65. El tiempo

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¿Cómo os gusta pasar las noches de viernes?

Mi plan ideal es quedarme en casa con una copa de vino blanco y una película romántica.

Una película muy comercial, de esas en las que no hay que pensar.

Llamadme vieja y aburrida, pero es lo que me pide el cuerpo después de una semana de trabajo muy intensa.

Para mí es la mejor forma de dar paso al fin de semana.

Y de verdad que pagaría por estar así ahora mismo... Y no aquí, en una de esas cenas interminables que organizan mis padres con los amigos de la hermandad. Una reunión ruidosa y con mucha comida en la cochera de uno de ellos.

No, no me arrepiento de haber venido. Lo he hecho por mi padre. Sé que para él es importante que vengamos a estas cosas. Últimamente me estoy acercando mucho a él, y no sé. Creo que se merecía este detalle... Aunque no paro de pensar en lo calentita que estaría en mi sofá, con mi copita de vino en la mano y Nat durmiéndose en mi hombro a veinte minutos de que acabe la película.

—Y la hija de la Mari y er Juan iguá. Treinta año' y en la caza metía, zin trabajo, zin novio... O pareja. Ná. ¿Tú te cree' que a eza edá puee' una está viviendo con zus padres toavía'? Valiente generación.

—Mira que te gusta criticar. Luego dices de mamá—me río, apoyándome en su hombro. Su brazo termina de rodearme, abandonando el respaldo de la silla para repasar mi espalda con cariño.

—Espero que la Elena no nos zarga azí, porque vaya tela.

—Si sale así, serás el primero en defenderla. Dirás lo mismo que dicen la Mari y el Juan. No hay trabajo en ningún lao', la cosa está mu' mala...

—Ojú, hija—cabecea. Sabe que tengo razón. Su nieta es su nieta.

—Ya se ha dormido—le digo, haciendo que mire al frente.

Al otro lado de la mesa está Natalia en una silla de plástico como la mía, bastante apartada de la reunión. Sostiene a Elena completamente tronca sobre su regazo, cogida como si fuera un bebé. La carita la sigue teniendo. Y así dormida, aún más. Natalia le besa la frente, mira a su suegra, sonríe al escuchar sus carcajadas estruendosas. Vuelve a besar a la peque, esta vez en la mejilla y con mucho más cuidado, mucho más lento. Le acaricia la espaldita, la mira embelesada. Casi tanto como yo las estoy mirando a ellas.

—Azí tamié te cogía yo cuando te quedaba' frita—me susurra.

—¿Ahora te vas a poner melancólico, papá? Uy, las cervezas...

—No aguantaba' ni una fiesta, mi chiquitilla. Al ratillo estabas dormía', y anda que iba tu madre a cargá contigo... ¡Yo! Yo era el que te mecía to' la noche, que lo zepa. Azí me pazaba yo estas reuniones. Azí, iguá—señala a su nuera y a su nieta con el brazo con el que me rodea.

—Creo que es la primera vez que te oigo compararte con Nat—le digo, y él me pone cara de póker. Mentira, se acaba riendo. Y yo con él.

—Las cervezas, zí.

—Ay, mi niña, que sa' quedao' dormiíta... Con tol jaleo' y tó. Zi es que es más güena—se acerca mi madre, no a nosotros, sino a Natalia y Elena. Le acaricia el pelito.

—A ti te quería yo enseñar una cosa—le dice mi mujer.

—Chiquilla, po' verme llamao'—da una palmada, y Natalia se saca el móvil del bolsillo con bastante dificultad. Elena ya pesa lo suyo.

—No quería interrumpirte. Estabas pasándotelo muy bien.

—Ay, tú nunca me interrumpe'—le masajea los hombros, poniéndose por detrás de su silla. Se agacha y deja una metralleta de besos en su mejilla—. ¿Qué es ezo que tengo que vé?

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora