36. Hablemos de sexo

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En el lenguaje del amor, no hay nadie que me entienda como ella.

En la cama nos hablamos con miradas, caricias, gestos, sonidos.

Acude a mi necesidad, esquiva los baches, comprueba sus aciertos.

En la coreografía del sexo, nos hemos vuelto una pareja de baile de sobresaliente.

Pero antes de llegar a la función final, hemos tenido que pisarnos miles de veces.

Alba y yo llevamos doce años juntas. Doce años bailando en distintos escenarios, diferentes funciones. Tenemos tanta experiencia que casi adivinamos nuestros pasos. Conocemos nuestros puntos fuertes, los débiles. Sabemos dónde está el límite, qué nos hace tropezar, fallar, distraernos. Qué nos vuelve locas, qué nos hace triunfar.

Y para llegar hasta aquí hemos tenido que pisarnos miles de veces.

Hablar de sexo con tu pareja debería ser obligatorio.

No se estila. Lo que se suele hacer por norma es: excitarse, hacerlo y dormir.

¿No deberíamos incluir un poco de terapia entre medias? Antes, durante o después.

No hablo del: oh, mi amor, has estado fantástica. Me refiero a cuestiones más difíciles de comunicar. Las que requieren un plus de sinceridad: me gustaría probar el anal. No me gusta practicar sexo oral.

A veces, por vergüenza, la gente se calla sus incomodidades, sus fantasías. Van como borregos. ¿No sería mejor parar y decirle la verdad a la pareja? Si nos dieran un poco de educación sexual, el mundo iría bastante mejor. No habría tantos prejuicios ni pudor en torno a charlar sobre una práctica completamente natural.

Yo sí hablo con mi mujer. No todo el tiempo, ni cada vez que lo hacemos, no me seáis tampoco radicales... Pero cuando algo va mal, queremos algo nuevo, o simplemente comprobar que todo sigue bien, tenemos nuestro ratito de abrirnos. Es cuestión de confianza. Si ahora las dos nos entendemos sin diccionarios, es precisamente porque durante nuestros años de amor hemos tenido muchos momentos de detenernos a charlar y reflexionar sobre nuestras relaciones sexuales. Y muchos otros momentos en los que nos hemos callado por miedo, por inseguridad, alargando el instante de tener esa conversación. Esos errores también nos han llevado hasta aquí. Hemos aprendido.

A Alba le cuesta lo suyo expresarse en estas cuestiones, pero al final consigue superar su timidez y abrirse conmigo. Sabe que es necesario. Que es lo mejor para las dos, para nuestra relación. Más vale cinco minutos de vergüenza, que toda una vida aguantándose lo que sea que piense.

Yo no tengo mucho problema a la hora de hablar de sexo. Ahora, claro. Cuando era más joven no me resultaba tan fácil. Tendía a la coña, a los jajas en conversaciones de amigotes... Pero a la hora de la verdad, era una puta cobarde. Ya sabéis lo que dicen: perro ladrador, poco mordedor.

Mi gran tabú en la cama siempre ha sido el mismo. Bueno, tabú. Ya no lo es tanto. He aprendido a vivir con ello, a normalizarlo. A entender que no es tan raro. A quererme como soy, y gustarme así. Mi cuenta pendiente en el sexo es mi vagina. No consigo sentir placer con ella.

Eso era una putada en mis primeras relaciones. Yo descubrí mi insatisfacción en un momento en el que ni tenía acceso a internet, ni el sexo era un tema del que se pudiera hablar abiertamente (y mucho menos el lésbico). Bueno, debo decir que tuve suerte con mis padres. Se informaron no sé cómo, ni dónde, pero cuando les dije que me había acostado con una pava por primera vez, me dieron la famosa charleta sobre sexo, precauciones y enfermedades. Claro, que en ella no incluyeron nada de lo que me pasaba. Qué iban ellos a saber. Demasiado que se documentaron para arrojar un poquito de luz sobre los grandes desconocidos preservativos para lesbianas. El caso es que yo tampoco acudí a ellos en ningún momento porque estaba en la típica fase rebelde de: lo puedo solucionar sola, no los necesito, me gusta ser independiente (las gilipolleces que una piensa con esas edades).

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora