia. Luego se la puso ante mi atónita mirada.

Me bloqueé, como siempre. Y ella no esperó a que se me pasara el shock. Se giró para darme la espalda.

Tomé aire y me pegué a ella. La rodeé. Tardé lo mío en empezar a hablar, pero al menos no hizo ningún intento por echarme de su lado.

—Sí que te escucho, y entiendo que quieras que tengamos otro hijo.

—Pero tú no quieres porque es más cómodo desentenderte de dos personas, que de tres.

—Pensé que estabas de acuerdo en que me fuera.

—No me dejaste otra opción. Firmaste sin preguntarme.

—Sí, pero te lo expliqué, y tú...

—Y yo también te expliqué por qué no quería que te fueras—se giró bruscamente. Yo recordé sus palabras: si te vas de gira ahora no querrás parar. Vendrá otro contrato, y otro... porque eres buenísima, y a ti te va a encantar. Y me dirás que no tienes tiempo para cuidar de mí, ni de un bebé... Cerré los ojos. Mierda. Era justo la excusa que le había puesto (que tenía algo de verdad, no era tan aleatoria... pero vosotras sabéis lo que en realidad pensaba)—. Llevo semanas luchando conmigo misma por lo de la gira, porque quiero verlo como tú lo ves, por ti, porque intento entenderte, ¿y tú? ¿Qué me has dicho tú sobre lo que yo quiero? Ni una sola palabra. Nat, ni una sola. Me abrí contigo y todavía no me has dicho nada.

—Amor...

—Solo quiero que me escuches.

Claro que te había escuchado, cariño. No dejaba de pensar en ello.

—Mira, mi vida, yo... —le besé la mano. Alba cerró los ojos. El miedo dominó mi boca—. Voy a pensármelo en serio. Voy a intentar cuadrarlo.

—Me fastidia que no hayas hecho nada hasta que me he enfadado.

—Lo siento, cariño—acaricié su mejilla, besé su frente—. He estado muy a lo mío, es verdad, pero te prometo que voy a darle vueltas a esto, ¿vale? Sé que te está costando asumir lo de la gira, y que lo estás haciendo por mí, aunque yo tomara la decisión por mi cuenta... Así que yo también voy a pelear por lo que tú quieres. Te lo prometo. Voy a encontrar la manera. Solo necesito tiempo.

—No quiero que discutamos más... —musitó, abrazándose a mí. Yo la rodeé con fuerza.

La semana entre la noticia de la gira y el contrato nos había tocado demasiado. Fueron días de mucha desconfianza entre las dos. De muchas discusiones, de muchas palabras vacías... Porque, al fin y al cabo, era lo que nos pasaba: no estábamos siendo sinceras del todo. No lo fuimos hasta que firmé por mi cuenta y las dos estallamos. Las dos nos abrimos. Las dos pusimos sobre la mesa nuestras motivaciones, nuestros miedos. Y fin de la primera guerra.

Alba y yo nos dimos cuenta de que no queríamos volver a eso nunca más.

Cuando por fin le dije que la música había sido mi forma de salir adelante, Alba frenó sus constantes ataques. Cuando ella me dijo que quería quedarse embarazada... Silencio. Silencio en mi boca, ruido en mi cabeza. Sí que estaba haciendo algo, aunque ella no lo supiera. Lo pensaba cada día. Intentaba encontrar una razón por la que decirle que sí, pero no podía. No sabía que me estaba pasando. Así que, en vez de romperle el corazón, opté por callarme. Ignorar sus señales.

Hasta que esa noche me acorraló en la cama. Como no había obtenido mi respuesta, me puso entre las cuerdas. Era la prueba definitiva para saber lo que yo pensaba. Porque yo podía hacerme la esquiva, pero nunca imaginaría con ella un bebé que no quería tener. Alba lo sabía.

Pero yo no quería volver a la semana de las discusiones. Ella tampoco.

Nos había marcado.

Así que yo pospuse el conflicto, y ella se creyó mis excusas.

No cambiaría lo que pasó esa noche. No lo hice tan mal.

Si la hubiera engañado imaginando a nuestro bebé, sí que me culparía. ¿Que qué pasa con lo de...? Bueno, albayas, es que yo no sabía por qué no quería tener más hijos. ¿Cómo iba a decírselo a Alba, si no tenía un buen motivo? En parte, ese tiempo que yo le pedía para pensar, era también para intentar encontrar por qué habían cambiado tanto mis planes de futuro. Digamos que no estaba tan segura como para confesárselo. Y creedme. Para decirle a Alba que no quería tener más hijos, tenía que tener la completa certeza de que me sentía así. Era un tema muy importante para ella. Algo que la destrozaría.

Yo nunca le haría pasar por eso si no estaba segura. Si todavía tenía mis dudas. No le dije nada porque quise protegerla.

Primero tenía que enfrentarme a mí misma. Encontrar mi por qué.


***


Me preocupa verla tan apagada.

Es agachar la mirada y evadirse.

Marcharse a su propio mundo. Ausentarse.

Lleva así todo el camino a casa. Solo sonríe cuando mamá o yo la miramos.

Sabe disimular bien, pero es mi hermana. La conozco de sobra para saber cuándo está conmigo, y cuando está a kilómetros de aquí.

Al subir a casa se le encienden los ojos. Sus niños la reciben con un cariñoso abrazo. Mi padre la envuelve con cuidado para darle un par de besos y preguntarle cómo está.

—¡Hola, tita! ¡Hola, abuela! —nos saludan mis sobrinos. Cada vez están más altos, qué barbaridad.

—Yo también quiero un abrazo como ese—suplico. Ellos acceden en seguida. Cuánto los echaba de menos.... Voy a sacar algo bueno de todo este jaleo.

—¿La tita Nat no ha venido?

—¿Y Elena?

—¿Cómo va a ir la primita al hospital? ¿Eres tonta o te comes los mocos? —la vacila David.

—¡No me llames tonta! —le pega Claudia.

—Oye, venga, portaos bien que mamá acaba de salir del hospital—los separo.

—¡Ha empezado él!

—Me da igual quien haya empezado. Parad—les advierto. Los dos se cruzan de brazos y se miran de reojo. Vaya dos trastos están hechos. Están en una edad difícil: tienen 10 y 9 años—. Sois los dos muy grandecitos para saber que vuestra madre no tiene ganas de tonterías ahora, ¿no?

—Sí, tita... Perdón.

—A poné la mesa los dos, venga, que voy a vé que hacemo' de cena.

Mi madre se pierde en la cocina, yo ayudo a los niños. Entre viaje de vasos, platos y cubiertos les pregunto por el cole, por las clases de guitarra y fútbol. Ellos quieren saber más sobre el concierto de Nat. Se mueren de ganas por verla en directo.

—Espero que papá no esté de viaje cuando sea el concierto—dice con total normalidad Claudia, lo cual me sorprende. A mi madre también. Igual Marina se ha inventado algo para salir del paso.

—Pues a saber. Con la de trabajos que tiene últimamente por ahí—resopla David. La Rafi y yo nos miramos en silencio—. Que se joda si no está. Él se lo pierde.

—Habla bien, niño, arfavó.

—Joé, agüela...

—Ni joé, ni joá. Está mu' feo hablá así de tu padre.

Así que las ausencias de Francisco son habituales. Esto ya me empieza a oler a algo que no me gusta. No me gusta nada.

Nos sentamos a cenar. Mi madre ha preparado sopa y tortilla. Me encanta cómo cocina. A sus nietos se ve que también. Ya están rebañando el plato y acabamos de empezar.

—¿Cuánto tiempo os vais a quedar? —pregunta Claudia.

—El que haga farta—asegura mi padre.

—A la tita la llevaremos mañana al tren—decide mi madre sin consultarme.

—¿Y eso?

—Po' porque aquí ya nos apañamos nosotros, hija. Tú tienes que estar en tu casa con tu mujé y tu niña, que bastante han tenío' ya este verano—me lanza la pullita delante de todos. Yo prefiero no entrar.

Me dan ganas de decirle: si no nos hubiéramos dado ese tiempo, quizás ahora ni podríamos mirarnos. Podría tirarle a la cara mil argumentos, pero no servirían de nada. Mi madre me seguirá juzgando. Tiene unos valores que no va a cambiar a estas alturas de la vida... Eso, y el lado sobreprotector que le sale con Natalia.

Además, tampoco creo que sea el lugar para que ella y yo (volvamos) a tener esa conversación. Eso ya terminó, y están los niños delante, Marina con una posible crisis matrimonial... En fin. Que mejor paso, ¿no creéis?

La cena acaba silenciosa y sin sobresaltos. David y Claudia parecen haber entendido que su madre necesita tranquilidad. Yo me ausento un momento para hablar con mis chicas. Todo va bien por Sevilla, ya se van a la cama. Aquí también nos deberíamos acostar ya.

—Venga, a dormir, que mañana hay cole—les digo.

—¡Tita, que nosotros no tenemos cinco años como tu hija! Papá nos deja acostarnos a las diez y media.

—Pero sin ver pantallas—se chiva Claudia, quitándole el iPad. David hace un gesto de burla a sus espaldas.

—¿Y qué soléis hacer?

—Jugamos al trivial family o leemos un libro.

—Sacadlo, venga. Vamos a echar una partidita. ¿Te apetece, Marina? —le acaricio la rodilla. Ella asiente sonriente—. Pues me pido contigo.

Conseguimos que se entretenga y ría un rato. Todos colaboramos en animarla. Hasta mi padre está jugando. Bueno, él se dedica a contestar las de deportes. Es como un comodín.

Al final ganan los niños. Se veía venir. Las preguntas para ellos están adaptadas a lo que estudian, así que lo tienen fresquito. La verdad es que ha sido divertido. Me ha gustado pasar tiempo con ellos y con mi hermana, mi familia. Es una lástima que nos veamos tan poco, pero como suelo decir: así valoramos más los ratos que estamos juntos.

A las diez y media mi madre los manda a lavarse los dientes y los acompaña a la cama. Yo me doy una rápida ducha mientras tanto.

—¿Te ayudo? —doy dos toques a la puerta del dormitorio de mi hermana.

—No, tranquila.

—Aprovecha que tienes a la enfermera en casa.

—Qué suerte la mía—ríe, dejando que le ponga la camiseta del pijama.

—Oye, qué revoltosos están los niños, ¿no?

—Ya...

—¿Quieres que duerma contigo? —le pregunto cuando se tumba. Marina asiente.

—Pero nada de cucharita, ¿eh?

—Serás idiota.

—Gracias por venir, Alba—susurra en la oscuridad, de espaldas a mí. Le acaricio la cintura y ella me agarra la mano.

No sé si preguntarle ahora o esperar...

Mi hermana no me va a decir ni una palabra si no se lo sonsaco. La conoceré yo para saber cómo funciona.

—Marina, ¿qué pasa con Fran?

—No tengo ganas de hablar de eso.

—Pero me voy mañana—me pego a ella. Le beso la espalda—. Deja que te ayude.

—Son cosas nuestras.

Esa frase me suena. Salió de mi boca hace meses. En abril, cuando yo luchaba contra los ensayos extendidos de Natalia:

Mi hermana, Francisco y los niños habían venido unos días. Era viernes de Dolores, el previo a la Semana Santa.

La noche anterior mi mujer había vuelto a las 3 de la mañana con su puntito habitual. Porque sí, ya empezaba a ser costumbre. Llevaba toda la semana volviendo tardísimo. Yo no le había dicho nada, pero empezaba a molestarme. Una cosa es que saliera una noche, y otra muy distinta era ese cachondeo que se traía. Pero no le dije nada. Todavía no.

Pensé que ya era mayorcita para controlarse. Que yo no era nadie para decirle lo que podía hacer o no. Que ella sola se daría cuenta de que eso no estaba bien. De que eso no era lo que habíamos acordado.

Lo que yo no sabía es que esa rutina iría a peor. Más alcohol, mucho más. Más tarde, mucho más.

Pasé una mañana horrorosa en el trabajo. Estaba hecha polvo. No descansaba bien. Me quedaba despierta hasta que Nat llegaba, y luego mi cabeza le daba vueltas y vueltas, y cuando me dormía ya era demasiado tarde.

¿Y qué fue lo que me encontré al terminar la fatídica jornada de hospital?

Natalia jugando con Elena y nuestros sobrinos como si no hubiera pasado nada. Natalia siendo la cuñada graciosilla de siempre, la tita divertida, la mamá perfecta. Me encontré a mi familia adorando a mi mujer, y eso me molestó. Imagináis por qué. Llegas a las 3 de la mañana apestando a alcohol, pero al día siguiente eres ideal para todos. Claro. Solo yo conozco ese lado de mierda que tienes.

—¿Qué es esto, Nat?

—He comprado unos pollos asados.

—¿En serio? ¿No te dije que hicieras...?

—Es que me he levantado tarde—suspiró.

—¿A qué hora llegaste anoche?

—A las doce o así, no muy tarde.

Comida comprada para recibir a mi familia: +80 puntos de cabreo. Mentir sobre su hora de llegada: +120 puntos de cabreo.

Lo dejé pasar.

—¿Qué vamos a hacer hoy, tita? —preguntó David con entusiasmo durante el almuerzo. Sus ojos azules, clavados a los de su padre, borboteaban ilusión entre sus largas pestañas. Un niño moreno guapísimo.

—Pues por la tarde vamos a ir a ver una procesión con los abuelos, y luego cuando la tita Nat salga de ensayar, nos vamos a cenar por ahí. ¿Te mola el plan?

—¿La tita Nat no viene a la procesión? —preguntó apenada Claudia. Ella ha sacado los ojos marrones virando a verdes. Una niña rubia guapísima.

—Tengo que trabajar, Claudeline—le revolvió el pelo con cariño.

—Jo, qué pena—suspiró.

—A tu tía sí que le da pena perderse la procesión—bromeó Marina. Natalia se tragó una risa. Lo odia tanto.

—No paro de llorar, cuñá.

—¡Pues si la tita Nat no va a la procesión, yo paso! —se quejó David.

—Tú irás donde te digan tus padres—le regañó Francisco con su tono serio y autoritario.

—Es que menudo aburrimiento.

—Yo también paso—se cruzó de brazos Claudia.

—¡Y yo! —se dejó llevar Elena por la revolución de los primos. Cómo no.

Marina me miró a mí. Yo miré a Nat. Ella se encogió de hombros como si no tuviera la culpa de nada. Para mí, en ese momento, tenía la culpa hasta del cambio climático. Pues toma +60 puntos de cabreo.

—A ver, troncos, vamos a hacer un trato—dijo pensativa—. Os llevo un ratito conmigo al ensayo, y luego os vais a la procesión.

—¿¡Podemos ir a ver cómo ensayáis!? —preguntó ilusionada Claudia.

—Sí, claro. Pero tenéis que prometerme que os vais a portar bien después—les advirtió. Nuestros sobrinos y Elena asintieron—. Nada de poner zancadillas a los costaleros, ni de apagarle los cirios a los nazarenos, ¿eh, gamberros?

—¡Prometido! —cabecearon todos casi al mismo tiempo.

—¿Pero tú estás loca? ¿Cómo te vas a llevar a los niños al ensayo? —le pregunté con mi marcador echando humo. Me pareció una idea horrible, evidentemente. Os recuerdo que ese día estaba modo: me revienta todo lo que hagas, pienses, digas.

—Cariño, que no pasa nada. A Gabi le encantan los críos.

—Que son unos trastos, Nat—la avisó Marina—. Y juntos los tres ni te cuento. Capaces son de desmontaros el chiringuito.

—A mí me hacen caso, ¿a que sí?

—¡Sí!

Ahí la tenéis. La tita y mamá perfecta. Qué rabia. +200 puntos de cabreo, cuando normalmente eran +1000 de ternura. Y una babilla extra.

—Oye, Deivid, creo que tienes el diente manchado. ¿A ver? Abre un poquito más la boca... —le dijo Nat, preparándose una bolita de papel bajo la mesa. Cuando mi sobrino cayó en la trampa, mi mujer se la lanzó entre risas. A él se le quedó pegada en el labio, provocando las carcajadas de toda la mesa—. ¡Uy, al palo!

—¡Te vas a cagar, tita! —la amenazó, haciendo una pelota gigantesca con varias servilletas. Francisco le agarró el brazo y lo miró con su habitual seriedad. Ni una sola palabra utilizó. Mi sobrino suspiró y soltó el arma. Mi cuñado los pone bien firmes.

—Es que te pasas, tronco—le regañó Natalia. Mira quién va a hablar—. Vamos a jugar a otra cosa mejor. ¿Sabéis lo que es el Yo nunca? —sonrió traviesamente. Los niños negaron con inocencia—. Pues era el juego favorito de vuestra madre. ¿A que sí, Marina?

—Qué cabrona—musitó.

—¡Mamá, que luego me dices a mí que no suelte tacos! —vaciló David.

—Perdón. Se me ha escapado. Sí, sí que me gustaba jugar al Yo nunca... No sabéis cuánto.

—¿Cómo se juega, mamá? —preguntó emocionada Elena.

—Es fácil, pero primero hay que llenar hasta arriba esos vasitos de fanta. Reparte, mami—me sonrió entusiasmada. No se estaba dando cuenta de cómo iba mi marcador, definitivamente—. A ver, esto se juega así. Se hace una frase con Yo nunca. Por ejemplo: Yo nuncaaaaa... Me he tragado un chicle. Si os habéis tragado un chicle alguna vez, tenéis que beber. Si no, no. ¿Quién se ha tragado un chicle?

—Yo, porque soy tonto—reconoció David, dando un sorbo. Elena carcajeó exageradamente. Su primo le hace una gracia descomunal haga lo que haga, diga lo que diga.

—Venga, pues dale tú ahora, tragador de chicles.

—Eh... Yo nunca... Le he dicho a mi madre que tenía fiebre para no ir al cole—se mordió el labio mirando a Marina de reojo. Mi hermana abrió la boca estupefacta. Natalia dio un trago.

—¡Ja, tita! —vaciló, bebiendo él también.

—Ahora yo, ahora yo. Me encanta este juego—se frotó las manos Marina—. Yo nunca... Yo nunca, yo nunca... ¡He jugado a Yo nunca!

—Qué inteligencia—sonrió Francisco, bebiendo con el resto de la mesa—. ¿Me toca? Ahora no vais a beber ninguno, ya veréis. Yo nunca... he estudiado en la universidad.

—¿Ir de visita vale? —puso un pucherito Nat. Los niños rieron—. Venga, que fui un montón de veces a ver a mi mujer. Algo tengo convalidado seguro.

—No, concuñada. Lo siento. Te quedas sin beber.

—¿¡Y tú qué haces bebiendo, Claudia!?

—¡Tenía sed, tita!

—No sé a quién me recuerda... —rio Natalia mirando a Marina. Mi hermana se cruzó de brazos sin poder ocultar su vergüenza. Aquí la menda se ponía pedísimo jugando a esto con nosotras. Ah, que ya lo habéis visto... Pues mira, flashback dentro de flashback que me ahorro.

—De tal palo... —sonrió Francisco. Hasta a él, el tío más soso que habíamos conocido, le hacían gracia las tonterías de Nat. Hasta a él. Y a mí me estaban sentando todas como una patada en el culo. Demasiado rencor acumulado. Demasiadas llamitas encendidas en el contador de mi cabreo.

Recogiendo la cocina liberé un poco de ese enfado contenido que me quemaba dentro. Me sentó bien, pero me delató delante de mi hermana y Francisco.

—¡Natalia, joder, que te he dicho mil veces que no juntes los platos, que salen sucios!

—Vale... Vale—se asustó mi mujer, cambiándolos de posición en el lavavajillas.

—Coño, es que no sé cuántas veces hay que repetirte las cosas para que las hagas bien.

Salió de allí desconcertada, dejándonos en un silencio en el que solo se escuchaban los cubiertos entrando en la cesta del lavavajillas: mi cuñado separándolos por tipos y tamaños. Él y sus manías.

Cuando terminamos de recoger, Marina y yo nos quedamos allí compartiendo un té. Francisco se fue al salón, Natalia apareció en la entrada con los tres niños.

—Nos vamos.

—Portaos bien con la tita, ¿eh? Que si no no os lleva más a ningún lao'—los despidió mi hermana.

—Y tú también, bichillo. No te dejes llevar por tus primos—le dije a Elena, dándole un fuerte achuchón. Ella huyó de mis brazos más pronto que tarde.

Natalia se acercó a mí con miedo. No sabía si darme un beso o no. Apostó por mi boca. Yo le giré la cara para que cayese en mi mejilla.

—Si dan mucho por saco me llamas y vamos a por ellos—le dijo mi hermana con una cariñosa caricia.

—Tranquila. ¡Como no me hagan caso, los encierro en el coche con el disco de los Cantajuegos a tope! —amenazó en voz alta para que los niños la oyeran. Más que asustados, se fueron riéndose.

—Menuda pandilla... Qué peligro.

Y la cocina se quedó en silencio otra vez. Más peligrosa que antes, eso sí... Porque tenía a mi hermana enfrente de mí con los brazos cruzados y su mirada analítica.

—¿Qué te pasa con Nat?

—No me pasa nada.

—Llevas toda la comida sin abrir el pico prácticamente, le montas la de dios por pegar dos platos en el lavavajillas, y le haces una cobra que ni Bisbal cuando se despide. No hay que ser muy lista para saber que te pasa algo con ella.

—Son cosas nuestras.

Bingo.

—¿De verdad te sigue jodiendo que se vaya de gira?

—No tienes ni idea.

—Hombre, si hay que sacarte las cosas con cuentagotas... ¿Cómo quieres que me entere de algo?

—Es que tú no tienes que meterte ahí. Son cosas nuestras y ya está.

—Deberías confiar un poquito más en ella, Alba. Y si me meto es para ayudarte.

Genial. Confiar en ella. Confiar en alguien que después de haberme prometido que iba a avisarme antes de firmar el contrato, no me llamó. Que después de haberme prometido que en cuanto terminaran los ensayos vendría a casa, llegaba bebida a las 3 de la mañana.

Me entraron ganas de decirle: demasiado estoy confiando ya, pero no lo hice. No lo hice porque a pesar de lo furiosa que estaba, y de mis puntos de cabreo, quise protegerla. Llamadme incoherente, no sé, pero no quería que mi hermana viese ese lado tan feo de Natalia. No quería decirle que estaba haciendo las cosas mal conmigo. Lo de volver a las tantas en ese estado. No quería que Marina supiera eso de Nat. No quería compartir con ella que me estaba haciendo sentir muy tonta al haberme creído todas sus promesas, cuando las incumplía mientras yo intentaba aceptar su trabajo. Que estaba siendo muy egoísta con nuestra familia.

El amor a veces nos vuelve así de idiotas.

Por proteger a quien queremos, sufrimos en silencio. Nos quedamos solas.

No quería que la juzgara. Que nos juzgara.

Y encima seguía con la esperanza de que todo eso cambiara por arte de magia. Miraba el reloj todas las noches esperando a que apareciera antes, pero cada vez volvía más tarde. Cada vez la veía menos en casa. Era como si evitara quedarse a solas conmigo.

Todo iba a peor, y yo no hacía nada. Dejé que la bola creciera en mi interior en vez de imponerme, hablar. No queríamos discutir, nos daba miedo. Le habíamos cogido miedo. La semana entre la gira y la firma del contrato fue infernal... Y ni ella ni yo queríamos volver a eso. Pero lo único que conseguimos callándonos las cosas fue alejarnos aún más. Yo no le decía lo que a mí me molestaba, y ella lo seguía haciendo. Así, hasta que entramos en un huracán mucho peor, porque cuando abrimos el grifo y nos vaciamos, la ola de reproches guardados fue imparable. Nos estampó a las dos en un punto de retorno.

—Alba—llamó mi atención de nuevo—. Puede que la gira no estuviera en tus planes, pero joder, tía. Las dos sabíamos que Natalia iba a triunfar algún día. ¿Lo sabíamos o no?

—Sí.

—Pues deberías alegrarte y ser un poquito más flexible.

—Debería, sí—suspiré, tragándome todas las verdades incómodas.

—Por cierto, ¿cómo va la operación baby? ¿Habéis ido ya a la clínica?

—No, todavía no.

—¿Y a qué esperas, chocho?

—A tu cuñada favorita a la que tanto defiendes—sonreí irónicamente. Toma pulla, Marina. Qué mal sienta callarse las cosas. Al final acaban saliendo cuando no quieres, y de la forma que no quieres—. Ahora le ha dado por decir que con el trabajo no puede concentrarse en eso.

—¿Pero qué necesita concentrarse de qué, pa' qué...? ¡Si lo vas a tener que tú!

—Pues eso digo yo.

—Ay, cuando se pone en plan bohemia rarita no puedo con ella—suspiró—. Ahora entiendo por qué estás tan encabronada con la gira—asintió, masticando el problema—. Castígala sin sexo, verás como espabila.

—No puedo castigarla con algo que no tenemos.

—Alba, esto es más grave de lo que pensaba.

—Ay, no seas exagerada, Marina. Es que es raro porque Nat y yo nunca hemos estado tan... Así. Pero no sé. Es normal. Las parejas a veces, pues... Tienen sus baches, ¿no?

—Claro, cariño. Yo me tiré casi tres meses sin tocar a Francisco cuando nos enfadamos por lo de la bruja de su madre, pero luego lo superamos.

—¿Ves?

No estaba siendo sincera con mi hermana. No del todo. Estaba callándome las partes más duras. Las que sabía que no eran tan normales, las que ensuciaban la ideal imagen de mi mujer y nuestra preciosa relación basada en la sinceridad y el amor. (Otra vez el miedo a ser juzgadas). Y digo que no fui sincera del todo porque hubo algunas verdades. Como os adelanté antes, pensaba que Natalia iba a cambiar su actitud. El no seas exagerada, era completamente en serio. Confiaba ciegamente en que no era para tanto, en que se iba a quedar en un bache de pareja.

Pero sabéis que no. Y sufrimos las consecuencias por no actuar a tiempo. Por ignorar los puntos del marcador.

Yo entiendo que Marina quiera proteger a Francisco. Probablemente sea eso lo que le pase. Mi hermana y yo somos muy iguales en este tipo de cosas. Nos encerramos en nosotras mismas, preferimos arreglar el mundo solas. Nos da miedo lo que piensen de nosotras, y de las personas a las que queremos. Lo que no voy a permitir es que cometa el mismo error que yo. Que se confíe pensando que no va a pasar nada, que consienta cosas que no están bien porque crea que se van a acabar.

No lo voy a permitir.

—Marina, escúchame. No seas como yo. No te lo tragues tú sola. Cuando viniste en Semana Santa fue cuando Natalia empezó a llegar tarde, ya sabes... Por eso estaba tan tensa —le confieso. Mi hermana se gira para mirarme entendiendo perfectamente a lo que me refiero. Le acabé contando la verdad cuando me refugié en su casa después de que Natalia y yo explotásemos. O sea, cuando ya era tarde—. Si tenéis problemas, desahógate conmigo.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no quería que pensases cosas malas de ella.

—Yo creo que te daba miedo escuchar algo que no te iba a gustar—me dice. Pues sí, también. Seguramente era eso lo que me pasaba de forma inconsciente. No era lo mismo pensar que Nat estaba haciendo las cosas mal, a que mi hermana me lo dijese.

—Los niños han dejado caer que su padre hace muchos viajes de negocio últimamente.

—Ya—baja la cabeza—. Se aísla.

—¿Por qué?

—Para despejarse de nosotros. No lo hace mucho, y normalmente vuelve al día siguiente, pero esta vez ha coincidido con esto, y bueno... —confiesa y defiende casi al mismo tiempo. La entiendo. Toma aire—. Pero estoy empezando a estar harta porque la casa, los niños, y el trabajo es demasiado para mí. Se supone que esto es cosa de los dos, ¿no?

—Díselo.

—No puedo.

—Marina, sé que cuesta, pero si no eres sincera va a seguir haciéndolo. Y seguramente vaya a más.

—No es por eso, Alba, es que... En parte lo entiendo.

—Yo también entendía que Natalia quisiera quedarse con sus compañeros de juerga, pero llegó un momento en el que...

—La cagué—me interrumpe—. Un poco.

—¿Qué?

—No nos juzgues, por favor.

—No lo voy a hacer.

—A ver, es que... Habíamos entrado en un bucle extraño de insatisfacción... ¿Sabes a que me refiero? —se muerde el labio. Claro que lo sé. Mi hermana no tiene tapujos para hablar de sexo, hasta que es ella la prota—. Pues... Buscamos formas de... Avivar la llama. Probamos muchas cosas, y yo acabé cogiéndole gusto a ese concepto de novedoso, así que seguimos experimentando... Llegando al punto de... Hacer un trío.

—¿¡Un trío!?

—Sí. Con una tía. Fue su condición.

Mi cuñado el soso y mi hermana haciendo un trío... Vale, he dicho que no los iba a juzgar. Joder, albayas... Qué fuerte. Un trío.

—Fue bastante raro... No nos gustó a ninguno de los dos... Pero él está empeñado en que a mí sí que me... Y ahora dice que se siente traicionado. Es una paranoia que se ha montado él, Alba. Yo estuve súper incómoda todo el tiempo, pero claro, está con el temita de que yo siempre he dicho que quería probarlo con una tía... ¡Fue él el que quiso que fuera con otra mujer! Además, los dos estábamos de acuerdo en hacerlo. No sé por qué ahora se enfada.

—¿Y se lo has dejado claro? Lo de que no te...

—Todos los días, pero no me cree. Y como yo fui la que lo propuso, me siento culpable. Si no lo hubiéramos hecho, nada de esto hubiera pasado...

—A mí me da que tu hombre le han dado un poquito en la fragilidad masculina—río. Consigo contagiárselo a mi hermana.

—¿Un poquito solo? —bufa—. ¿Qué hago, Alba?

—No creo que sea la más indicada para ponerme de consejera matrimonial, pero...

—Bueno, mira lo feliz que estás ahora con tu mujer después de todo. Seguro que algo has aprendido.

—No te imaginas cuánto—suspiro—. A ver, creo que deberías sentarte con él y hablar en serio de lo que pasó. Igual Fran necesita que se lo repitas ochenta veces, o que lo hagas en otro tono...

—La verdad es que siempre que sacamos el tema lo hacemos en caliente. Sueno muy... A la defensiva—reconoce.

—Marca Reche.

—Maldita herencia...

—También debes ser sincera con lo de sus huidas. Lo mismo que me has dicho a mí. Los niños y la casa es cosa de los dos. Si necesita despejarse, debería consultarlo contigo y que juntos decidáis la manera. Tal vez así deje de molestarte. Vamos, a mí no me parece muy normal que coja la puerta cuando le da la gana... Ni porque esté reventado contigo, ni por nada. Son sus niños igual que tuyos. 

—Vale—sonríe, abrazándose a mí.

—Ten cuidado con la herida.

—A la mierda. Necesito un cariñito de hermana.

Permanecemos abrazadas un buen rato.

—¿Te acuerdas cuando venía visita a casa y papá nos obligaba a dormir juntas?

—Joder, qué horror. No dormía en toda la noche con tus ronquidos...

—Suerte esta noche—río.

—¿Sigues...? Madre mía. Pobre Natalia, tiene el cielo ganado contigo.

—Oye, que ella también tiene lo suyo, ¿eh?

—No, si aquí nadie es perfecto—suspira pensativa—. Aunque a veces queramos demostrar que sí. Que tenemos al marido perfecto, y a la marida perfecta... ¡Pues claro que no! ¡Son humanos! ¡Se equivocan! Qué tontas somos, Alba. En vez de sacar la mierda entre nosotras, los ponemos en un pedestal... ¿Para qué? ¿Para ver quién tiene al mejor partido? Ridículas. Deberíamos marujear.

—Deberíamos, sí... —sonrío—. Odio cuando Nat se depila y deja todos los pelos en la ducha.

—Odio cuando Francisco se tira media hora para plancharse una camisa. Me pone histérica que sea tan perfeccionista.

—Odio cuando Nat me hace llegar tarde.

—Odio que Francisco no se quite los calcetines cuando lo hacemos.

No puedo evitar mi ataque de risa. La de años que Natalia lleva investigando su hipótesis... Y resulta que es verdad. Marina me mira extrañada.

—Tía, no me digas que Natalia también... Ah, coño, me has asustado. Digo: vaya ojo tenemos con... —revienta en carcajadas.

Nos da un ataque de risa irrefrenable.

—Ay, qué bien me ha sentado la risoterapia, hermanita...

—Ya me podías haber llamado antes—le acaricio la cara. Ella cierra los ojillos con tristeza—. Lo vais a arreglar, Marina. Ya verás.

—Más me vale. Dos crisis matrimoniales en la familia en un mismo año... Matamos a mamá de un disgusto. La matamos.

—Igual es contagioso.

—Deberíamos advertir a Damion. Lo bueno es que tendrá dos consejeras matrimoniales expertas en la materia. 


Por una vez os he dado lo que queríais a la primera (me refiero a la cita doble JAJAJAJAJ). En fin, ya conoceis mejor a francisquito. A marina. A sus niños. Y el drama. Importantes claves sobre el drama. 

1001 abrazos, y mucho amor. 

Continue Reading

You'll Also Like

62.5K 10.8K 46
nacido en una familia llena de talentos aparece un miembro sin mucho que destacar siendo olvidado sin saber que ese niño puede elegir entre salvar o...
395K 39.7K 102
La verdad esta idea es pervertida al comienzo, pero si le ves más a fondo en vastante tierno más que perverso. nop, no hay Lemon, ecchi obviamente, p...
272K 21.6K 49
Historias del guapo piloto monegasco, Charles Leclerc.
2.2M 231K 131
Dónde Jisung tiene personalidad y alma de niño, y Minho solo es un estudiante malhumorado. ❝ ━𝘔𝘪𝘯𝘩𝘰 𝘩𝘺𝘶𝘯𝘨, ¿𝘭𝘦 𝘨𝘶𝘴𝘵𝘢 𝘮𝘪𝘴 𝘰𝘳𝘦𝘫...