Ohana - (1001 Cuentos de Alba...

By albxlia69

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Natalia desordenó mi vida. Y Alba Reche ordenó la mía. Historia extraída de 1001 Cuentos de Albalia. Puede co... More

1. Un miércoles de mierda
2. Unas vacaciones de clase media
3. Un sábado cualquiera
4. Un vino blanco y Alba Reche
5. El alucinante show de Natalia Lacunza
6. Jugando al escondite
7. El ruido que necesita
8. El verano que nos conocimos
10. Los primeros días
11. En las buenas, en las malas y en las peores
12. Septiembre siempre llega
13. La aventura de ser mamás
14. Saltarse las normas
15. ¡Grabando!
16. Mi secretito oscuro
17. Una oportunidad de oro
18. Nuestra primera vez
19. Las cuatro estaciones de Vivaldi
20. Noches de confesiones
21. La hematofobia
22. El sonido ambiente
23. La Alameda de Hércules
24. La droga del amor
25. Siempre vuelve
26. Mudanzas
27. Promesas
28. Mi Navidad eres tú
29. Buscando a Elena
30. Un amor para toda la vida
31. Un amor para toda la vida (II)
32. Un regalo de capítulo
33. Como dos hermanas
34. Consejeros matrimoniales
35. Hablemos de educación
36. Hablemos de sexo
37. Pompas de música y amor
38. El niño mimado
39. Mi metrónomo
40. Mami Albi
41. Todo
42. Pesadillas
43. El padre de ella
44. Los espacios
45. Mi orden desordenado
46. Otras alas
47. Una canción para la espera
48. El silencio
49. La hora del baño
50. La boda de su hermana
51. Los Reche y yo
52. La culpa
53. La magia del cine
54. 5.000 euros
55. Felicidades, bichito
56. Sueños que se rompen y sueños que despiertan
57. Espejito, espejito
58. Como dos adolescentes
59. The show must go on
60. Las dudas
61. Antes y después de decirnos sí
62. Vulnerables
63. Estrella
64. La caravana
65. El tiempo
66. El Mi arbar
67. Siempre sí
68. Una cuestión de fe
69. El fin de una gira
70. Una gran historia de amor
71. Hablemos de conciliación laboral y familiar
72. La enfermera Reche
73. ¿Quieres casarte conmigo?
74. Instinto maternal
75. La lluvia en Sevilla es una maravilla
76. Los pestiños de la Rafi
77. Lo que le dije aquella noche
78. Hablemos de futuro

9. La madre de ella

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By albxlia69

A veces uno no valora lo que tiene.

O no lo suficiente como debería.

Hasta que la realidad te golpea y te hace abrir los ojos.

A mí me acaba de pasar algo así. Por eso, en vez de aprovechar el descanso en tomarme un café y sentarme a respirar, estoy llamando a mi madre. Sí, aquí, en la sala de enfermeras. No podía esperar a terminar mi jornada.

—¿Sí?

—Hola, mamá.

—Alba, hija, buenos días, cariño.

—Buenos días.

—Dime.

—Eh... no, no te llamaba para nada—suspiro, y ella también lo hace.

—¿Cómo llevas lo del avión? ¿Sigue habiendo mucho jaleo por ahí?

—Sí...

—Cariño, ¿estás bien?

—Sí, sí—río, intentando no preocuparla. Intentando sonar como si no acabara de abrazar a una chica que ha perdido a su madre en el accidente.

—¿Por qué no cenas esta noche con nosotros?

—Me parece una idea genial, mamá—sonrío. Es justo lo que necesitaba—. Además, tengo que ir igualmente porque...

—Sí, ya, ya. Natalia me ha llamado antes—me interrumpe—. Nos va a dejar aquí a la niña dentro de un rato porque tiene el tren a las tres, no te preocupes, lo tengo controlado.

—Ah, bueno, vosotras a lo vuestro—bromeo.

Quizás la frase más repetida de este fic sea: hace tanto tiempo que... Pero lo siento, albayas, la voy a volver a usar. Espero que me lo perdonéis. Hace tanto tiempo que no veo a esas dos interactuar, que ni me acordaba de lo bien que se llevan. A ver, sí, son suegra-nuera... pero os aseguro que hay mucho amor y cariño entre mi madre y Natalia.

Aunque bueno, no siempre fue así, y de eso algo sabéis.

Ya os dije cuando os presenté a la Rafi que ella es la "responsable" de que nuestro drama familiar no acabara en un caso imposible de resolver. Ya me entendéis, el rollo de que no tragaban a Natalia, y algunas cositas que todavía no sabéis. Pues bien, después de pasar por una de esas épocas en las que prácticamente no les dirigía la palabra (a mi madre a veces, pero a escondidas de mi padre), la Rafi nos propuso a Natalia, a su marido y a mí que nos reuniésemos unas dos veces al mes.

Yo no estaba muy de acuerdo. Llevar a mi chica a su casa solo me traía problemas, discusiones. Momentos incómodos, en definitiva. Pero ahí estaba la Rafi, la mujer dura que mantiene la familia en pie. Ahí estaba para obligarnos a permanecer unidos por mucho que chocaran nuestras ideas e intereses.

Muchas veces he metido a mi madre en un saco que no le correspondía. Eso es, mamarrachas... Veía a mis padres como a un pack de zumitos indivisibles del mismo color y sabor, y bueno, eso me llevaba a pensar en los dos como un todo. Cuando mi padre decía algo que no me gustaba, también me enfadaba con ella.

Y eso no era justo.

De hecho, si no fuera por mi madre, estoy segura de que ni me acercaría a mi padre. Gracias a ella ahora tenemos una relación más o menos estable, con sus más y sus menos, claro, ya nos visteis en plena acción el otro día... Pero mejor esto que perder el contacto definitivamente.

Es verdad que las primeras veces de esas comidas familiares eran muy raras. Por lo general, permanecíamos en silencio un buen rato hasta que la Rafi y yo entablábamos algún tema en el que pudiera participar Nat. Luego mi padre hacía una de sus muecas desaprobando cualquier cosa que añadiera mi novia, y mi madre le regañaba con la mirada. Todo muy tenso, sí. Pero al menos estaban haciendo el esfuerzo (uno más que el otro) de conocer a Natalia. De aceptarla.

Y diréis, ¿por qué nos cuentas esto, Alba? Pues para poneros en contexto antes de entrar en el flashback. ¿Que a dónde vamos? Al momento exacto en que Natalia y mi madre empezaron a llevarse bien. Porque a partir de ese instante, nuestra relación con ellos dio un vuelco.

—No tengo ganas de aguantar a mi padre—bufé en el ascensor que me llevaba a la casa donde había pasado toda mi infancia y adolescencia. Bonitos recuerdos, sí. Qué pena que luego las cosas se torcieran tanto.

—Pues anda que yo.

—Lo siento.

—Era broma, Albi—sonrió Natalia, besándome en la mejilla y rodeándome la cintura.

—Me da mucha rabia que sean así... con lo bien que me tratan tus padres a mí—chasqueé la lengua.

—Bah, sabes que me da igual—intentó calmarme, aunque no ayudó mucho—. Venga, Alba, le prometiste a tu madre que lo intentaríamos. Dales una oportunidad... Son tus padres, no tienes otros—susurró—. Por desgracia.

Mi payasa, siempre con un oportuno chiste para arrancarme una sonrisa.

—Dame un beso, anda—le dije yo, girándome para buscar su boca antes de que el ascensor se abriera.

—Hostia, qué rica estás hoy—gimió—. Ven aquí otra vez, mhhhh.

—Nat... —reí yo, dejándome llevar por sus labios, aunque las puertas se estuvieran abriendo. Pero antes de que pudiera separarme de su boca para salir al rellano... ¡No, no nos pillaron! Fallo, albayitas. Mi novia pulsó el botón número nueve del ascensor—. ¿Qué haces?

—Un paseíto—gruñó, mordiendo mi labio inferior y empotrándome contra el espejo. Qué tonta que podía llegar a ser a veces... Y yo no me quedaba atrás, ¿eh? Que era la primera que le seguía el rollo. Qué jóvenes éramos...

Y después de ese subir de plantas tan gratuito pero placentero, no vamos a negarlo, bajamos de nuevo al 2º, el piso en el que vivían mis queridos padres. La ironía, ejem.

No era nuevo para nosotros pasarnos los primeros diez minutos de la comida oyendo únicamente el metal de los cubiertos chocando contra los platos, o el sonido que hacían los vasos al apoyarlos en la mesa. Qué tenso, qué tenso. Ni el subidón del ascensor podía ayudarme...

—Natalia, ¿te gustan?

—Sí, sí. Están buenísimas, Rafi—aseguró ella, que al atravesar la puerta del 2ºB se transformaba. Os lo juro. Me parece muy gracioso porque venís del otro capítulo en el que parecía una hippie muy sobrada... y aquí... Bueno, no hace falta ni que os lo diga, ¿verdad? Sabéis leer entre líneas.

—Si no te gusta algo me lo dices y te planto un huevo frito. No te vayas a cortar conmigo. Mira, el novio de Marina es que es súper delicao'. Nunca acertamos con él, así que yo estoy más que acostumbrada—rio mi madre.

—Pues yo me lo como todo, Rafi. Para la comida no doy problema.

—Lo que hace el pasar hambre—refunfuñó mi padre, haciendo que Natalia bajara la cabeza algo incómoda. Como sabéis, el estilo de vida que llevaba mi loquita cuando la conocí no era muy normal. Y aquí el señor Rafa siempre tenía que sacarlo a relucir. No, a ver, no es que mi mujer llegara a los límites de la pobreza... pero mi padre lo usaba a su manera. Suerte que mi madre ese día estaba especialmente entusiasmada con nuestra visita, y aunque yo no pude verlo, noté que le dio una buena patada en la pierna para que arreglara lo que había dicho—. Yo cuando estuve en la mili... también pasé penurias. Por eso ahora lo valoro todo mucho más. Están mu' buenas las lentejas, Rafaela.

—Gracias—sonrió triunfal, mirándome para buscar su premio. Yo le dediqué la complicidad que pude con una mueca amable, una que no quedara demasiado descarada. Creo que me entendió—. ¿No te ha salido nada de lo tuyo, Natalia?

—Que va, sigo currando en el bar. Pero bueno, no desisto—rio tímidamente—. Alguna tarde libre la dedico a tocar por ahí, conocer a otros artistas... ya sabe. Moverme por el mundillo.

—¿En terrazas?

—No, no. En la calle—comentó con naturalidad, y mi padre abrió los ojos disgustado. Gilipollas.

—Ah... en la calle—repitió mi madre, que encajaba las noticias de otra forma: con lentitud y falso disimulo—. Bueno, está bien—dijo nerviosa. Era la típica frase que soltaba cuando no podía decir la verdad, haciendo que inevitablemente, mis alarmas saltaran.

Es que no podía contenerme, albayas. Me daba mucha rabia que juzgaran todo el tiempo a Natalia. Me molestaba que no la vieran como yo. Debajo de todo lo que a ellos no les parecía... "correcto", se escondía una mujer maravillosa que, por culpa de su estúpida visión de las cosas, no conseguían descubrir. Y también odiaba que la hicieran sentir mal. A ver, que Nat nunca me lo dijo directamente, ni creo que le hicieran especial daño personal. Era otra cosa distinta. Sabéis que a mi mujer lo que piensen de ella le importa tres pimientos. Pero sí que le causaban otro tipo de dolor. Se sentía culpable de mi mala relación con ellos. Una vez me dijo que sentía que no era suficiente para mí... Ella, Natalia Lacunza. Sí, la subidita del paseo marítimo. Pf, sinceramente, creo que lo decía por toda esta historia de mierda. Por mis padres.

—Se acerca la feria—dije yo para intentar disipar el humo apestoso que se había creado en el ambiente.

—Ay, ni me hables—se cabreó mi madre con su usual desparpajo—. Estoy enrritá con el grupo que viene a tocá a nuestra caseta.

—Ofú, Rafaela, ¿qué culpa tendrá el pobre hombre de haberse caído por la escalera?

—¿Que qué? —me preocupé yo.

—Po' lo que oyes. No se podía haber caído después de la feria—dio un porrazo en la mesa. Peculiar mi madre, ¿eh? Sí, bastante—. Que nos ha dejao' sin sevillanas, Alba, ¿te lo puedes creer?

—A ver, pero, ¿qué ha pasado?

—Ná, que tuvo una caída tonta por las escaleras y se ha partío' la mano izquierda. Y nosotros con el contrato cerrao'. ¿Ahora qué? Tenemos un cantante a capella, ea. Mira tú qué feria más animá...

—¿Y no puede tocar él? —se metió Nat.

—Que va, ese no tiene ni idea—contestó mi madre—. Llevamos toda la semana buscando un guitarrista que lo acompañe, pero es que los que hay, o están cogidos, o nos piden una milloná. Pero es que claro, normá, con lo poquito que falta pa' la feria los precios se disparan. Y más si tenemos un cantante suelto, que se tiene que adaptar al repertorio y ensayá y tú sabes esas cosas como son. Un jaleo, un jaleo mu' gordo—se enredó en su explicación, como siempre le pasaba, y a mí, lo siento por ella, me estaba haciendo mucha gracia. Por su forma de expresarse, por el drama que tenía montado, jo, no porque se hubiera quedado sin grupo de sevillanas... Pobrecita mi madre. Sin recochineo ninguno.

—Yo puedo hacerlo.

Tachán. Ni os digo quién dijo aquello, ¿verdad? Exactamente. Mi súper novia. A mi padre se le cayó la cuchara en el plato, menos mal que estaba medio vacío ya y no salpicó en exceso. Mi madre se limitó a abrir los ojos mucho y a parpadear como si tuviera un tic de nacimiento. Y yo giré mi cabeza hacia ella preguntándome si alguna vez en la vida había tocado una sevillana.

Y no. Obviamente no lo había hecho.

—¿Pero tú sabes tocar sevillanas? —preguntó mi padre en un tonito despectivo. Anda, habíamos pensado lo mismo por una vez.

—No, pero puedo aprender.

—Cariño, falta menos de un mes para la feria—le dije yo, antes de que llevara a más aquella tontería y tuviera que comerse sus palabras.

—No pasa nada. Es música, ¿no? Además, me gustan los retos—sonrió con seguridad.

¿Te gustan los retos? ¿O pelotear a tus suegros? Bueno, vale, menos risas que la pobre se estaba esforzando mucho porque los cazurros de mis padres la aceptaran.

—A ver, la verdad es que nos harías un favor mu' grande, Natalia... —empezó a sonreír mi madre.

—¿Podríamos hablar con el guitarrista para que me diera algunas clases? Si tiene la mano derecha bien me puede enseñar el ritmo, que es lo más complicado. Y bueno, si me pudiera dejar su guitarra... sería genial. No creo que mi acústica sirva para esto —suspiró nerviosa. Creo que ahí fue cuando se dio cuenta de donde se estaba metiendo. Si es que tenía la lengua muy rápida. Uy, ya estamos. No, cerdas, no. Bah, paso de vosotras.

—Claro, sí, estará encantao'—contestó la Rafi—. Pero... ¿estás segura, Natalia? ¿Harías esto por nosotros?

Pues claro que lo estaba diciendo en serio, mamá. Si la conocieras como yo, sabrías que cuando pone ese tono de voz y te mira con esa seguridad no miente. Por muy loco que sea lo que diga, no miente.

—Somos medio familia, ¿no? —se encogió de hombros de manera adorable. Y eso le encantó a mi madre, porque no hay cosa que a ella le guste más que un lazo de sangre.

—Ay, ay, ay—palmeó la Rafi, más contenta que unas castañuelas. Mira, nunca mejor dicho—. Vamos a llamarlo, espérate.

—Rafaela, las lentejas—le recordó mi padre, pero ella ya se había levantado con su emoción dispuesta a telefonear rápidamente al lesionado guitarrista—. Una pamplonica tocando sevillanas, lo que me faltaba por ver—se mofó él, pero Natalia esa vez no bajó la cabeza. La mantuvo altiva, desafiante. ¿Por qué? Porque ya planeaba un dar un buen golpe en la mesa... o un guitarrazo, mejor dicho.

¿Y qué pasó?

Algo horroroso.

Dos semanas intensas de Mírala cara a cara que es la primera y otros grandes éxitos de Raya Real en bucle. Y como teníamos un piso de mierda, yo no podía huir de las sevillanas ni cambiando de cuarto. Qué pesadilla, albayas, qué puta pesadilla. Es que hasta estaba feliz de tener que irme al hospital para hacer las prácticas, de verdad. ¿Y cuando Natalia trabajaba? Más contenta todavía.

—Nat, por favor, para ya.

—¡De agüjeritos, te viá comprá unas bragas, de agüjeritos, pa' cuando tú te agaches, te entre el fresquito!

—¡NATALIA LACUNZA!

—Jo, lo siento, cariño, tengo que ensayar para la feria.

—Llevas cantando la misma canción tres putas horas seguidas necesito un respiro—le pedí de carrerilla, casi en forma de amenaza. Y ella me puso un pucherito adorable con el que me pidió perdón—. Solo tienes que tocar, no hace falta que cantes...

—Ya, pero me es más fácil para coger los ritmos. Aún no los tengo interiorizados—se excusó, soltando la guitarra prestada en nuestro sofá. Luego corrió hasta mí para abrazarme con su mueca de perrito abandonado a la que no podía resistirme.

—Te quiero mucho, Nat, pero tengo que reconocer que me he imaginado varias veces destrozándote esa guitarra en la cabeza.

—Es lo más bonito que me has dicho nunca, mi amor—bromeó, dándome mordisquitos en el cuello—. Muerta de un guitarrazo, mi sueño.

—Tonta—le susurré, rascándole la nuca—. Muchas gracias.

—¿Por qué?

—Por esto.

—Pensé que estabas harta de las sevillanas—sonrió, abandonando mi cuello para apoyar su frente en la mía.

—Sé que estás haciendo todo esto para comprar a mi madre.

—¿Comprar? Esa es una acusación muy grave, Alba Reche—sonrió contra mi boca—. Yo prefiero llamarlo: técnica avanzada para conquistar a suegras sevillanas.

—Eres una idiota.

—No sé si seré una idiota, pero quiero que te dejes de estupideces con tu familia y os llevéis bien—se puso seria de pronto, cosa que la verdad, no me esperaba—. Tampoco sé si tocar tres sevillanas en una caseta me va a convertir en la pareja perfecta e ideal que soñaban para ti. De hecho, lo dudo—bufó—. Solo vi que era una buena oportunidad, Alba. Para que me conozcan un poco mejor, para que vean que no soy tan mala—rio irónica—. Y no, no quiero comprar a tu madre... bueno sí, un poco—reconoció bromista—. Pero para que lo nuestro no sea una guerra que te separe constantemente de ellos. Estoy harta de verte sufrir por esto. Haces como que te da igual, pero no es verdad. Los echas de menos.

Tenía razón.

Y la sigue teniendo ahora, años después. Porque mientras ella no ha estado conmigo, soltándome ese tipo de discursos, yo he vuelto a ser esa Alba que estaba con un escudo contra las personas que más la quieren en el mundo. Vale que mi padre no haya cambiado mucho... pero la Rafi... Joder, la Rafi no es como él. Puede que a veces tenga un carácter demasiado fuerte, o me meta caña con la niña, o me riña como si tuviera 5 años... pero ella lo hace por mi bien. La Rafi es la que le para los pies al ogro de mi padre, la que defiende con uñas y dientes a mi familia, incluyendo a Nat, a quien desde hace mucho quiere con locura, aunque yo sea una estúpida y se me olvide.

¿Las sevillanas funcionaron, entonces? Sí, albayas... pero no inmediatamente. Ojalá aquel drama se hubiera solucionado con una simple feria. Pero fue un paso, un empujón, mejor dicho. A partir de ese día, ya os lo dije antes, mi mujer y mi madre empezaron a congeniar. Y yo feliz. Aunque como veis, soy una estúpida y no la valoro como debería, fijándome demasiado en lo malo, culpándola por tonterías de mi padre, y olvidando que todo lo que hace, lo hace por mí.

—Te quiero, mamá.


***


—¡Hola abuela! —exclamamos al unísono mi hija y yo cuando la Rafi nos abre la puerta.

—¿Dónde está lo más bonito del mundo entero? —grita ella, quitándome a Elena de los brazos.

—Te has equivocado, soy yo—bromeo.

—Ven aquí—sonríe mi suegra, agarrándome la nuca para dejar un conjunto de besos muy sonoros en mi mejilla—. Tu madre, qué tonta es, ¿eh?

—¡Tonta! —me vacila mi hija, que inmediatamente se posiciona en el equipo de su abuela. Maldita pelota, ¿habéis visto qué rápido me traiciona?

Bueno, pero a su abuela también, porque nada más pisar el suelo corre hasta su abuelo, que la recibe con un fuerte achuchón.

—¡Hola, Rafa! —le saludo al entrar, y él, sin levantarse del sofá, sube el brazo como saludo y sin mirarme. Dos tipos de persona: la Rafi y el Rafa. Los rifirrafes.

¿Cómo os lleváis vosotras con vuestros suegros, albayitas? Como veis, yo tengo el juego medio pasao'. Un rifirrafe, je. Tengo todas las estrellitas de la Rafi, pero en el mundo Rafa me comen los zombies. Y no os creáis que he desistido, ¿eh? De vez en cuando intento echar una partidita... por ejemplo, una vez le invité al Betis. Al campo, al campo, como debe de ser. Qué mala suerte que el Osasuna le metiera cuatro goles y que también yo tuviera la culpa de eso... Game Over, Natalia, Game Over.

—¿Has hecho lentejas? —detecto inmediatamente, poniendo una cara de placer que no puedo contener. Pf, es que ojalá a través del fic pudiera daros a probar un plato de la Rafi. Yo le daba tres estrellas michelín, o como se diga.

—Sí, ¿quieres un poquito?

—No, no, si me he hecho un bocadillo para el AVE—insisto. A ver, me da cosa. Sé que ahora Alba y yo volvemos a... bueno, que parece que estamos... bah, ya me entendéis. El caso es que, desde que nos distanciamos, intento no estar demasiado con su familia. Es una tontería, ya lo sé. Y a la Rafi poco le ha importado, creedme. Me ha ayudado mucho. Con la niña, con mi sufrimiento... Pero no sé, a mí me da... pues eso, cosa. Siento que estoy invadiendo el espacio de Alba de algún modo.

—Anda ya, un bocadillo te vas a comer. Eso ni es almuerzo ni es ná. Siéntate ahí que te voy a traer un plato.

—Que no, que no, de verdad—me niego con una sonrisa, aunque sé que cuando batallo con mi suegra, soy yo la que tiene las de perder. ¿Qué tendrán las Reche que siempre me acaban ganando?

—¡Que te sientes, he dicho! —me chilla, y yo me dejo caer en la silla.

—La abuela te ha regañado—se ríe Elena, susurrándome al oído.

—Y a ti también te voy a regañar como no te comas el plato entero—le advierte al escucharla, y entonces mi hija se tensa. Mi suegra lo mismo puede ser un sargento militar, que una abuelita adorable. Es la puta ama, resumidamente—. ¡Natalia! ¡Tengo otra cosita pa' ti! —deja caer desde la cocina.

—¡No me digas eso! —me sorprendo, abriendo los ojos. Como sea lo que creo que es... me muero—. ¿CHICHARRONES?

—¡Y bien calentitos! —chilla emocionada, poniéndome los dientes larguísimos.

Cómo me mima mi suegra, joder. Ella y yo nos entendemos muy bien, y hemos forjado una relación un poco... dejémosla en atípica.

Es verdad que introducirme en esta familia fue un suplicio. ¿Pero qué hacéis cantándome una sevillana? ¡Ah, muy graciosas, albayitas...! Que Alba os ha contado lo de la feria... Muy bien, sois la monda. Ja. Ja.

Pues mirad, no sería la forma más usual de "conquistar" a unos suegros, pero a mí me valió para ganarme una oportunidad que no había tenido: que me conocieran. Gracias a eso conseguí que me mirasen de otra forma. En serio, los dos. Porque, aunque Rafa se siga resistiendo a día de hoy, desde aquella feria piensa un poquito diferente. Yo lo sé, creedme. Es a mí a la que mira con ganas de reventarme la cabeza, así que hacedme caso.

Digo oportunidad porque evidentemente aquel drama de maldita desgraciada la novia que te has hechao' no terminó con un paseíllo. Eh, eh, ¿habéis visto cómo controlo el sevillano? Guiño, guiño. Hostia, que me disperso. Eso, que solo me sirvió para allanar el terreno. Para llegar al punto desde el que cualquier novi@ de hij@ debe empezar. Eso es, de 0. Sin malos rollos, ni prejuicios, ni historias viejas. A partir de ese día pude empezar a mostrarme con ellos como de verdad era.

No es que hiciera nada mega espectacular, siento decepcionaros. Joder, ya la lie bastante con las sevillanas, ¿no? Fue cuestión de tiempo que, sobre todo la Rafi, empezaran a cogerme cariño. Y yo a ella, por supuesto. Esto es mutuo. I love la Rafi, y yo sé que vosotras también lo vais a hacer. No, no le tengáis en cuenta lo que ocurrió al principio de nuestra relación, hombre... Era la madre de Alba, solo quería lo mejor para ella. Lo que cuenta es cómo nos llevamos ahora:

—¿Una cerveza?

—No, no, agüita, que trabajo esta noche.

—Como que no te beberás unas cuantas antes de salir—me vacila, y yo me río sorprendida. ¿Desde cuándo se cuela esta mujer en...? Socorro, tengo miedo.

—Le tengo que dar ejemplo a mi hija—sonrío, y mi suegro resopla. Debe de estar pensando en lo desastre de madre que soy para Elena. Po' me la suda. Haga lo que haga y diga lo que diga le va a parecer mal. No es que haya tirado la toalla con él, simplemente hoy no me apetece gastar vidas.

—Ah, también es verdad—acepta la Rafi sentándose en la mesa por fin. Siempre da mil vueltas verificando que está todo listo antes de comer. Ella es así. No para quieta, ni se queda tranquila hasta que todo esté perfecto—. ¡Ay! ¡Los chicharrones!

Había notado su ausencia en la mesa, sí... Pero no quería ser... ya sabéis. Pf, albayas, los chicharrones me pierden. A Alba no le gustan, ni a Rafa. Por eso ese manjar que solo los buenos paladares aprecian une a las personas. Efectiviwonder, mamarrachas (uy, qué antiguo me ha quedado eso), los chicharrones me unen a ella. Venid, venid, vámonos de flashback. Nos vais a ver en nuestra esencia:

Era martes, y yo los martes no tenía que dar clases. Eh, eh, datito desbloqueado. Después de poner tapas como una condenada y otro tipo de trabajos sucios, conseguí algo más de lo mío: profesora de música, como mi padre. Pero no voy a desviarme otra vez, tranquilas. Sigamos con el tema: ese día mi suegra me llamó escandalizada porque decía que no se veía nada en la tele, y Rafa no estaba en casa. No puedo perderme a Karlos Arguiñano, por favor, Natalia, ven a ayudarme.

Pobre Rafi, qué desesperada sonaba.

¿Y cuánto tardé yo en aparecer por su casa? Exactamente, nada. Y no para ganármela, ¿eh? A mi suegra ya la tenía más que camelada por aquel entonces. Teníamos mucha confianza, mucho feeling. Que va en serio, coño. Esta vez no bromeo. Y si no, miradnos:

—Que no va, Natalia, no se ve ná. No, no toques ahí porque ya he tocao' yo... —su tono de voz cayó en picado hasta apagarse.

—¿Qué decías? —sonreí triunfal al oír a Arguiñano contando uno de sus chistes de mierda.

—¿Pero qué has hecho, niña? —se sorprendió, tapando su boca con ambas manos.

—Ay, Rafi, pa' mí que esto solo era una excusa para verme...

—Anda ya, Natalia—se rio avergonzada. A veces no pillaba mi tono bromista. Y eso me hacía el doble de gracia.

—Seguro que tienes chicharrones y no tenías con quién compartirlos.

—Bueno, tener los tengo... ¿Te quedas y nos comemos unos poquitos?

—Venga, ya que me he dado el paseo vamos a aprovecharlo—me animé, sentándome en el típico sofá de cuero marrón.

El salón de esa casa parecía un museo. Y lo sigue pareciendo, porque no ha cambiado en nada. Una enorme estantería contiene cuadros de toda la familia en distintas épocas del tiempo junto a jarrones de flores y elementos decorativos de porcelana. ¿Y sabéis cuál es mi foto favorita? La de ahora es una en la que aparecemos Alba, Elena y yo tiradas en el césped. Estamos haciendo el tonto, como siempre: Alba está boca abajo, partiéndose de risa, yo estoy a su lado, pero boca arriba, con una cara de susto digna de estar enmarcada, por supuesto, y una Elena de 3 años está saltando sobre nosotras congelada en el aire. Es el marco más loco de toda la estantería, por cierto. Pero la foto favorita de la Natalia del flashback era una de Alba de pequeña. Tenía toda la boca manchada de chocolate. Qué preciosa, joder. Tenía unos cachechitos tan monos... qué pena no haberla conocido de bebé. Aunque ahora que lo pienso igual sería un poco... trauma. Pedera...

—¡Ole mi suegri! —celebré al ver que traía una coca cola (tenía que conducir) y el cucurucho de papel repleto de chicharrones.

—Ojú, cómo nos vamos a poné.

—Están riquísimos—saboreé—. ¿Sabes, Rafi? Definitivamente eres mi suegra preferida.

—Porque no tienes otra, zalamera... —contestó sonrojada.

—Qué dices, tengo muchas. Tengo un harem de mujeres que no veas. Una para cada día de la semana.

—Natalia, por dios—cabeceó seria. Igual me había pasao' con la coña—. Luego dices que... pero tú también... ¿a ti te parece esta una conversación pa' tené con tu suegra?

—¡Que es bromi, suegri! —exclamé yo—. Si tú sabes que yo solo tengo ojitos para tu Alba.

—Siéntate bien, que me manchas el sofá.

—Pensé que me ibas a decir que yo también soy tu nuera preferida...

—Ay, Natalia, yo os quiero a tos por iguá...

—Venga ya, algún favorito tienes que tener... —la piqué yo.

—Que no, que yo os quiero a todos, no me hagas líos.

—No será el de Marina... ¡Venga ya, Rafi, si es un soso! Creo que hasta prefiero a la otra—me indigné, y ella se rio. Porque sabía que tenía razón, joder. Ya os presentaré algún día a mis cuñados, por cierto. Pero hoy estamos con esta crack—. Encima yo vivo aquí, en tu ciudad... Podría haberme llevado a tu hija a Pamplona, lejos, como han hecho tus cuñaos... pero no... estamos aquí...

—Natalia—trató de cortarme.

—¿Quién es la nuera favorita de la Rafi...? —agudicé mi voz. Cuando estoy segura de algo no hay quién me pare, ya lo sabéis, lectores.

—Ni una palabra a tus cuñaos, ¿eh?

—¡Lo sabía! —celebré, alzando los brazos. Y ella carcajeó. Normal.

—Oye, ¿tú no ibas a recoger a Alba al hosp...?

—¡Mierda! Culpa tuya, suegri—la interrumpí bromeando. Os dije que nos llevábamos muy bien, ¿tenía razón o no? Desde luego, confianzas no nos faltaban.

—Espérate, llévate unos poquitos que son muchos pa' mí—me ofreció mientras yo apuraba el refresco.

—No, no, que voy tarde. Tu hija me mata.

—Que sí, ven pa' cá.

—Que no, que no, en serio, me voy.

—¡¿Qué tardo yo en ponerte unos chicharrones en un tapergué?! —se levantó corriendo, y yo rodé los ojos. Sabía que era imposible convencerla de lo contrario—. Ay, te voy a poné también las croquetitas que sobraron anoche pa' mi Alba. Hombre, no se vaya a pensar ahora que te doy chicharrones a ti y a ella la dejo mirando... que la que está mosqueá es ella, no yo.

—Venga, suegri—susurré nerviosa, mirando el reloj.

—Ya está, ya está—me aseguró, otorgándome un táper repleto de comida. Cosas de madres. Y de suegras, claro.

—Muchas gracias—le dije a punto de salir corriendo.

—A ti por arreglarme la tele. Ten cuidaíto con el coche. Y dale un besito a mi niña de mi parte. ¡Adiós, adiós!

Y volé. No, en helicóptero no. En nuestro clío pequeñito, nuestro primer coche. Qué bonito era, pero qué bajito. Tenía que poner el asiento al mínimo para no darme con el techo. Pero bueno, sigamos, que me enrollo:

—¿Se puede saber dónde estabas? —me preguntó enfadada, dando un portazo en cuanto se sentó en el asiento de copiloto. A Alba no la hagas esperar, o un grito te llevarás.

—Con tu madre.

—¿Con mi madre? ¿Qué hacías tú con mi madre?

—¿Por qué tengo que darte explicaciones de lo que haga yo con tu madre? —fingí cabrearme, y mi chica soltó una carcajada. Sabía que le encantaba que nos lleváramos bien.

—¿Y esto? —agarró el táper—. Ah, bueno, habéis quedado para hartaros a chicharrones, ¿verdad?

—Pues no, porque tenía que recoger a alguien.... Pero no te enfades, que hay croquetas para ti—reí yo—. Además, que me ha llamado para que le arreglase la tele. No estábamos preparando ningún plan malvado contra ti.

—Me quedo más tranquila.

—Bueno, ¿pa' casa?

—Ni se te ocurra arrancar sin darme un beso.

—¿Perdón? Eres tú la que ha entrado en el coche...—me defendí, poniendo mis morritos a la espera de los suyos. Accedió al segundo, para mi suerte.

—Y qué, ¿qué se cuenta?

—Puedes preguntarle tú misma... —dejé caer, y ella pasó de mí—. Alba, cariño, lo que te dijo el otro día...

—Natalia, me llamó gorda en la puta cara.

—No saques las cosas de quicio. Solo te dijo que cuidaras un poco tu alimentación, nena. Es verdad que últimamente...

—Espera un momento, ¿te vas a poner de su parte? ¿Tú también piensas que estoy gorda? Lo que me faltaba—se indignó.

—Eh, no, no pongas palabras en mi boca que no he dicho—le advertí sin entrar demasiado en el debate.

—¿Ah, no? ¿Y qué ibas a decir exactamente?

—Lo mismo que tu madre, que, en vez de llevarte galletas de chocolate al trabajo, te lleves fruta. Y no te estamos llamando gorda, cariño. Ni creo que lo estés. Estás buenísima. Tienes un culo que...

—Nat, que te desvías.

—Joder, Alba, creo que te pasas con tu madre—me atreví a decir. A veces tenía que hacerlo, me tocaba—. Tú te lo tomas todo a la tremenda... es como si... como si estuvieras esperando que hiciera algo que no te gusta para montar un drama.

—Porque quiere que me convierta en ella y yo no soy ella.

—No creo que quiera eso, amor... —resoplé.

Alba no me contestó. Sabéis perfectamente que yo no me lo paso especialmente bien con los desencuentros y... meh, estas cosas de las peleas. Ni se me dan bien, ni me sientan bien. Pero, en fin, había veces en las que tenía que hacer de tripas corazón...

Solo espero que durante este periodo tan complicado para nosotras no se haya hecho también la dura con su madre... Espero que la haya tenido como apoyo, y no como piedra. Alba tiende a estar a la defensiva cuando le aconseja. Y esto me preocupa. Sé que mi suegra lo ve todo muy fácil: la familia es lo importante. Quería que nos arregláramos en seguida, que lo hiciéramos por la niña... y me temo que mi mujer se habrá cerrado en banda y habrá optado por pasar de ella. No me hace falta ni que me lo cuente.

—Mami me ha dicho que cuando salga de trabajar cenará aquí con nosotros, Elena, ¿qué te parece? —le anuncia la Rafi justo cuando yo pensaba en... Coño, pero si os lo estaba contando. Perdón, a veces se me olvida que oís mis pensamientos.

—Depende... ¿qué hay de cena?

—Elena—le regaño yo, pero su abuela se acerca a su oído y le susurra algo que la hace sonreír—. ¿Pizza?

—¡Pero tú no vas a comer! —me saca la lengua.

—Cualquier día te la corto, mocosa.

—¿Quién quiere helado?

—¡Yo! —levanta la mano entusiasmada.

—¡El de chocolate para mí, abuela! —pico a mi hija, que accede enseguida.

—¡No, el de choco para mí!


***


¿En serio Natalia también os ha dado la chapa con mi madre? Jo, lo siento. A lo tonto a lo tonto le hemos dedicado un capítulo entero... y vosotras aquí esperando salseo. Bueno, albayas, ¿sabéis una cosa? También se conoce a los personajes por cómo se relacionan con otros. Una aquí, que ha estudiado antes de ponerse a escribir el fic...

Ay, el móvil, un segundo. Debe de ser Natalia. Venga, entrad en mi conversación, que igual sí que tenéis un poquito de contenido antes de que termine el capítulo...

Natinat: tu madre me ha obli-invitado a comer

Natinat: va a llegar la hora del concierto y voy a tener las lentejas en la garganta

Natinat: SOS

Yo: ¿obli-invitado? ¿mi madre? Te has confundido de persona...

Yo: oye... ¿cuándo vuelves?

Natinat: ¿por qué?

Yo: he preguntado yo antes

Natinat: pero mi respuesta podría variar con mi pregunta... Gano yo

Yo: porque tengo entradas para ver a Coldplay mañana...

Natinat: ¿En serio? ¿Coldplay? ¿Esos son los que cantan The Scientist, no? Qué guapada, tía.  ¿Por qué me lo dices? ¿Quieres darme envidia?

Yo: no

Vale, estoy sonriendo como una pava. Perdón por la pausa dramática.

Natinat: ¿entonces?

Yo: te lo digo porque me encantaría que vinieses conmigo

Natinat: un momento, un momento. ¿Me estás pidiendo una cita o me estoy haciendo ilusiones, rubita?

Yo: te estoy pidiendo una cita

Yo: una primera cita

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