56. Sueños que se rompen y sueños que despiertan

11.3K 502 771
                                    

Me siento orgullosa, muy orgullosa.

Estoy orgullosa de mi hija, de mi mujer. De la familia que formamos. De mi trabajo. De mí.

Me siento orgullosa del lugar en el que estoy. De mi estabilidad.

Estoy dónde quiero estar. Sé dónde quiero estar.

Y eso me hace muy feliz.

Hoy es uno de esos días en los que puedo presumir de vida. Mi hija sopla las velas con sus amigos, y eso nos convierte a las tres en completas protagonistas de este parque de bolas. Nos convierte en objetivo y charla de todos estos papás. Sé de sobra que unos hablarán divinidades de nosotras, y también sé que otros estarán disgustados con el sabor del café, mi forma de andar, o la ropa que nos hemos puesto.

¿Y sabéis lo que me importa? Exactamente: un natipepino así de grande.

Porque yo estoy completamente orgullosa de lo que somos. De lo que tengo.

A Alba no le resbala tanto. Está pendiente de que todos estén a gusto, de que a los niños no les falte su batido, y de cada padre haya recibido su correspondiente agradecimiento. Está de los nervios. Lleva todo el día de los nervios. Ser anfitriona de una celebración así es de las cosas que más odia... Pero por Elena, se esfuerza por ser perfecta.

—Qué mal me cae la madre de Sara. No la soporto—viene a desahogarse con nosotros—. Es que me acerco a saludarla y lo primero que me dice es, ¿por qué lo habéis celebrado aquí? Dan un trato malísimo... La tarta, horrible. Para el próximo año lo hacéis en el Lagoh, han puesto uno maravilloso. Claro, que... No sé si podríais permitíroslo. Qué sabrás tú lo que puedo permitirme yo. Además, que hago el cumpleaños donde mi hija quiere, no donde tú digas.

—Pues el año que viene no la invitamos y ya está, mira tú el problema—intento rodearla por los hombros, pero su nerviosismo hace que ande de un lado a otro.

—Sí, claro, dile tú a tu hija que no puede invitar a su amiga Sara. Pobrecita, qué culpa tendrá ella de que la madre sea una... Estirada prepotente.

—Guau, Albaricoque criticando a la gente. Qué animal mitológico acabo de encontrarme hoy—bromea mi hermana.

—Oye, que tu cuñá critica más de lo que tú te piensas—murmura Julia, que ha venido con sus niñas de Madrid para estar hoy con Elena. Las quiero mil.

—¿Y a mí también me critica? Albiola, ¿en serio?

—A ti no, pero de tu hermano raja que no veas—bromea entre risas, agachándose sobre Santi para darle un beso en el pelo.

—Dudo que mi Alba diga algo malo de mí—dice sin preocuparse, machacando los botones de la PSP.

—¡Oy, su Alba! —lo goza mi suegra.

—Todo el mundo sabe que si me hubiera conocido antes a mí... La cuñada sería mi hermana, no yo—me pica con una sonrisa girada que odio desde que nació. Puto niño, qué guapo es.

—O te hubiera dejado por ella en cuanto me la hubieras presentado—dice mi mujer, abrazándose a mi pecho y provocándome una sonrisa inesperada.

—Alba, joder... Me has dejado en la mierda, eso no se hace—musita derrotado por una gran ola de carcajadas—. Tú siempre entras a picar a mi hermana. ¿Por qué me haces esto?

—Porque la has pillado muy encoñada... Pero puedes venirte conmigo. Podrías ser un padrazo para mis gemelas—asusta a mi hermano. Le encanta hacerlo. La entiendo. Las caras de Santi abrumado son muy buenas.

—Lo siento, Santi... Tengo que hacerle un poquito la pelota para que vaya a socializar con los papás—me acaricia la cintura con una sonrisa angelical muy falsa.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora