17. Una oportunidad de oro

15.6K 642 875
                                    

El recuerdo me persigue.

La oscuridad del cine, el sonido estridente de esa película a la que le perdimos el hilo, sus manos clavadas en mis lumbares. Su sabor estallando en mi boca como si fueran palomitas de maíz. El baile de nuestras caderas en una butaca para dos.

Ese recuerdo me persigue.

Anoche, entre las sábanas. Ahora, en la ducha.

No paro de invocarlo. De imaginarme lo que hubiera pasado si... Si no me hubiera recordado que estábamos en mitad de un cine.

Y mis reacciones ahora viajan de la risa floja al calor insaciable. Del pudor al cosquilleo. De la timidez al descaro.

Si hubiéramos estado en otro sitio, ¿Natalia y yo habríamos...?

El timbre de esta casa me interrumpe, y yo me visto a toda prisa para abrir la puerta. Puede que me esté emocionando demasiado, pero... igual son ellas. Nat y mi pequeñaja. Tal y como están las cosas, no me extrañaría nada que vinieran a hacerme el desayuno... Hoy es súper sábado.

—¡Sorpresa!

—¡¿Pero qué hacéis aquí?! ¿¡Cómo no me habéis avisado!?

No son ellas, albayas, pero eso no quita que esta inesperada visita me saque la mayor de las sonrisas. Ha llegado el momento de presentaros a unas personitas muy especiales para mí. No son de mi sangre, ni de la de Natalia... pero son familia.

La familia que se elige.

Habéis oído hablar de una de ellas, pero no sabéis ni la mitad: Julia, mi mejor amiga. Pelo ondulado y castaño, ojos grandes y piel morena. Risa contagiosa, valentía por bandera y cabezona como ella sola. Tiene algunos años más que yo, y actualmente vive en Madrid, donde tiene su propia clínica dental.

Y estas dos traviesillas que la acompañan son sus hijas: Marta y Laura. Son iguales. Y cuando digo esto... me refiero a que son gemelas. Dos preciosas y encantadoras niñas de siete años. Tienen el pelo rizado, por los hombros, y un tono más claro que el de su madre. Ojos achinados al reír y labios gruesos. Ah, y ahora le faltan las dos paletas, lo cual las hace todavía más adorables.

—¡Tata! —gritan a la vez, abrazándome las piernas. Las dos me llegan por la cintura, por lo que me inmovilizan completamente.

—¿Cómo íbamos a avisarte, chochona? Las sorpresas no se anuncian... —me dice Julia antes de abrazarme también. Ahora sí que no me puedo mover.

—Pero qué guapas que venís. ¿No tenéis una camisa así para mí? —bromeo, agachándome para saludarlas bien.

Marta lleva una camisa blanca y Laura una azul. Normalmente, mi amiga las vestía igual. Pero desde hace un año y pico, las niñas se han revelado para tener cada una su propio estilo. Y a mí me parece genial, la verdad. Aunque para Julia sea un auténtico quebradero de cabeza a la hora de comprarles ropa y elegir los modelitos cada mañana.

—Si quieres te presto la mía, pero te va a quedar un poco chica... —ríe Laura, a quien acompaña su hermana con una carcajada seca.

—Bueno, me la puedes dar para mi niña.

—¡Para Elena sí! Pero es que a mí me gusta mucho, tata... —musita con los ojos tristes. Qué inocentona es.

—Es broma, cariño.

—¡Le hemos traído chuches! —sonríe Marta, tirando del pantalón de su madre para que saque un cucurucho de gomitas que mi hija se zamparía en una sola tarde.

Julia y sus hijas entran en su propia casa, la que yo llevo ocupando estos meses (nunca me cansaré de darle las gracias). La tienen para vacaciones y fines de semana. Y es que mi Julita, por mucho que se haya vuelto una madrileña adoptada, es una enamorada de la ciudad en la que nació... Así que viene mucho por aquí. Además de para pasar tiempo con la gente a la que quiere y que sigue en Sevilla. Tiene muchos tíos, primos, amigos... Ya sabéis, lectores, la familia tira.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora