33. Como dos hermanas

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Los lunes al sol sientan bien.

Los lunes en los que tengo turno de tarde, sientan muy bien.

Empiezo la semana con tranquilidad. Con luz natural.

Me encanta pasear al sol.

Me encanta hacerlo con ella.

Iba a quedarme durmiendo, pero Natalia me ha despertado. Vamos, es nuestro plan de rutina. Cuando estoy de tarde, ella es quien lleva a Elena al cole para que yo duerma un poco más. Cuando estoy de mañana, la dejo yo de camino al trabajo. (A no ser que tenga un horario de mierda y no me coincida. Mamá Nat se encarga en ese caso).

Y no, no me ha despertado queriendo... Es que es un poco desastre. Anoche dejó la ropa preparada en el salón para no molestarme, pero olvidó los zapatos. Ah, se le cayeron al cogerlos del armario. Después volvió a entrar. Buscaba su cartera en todas las riñoneras y bolsos de la percha. Uno de ellos se precipitó contra el suelo. Un insulto, un resoplido. Pasos muy cercanos, un beso en mi frente.

Y yo, que una vez que me desvelo no puedo coger más el sueño, decidí levantarme y acompañarlas al colegio. Hemos tardado más de la cuenta en librarnos de las charlas con los otros padres. Los que vinieron al concierto seguían emocionados. Uno de ellos nos trajo un periódico local en el que mencionaban a Nat. Una pequeña crónica del concierto que contaba lo ocurrido al final del show. La verdad es que nos ha hecho mucha ilusión.

Ahora estamos dando un paseo por el barrio bajo este solecillo mañanero.

—Joder, podrían hacer algo ya con ese local. Da mal rollito—señala un sitio que lleva abandonado desde que lo conocimos.

Es un poco siniestro, sí. Su interior está entero vacío. Se ve amplio, oscuro. Lo único que queda de él es un letrero desgastado al que se le han caído ya varias letras. Por lo que puede medio leerse, era un cibercafé.

Normal que muriese. Ahora todo el mundo tiene internet en casa, pero hubo una época en la que fueron realmente importantes. Lo digo por los que habéis nacido en una casa con wifi. No sabéis la gran revolución que fueron estos sitios en mi juventud... ¿Que cómo eran?

Venid, anda. Os voy a enseñar un poco de historia. Conectaos a la red, vamos a navegar por internet hasta el año 2008, algunos días después de volver de Pamplona.

Ya había vuelto a las clases. A la rutina que habíamos interrumpido por navidad: sobrevivir en la caravana de mi novia y continuar con mi último año de carrera.

Aquella tarde había quedado con Damion para hacer una videollamada. Ya sabéis que estaba en Alemania, así que por teléfono era muy difícil tener una conversación en condiciones. Era tan caro que apenas estábamos unos minutos: saludos, todo bien, cuídate.

El cibercafé que solía frecuentar era pequeñito. Acogedor. Había unos diez ordenadores separados por cabinas. Su torre y su pantallote ancho, gordo, con el Windows 2000. Todos tenían su cámara web (que parecía un alien en miniatura) y sus cascos de diadema. ¿Os hacéis una idea?

Perdí diez minutos en conectarme al Messenger. Qué lento, qué antiguo. Moriríais, millennials.

—Ey, hermanita.

—Hola—sonreí—. ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Bien, normal—me encogí de hombros.

—Sabes por qué quiero hablar contigo, ¿verdad?

—Supongo...

—Tienes que arreglarte con Marina, enana. Está luchando mucho para que papá y mamá entiendan lo tuyo.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora