71. Hablemos de conciliación laboral y familiar

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El termómetro baja a 36'2º.

Al fin la fiebre le da un poco de tregua.

Y es que hemos vuelto a la rutina con la peor de sus caras.

Elena debió coger frío en Barcelona, y nuestro inicio de semana se ha basado en viajes al pediatra y la farmacia.

Por suerte, solo es un pequeño catarro que espero que no me contagie.

—Mamá, no quiedo más yogú... —me dice con la voz rotilla y los ojos brillosos. Cómo me duele verla así.

—Apenas has cenado. Termínatelo, anda, que tienes que estar fuerte para matar a esos virusillos.

—¡Pedo es que no tengo ganas! Me duele mucho la gaganta—se queja, echándose en mi hombro. Hay que ver las gachillas que le entran cuando enferma.

Y lo rápido que me emblandecen a mí, también os digo. Pero no, no puedo caer. Tiene que comer algo.

—Dos cucharadas y ya.

—Una y media—regatea, y yo cabeceo—. ¿Cuándo llega mami?

Mami, qué oportuna ha sido mami...

Hoy Alba ha aceptado una guardia, uno de esos turnos que duran hasta las tantas de la mañana. Sé que durante el verano lo ha estado haciendo, cuando Elena estaba conmigo... Pero salvando eso y algunos casos urgentes, Alba no cubría guardias desde antes de ser madre.

Tiene la suerte de tener unos compañeros que se ayudan entre ellos a lo que se conoce como conciliación familiar y laboral... Y por esa misma razón, Alba ha empezado a plantearse lo de volver poco a poco a las guardias. Porque uno de esos compis que un día cubrió sus turnos nocturnos cuando Elena era un bebé, ahora es papá. Lo pilláis, ¿verdad? Nuestra niña es más grande y Alba tiene que ir cediendo algunos privilegios.

Pero en qué oportuno momento, ¿eh?

—Vendrá muy tarde, cariño... Tú ya estarás dormidita.

—¡No! ¡Yo no me acuesto hasta que venga mami! —grita de repente con unos gallos de resfriada que me hacen pegar un salto de la silla. Pero bueno, a qué viene ese arrebato.

—Elena, mi amor—le acaricio la espalda, ella respira como un toro bravo—. Mami tiene que trabajar hasta muy tarde. No te preocupes que cuando llegue te da un besito y mira que estés bien.

—¡¡Que no!! —grita con rabia—. ¡Voy a espedá a mami!

—Eh, relaja—le pido, y con solo abrazarla se me rompe.

Llora desconsolada en mi hombro, llamando a su mami con el agudo y ronco hilo de voz que sale de esa garganta acatarrada. La siento en mis piernas y la mezo como si volviera a tener unos meses. En otra situación, me enfadaría mucho una rabieta así... Pero ahora mismo sé que es por la fiebre y el cansancio de este maldito resfriado. Y sí, porque sé de sobra que cuando enferma, prefiere a mami.

—Ya está, Elena, venga... Tranquilízate.

—Llama a mami.

—Oye, cariño, tienes que entender que cuando mami trabaja no podemos molestarla. No querrás que sus jefes le regañen por estar con el móvil, ¿a que no?

—¿Y no podemos í' al hospital y decidle a su jefe que estoy malita y que mami tiene que vení' a cuida'me?

Ojalá fuera tan fácil, Elena. Ojalá algo tan simple, tan lógico como para que tú que eres una niña de seis años lo piense por sí sola, se tuviera más en cuenta en los congresos, en las empresas, en esta puta sociedad.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora