El Rastro de Ti [C.O.R. #1]

By TheMcWonderland

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Los jóvenes Ava y Blake comparten mucho más que ser niños de la misma edad. Ambos fueron secuestrados por una... More

Nota de Autor
Prólogo
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
Veintiocho
Veintinueve
Treinta
Treinta y Uno
Treinta y Dos
Treinta y Tres
Treinta y Cuatro
Treinta y Cinco
Treinta y Seis
Treinta y Siete
Treinta y Ocho
Treinta y Nueve
Cuarenta
Cuarenta y Uno
Cuarenta y Dos
Cuarenta y Tres
Cuarenta y Cuatro
Cuarenta y Cinco
Cuarenta y Seis
Cuarenta y Siete
Cuarenta y Ocho
Epílogo

Veintisiete

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By TheMcWonderland

Blake

Desperté con la sensación de calidez más grande que haya tenido en mi vida, comparable quizá con cuando era un niño pequeño y compartía una habitación con una niña de cabello castaño. Solíamos dormir juntos cada noche, cuidándonos entre sí. Había días en los que añoraba esos momentos y me preguntaba qué demonios fue de ella en estos años. ¿Seguiría siendo la misma? ¿Al menos me recordará con melancolía como yo a ella?

Un agudo quejido, digno de una mujer resonó por mi habitación, alertándome de que mi compañera estaba incómoda o bastante dolorida. Lo que fuera que le pasara seguro era por mi culpa. Una mano recorrió mi estómago mientras ella se acomodaba más sobre mí por lo que ahora tenía un tibio aliento corriendo por mi pecho. Escalofríos recorrieron mi espalda cuando sus dedos llegaron hasta mi entrepierna de manera accidental, recordándome muy bien quién era.

No pude evitar excitarme un poco con la idea tener una grandiosa sesión de sexo matutino con Ava. Es más, no pude evitar pensar en que después desayunaríamos, conversaríamos y esas mierdas. El pensamiento heló cada uno de mis huesos. ¿Qué mierda? Yo no era alguien que hacía eso, menos despertar con una chica. No me comprometía con nadie, sabiendo que no podía ser débil ni arriesgar una vida ajena. Ninguna mujer merecía estar en peligro y mi trato con DeMarko las ponía en una mala posición.

Una pierna se enroscó en mi cintura empujando sus caderas contra mi creciente erección de la mañana. Un gemido se nos escapó a los dos cuando golpeé mi polla contra su muslo, bastante cerca ya de su coño. Tragué con fuerza, queriendo calmarme para no terminar enterrándome en su calor y follarla hasta que mis huesos dijeran basta. Y con ella en esa posición no iba a ser muy fácil.

Intenté removerme de debajo suyo obteniendo como resultado que su agarré sobre mí aumentara y sus pechos suaves se presionaran contra mi costado, logrando que mi deseo por ella y su cuerpo subiera mucho más que antes. Un ronroneo salió de sus labios al momento en que la fricción entre ambos empeoró y estuvo a segundos de tumbarla de espaldas y deslizarme en su interior.

Usando la poca libertad de mi mano izquierda, conseguí ponerla en la que creo era su espalda. La acaricié de arriba abajo, rogando porque así despertase al menos. Una estela de piel de gallina apareció por donde tocaba. Ava empujó sus senos hacia mí, haciendo bastante obvio que se encontraba tan excitada como yo. Maldición, cada vez se me hacía más difícil controlar mis ansias por su culpa.

―¿Qué demonios? ―chilló luego de varios segundos. Se apartó de mi lado como si le quemara y me observó desde allí. ―Ah, eras tú ―dijo―. Por cierto, linda tienda de campaña. ―Señaló a mi entrepierna cubierta por la sábana.

―No le digas lindo ―protesté―. ¿Y qué mierda significa eso de que era yo? ¿Acaso esperabas despertar con otro o en tu cama?

―Me asusté un poco, ¿sabes? Uno no siempre despierta con un hombre que le acaricia la espalda con tanta ternura como tú ―contestó. ¿Eso era verdad o solo me jodía?

―Había olvidado que siempre te terminan dejando ir y que jamás pasas la noche con uno de tus clientes. ―Me arrepentí de mis palabras apenas procesé lo que decía.

―Una de las ventajas de ser puta diría yo, así evito a imbéciles como tú en las mañanas. ―Me dio la espalda, visiblemente molesta―. Por cierto, ¿tienes idea de dónde quedó mi ropa anoche? Lo único que recuerdo fue que tú me la quitaste con tu gran apuro por follarme. ―Descubrió su cuerpo de la tela. No negaré que era bastante apetecible esa visión―. Olvídalo, la buscaré yo misma.

Hizo el ademán de levantarse y yo, sabiendo lo mal que actué con ella hace unos instantes, le di alcance, sentándola otra vez. Me acerqué a ella, logrando que su espalda se presionara contra mi pecho. Colé mis manos en su vientre y oculté mi rostro en su cuello. Olía maravilloso, igual que las veces anteriores. Su esencia era embriagadora y hechizante. ¿Sería raro que le pidiera dejarme abrazarla así por siempre?

Era oficial, Ava me provocaba cosas extrañas. Y me gustaba bastante hasta ahora.

―¿Qué mierdas haces? ―exigió una vez que nuestras pieles desnudas colisionaron. Un escalofrío la recorrió por completo, gustándome la forma en que su cuerpo reaccionaba a mí.

―No te escaparás de mí ―prometí―. No hasta que me dejes hablar. Y no es una petición.

Estaba seguro de algo, la enojé bastante con ese último comentario. Si pudiera ver la ira creciendo bajo su piel sería igual que ver la lava caer por la ladera de un volcán, nubes de humos flotando sobre ella incluidas. Acomodé mejor mi posición de manera que mis piernas quedaban estiradas detrás de su suave trasero y mi polla tenía el espacio suficiente para no molestarme pronto. Malditas erecciones matutinas.

―Ni sueñes que te daré un solo minuto más de mi tiempo ―intentó ponerse de pie nuevamente, viéndose incapaz de hacerlo debido al peso de mi propio cuerpo. Eso no le impidió seguir intentando.

―Quédate quieta cinco segundos ―grité. Carajo, la estaba empeorando cada vez más.

―Si hubiera querido a un idiota exigente me habría ido con Tristan Kanes la noche anterior. Por lo menos él no es un imbécil después de dormir conmigo ―murmuró antes de quedarse helada entre mis brazos. Oh, joder.

¿Quién demonios era el tal Tristan Kanes y por qué ella lo nombraba con tanto odio justo después de mi exigencia? Lo más importante aquí ahora era saber las razones por las que ese bastardo se reunía con ella. Nunca antes me había importado o molestado el que Ava fuera una prostituta, al menos hasta este momento. Dios, ¿en qué momento me atrapó alrededor de su dedo y cómo le resultó tan fácil conseguirlo?

―¿Qué fue lo que dijiste? ―Hice sonar más calmada mi voz. No delataría lo furioso que me ponía esa información. Imaginar a otro hombre follándola mejor que yo y tocándola igual que yo mandaba a hervir mi sangre.

―Mierda ―masculló y se sacudió por completo queriendo soltarse de mi agarre. Ni en un millón de años la dejaría ir sin que hablara.

―Ava, ¿quién demonios es Tristan Kanes? ―intenté otra vez. No dijo nada, se limitó a resistir el agarre que mantenía sobre ella, intentando por todos los medios quitar mis brazos de su pecho y cintura―. No te librarás así, a menos que lo digas.

―¡Doble mierda! ―Tomó mis manos entre las suyas, un movimiento que me desconcertó y las sujetó antes de querer deslizarlas lejos de ella. No pudo ni siquiera lograr que se movieran dos centímetros y suspiró con fuerza antes de regresar a intentarlo. Mi boca tiró en una pequeña sonrisa ante su tentativa de escapar de aquella forma. Había algo en su terquedad a obedecerme que resultaba gratificante.

―Ya te lo dije una vez, no creo que sea necesario advertirte de nuevo. ―Acerqué mi boca hacia su oído, aspirando de paso su aroma―. Habla. Ahora.

No iba a cooperar, lo sabía tan bien que mi sangre hervía. Luego de que su cuerpo se relajó por culpa de mi aliento, regresó a la carga, esta vez luchando con mucha más fuerza que antes. Era casi una pena que yo fuera un puto peleador que llevaba años combatiendo contra tipos mucho más grandes y musculosos que ella. Ava jamás podría derrotarme fácilmente, a menos que peleara de forma sucia.

En cuestión de segundos conseguí que nuestros cuerpos giraran en la cama, quedando en medio de esta. Ava terminó debajo de mí, enjaulada por mis brazos, una posición que me resultaba de lo más agradable. La sorpresa enmarcada en su rostro era preciosa, digna de ser fotografiada, pero lamentablemente tendría que irse pronto si quería que me respondiera. Y yo nunca me rendía cuando deseaba obtener algo.

En cosa de segundos logré que nuestros cuerpos giraran en la cama, quedando en medio de esta, ella debajo de mí, posición que empezaba a gustarme bastante. La sorpresa enmarcada en su rostro era preciosa pero lamentablemente tendría que irse pronto si quería que me respondiera. Y nunca me rendía cuando deseaba algo.

―¿Pero qué carajos haces? ―exclamó una vez se recuperó.

―Obtener mis respuestas. ―Acerqué mi cara a la suya, nuestros alientos mezclándose en uno solo―. Dime quién es el tal Cox.

―No te concierne. Ni siquiera sé por qué te importa. Solo somos dos idiotas que han follado seguido, nada más, ¿o me equivoco? ―Me observó a los ojos, dolor nadando en ellos. ¿En qué momento se volvieron más bonitos?―. ¿O acaso terminaste tan loco por mí que no soportas la idea de que vea a otro hombre? ―Enredó sus brazos en mi cuello, jalándome cerca―. ¿Estás celoso?

―Jamás me podría celoso por algo como eso ―repliqué. No le diría que en realidad así era―. Solo necesitaba saber que no corría peligro por usar el juguete sexual de otro.

―Claro lo que tú digas ―susurró en mi oído y temblé cuando mordió el lóbulo de mi oreja. Se retiró con una estúpida sonrisa en su rostro. Me había atrapado―. Haré que te creo, aunque realmente no lo hago.

―¿Por qué no habrías de creerme? Me sale demasiado fácil conseguir mujeres más que dispuestas a entregarse a mí. Fuiste una de ellas también, ¿lo recuerdas?

―Y si no me equivoco la primera que trajiste a tu departamento, la primera en tu cama y la primera que durmió a tu lado toda la noche. Vamos, reconócelo ―me instó, envolviéndose a mi alrededor―. Adoras tanto a mi cuerpo que no toleras que alguien más lo toque, que me haga estremecer de placer casi mejor que tú, que me dé orgasmos...

No aguanté más. No quería saber lo que ella hacía con quien mierdas fuera ese Tristan Kanes. No me importaba si follaba con alguien todo el tiempo. ¿A quién quería engañar? Me molestaba que ella lo hiciera a pesar de que no tenía derecho a estarlo. Me enviaba al borde el solo pensar en alguien dentro de ella, satisfaciéndola. Así que la callé de la única forma que se me ocurrió, con un beso.

Se entregó a mí, a mi necesidad de inmediato, nuestras lenguas colisionando en una danza por controlar y dominar a la otra. Su cuerpo aceptó al mío con facilidad, sus piernas acunando mis caderas mientras más nos acercábamos al otro. Podía sentirla humedeciéndose contra mi erección, ya deseosa de enterrarse en su cálido interior. La furia bullendo en mis venas se mezcló con la lujuria y creó una poderosa reacción dentro de mí.

Joder, la quería de tantas formas que dolía.

―Me tienes cansada con todas esas veces que me callas con un beso ―articula en mi boca.

―Sabes que te encanta que haga eso. ―Atrapé su labio inferior entre mis dientes y tiré de él, sus ojos agrandándose, sorprendidos―. Así como también que haga esto. ―Bajé mi mano derecha por la curva de su cintura, acariciando toda la piel que podía en mi camino hasta su trasero, agarrando su suave carne entre mis dedos. Toda ella se arqueó contra mí, presionando sus pechos contra el mío.

―Detesto que nunca te equivoques. Y la forma en que reacciono a ti ―susurró, más para ella que para mí―. ¿Qué harás conmigo ahora? Suponiendo que me tienes a tu merced.

Presioné un suave beso en el hueco de su cuello y ascendí por su mandíbula, deteniéndome a centímetros de su oreja. Mordí el lóbulo mientras movía mi pelvis contra su cadera. ―Follaría tu mojado coño hasta que te corras sobre mi polla y grites tu orgasmo.

Ava dio un pequeño mordisco en mi hombro y lamió la marca que dejó en mí. La hirviente sangre en mi interior rugió, la necesidad de poseerla quemándome. No iba a aguantar por más tiempo. Quería tomarla en tantas posiciones que no estaba seguro de si podría hacerlo antes de correrme. Sus manos tomaron mis mejillas, obligándome a mirarla, su rostro convertido en un caleidoscopio de sentimientos. Excitación, anhelo y cariño. Diablos.

―¿Qué esperas entonces? No me ves quejándome, ¿cierto?

Volví a besarla, esta vez mucho más rudo, fuerte y posesivo. Deseaba darle un orgasmo que borrase cualquier rastro o recuerdo del toque de otro hombre sobre ella. Había descubierto algo sorprendente y atemorizante como la mierda. Aunque ella lo negara, y yo también lo hiciera, había descubierto que Ava era mía. Solamente mía. Y siempre fui un bastardo egoísta con lo que me pertenecía.

Me despegué de su boca a duras penas, dando alcance a los pantalones que arrojé por algún sitio la noche pasada y saqué un paquete de aluminio del bolsillo, rompiéndolo con mis dientes y rodándolo por mi pene, todo bajo su atenta mirada. Como un animal me acerqué a ella, cubriendo su cuerpo con el mío nuevamente, colocando ambos muslos alrededor de mí, queriendo mucha más cercanía. No habría tiempo de juegos hoy.

Sus uñas se clavaron en mi espalda mientras me burlaba de ella, pasando mi erección por sus pliegues, empapándola de su propia humedad antes de deslizarme dentro de un tirón. El grito de placer que se le escapó la llevó a arquear su espalda y a mantener su cabeza presionada contra el colchón, instancia que aproveché a mi favor. Llevé mi rostro a sus pechos, mordiéndolos y jugando con ellos para que se relajara un poco.

―Oh, dios, sigue así ―pedía. Tomé uno de sus pezones entre mis labios y lo chupé al tiempo que pellizcaba el otro con mi pulgar. Todavía no me movía en su interior, aunque eso no sería necesario, ella ya sacudía sus caderas contra las mías. Mi chica estaba deseosa―. Por todo lo sagrado, ¿vas a follarme o no? ―gritó.

Usando eso último como una señal, anclé mis brazos a cada lado de su cabeza y embestí en su contra, obteniendo un poco de resistencia de su parte. Se sacudió por completo, su boca abriéndose en una pequeña expresión de gozo a la vez que intentaba mantenerse quieta sujetándose de mis hombros. Empujé una segunda vez, ahora llegando mucho más profundo en su interior, mis bolas colisionando contra su pelvis.

―Mierda ―gruñí. No iba a durar. Me hallaba tan cerca como ella de lejos―. Vamos a hacer algo mejor ―le dije―, ¿qué piensas del estilo vaquero?

Ava no respondió por lo que parecieron horas. Colocó sus palmas sobre mi pecho y me empujó hacia el lado. Caí de espaldas, ella montándose a horcajadas sobre mí, su mojado coño a centímetros de mi polla reluciente. Sonrió traviesa antes de descender y empalarse con mi pene, un gemido de satisfacción escapándose de nuestros labios. Plegó sus rodillas a cada lado de mis muslos, apretándome con ellas.

―¿Qué se siente estar a mi merced ahora? ―La burla gotea de su voz, resultando dulcemente atractiva.

―No lo estarás por mucho ―replico afirmándome en mis antebrazos y llegando hasta ella―. Así que no me reiría demasiado. ―Zarandea sus caderas en mi contra. Mi cabeza cae hacia atrás.

―¿No qué no? ―Ríe, un maravilloso sonido―. Prepárate a ser follado por mí. Volaré tu puta cabeza.

Estabiliza su cuerpo poniendo ambas manos en mis pectorales. Se inclina hacia adelante, mostrándome esos pechos que tanto me gustan, y se deja caer por segunda vez encima de mi erección. Mi cabeza por inercia sobre el colchón y se niega a levantarse de nuevo, al menos no hasta que Ava deje de moverse tan fantásticamente. Araña mi torso, un delgado camino de color rojizo se formándose tras el paso de sus uñas. Contrario a lo que creería, eso solo me envía más cerca del borde.

―Joder ―gimo, mi voz ronca.

Sonríe victoriosa antes de elevarse por completo nuevamente y dejarse caer arriba de mí con calculada lentitud, saboreando el momento en que me adueño de ella. Este es el más erótico espectáculo de toda mi jodida vida. Ubico mis inertes manos sobre sus caderas, un vano intento de mi parte por quitarle el control que ella posee totalmente. Si Ava quisiera, podría mover uno de sus dedos y yo haría lo que ella me dijera sin rechistar.

Me empujo en su contra, reemplazando el vaivén de su cintura por el mío. No podía resistirlo, necesitaba hacerme cargo de la situación por mi ego, y por el deseo de complacerla antes que a mí. Me impulso con mis brazos, quedando ambos frente a frente, alientos, gemidos, quejidos y otros sonidos mezclándose en el aire del cuarto. Cuelo una de mis manos entre ambos, llegando hasta el lugar justo donde sé que la enviaré a volar.

―Mierda, ¡sí! ―se queja cuando acaricio con los dedos su clítoris―. No te detengas, Blake.

Amo la forma en que mi nombre sale de sus labios, como suena tan distinto a otras palabras. Y haré que lo diga tan fuerte que quien sea haya tocado su cuerpo antes sepa que ella me pertenece ahora. Su pelvis zumba al encuentro de mis toques, su labio inferior siendo succionado por su boca, la que me encantaría devorar hasta dejarla sin aire. Y eso hago, la beso hasta que ya no puedo sentir donde termino y comienza ella.

Su cuerpo se presiona hacia mí, su culo rebotando contra mis muslos cada vez más rápido, su interior haciéndose más apretado que antes. Estamos cerca, tan solo un poco más. Una fugaz caricia en su montículo la manda a la estratosfera y una última embestida me envía tras ella. Nuestros orgasmos se unen, mezclándose, coordinándose mientras intentamos recuperarnos. Nos separamos con reticencia, mis brazos se niegan a soltarla porque, ¿cómo hacerlo cuando encontré a alguien como ella? Ava es especial incluso si me parte la cabeza con su manera de ser.

Solo espero no estar enamorándome de ella.

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