29. Buscando a Elena

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Aparece difuminada entre mis párpados.

Su cara en la oscuridad haciéndose un hueco entre mis pestañas. Sus ojos medio abiertos, su boca cerrada.

Parpadeo, y sigue ahí.

Por muchas veces que cierre y abra los ojos, Natalia sigue ahí.

Cada vez más sonriente, cada vez más cerca.

Su brazo me rodea por debajo de las sábanas desde anoche. Su cuerpo está boca abajo, tumbado al lado del mío.

El reloj marca las siete de la mañana.

Sus labios en mi mejilla me dan los buenos días demasiado pronto.

Acaricio su nuca, y mis dedos inventan un camino hacia su cabello. Mi otra mano se une al juego.

Ella ríe, ríe sin dejar de besarme la cara. Le encanta que me encante su pelo. Y a mí me encanta despertarme con ella.

Su boca aterriza en la mía después de recorrer por completo mi rostro. Se salta la aduana instalada en mis labios, y se cuela sin pasaporte. Mis caderas se levantan tan sorprendidas como yo. Y mi lengua, que no entiende de papeleo, la recibe con una calurosa bienvenida.

El vello de mi piel se levanta mucho antes de que suene la alarma. Su cuerpo también. Su cuerpo también madruga sin necesidad. Deja el colchón para colocarse sobre mí, para seguir besándome.

Cada vez más profundo, cada vez más necesitado.

Esto sí que son unos buenos días.

—Nat—gimo cuando sus dientes se compinchan con su lengua para despertar a mi cuello.

—Dime... —susurra juguetona, repitiendo la hazaña numerosas veces para espabilar también a mi garganta, que se rasga a cada húmedo mordisco.

—Jo...der—logro pronunciar después de otra oleada. Cómo has amanecido hoy, cariño...

—¿Te gusta, nena?

—Quita... Voy a echar el pestillo.

—¿CÓMO? ¿QUE HA COLAO'? —ríe incrédula, dejando que escape de la cama. Se gira y coloca sus brazos detrás de la cabeza para mirarme mientras cierro la puerta de nuestra habitación. Sonríe de medio lao', y se cruza de piernas.

Qué irresistible.

Vuelvo a nuestra cama oscura. A su cuerpo de altas temperaturas. Ella me sujeta las caderas, y yo me inclino hasta secuestrar sus labios. Resbalamos por el reposacabezas hasta caer en la almohada.

Cierra los ojos mientras me besa, mientras la provoco. Yo los dejo abiertos para mirarla. Me gustan sus gestos de impaciencia, de nervios, de deseo. Su sonrisa espontánea. Su manera de fruncir el ceño cuando me muerde. Lo relajada que se vuelven sus facciones cuando aminoramos la velocidad. Lo estática que se queda cuando nota que mi mano encuentra su intimidad por debajo de la ropa interior. Alza los párpados y me mira, apretándome la nuca. La acaricio, la estimulo, la despierto. Beso sus labios temblorosos, su rostro de infinitas y cambiantes reacciones. Ella vuelve a cerrar los ojos, dejándome a solas con su placer.

—Alba... —suspira con dolor, denegándome el paso en la frontera que da a su interior.

—¿Ni un poquito...? —lo intento, y ella niega, acariciándome la mano para devolverme a los pliegues donde más disfruta.

No insisto más. La conozco, me conoce. Sabe que la escucho. Me centro en ella, en lo que quiere. Y vuelven sus mordidas a mi boca, sus gemidos arañándome las ganas, sus golpes al colchón buscando el final. Su abrazo infinito. Su sudor empapándole las prendas que usa como pijama y que hemos olvidado quitar.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora