Ohana - (1001 Cuentos de Alba...

By albxlia69

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Natalia desordenó mi vida. Y Alba Reche ordenó la mía. Historia extraída de 1001 Cuentos de Albalia. Puede co... More

1. Un miércoles de mierda
2. Unas vacaciones de clase media
3. Un sábado cualquiera
4. Un vino blanco y Alba Reche
5. El alucinante show de Natalia Lacunza
6. Jugando al escondite
7. El ruido que necesita
8. El verano que nos conocimos
9. La madre de ella
10. Los primeros días
11. En las buenas, en las malas y en las peores
12. Septiembre siempre llega
13. La aventura de ser mamás
14. Saltarse las normas
15. ¡Grabando!
17. Una oportunidad de oro
18. Nuestra primera vez
19. Las cuatro estaciones de Vivaldi
20. Noches de confesiones
21. La hematofobia
22. El sonido ambiente
23. La Alameda de Hércules
24. La droga del amor
25. Siempre vuelve
26. Mudanzas
27. Promesas
28. Mi Navidad eres tú
29. Buscando a Elena
30. Un amor para toda la vida
31. Un amor para toda la vida (II)
32. Un regalo de capítulo
33. Como dos hermanas
34. Consejeros matrimoniales
35. Hablemos de educación
36. Hablemos de sexo
37. Pompas de música y amor
38. El niño mimado
39. Mi metrónomo
40. Mami Albi
41. Todo
42. Pesadillas
43. El padre de ella
44. Los espacios
45. Mi orden desordenado
46. Otras alas
47. Una canción para la espera
48. El silencio
49. La hora del baño
50. La boda de su hermana
51. Los Reche y yo
52. La culpa
53. La magia del cine
54. 5.000 euros
55. Felicidades, bichito
56. Sueños que se rompen y sueños que despiertan
57. Espejito, espejito
58. Como dos adolescentes
59. The show must go on
60. Las dudas
61. Antes y después de decirnos sí
62. Vulnerables
63. Estrella
64. La caravana
65. El tiempo
66. El Mi arbar
67. Siempre sí
68. Una cuestión de fe
69. El fin de una gira
70. Una gran historia de amor
71. Hablemos de conciliación laboral y familiar
72. La enfermera Reche
73. ¿Quieres casarte conmigo?
74. Instinto maternal
75. La lluvia en Sevilla es una maravilla
76. Los pestiños de la Rafi
77. Lo que le dije aquella noche
78. Hablemos de futuro

16. Mi secretito oscuro

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By albxlia69

Olía a palomitas recién hechas.

Aquella lejana tarde de otoño, olía a palomitas recién hechas.

Y a Alba Reche.

Sobre todo, a Alba Reche.

Hoy empezamos desde el flashback, en el pasado. Así, directamente. Empezamos el capítulo en el octubre sevillano de 2007. La primera vez que Alba y yo fuimos al cine juntas. Y así os ahorro el mal ratito del viaje, albayas. (De nada).

¿Que por qué? Porque me da la gana. Y... porque ahora mismo estoy de camino al cine para tener una nueva cita con mi mujer... No me he saltado ninguna norma, jefas. ¡El presente me ha invocado el flashback, y los lectores sabían perfectamente que teníamos un cine pendiente, estoy limpia! (Perdonad, es que tengo tarjeta amarilla... no quiero jugármela, que tengo una hija).

—Así que vas a invitarme al cine... —sonrió con la cabeza agachada, escondiéndose en su largo cabello castaño. Y yo me pregunté por qué se escondía tanto si conmigo había perdido ya todo indicio de timidez.

—Eso es. Y con palomitas y todo.

—No hace falta que...

—Tenías razón... Los guiris de aquí son muy generosos. Algunos me tiran billetes directamente—la interrumpí—. Y eso hay que celebrarlo.

—Pero no derrocharlo, Natalia... que las palomitas de aquí cuestan más que la entrada.

—Quiero invitar a la chica que me gusta a unas palomitas mientras vemos una peli en el cine. A mí no me parece ningún derroche. Cosas más locas he hecho ya por ti...

—Suficientes—sonrió en un suspiro. ¿Suficientes? Ay, pobre Alba... pues anda que no le quedaba ná. Ni había empezado, fijaos lo que os digo. ¿Que si hay más alucinantes shows de Natalia Lacunza que aún no sabéis? Pues claro, mamarrachas. Que me subestiméis en el capítulo 16 me ofende un poquito—. ¿Y qué vamos a ver?

—Esa—señalé el cartel sobre las taquillas.

—Mh... es de miedo, ¿verdad?

—Sí. ¿Pasa algo?

—Es que no me gustan mucho... Siempre tienen el mismo argumento.

—Vamos, que te haces caquita—la vacilé. Yo no, la estúpida Natalia de 2007. Que quede claro.

—Lo paso un poco mal... —reconoció, agachando su cabeza de nuevo. Y yo pasé de la burla a la ternura en cuestión de segundos.

—No te preocupes, Alba Reche. Yo te protegeré—le susurré, pasando mi brazo por sus hombros en un intento de ser el cliché de toda escena romanticona: sujeto 1 invita a sujeto 2 a ver una peli de miedo y acaban acurrucaditos y haciendo manitas. Mi mente, por favor. Y las expectativas que me generaron las comedias románticas de Hollywood. Ella en seguida se tensó, mirando a todas partes mientras avanzábamos en la cola para comprar las entradas. Parecía incómoda. Y a mí me extrañó.

—¿Qué buscas?

—Nada, nada—suspiró, pero yo me quedé mirándola mientras me apartaba el brazo, rechazando mi abrigo con poco disimulo. ¿Oís cómo se rompía mi corazón? Crash, crash—. Ay, no me mires así... Que no es por ti, es que... Mis padres conocen a mucha gente y... Yo les he dicho que venía al cine con Julia...

—Ah, que es por eso... —respiré aliviada. El rechazo tenía explicación. Y la timidez que noté cuando llegamos al centro comercial. Que bueno, no era timidez en sí... era esto. El miedo a que la viesen conmigo. ¿Oís cómo se reparaba mi corazón? Bum, bum—. ¿Por eso nunca quieres quedar fuera?

—Sí.

—Y yo pensando que te gustaba demasiado mi caravana... —reí despreocupada.

—También... —dijo con vergüenza, abrazándome sin dejar de mirar a su alrededor. Qué pequeña—. Jo, Nat, es que... Sevilla no es Estepona. Aquí...

—Lo entiendo.

—Pero si no he dicho nada.

—No hace falta—sonreí, apartándola de mi pecho—. Seré el secretito oscuro de Alba Reche.

—Es que... mis padres no son muy abiertos que digamos y... bueno, en casa todo sigue tenso por lo del verano... Además, que nos acabamos de conocer y... no sé...

—Alba, no eres la primera que le echa una mentirijilla a sus papis para verse con alguien. Tranquila.

—Pero me da miedo que me pillen, Nat. Yo no suelo hacer estas cosas... Bueno, una vez les dije que iba a dormir con Julia, y en verdad nos fuimos de chupitos con las del insti... Pero pf, estuve tan en tensión por si me pillaban que solo me bebí dos. Por si acaso.

—Qué rebelde...

—Oye... no te burles.

—Vale, perdón—me tragué una risa. Es que mi Alba, de verdad, qué inocente y qué buena. Ojalá Elena sea igual cuando crezca... porque como sea de las mías vamos a sufrir un poquito—. Julia, encubridora de planes desde que nació. Ojalá me la presentes pronto.

—Es que tampoco le he hablado de ti...

—Ah...

Joder, pues sí que era su secretito mejor guardado... ¿Cómo debía tomarme eso?

—Tranqui, Alba. No nos pillarán—susurré al ver que se estaba sintiendo tan culpable. Y creo que no solo por mentirle a sus padres, también porque me acababa de decir indirectamente que no le había hablado a nadie de mí. Y tenía miedo de que eso me molestara. Bah, qué tontería... si a mí esas cosas me daban igual... ¿no? —. Además, sin saberlo ni nada te he traído al sitio perfecto: oscurito para que nadie nos vea.

—Visto así...

Llevaba dos semanas en Sevilla y Alba y yo solo habíamos paseado juntas una vez. El día en que llegué. Sí, el día de la rosa negra... Veo que os quedáis con los detalles. Bien hecho, albayitas. ¿Y qué pasó durante ese tiempo? Pues que Alba venía a mi caravana antes o después de sus prácticas. Tocábamos, componíamos, cantábamos, nos revolcábamos... Lo típico.

Pero nunca salíamos de allí.

Yo quería visitar la ciudad, que me presentara a gente. Que me llevara a esos locales de música de los que me había hablado en Estepona. Pero no, tuve que hacer todo eso por mi cuenta porque Alba siempre se las arreglaba para retenerme en mi caravana... Tampoco le costaba demasiado. ¿Sabéis por dónde voy? Aro'. Si es que soy mu' básica. Y más a esa edad.

Total, que hasta que no estuve enfrente de las taquillas con ese olor a palomitas aquella tarde de otoño, no me di cuenta de por qué la chica que tanto me gustaba no me dejaba hacer planes más allá de las cuatro paredes de mi caravana.

Yo era su secretito oscuro.

Y aunque por esa época yo no pensaba demasiado... Sí que me quedé dándole un par de vueltas al tema en el tiempo en el que sacamos las entradas y caminamos hacia nuestras butacas: ¿Es que se avergüenza de mí? ¿O le avergüenza decir que le gusta una chica? ¿O me ha dicho la verdad? Nos conocimos hace muy poco, no tiene por qué contárselo a nadie... ¿Pero ni a su mejor amiga? ¿Entonces con quién cotillea de mí? ¿Se lo guarda todo?

—Estás muy callada para ser tú... ¿estás bien?

—Sí, sí—carraspeé, acomodándome en la última fila de la sala 4 con mi cabeza echando humo.

—¿Has apagado tu ladrillo?

—¿Quieres dejar de meterte con mi móvil? —le dije molesta, volviendo a mi natural estado antes de que ella se diera cuenta de lo rallada que me había dejado lo del secretito oscuro. Saqué mi Nokia, un teléfono gordo y resistente bastante viejo (incluso para 2007), y lo silencié ante la burlesca mueca de Alba—. Ya no te voy a dejar jugar más a la serpiente, ea.

—No, jo, Nat...

—No. Menfadao'.

—Te sale fatal el acento sevillano.

—Habla con mi mano. Mano, dale la espalda.

Pero a mí el cabreo me duró lo que dura un fuet en un anuncio de La Casa Tarradellas. ¿Y esta mierda de comparación, Natalia? Yo que sé, mamarrachas, he madrugao' mucho.

—¿Ni siquiera esperas a los tráilers...? —me vaciló cuando notó un brazo rodeándola por los hombros acompañado de mi falso bostezo.

—Está el mundo como para perder el tiempo, Alba Reche—rebatí—. Pero... si quieres... te suelto... —dije en voz más baja en un intento por ser elegante. He dicho intento.

—No, no me sueltes—murmuró, desatando en mí un cosquilleo emocional que hasta me asustó. Ay, el amor aporreándome la puerta.

—Nunca—susurré para mí. Intensita.

—¿Quieres? —se mordió el labio, agarrando una palomita. Yo asentí, abriendo mi boca, y ella posó una en mi lengua con sus pupilas clavadas en las mías.

Uf. Uf. Uf.

Jamás en la vida pensé que podía ponerme tan nerviosa por una inocente palomita de maíz.

—Tú tampoco te esperas a los tráilers para zampar, ¿eh? —ataqué cuando se me pasó el subidón de aquella escena.

—Está el mundo como para perder el tiempo, Natalia Lacunza.

—Ts...—reí yo, más tensa y acelerada de lo normal. ¿Cómo no iba a estar loca por ella?

Y entonces tuvimos que callarnos porque la gigantesca pantalla se iluminó para mostrarnos tres avances de pelis y un par de avisos sobre la piratería. Y luego la película. La puta película.

Al principio todo bien. Una familia feliz se muda (cómo no) a una mansión con sótano (cómo no).

—¿Ves? Todas las pelis de miedo son iguales... —me dijo en el oído. Y yo asentí, aprovechando aquel acercamiento para inhalar su perfume.

Aquella tarde de otoño olía a Alba Reche. ¿Lo dije o no?

—¡Coño! —gritó, pegando un bote en su asiento cuando el fantasma hizo acto de presencia. Yo también tuve mi reacción, pero no fue tan exagerada. La mía no mandó a la mierda el cubo entero de palomitas, por ejemplo.

—No pasa nada, Alba—le dije entre risas al verla tan preocupada... Y es que el pasillo de nuestra fila se había vuelto blanco tras esa lluvia de palomitas—. Luego pedimos una escoba.

—Joder, qué vergüenza—se tapó la cara dejando el recipiente vacío en el suelo para después abrazarse las piernas—. Al menos estamos en la última fila y nadie se ha dado cuenta... —murmuró, haciéndose una bolita en la butaca. Un bebé vergonzoso.

Mi brazo había quedado en el aire tras el accidente, por cierto. Pero antes de que pensara una nueva jugada, Alba atrapó mi mano con las suyas, escondiéndolas entre sus muslos. Y yo intenté disimular que no estaba sonriendo como una pava, pero seguro que me salió fatal, porque Alba se echó a reír en mi hombro.

—¡Joder! —chillamos a la vez cuando la puta película volvió a darnos un latigazo en el corazón.

Sí, en plural. A mí el género del terror me gusta porque me mantiene atenta. No sé, la tensión. Es verdad que los argumentos son muy parecidos, pero la adrenalina que me generan me atrapa. Me mola. No me da esa angustia que por ejemplo le da a Alba, ¿sabéis? ¡Pero también me asusto, albayas, que no soy inmune! Cuando me ponen la musiquita esa y de repente hacen... ¡BÚ!

—¡COÑO EL PUTO FANTASMA YA LA MADRE QUE LO PARIÓ, CABRÓN!

—Nat... —rio Alba temblorosa.

—Es que es mu' pesao'. Mu' pesao'...

—Shhhhh—nos mandó a callar un calvo sentado tres filas por delante de nosotras.

Y nada, penquis, el fantasma siguió haciendo de las suyas. Apareciendo detrás de las ventanas, reflejándose en los charcos, asustando al protagonista... Y a nosotras. Sobre todo, a nosotras, que teníamos las manos rojas de tanto apretarnos. Qué romántico, ¿no? Una puta mierda. Los peores dieciséis euros de mi vida. Pasamos tanto miedo que ni pudimos disfrutar del mamoneo, y las palomitas ni las probamos casi. Un fiasco.

No merecía. Mi Natalia de 2007 no merecía.

Oye, disculpad que os interrumpa aquí, pero Alba y yo acabamos de llegar al cine y... Sí, ¿verdad? Vamos a ver qué pasa hoy, ahora, en el presente. Venga, mamarrachas, no os hagáis las remolonas, que no está el mundo como para perder el tiempo...

—¿Qué te apetece ver, amor? —le pregunto, rodeándola por detrás frente a las taquillas del mismo cine del flashback. Ha cambiado muy poco para los años que lleva aquí, ahora que lo pienso.

—Esa.

—Mh... ¿de miedo?

—Sí.

—Pero si las odias... Te cagas siempre. Hasta con las malas—frunzo el ceño mientras la suelto.

—Pero estás tú para protegerme, ¿no? —deja caer, enganchando su meñique en mi índice para tirar de mí.

Adiós, albayas. Un placer haberos conocido. Perdón, perdón, ya me recupero. Joder, es que mi mujer me las suelta así, sin anestesia, y yo... Pf, yo muero con ella.

Compra las entradas y pasamos de largo por delante de los puestos de aperitivos. No son horas de... Joder, pero es que huele tan... mh...

—Ni se te ocurra, Natalia.

—Solo estaba absorbiendo el eau de cinéma—bromeo con acento francés, y Alba suelta una carcajada mientras tira de nuestro agarre para que sigamos andando.

—¿A dónde vas con el alzador?

—Por si se te sienta alguien delante, Albi—vacilo, y ella me suelta la mano indignada, haciéndose la enfadada. Cómo odia que me meta con su altura—. Nah, es la costumbre de cogerlo siempre... —le explico, soltando el alzador en su sitio.

—Ay, Elena... qué raro es venir aquí sin ella—suspira mientras entramos en la sala.

Como sospechábamos, no hay ni un alma. ¿Quién va a venir al cine un viernes por la mañana? Los cuatro frikis del mundillo, pero... No creo que ningún cineasta profundo se vaya a meter en una peli de terror americana para adolescentes. No.

Así que empiezan los tráilers y la sala sigue vacía... Toma ya. Un cine para nosotras solas. Somos especiales hasta para esto, mamarrachas.

—Eh, eh... —sonríe encogida, agarrándome la mano para deshacer mi intento de abrazarla por los hombros—. ¿No estábamos con las citas y lo de empezar de nuevo?

—Aro'.

—Pues no creo que una parejita que esté en su tercera cita vaya tan a saco, Natinat.

—Jo, Albi... —le pongo carita de pena.

—Venga, Nat... Vamos a jugar un poquito... —me devuelve la mano a mi reposabrazos, mordiéndose el labio con una sensualidad que me sacude el corazón.

Y a mí, si me mira así, soy capaz de quedarme quietecita hasta que acabe a la peli. Os lo prometo. Porque es mi Alba, y yo por ella soy capaz de esconder a la impaciente que habita en mí. Soy capaz de sentarme bien en la butaca y calmar mis ganas de contacto dándole golpecitos a los reposabrazos.

La película empieza. Esta vez no hay mudanza, pero tenemos al típico niño mimado husmeando donde no debe. Otro clásico. ¿Por qué no te quedas quietecito (como yo) en vez de meterte solo y desolado en ese bosque? Porque no habría peli. Claro. Es obvio.

—Alba... —la llamo, dejando caer mi mano en su muslo con disimulo (pista: no). Acaricio lentamente su pierna mientras espero su atención.

—Dime.

—¿Crees que las parejitas normales en la tercera cita ya...? —su risa acalla mi pregunta. Su risa, y el cambio de sensaciones que noto en mi mano: del áspero tejido del vaquero a una suavidad que reconozco a la perfección. Su piel.

Y cuando todos sus dedos terminan de tumbarse en los míos, sonrío. Y ella lo hace cuando la miro, aunque añade un largo suspiro. Pobre Alba. Qué pesada que soy. Pero lo he intentado, ¿eh? Que conste que me he tirado los primeros cinco minutos arañando los reposabrazos con total tranquilidad y serenidad. Total tranquilidad, he dicho. Que os veo.

Ya estamos con los sustitos a traición, y ya tengo a mi mujer con el corazón acelerado y la respiración entrecortada. Ah, y la mano. Joder, la mano. Ni la siento de lo fuerte que me está apretando. Si es que no deberíamos de habernos metido en esta peli... pero Alba es muy kamikaze. En casa también lo hace, cuando Elena está dormida, claro. Se las descarga y las vemos arropaditas en el sofá. Ella muerta de miedo, y yo debatiéndome entre el disfrute de la tensión y el sufrimiento que me causa verla tan acojonada.

Como ahora. Ahora también estoy en esa balanza. Porque tengo a Alba tiritando en la butaca de al lado. Tirando de mi brazo entero cada vez que al puto niñato que se metió en el bosque le sale un loco con un arma. Y yo necesito protegerla. Puede parecer una tontería, esto no es más que una peli... pero lo necesito. Necesito calmarla.

—Ven aquí.

—¿Cómo me voy a...?

—Te cojo—le susurro, pero ella se burla con una carcajada—. Venga, ven.

—Nat, que estamos en el cine...

—¿Quién nos va a ver? —le hago mirar alrededor. Ni un puto alma en la sala.

—Vale—suspira, soltando mi reventada y sudada mano para cambiar su butaca por mis piernas. La abrazo por la cintura y ella me rodea el cuello, apoyando su cabeza en la mía. Huele a Alba Reche. Hoy también huele a Alba Reche—. Si te cansas me avisas.

—Tengo el máster hecho con tu hija.

—Pero ella no pesa lo que peso yo.

—Por ahí por ahí... la niña engaña—bromeo, y ella se termina de acomodar en mí.

Ahora sí. Ahora sí que siento todo su cuerpo sobre el mío. ¿No querías contacto? Po' toma, Natalia. To' pa' ti. Que no me estoy quejando, albayas. Todo lo contrario. Me encanta. Me encanta tenerla enterita sobre mí. Ay, creo que hasta me estoy poniendo un poco nerviosa.

Ahora sí. Ahora, cada vez que se asusta, mis brazos la tranquilizan. Mis dedos la serenan. Mis besos sobre su cabeza la protegen. En casa siempre lo hacíamos de esta manera... así que no pidáis que me adapte a unas butacas con unos reposabrazos gigantescos que nos mantienen separadas. Ni hablar. Tenemos que estar así, abrazaditas en una unidad de sillón. Porque es nuestra forma de "disfrutar" de las pelis de terror.

—¡No mires! —me grita, tapando mis ojos con sus manos.

Oigo una motosierra y al pijo del protagonista chillar como un condenado. Vale, vale, vale... no voy a imaginar lo que... Uf, la puta sangre. Mira, pencas, no hay cosa que me moleste más que las escenas sangrientas gratuitas que me cuelan por la cara en las pelis de terror. Coño, ¿por qué tienen que meter esas cosas? ¿Ese gore? ¡Si da mucho más miedo la sugerencia sutil, el sonido, la música...! ¡Ver chorros de sangre brotando no me aporta nada! Bueno, sí, mareos.

—¿Ya...? —pregunto al notar sus dedos alejarse de mi cara y el silencio volver a la sala.

—Sí, ya está—susurra, besando mi sien—. Vaya dos pencas estamos hechas.

—No valemos pa' ná—río—. Lo de las citas "normales" se va a quedar en un intento, Alba... siempre la acabamos liando.

—Mira que parecía fácil lo del cine... —suspira con falso cansancio, apoyando su frente en la sien que acaba de besar hace un momento. Giro mi cara y mis ojos caen automáticamente en su boca. Lleva un gloss muy elegante. Sin color, pero con un brillo muy bonito. Y aunque le queda genial, me encantaría quitárselo.

Me acerco lentamente, dándole tiempo para retirarse si es que quiere hacerlo. Pero Alba se queda inmóvil. Me espera. Me espera. Me espera... Y entonces me acaricia con lentitud el cuello, irguiendo mi mandíbula sutilmente hasta que su boca queda frente a la mía.

Adiós, albayas. Un placer haberos...


***


Sus manos en mis lumbares cada vez me aprietan más.

Su sabor se vuelve más intenso.

Su respiración más impaciente.

Suelto sus labios y arrastro los míos por su mejilla hasta caer en su cuello. Sus caderas se levantan bajo las mías antes de que yo haga nada.

Oímos gritos en la película, pero hace mucho que salimos de ella. Porque la parejita de la tercera cita no puede esperar a los créditos para decirse con besos cuánto se gustan. Cuánto desean seguir conociéndose.

Noto que se encoge cuando mi lengua absorbe la piel que cubre su garganta, y cómo retiene un gemido cuando la muerdo.

—Nunca lo hemos hecho en un cine, ¿no...? —susurra excitada.

—Ni lo vamos a hacer—me tenso automáticamente, saltando a mi butaca por encima del reposabrazos. Nat se ríe disimuladamente de mi gaypanic, y yo respiro hondo para tranquilizarme y poder responderle sin que me tiemble el pulso. Vamos, Alba, no dejes que te vacile así—. Esas cosas las dejas para tu amante. ¿No habíais quedado hoy?

—Te quiodio cuando me robas las bromas para usarlas contra mí...

—Ya lo sé.

¿Qué robo ni qué robo? Albayas, por favor, que tenemos una edad... Solo estaba... pues... jugando como una parejita en su tercera cita. Ya está. No pretendía ir más allá... ¿Que estáis deseando que...? Bueno, con calma...Yo también tengo ganas, pero cuando eso vaya a pasar quiero que sea especial. Llevamos mucho tiempo sin sentirnos de esa manera.

—Pero vuelve aquí, Albi... que solo era una broma—se queja. Su brazo sigue enredado en el mío. Tampoco creo que vaya a apartarlo. Mi sobona ha tenido bastante con aguantarse los primeros minutos alejada de mí.

—Si ya va a terminar... —suspiro, acariciándole el brazo para que se calle.

—Hostia puta, vas a tener que llamar a la grúa...

—¿Qué pasa?

—Me has dejado las piernas dormidísimas.

—Mira que te lo he dicho...


Después del horroroso final de la película (tampoco me esperaba nada bueno), y de que a Nat se le pase el hormigueo de las piernas, salimos del cine cogidas de la mano.

Y voy a ser un poquito Natalia aquí, me lo vais a permitir: no quiero que me suelte bajo ningún concepto.

Porque me encanta ir así con mi mujer a todas partes. Enganchadas, unidas. Yo tiro de ella, y ella tira de mí.

Lo echaba de menos. Mucho.

Pero ahora está aquí, lectores. Agarrándome otra vez. Acariciándome cuando le sale del corazón. Y acariciándola yo cuando quiero decirle que la amo.

—Mira—susurra, apretando nuestro agarre dos veces. Giro el cuello hacia la derecha y me encuentro con los recreativos del centro comercial. Está tan vacío como el cine. No son horas—. ¿Un billar?

—Buá, hace años que no jugamos... —recuerdo, y ella me pone un puchero.

Aquí donde nos veis éramos dos cracks jugando al billar. No nos ganaba nadie. Pues anda que no nos sacamos pasta apostando con la gente... Era una locura, albayas. El dúo invencible. Aunque he de reconocer que Natalia era mucho más viciada que yo. Era... la hostia. Daba gusto verla jugar. Era de esas que se montaban en la mesa y le daban al palito por detrás de la espalda. Sí, super sexy, para qué nos vamos a andar con tonterías... Pero, ¿cuándo no es sexy mi mujer? Si es que...

—Vamos, anda—acepto, y ella me besa la mano sin soltármela.

Natalia introduce la moneda y coloca las bolas en el triángulo. Lo ajusta en la posición y empuja la blanca para que llegue hasta mí. La pongo en el punto exacto y me retiro para agarrar bien el taco.

—Vas a tener que enseñarme—le digo sonriente. Nat está justo enfrente, al otro lado de la mesa, con sus dos manos apoyadas con chulería en el borde.

—Pero si eso no se olvida, Alba... es como montar en bici—ríe. Qué lentita está hoy. Menos mal que fue ella la que propuso lo de vamos a empezar de cero y olvidarnos de quienes somos—. Ah... Ah... voy, tercera cita, voy.

Rodea la mesa con media sonrisa y evitando mi mirada. ¿Estás nerviosa, Natinat? ¿Tú?

—Lo primero que tienes que saber es que solo puedes...

—Las reglas las sé. Jugaba en la Wii, con mi hija.

—¿Entonces?

Sí. Voy al grano. Jo, es que no tenemos mucho más tiempo hoy...

—¿Cómo se le da...? —me muerdo el labio, repasando la madera del palo con mis manos. A Natalia se le descuelga la mandíbula sin intención alguna por evitarlo y me gira para ponerme de cara a la mesa y de espaldas a ella. Puedo notarla muy cerca. La intuyo.

Y ahora la siento.

Sus manos se adhieren a mi cintura para colocarme a una distancia prudente de la bola blanca. Luego repasa mi brazo con tres dedos hasta agarrarme por la muñeca. Me dice al oído cómo sujetar el taco con la derecha, y mi piel se eriza al oír su voz tan cerca. Su voz, tan bonita y especial. Sus caricias, lentas y cariñosas. Ahora viaja con la misma suavidad por mi brazo contrario, aunque esta vez termina en mis dedos. Juega con ellos indicándome las distintas posiciones que existen, acompañando la explicación con un breve y titubeante susurro que más que ayudarme, me está desconcentrando. Menos mal que sé jugar y esto es solo un paripé, porque si no...

Me inclino sobre la mesa y mi trasero roza sus piernas. Giro mi cara y me encuentro lo que esperaba. Unos ojos que se salen de sus órbitas y una sonrisilla nerviosa. ¿Quién ha tenido un gaypanic ahora, albayas?

—¡Pero si le has dado a la primera! ¿Seguro que es la primera vez que juegas? —celebra cuando golpeo la blanca y rompo el triángulo imaginario, esparciendo las bolas por la mesa verde—. ¿O es por la buena profesora que tienes...?

—Sí, será eso. Venga, te toca.

Natalia achina sus ojos buscando su jugada antes de acercarse a la mesa. Lo tiene, ya lo tiene. Camina con decisión hasta la esquina opuesta a mí y se tumba sobre ella para dar un golpe efectivo. Qué irresistible se pone cuando se concentra.

Y mete tres bolas con un solo movimiento. Cabrona.

—¿Ves como esto no se olvida, Alba Reche?

—Podrías hacerte un poco la tonta tú también, que nos vamos a gastar el euro en dos tiradas.

—Guapa—susurra, dándome un pico cuando le da la vuelta a la mesa. Una vuelta que no era necesaria porque hubiera llegado antes por el otro lado... Si fuera una tercera cita de verdad creo que me asustaría, pero como son muchos años ya, me río y ruedo los ojos. Mi extra.

Y hablando de años... va tocando flashback, ¿no? Este sonido del taco golpeando la bola, el que hacen al entrar en la tronera, la imagen de Natalia sentada sobre la mesa de billar... Uf, son tantos recuerdos que...

Un momento, con Natalia habéis estado en nuestro primer día en el cine, ¿verdad? Vale. Pues da la casualidad que esa misma noche también tuvimos nuestra primera partida de billar... Así que continuaré por donde ella lo dejó. ¿Dónde os habéis quedado? Ajá... Pues viajemos hasta el momento en que salimos del cine:

—¿Vamos a tu caravana? —le pregunté al llegar a mi moto. No tenía muchas ganas de separarme de ella... Más o menos como hoy cuando me ha agarrado la mano así.

—Me encantaría, Alba, pero... ¿recuerdas el barecito que me dijiste el otro día? Tengo un micro abierto. Solo puedo cantar una canción, pero ya que me han dejado...

—¿Puedo ir contigo? —la interrumpí.

—Sí, claro, genial—dijo sorprendida, ilusionada—. Si no te lo he dicho porque como antes...

—No nos van a pillar—susurré, más valiente que de costumbre. Sería que me había dejado todos los miedos en la sala 4... qué mal lo pasé.

Odio las películas de terror. Pero como soy muy kamikaze, las acabo viendo con Nat. Sé que a ella le gustan, así que... Hago el esfuerzo (después de quejarme un rato). Vale, vale, tenéis razón... También es que me gusta pasar miedo. ¿Tiene esto sentido? No sé, soy bastante contradictoria en este asunto. Soy la típica que se pone la mano en los ojos y va abriendo los deditos hasta que acaba chillando... Tías, que me disperso, volvamos al flashback:

Llegamos al bar. Había estado allí un par de veces. Era un sitio muy amplio y muy oscuro donde la gente bebía alrededor de mesas altas, jugaba a los dardos, y disfrutaba de los espectáculos que se celebraban en un pequeño escenario.

—¿Un billar mientras esperamos mi turno? —propuso Natalia al ver que habían dejado la mesa libre.

—Pues... no he jugado nunca.

—Yo en Pamplona no paro. En casa tenemos una y... mis hermanos son unos picados. Llevan años intentando ganarme—rio—. Ven, te enseño.

Y se vino la misma escena que la del presente, solo que el gaypanic lo tuve yo, y no ella. El momento explicación acariciándome descaradamente. Socorro. Y luego mi tiro. Un churro. Estuve más cerca de sacarme un ojo que de darle a la bola. Normal, si es que con tanta baba no me enteré de nada.

—Alba Reche, Alba Reche... —cabeceó, abrazándome por detrás para agarrar el taco conmigo—. No es la fuerza, es la puntería.

Pam. Rompimos el triángulo imaginario y se desató una ola de tensión sexual que nos duró toda la partida. Secándome la boca y generando sudor en mi nuca. Natalia me comía con la mirada y me encendía cada vez que pegaba sus caderas a las mías para ayudarme a golpear. Uf. Uf. Uf...

Pero como si fuera una bola de billar más, Nat y yo mandamos a la tensión sexual por la tronera...

Refugiadas en una esquina tan oscura como el resto del local, nos besábamos con ansiedad. Yo apoyada en la columna, y ella agarrándome la cintura con una mano y sosteniendo una cerveza con la otra. Reíamos. Nos mordíamos. Matábamos el tiempo. Y la tensión de la partida. Pero Natalia decidió atacar mi cuello desnudo, yo intenté separarla por el cosquilleo que me provocó, y entonces...

Alguien la apartó de mí con violencia, y ella alzó las manos en son de paz, dejándose arrastrar.

—¡Ehhhhh, torero! —vaciló entre risas al ver a quien la empujó de esa manera: un chico de patillas marcadas y flequillo engominado hacia atrás. Camisa de Ralph Lauren y pantalón crema. Imagino que ya sabéis de quién se trataba...

Cayetano.

Mierda. Cayetano.

Y antes de que a mí me diera tiempo a decir una sola palabra, el puño de mi exnovio estaba en la nariz de Natalia.

Y la defensora del buen rollismo y la cero violencia le devolvió el golpe con una patada en los bajos.

Supongo que cuando alguien te ataca así, sin aparente motivo, nunca sabes cómo vas a reaccionar. Cómo vas a defenderte. Y... a mi pacífica Nat le salió dar una patada.

—¿Eres gilipollas, tío, o qué coño te pasa? ¡Que casi me partes la nariz!

—¡Pues ven aquí que te la reviente, puta bollera!

—¡¡Parad!! —grité yo, poniéndome en medio de los dos—. ¡Parad, joder!

—¡Eh, eh, eh! —agarraron a Cayetano, y yo escondí a Natalia detrás de mí. La gracia vino cuando reconocí a la persona que sujetaba a mi ex...

Era Marina. ¿Qué cojones? ¿Marina?

Yo temiendo encontrarme a los conocidos de mis padres, y va y me pillan mi hermana y mi exnovio. Pues ni tan mal, oye. Ni tan mal...

Mi suerte.

—¡¿Estás bien, Alba?! —preguntó preocupado, respirando con dificultad mientras forcejeaba—. ¡Te juro que la mato!

—¡No me estaba haciendo nada, Cayetano! ¿Te has vuelto loco?

—Cayetano... ¿tu Cayetano? —titubeó Natalia tras mi espalda. Yo asentí.

—Pero si te estaba... tú... —le tiritaban los ojos. Las manos. El corazón. Y yo negué con la cabeza. Solo fue un gesto, pero lo suficiente para que me entendiera—. Vale... —agachó la cabeza abochornado dándose cuenta de lo que estaba pasando—. Vale, estupendo—masculló, dándole una patada a un banquete mientras los del bar le silbaban.

Y me miró una última vez antes de marcharse: odio, dolor, y más odio. Una mirada que me dio rabia y pena a partes iguales. Joder, es que Caye había sido mi gran amor durante mucho tiempo...

—Alba... ¿qué...? —parpadeó incrédula mi hermana, incapaz de ponerle palabras a lo que había visto.

No paraba de observarnos como si fuéramos dos bichos raros. Sus ojos iban de Natalia a mí, y de mí a Natalia. Y yo, que estaba temblando más que durante la peli de miedo, me dejé arrastrar por su mano. Pero antes de alejarme demasiado, giré mi cuello y vi a Nat despidiéndose de mí con un puchero y un gesto de: no entiendo nada. Pobre...

—¿Qué hacías con él? —pregunté yo primero para retrasar un poquito las explicaciones que me iba a pedir.

—Devolverle las cosas que aún tenía en casa porque no le apetecía verte... ¿Y tú? ¿Me puedes decir qué estabas haciendo? ¿Quién era esa?

—Esa... Natalia...

—Natalia—se cruzó de brazos respirando airada—. ¿Quién coño es Natalia? ¿Me lo puedes explicar?

—Es... pues... es... la conocí en Estepona... —me encogí de hombros. Estaba sobrepasada.

—¿Pero estás con ella o qué? Porque te estaba metiendo la lengua hasta...

—No, a ver... fue... mi amor de verano, y... ahora de otoño...

—¿Qué coño me estás contando, Alba? ¿Estás liada con ella sí o no?

—Sí—me crucé yo también de brazos, armándome de valentía.

Había estado guardando a Natalia de todo el mundo como si fuera un gran secreto, y había salido a la luz sin mi permiso. Pero había salido. Era la realidad. Así que tenía que enfrentarme a ello, aunque yo no estuviera preparada aún para librar esa guerra... Porque Natalia y yo no teníamos nada todavía. Porque solo estábamos dejándonos llevar. Y porque era una chica. Y yo no sabía cómo iban a reaccionar los demás. Por eso ni siquiera se lo conté a mis amigos. Natalia era mi secretito oscuro. Uno que no quería revelar hasta que sintiera con seguridad que era lo que quería, si es que llegábamos a eso... Pero endurecí mi gesto y respiré hondo para afrontar la situación.

Marina parpadeó confusa ante mi confesión. No sé por qué le extrañaba tanto si me había visto con sus propios ojitos en plena acción... Supongo que necesitaba doble confirmación.

—Y... —se aclaró la garganta intentando reponerse. A ella también le había pillado por sorpresa todo esto.

—También me he acostado con ella, sí—escupí antes de que me lo preguntara—. Y muchas veces—añadí. Igual me vine demasiado arriba. Yo que sé, albayas, estaba muy nerviosa...

—A ver, Alba... —cerró los ojos rebajando un poco el tono—. Es que no lo entiendo... ¿Desde cuándo te gustan a ti las mujeres? ¿Por eso dejaste a Caye? ¿Es eso lo que te pasaba? ¿Por qué no me lo has contado antes?

—Eh... No sé si me gustan las mujeres, Marina...

He aquí Alba perdida Reche. No me había planteado mi sexualidad hasta aquella noche, cuando mi hermana me lanzó sin anestesia aquella pregunta. ¿Que me gustara Natalia... significaba que me gustaban las mujeres?

—Pues a mí me parece que Natalia lo es.

—Obvio que lo es. Lo sé perfectamente—reí molesta. Claro que sabía que era una mujer. Por eso la escondía. Por los demás. Lo que no había pensado era en mí. En lo que eso implicaba. ¿Era... lesbiana? (La bisexualidad no entraba en mis conocimientos, lectores)—. Pero... yo que sé, no he pensado en... No fui consciente de...

—¿Cómo no vas a ser consciente?

—Joder, pues porque me fijé en otras cosas más importantes, o no me importó, o yo que sé. Me gusta y ya está. Me da igual si es una chica o un extraterrestre, la verdad—traté de explicarme a la defensiva.

—¿Sabes qué pienso? Que haces todo esto para llamar la atención.

—¿Pero de qué estás hablando, Marina...?

—Dejaste a tu novio con el que llevabas ocho años de la noche a la mañana. Te enfadaste con papá y mamá porque decías que no te entendían, te has pasado un puto verano fuera y ahora... ahora me vienes con esto. Es que yo flipo contigo, tía.

—¿Y sabes lo que yo creo que te pasa a ti? Que desde que Damion se fue a Alemania se te ha subido a la cabeza el puestecito de hermana mayor—contraataqué.

—Pues perdón por defenderte, gilipollas.

—Marina...

—Es que llevas un año rarísima, Alba. Joder. Y yo te apoyo siempre, tía, me pongo de tu parte cuando a papá se le cruzan los cables, pero... Sales de una y te metes en otra peor cuando tú... tú nunca has dado problema para nada. Siempre tan callada, siempre tan obediente. Si casi que te saltaste la pubertad, joder. ¿Se puede saber qué mosca te ha picado?

—Estaba harta de lo de siempre... Solo quería vivir un poco. No daros problemas.

—Ya... no quieres dar problemas, pero te enrollas con esa tía en medio de un puto bar, Alba, joder, que te podría haber visto cualquiera.

—Esa tía me gusta. Y voy a seguir viéndola, me da igual lo que me digas—dije temblorosa. Estaba a punto de romperme.

—Pues como se entere papá te mata, tía. Te mata. Tú misma.

—No se lo cuentes, por favor. A papá no...

Y empecé a llorar. Me eché a llorar como una niña pequeña en el pecho de mi hermana mediana. Porque todo se me vino de golpe. Todo. Lo que había pasado durante ese año, los cambios que había experimentado en tan poco tiempo, la bronca de mi hermana, la mirada de Caye, las dudas en torno a mi sexualidad, Natalia...

Me había convertido en la bola del ocho al final de una partida. Y había demasiados jugadores intentando meterme en la tronera. Deseando que yo cayera.

—Eh, tranquila... —besó mi cabeza, arropándome con paciencia—. ¿Por qué lloras ahora?

—Por todo...

—Ay, Alba... Deberías contarme las cosas, que ahora soy la mayor... —bromeó haciendo referencia a mi absurdo ataque anterior, sacándome una risa gangosa—. Y no te preocupes por esa chica... seguro que es solo una fase, ¿vale?

—¿Qué?

—Cariño, que a veces nos confundimos... —cabeceó. Error, Marina, error... Error, o llevo doce años muy confundida—. Igual no eres lesbiana. No te preocupes.

—Pero Marina...

—Se te pasará. No eres la primera a la que le da por experimentar en la acera contraria—intentó animarme, frotando mi espalda—. Mi amiga Vero estuvo un par de meses con una tipa... madre mía. Dijo que fueron los mejores polvos de su vida. Pero ya está, fueron dos meses. Eso se pasa, Alba. Ha sido parte de tu rebeldía tardía...

—Natalia me gusta mucho... —titubeé insegura, enfrentando mis sentimientos a las palabras de mi hermana. Intentaba escuchar a mi corazón, pero... No sé, fue un momento un poco raro, albayas. Tenía demasiadas historias en la cabeza, y Marina siempre ha sido una figura muy importante para mí. ¿Por qué no iba a creerla? ¿Por qué no iba a pensar que igual sí que tenía razón y Nat solo era una etapa?

—¿Canta? —preguntó de pronto al verla subida en el escenario a través de las ventanas del bar. La gira Lacunza había llegado a la ciudad...

—Sí. Tiene mucho talento... Ven, escúchala.

Arrastré a duras penas a mi hermana hasta la entrada del local. Abrí la puerta y la obligué a entrar. La gente estaba saltando con el pegadizo estribillo de mi cantante favorita. Y Marina se quedó flipando al ver tanto ambiente en el bar. Boqueó y pestañeó, buscando mi mirada cuando los aplausos dieron fin a la actuación.

—¡Gracias, gracias! Muchas gracias. ¿Otra canción? No puedo, en serio. No, no me dejan... ¡Ah, que suba! ¡Vale, vale! ¡Venga, que el jefe se ha animado...! ¡Nos cantamos otra!

—Va a llegar a lo más alto—susurré con el labio mordido, y Marina intentó sacarme de allí. Del gran espectáculo de Natalia—. Espera, espera... deja que te la presente.

—¿Pero tú estás loca?

—Ahora sí... Un poquito—reí, forcejeando con ella.

—Que no me la vas a presentar, Alba. Mira, no se lo voy a contar a nadie, pero no me metas en esto, ¿vale? Nos vamos para casa que ya bastante hemos tenido...

Pues sí. Aquella noche habían pasado muchísimas cosas. Y mi corazón había tenido un viaje nada agradable en la montaña rusa más alta del planeta. Pero cada vez que miraba a Natalia sonreír sobre aquel escenario... la bola del ocho giraba y giraba alrededor de la mesa librándose de la tronera. Con Natalia yo me olvidaba de todo. Incluso después de un vaivén emocional como el que había sufrido. Incluso cuando ella solo llevaba dos meses y medio en mi vida.

Era mi ilusión. Mi gran ilusión.

—Es buena, es buena... —reconoció mi hermana, que se movía al compás de la música con los brazos cruzados—. Pero que cante bien no significa que esté a favor de esto... De verdad que creo que deberías cortar por lo sano. Es que no vas a sacar nada bueno de aquí...

Ejem, ejem...

—Me gusta mucho... Y eres la primera persona que lo sabe—dije con los ojitos acuosos todavía.

—¿Ni Julia...?

Negué con la cabeza. Ni mi mejor amiga, hermanita...

—Por favor, deja que te la presente... es importante para mí.

—Alba, joder.

—¿No te quedarías más tranquila si hablas con ella...?

Y gané, mamarrachas. Conseguí que se quedara y que conociera a la persona que tanto me había confundido.

—¡Alba! ¿Qué coño ha sido lo de...? ¿Has...? ¿Has llorado? —me preguntó preocupada Natalia al encontrarme entre la gente después de su actuación. Me acarició las mejillas y besó mi frente. Parecía asustada.

—Esta es mi hermana Marina—le cambié de tema. En parte para que se diera cuenta de que no estábamos solas.

Y ella esbozó una enorme sonrisa. Creo que le hizo mucha ilusión que le quitase un poquito de oscuridad al secretito en que la había convertido por prudencia y miedo... Pero albayas, era lo más razonable. Primero porque si mis padres se enteraban, a tomar por culo. Y segundo, porque ella y yo todavía no teníamos nada. Vale, sí, lo podía haber compartido con alguna amiga... Pero buá, era tan insegura.

—Hola, Marina, soy Natalia, ¿qué tal?

—Buá, muriéndose de ganas por conocerte—bromeé. No sé por qué. Estaba nerviosa.

—Es mentira, me ha obligado—respondió cortante, cruzada de brazos. Qué mala, tío.

—Ella también me está obligando a conocerte a ti, así que estamos empate—bromeó, guiñándole el ojo. Mi hermana rodó los suyos y resopló antes de estrecharle la mano.

—Ha molado. Lo de... —señaló al escenario.

—Ah, gracias, tronca—alzó su mano para que se la chocara, y Marina lo hizo. Luego me miró preguntándose por qué cojones había hecho eso—. ¿Queréis tomar algo? Mi gorrito invita—rio, sacudiendo las monedas que había en el interior del accesorio que siempre pasaba entre el público al terminar una actuación.

—No, nos vamos a casa ya, que es muy tarde—dijo mi hermana, aguando la fiesta—. Pero encantada, ¿eh? Encantadísima...

—Pero si nos acabamos de conocer ahora mismito, Marina, tía... —se quejó Natalia con ese tono medio suplicante y medio payaso que pone cuando alguien intenta huir de ella. Pasó el brazo por los hombros de mi hermana y volvió a agitar su propina—. Venga, Marina, una cervecita... ¿No irás a decirle que no a este gorro tan mono...? Mira cómo te sonríe...

—Vale, una—accedió, quitándole el brazo con hastío y mirándome con ganas de matarme. Ay, pobre hermanita... dónde la había metido.

Natalia nos dejó a solas para ir a por los botellines. Momento perfecto para preguntarle a Marina qué le había parecido así de primeras la chica que me confundía.

—Chulita y graciosilla... No es nada tu tipo, Alba.

—Eso pensé yo cuando lo conocí, pero...

—Pero folla de lujo, ¿no?

—Tía...—me escandalicé, y ella soltó una carcajada burlona. Volvió a mirarme esperando a que le contestara, y yo... Joder, qué vergüenza ajena. ¿Puedo saltarme esta...? Vale, vale... Supongo que si Natalia os cuenta sus escenas bochornosas de cuando era una chulita-playa, tengo yo que dar la cara también...—. A ver, Marina, tú... ¿sabes lo que es un multiorgasmo?

Y mi hermana empezó a descojonarse de mí sin ningún reparo. Yo, roja cual tomate. Ahora también lo estoy, por cierto. ¿Se puede ser más inocente? Ay, Albita de 2007...

—Te amo, Alba. Te amo. Te juro que te amo—seguía partiéndose de risa, aunque abrazándome por los hombros.

—Jo... para ya...

—Ay, Alba, es que no sé. Es todo tan surrealista...

Y dale la burra al trigo... Qué mujer más cabezona. Sale a mi padre. ¿Mi hermana? Mi padre 2.0. Aunque bueno, con mejoras muy necesarias... Ya sabéis por dónde voy. Pero en lo que respecta a darle vueltas a un mismo temita y a intentar llevarlo por donde ella quiere... Clavada a mi padre.

—Así que ahora estás aquí porque mi hermana puso una chincheta en tu mapa... comprobando si hay algo más en esa súper conexión vuestra... que te deja en blanco, te pone nerviosa... Ajá... —intentaba entender la historia Marina. Ella sí que estaba confundida, albayas. Menudo rato pasó para enterarse bien de cómo surgió todo lo nuestro. Tampoco vamos a culparla a la pobre. Los inicios de nuestra relación no fueron muy típicos que digamos.

—Eso es—sonrió orgullosa Natalia, besando mi mejilla. Y Marina horrorizada, claro.

—Alba, ¿por qué no vas al baño antes de irnos?

—Pero si no tengo gan... —me callé. Bueno, la mirada de mi hermana lo hizo. Y yo le hice caso, dejando a la pobre de Natalia a solas con su futura cuñada.

Recalquemos lo de pobre.


***


—¡¿Qué mierda haces?! —chillo dolorida cuando Alba me da un pellizco retorcido en el brazo. Joder, qué puto dolor.

—Es que necesito que cuentes una parte de mi flashback...

—¿Qué? ¿Qué hablas? Ay, Alba, cómo duele... Te has colao'.

—Pues porque yo no estaba en esa escena... Sé lo que pasó, pero no estaba.

—¿Cuál? Estoy perdida.

—Después del cine y el billar, la noche en la que conociste a mi hermana.

—¿Cuando me di de hostias con Cayetanito?

—No, más adelante—sonríe, buscando mi brazo para darme otro pellizco. Suerte que esta vez sé a lo que va y me da tiempo a apartarme.

—Ah, cuando te fuiste al baño... Vale, vale, vale... Me has dado el pellizco para invocarme ese...

—Estás cortísima hoy, ¿qué te pasa?

Ahora todo tiene sentido, albayas. Para vosotras también lo tendrá, tranquilas. Solo tenéis que ser pacientes. Sus muertos, cómo me ha dejado el brazo...

Bueno, mamarrachas, yo pensé que no os iba a ver más en este cap, pero aquí estamos otra vez. Culpa de mi mujer, lo siento, yo tampoco tenía ganas... ¡Que es broma! Si me lo paso genial con vosotras. Anda, venga, ponerse el cinturón que tengo que terminar el flashback de aquella noche antes de que acabe el capítulo.

—Bueno, pues yo... voy a...

—Tú te quedas aquí quietecita—me dijo Marina cuando yo intenté escaparme. Por lo que habíamos hablado, por cómo había reaccionado a la historia que Alba y yo le habíamos contado... intuí que no estaba muy entusiasmada con nosotras. Y de ahí mi intento de huida—. Voy a ser breve pero muy clara. Mi hermana lleva un año perdidísima...

—Ya, ya... lo del novio y... sí, tus padres. Movida gorda, ¿no?

—Sí. Y ahora tú, lo que nos faltaba ya para montar la tercera guerra mundial en mi casa...

—Pero que no tienen por qué enterarse... Si tampoco tenemos nada serio... Estamos conociéndonos.

—Sí, sí, el amor de otoño... —cabeceó. Muy bien, Marina, habías prestado atención a nuestra historia—. Mira, Natalia, esto que tienes con mi hermana, me da igual como lo llaméis, seguramente dure un rato. No te sientas mal, pero es que... No, mi hermana no es así. No es de esas. Está en una etapa de rebeldía... y te ha visto a ti, con tus tatuajes, tus aires de libertad, tu alucinante vida en caravana... Y cuando se le pase la racha, te mandará a paseo.

—No me importa.

Y lo decía completamente en serio, pencas. Es verdad que seguía empeñada en que entre Alba y yo había algo muy fuerte, pero tampoco sabía a dónde nos iba a llevar. Ni me preocupaba. Todavía no. A mí me importaba más el presente, el ahora (de entonces). En los sentimientos y emociones que ambas nos provocábamos. Ya me estuviera utilizando como vía de escape como decía Marina, o porque de verdad le gustaba. Por eso estaba en Sevilla. Por eso había estancado mi gira allí. Para estar con ella y seguir indagando en nuestra conexión.

—Bueno, yo te lo advierto... Porque tú estás aquí por ella y... no sé, igual estás perdiendo el tiempo.

—Vale, gracias por pensar en mí.

—No te vas a marchar, ¿verdad?

—No. Y no me vas a convencer. Lo digo porque igual... estás perdiendo el tiempo.

ZASCA, ZASCA, ZASCA.

—Muy bien. Pues entonces te voy a decir otra cosa—se acercó a mí, cambiando el tono amenazante por uno de sugerencia—. He visto cómo te mira, Natalia. Y cómo se ríe contigo. Hacía meses que no la veía tan feliz... Le gustas mucho.

—¿Entonces? ¿Por qué me pides que desaparezca?

—Porque esto le va a complicar la vida, joder. Por una aventurilla contigo que va a durar tres días puede liarse muy gorda... Pero como no estás dispuesta a marcharte, ni ella está dispuesta a dejar de verse contigo...

—¡Ahhhhhhhhhhhh! —grité cuando aquí mi cuñada favorita me metió un pellizco y lo giró como si fuera el puto botón del horno.

—...Mientras le dure la tontería vas a quedarte con ella. Si son tres días, cuatro o cinco. Le vas a dar alegrías solo, ¿de acuerdo? Y como se te ocurra romperle el corazón te prometo que no vas a tener chinchetitas en tu mapa para esconderte.

—Ahhh... ahhhh.... ¡Para!

—¿Te queda claro?

—Que sí, joder, ahh...

—Si mañana sigues en esta ciudad, te quedas hasta que ella se de cuenta de la gilipollez que es esto y te diga chao chao. ¿ESTAMOS O NO?

—Sí, sí, suelta, suelta...

—Y otra cosita. Cuando queráis quedar, o lo hacéis a escondidas, o fingís que sois amiguitas, porque como mi familia se entere de esto...

—Lo que tú digas, de verdad, pero suéltame... —supliqué agonizando.

—¿Nos vamos? —apareció Alba para salvarme. Menos mal. Marina me soltó rápidamente y yo me acaricié mi dolorido brazo con las lágrimas saltadas.

—Sí. Le decía a Natalia que tengáis más cuidado cuando vayáis a quedar...

—Ah... vale—sonrió ilusionada ella, creyéndose que habíamos tenido la conversación más cordial del mundo. Super cordial, vamos. ¿O es que no lo habéis visto? Ts. Pero bueno, para Alba aquella frase de su hermana significaba que aprobaba nuestro rato.


¿Pero tendrá cara? Está descojonándose en el presente. Sí, estaba conmigo en el flashback. Marina y yo le hemos contado muchas veces esa conversación, pero no es lo mismo presenciarlo, claro. Y la chica lo está gozando.

—Que sepas que sigo contigo para no sufrir otro pellizco—bromeo—. Puta Marina, chaval. Vaya manera de presentarse.

—Pobrecita mi Nat... —sigue riéndose, burlándose. A mí no me hace gracia ninguna. Qué mal lo pasé.

—Todavía no se lo he perdonado, ella lo sabe.

—Estaba intentando ejercer de hermana mayor... no seas tan dura. Ahora te adora.

—Damion se hubiera tomado tres cervezas conmigo y tan contento... Los Reche sois muy extremistas conmigo. O me odiáis o...

—Yo soy el extremo del amor—ríe, recordando de nuevo toda la escena. Cómo me gusta verla tan feliz. Aunque sea a costa de mi dolor—. Oye, venga, me voy que vas a llegar tarde a recoger a Elena.

—Nos vemos en la próxima cita, guapa.

—Al fin lo has pillado—rueda los ojos. ¿Tan lenta he estado hoy?

—Oye... ¿También voy a ser tu secretito oscuro esta vez?

—Mh... puede—ríe, dándome un pico antes de abrir la puerta.

—Me gusta.

—¿El qué? ¿Ser mi secretito?

—No, el beso. Ha sido muy... doméstico.

—Pues toma otro—sonríe, uniendo sus labios a los míos antes de salir del coche—. ¡Chao!

—¡Adiós, amor! Y adiós, albayas. 

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