32. Un regalo de capítulo

18.1K 623 720
                                    

La emoción brilla todavía en sus ojos.

Nos ha acompañado durante la cena con mis padres.

Nos ha llevado de vuelta a casa en el coche.

Se ha duchado con ella.

Se le ha revuelto en el estómago cuando sus hermanos y su madre la han llamado.

Y sigue estancada en sus ojos ahora que por fin nos hemos metido en la cama.

Esa emoción tan intensa también la sentimos Elena y yo, aunque la nuestra es de otro sabor.

Cuando me pongo en su piel me dan escalofríos. Yo también me he subido a escenarios con Nat. Conozco los nervios previos, los posteriores. Conozco la infinita sensación de satisfacción que te recorre el cuerpo cuando un público te aplaude. La responsabilidad que se siente cuando se hace el silencio y te toca cantar. Pero lo que ha pasado hoy es diferente. Las circunstancias magnifican aún más el recuerdo sensorial lejano que yo tengo de esas noches de ovaciones. Me dan escalofríos.

Por esa razón no paro de mirarla. De intentar entender lo que está sintiendo ahora que los focos se han apagado. Ahora que está a salvo, en casa, en nuestra cama. Conmigo y con nuestra niña bajo las luces del cabecero.

—¡¡Ahí, mamá!! ¿Ves como es la de Frozen? —grita Elena, que está enseñándole a Nat los vídeos de esta noche.

—Que no, cariño... Que se parece. ¿Cómo voy a tocar Frozen en el concierto de Gabi? Tú estás majareta, hombre.

—¡Que sí es! ¡Escucha bien! —chilla encorajada, atrasando el vídeo unos segundos. Natalia me sonríe pícara sin perder ese brillo que tan embobada me tiene. Le encanta buscarle las cosquillas a Elena.

—Mh... Puede ser que la Elsa me lanzara un conjuro—susurra divertida—. O... que mamá quisiera tocar tu canción favorita.

Nuestra hija la abraza tan fuerte que a Natalia se le cae mi móvil entre sus cuerpos. Lo agarro antes de que muera en el achuchón más emotivo y tierno de la noche. Uno que me hace reír como una tonta a la una de la mañana.

—Mami... Enséñame alguno en el que esté cantando yo—me pide mi mujer, rellenando el hueco que antes ocupaba Elena. La niña ahora está tumbada sobre su pecho.

—A ver, en este ya no se ve a Gabi... Vamos a ver cómo ha grabado la abuela—río, pulsando el play.

Paso mi brazo por debajo de Natalia. Ella se pega a mí, dejando que las arrope. Le beso el pelo. Huele a nuestro champú. Me mira ilusionada. Las tres nos emocionamos de nuevo al revivir algunos momentos del concierto en la pequeña pantalla de mi teléfono.

La sonrisa le tiembla al verse. El brillo se vuelve tan intenso que acaba materializándose en una lágrima. Otra. El pecho se le encoge. Elena lo nota y la mira asustada.

—Mamá... —musita con pena—. Pero no llores, que has cantado muy bien...

—No llora por eso, cariño.

—Pues no parece como de alegría... —observa curiosa.

Le hemos enseñado que llorar no siempre está asociado a la tristeza. Con unas madres tan emocionales, también lo ha ido viendo ella misma en su desarrollo. Llorar es la forma que tenemos de expresar lo que sentimos dentro, Elena. No es nada malo. A veces es por cosas muy buenas: alegría por ver a los primos después de mucho tiempo, o porque alguien nos ha hecho un regalo muy especial.

—Es una mezcla de emociones. Mamá ha sentido muchas cosas esta noche, mi vida—le susurro, dejando el móvil en la mesilla. Mi mujer besa a su niña sin poder decirle nada. Yo las rodeo. Apoyo mis labios en la sien de Nat.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora