EL PORTADOR 1: El medallón p...

By AlejandroHernandez04

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Sinopsis: Hay pueblos que ocultan secretos, cuando la luna llena brilla en el cielo. Un chico solitario escon... More

Preámbulo
1. Vestigio
2. Perseguido
3. Encuentro
4. Chica nueva
5. Primer indicio
6. Investigacion
7. Atormentado
8. Enigma
9. Memorial
10. Aberración
11. Información oculta
12. Cacería
13. Baile Siniestro (Parte I)
13. Baile Siniestro (Parte II)
14. Sorpresa Inesperada
15. Buscada
17. Ataque
18. Conflicto
19. Deuda di Vida
20. Linaje
21. Medallón perdido
22. Ruinas
23. Premonición
24. Colonia
25. Ángel de Muerte
26. Ira
27. Revelaciones (Parte I)
27. Revelaciones (Parte II)
28. Sacrificio
29. Aliados
Epílogo: Sombras emergiendo

16. ¿Leyenda o realidad?

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By AlejandroHernandez04

Hola estimados amigos y lectores, en realidad nunca hago esto pero está ocasión me era necesario darles las gracias a todos y cada uno de ustedes que me han estado apoyando con ésta loca novela. Técnicamente ya va más allá de la mitad, osea que andamos en la recta final.

Este capítulo me ha resultado sin querer más largo de lo esperado, espero que eso no resulte una molestia y que pueda agradarles igual.

Espero con ansias sus opiniones, comentarios, sugerencias, teorías y todo lo que me gusten decir sobre la historia, por que realmente eso me ayuda muchisimo a tratar de mejorar día a día.

Sin más pues, los dejo de molestar. Abrazos y espero que estén pasando un fin de semana genial. Saludos desde México :3

Los días continuaron como siempre, aunque algunos estaban demasiado deprimidos para disfrutarlos.

Personas como Mary Köller o Edgar Fäciell habían cambiado abruptamente su forma de ser, y se volvieron distantes y menos mezquinos con los demás de lo que alguna vez fueron.

Las pérdidas de sus amigos, Carmen y Adrián, parecían haberlos dejado totalmente dolidos y con la cabeza por las nubes.

Aun así, la mayoría está sanando.

El fin de semana llegó repentinamente y con él, arribó al desolado Moonsville un día caluroso y soleado de verano.

Alexander se levantó esa mañana con mejores ánimos que nunca; la presencia de la hermosa rubia en su vida era simplemente una nueva razón para sobrevivir el día a día.

En todo un largo siglo de miserable existencia entre sombras y recuerdos, el pobre muchacho nunca había experimentado una felicidad comparable.

Parecía que el destino por fin le sonreía.

— El destino— susurró de pronto el chico y se quedó cual estatua bajo el agua de la regadera. El líquido estaba tibio pero aun así sintió un escalofrío intermitente recorrer cada centímetro de su piel.

Cerró los ojos con fuerza, negándose a tener ningún recuerdo que pudiera afectarlo pero no lo pudo evitar.

La imagen de la horrible anciana volvió a formarse en su cabeza una vez más. Su rostro arrugado, su dentadura de oro y sus terribles ojos velados que profesaban horrores, lo habían atormentado en sus sueños últimamente; en su mente, las palabras de la vieja continuaban repitiéndose ininterrumpidamente:

—"No importa lo que creas... la muerte te ronda..."

— Bueno, en eso no se equivocó— pensó entristecido el chaval al rememorar el incendio y las muertes provocadas a su causa. En varios términos, parecía que "la muerte" era una obvia referencia a la asesina Charlotte Van Schtraigart, su propio némesis.

"El destino de este mundo corre latente por tus venas, portador. Estás marcado".

Aquella frase de la vieja adivina mantenía al agobiado muchacho dando vuelta y vuelta en su revuelto cerebro, intentando descifrar el significado de las palabras.

— Portador— susurró— Marcado— Volvió a murmurar como ensimismado, e instintivamente se miró la palma de su mano izquierda, aquella donde la anciana había leído las líneas de su destino.

Alexander no había querido pensar en ello, no con todo lo que ocurrió con el incendio, las muertes y la insuperable melancolía, pero no se podía negar que en aquellos momentos  la palma de su mano lucía ligeramente distinta a como estuvo antes de aquel siniestro encuentro.

Desde ese día el chico había sentido un insistente ardor en aquella mano, como si pequeñas agujas se clavaron una y otra vez sobre su piel sin embargo, por más que la analizaba y la observaba con detalle no encontraba daños, y parecía totalmente intacta salvo por un leve tono violáceo que Alexander juzgaba debía ser por las quemaduras del incendio. ¿O tal vez no?

— El portador, ¿portador de qué? — se preguntó sibilante lanzando la interrogativa al viento y sosteniendo la mirada en la piel rojiza de su palma.

Ni el agua de la regadera que le limpiaba de la suciedad del cuerpo, podría lavar aquel dolor acuciante de su mano.

Y además ¿quién era aquella vieja en realidad?, ya no había vuelto a verla desde aquella noche.

Un golpeteo sobre la puerta lo sacó repentinamente de su ensimismamiento y desvaríos.

El chico guardó extremo silencio por unos minutos, esperando escuchar si había sido o no real el sonido, pero entonces los incesantes golpes contra la madera se hicieron perceptibles e insistentes.

Intrigado sobre quién demonios lo querría molestar tan temprano aquel día, Alex cerró la llave de la regadera y se secó levemente su tonificado y bronceado cuerpo de musculatura plana, entonces se colocó la ropa interior y sus desgastados vaqueros antes de abrir la puerta del baño.

— Que desagradable sorpresa ¿qué hacen aquí? — preguntó aburrido contemplando dos rostros idénticos bajo matas de cabello diferentes.

— Ponte primero una camisa, ¡por favor! Si continúo viéndote así vomitaré— Pidió burlesca Jennifer, colocando su cabello castaño rubio con gran esmero sobre su hombro derecho. Lauren le hizo un coro de risa burlona.

— Si tanto me deseas no tienes por qué ocultarlo, preciosa— masculló cínico Alexander, poniéndose a regañadientes una playera de botones que se ciñó a su torso con perfección— Apuesto a que me deseas mucho, dado que he de ser el único chico al que no te has tirado.

— ¿Qué insinúas estúpido? ¿Qué me revuelco con todos como loba en celo?

— No insinúo. Estoy seguro.

Una bofetada resonó en la habitación cuando la mano poco femenina de Jennifer chocó con dureza contra la mejilla del chico, pero éste solo se burló de su interlocutora.

— La verdad no peca, pero incomoda ¿cierto Jen? — preguntó con rabia contenida el chico sin dejar de mostrar aquella mueca burlona.

— ¡Mira maldito perro, tú...!

— ¡Ya es suficiente Jen! No estamos aquí para discutir por tonterías— la silenció Lauren, la de cabello castaño oscuro, y su hermana gemela paró en breve su reproche.

Alex siempre había considerado que Lauren Sylvana tenía un carácter más duro que la insípida de Jennifer, pero le resultó sorpresivo ver comprobada su teoría de que Lauren llevaba el mando de la situación siempre.

— Si estamos aquí es por el asunto que involucra a la manada, cachorrito— Explicó con indiferencia Lauren, mirando con pocos ánimos a su hermana, que se desternillaba de rabia.

— ¿De qué asunto me hablas? No comprendo— Dijo el muchacho con un tono aburrido, fingiendo no saber a lo que se refería; aunque algo en su instinto le decía de qué se trataba.

— Hablo del licántropo ajeno a nuestra manada que nos ha estado ocasionando problemas en estos días— explicó desdeñosa—, y según nos contó Valerie parece que tú sabes algo sobre eso.

Alexander se quedó ensimismado durante al menos un par de minutos y entonces razonó que, seguramente la pelirroja lo había notado pensativo cuando ella le contó acerca de eso días atrás.

— Pues dile a Valerie, que antes de asegurar cosas como esa investigué más sobre el asunto— reprochó Alex, y aunque se sentía totalmente disgustado fingió una tranquilidad exagerada.

— No es una cuestión de burla o diversión, estúpido, si ese licántropo está sin manada es un total riesgo para nosotros. Katherine necesita saber si...

—Lo que esa golfa necesite o no, no es mi problema, que se rasque con sus propias uñas— se defendió el muchacho peinando su cabello tranquilamente frente al espejo, sabía que el ignorarlas era algo que las molestaría tremendamente.

— Pedazo de...— gritó Jennifer rabiosa, y el chico sintió como se abalanzaba sobre él para golpearlo de nuevo pero reaccionando en un acto reflejo, Alex detuvo la mano de la escuálida chica con fuerza y la empujó contra la pared, apretándole del cuello con fiereza.

Lauren ya estaba a punto de arremeter contra él para ayudar a su hermana, pero el abrir de la puerta de la habitación de manera indecorosa la detuvo a medio camino.

Nun, nun, Guten tag paar wölves, veo que tienen tremenda... fiesta aquí— Dijo irónica una voz mezquina atravesando la habitación escandalosamente.

Christopher Ivanov, el primo de Alexander e hijo de la usurpadora Katherine, lucía despampanante aquella mañana y sonreía burlesco ante la escena frente a él.

— ¿Ya te has puesto tu champú para las pulgas, perrito? — Inquirió con sorna el detestable Chris, riendo ante el cabello húmedo y lleno de gel de su aborrecido primo.

— ¡Vaya! Parece que ésta mañana mi cuarto se ha convertido en un prostíbulo de quinta— respondió con el mismo sarcasmo Alexander—, dos rameras y su proxeneta.

— No, no, no cachorrito ese no es el modo de tratar a tus invitados, ¿qué modales son esos? ¿Eh?, así no se trata a las damas— suspiró entre divertido y molesto el chico de rostro cadavérico y ojos grises, apartando con tranquilidad a Alex de la chica castaña rubia, quién tosió al zafarse de la manaza asfixiante del muchacho.

— Supongo que en tu diccionario a esas... tipas se les considera "damas" — se burló el chico de ojos caramelo, viendo con desprecio a las gemelas Sylvana.

— En su minúsculo y trastornado mundo no entiende lo que es tratar a una dama, Chris, es un completo animal— se quejó la muchacha recuperando el aliento y alisándose el cabello, preocupada por su apariencia.

Christopher se rio, de manera maquiavélica y sagaz.

— Todos en ésta manada somos animales, preciosa, solo que no todos son de buena clase— sentenció Chris sin dejar de sonreír, y mirando con desprecio a su odiado primo.

Alex le devolvió la mirada y quiso jugar entonces al mismo juego.

— Es irónico que seas tú quién hable sobre clase, querido primo— dijo a Chris cínicamente, lleno de coraje contenido— por qué, que yo recuerde tu padre, mi tío Bartemius no era más que un lobo bastardo en la manada, igual que tú.

Alex notó como la cólera subía por el rostro de su primo, que se ponía colorado ante las miradas curiosas de las gemelas Sylvana; pero pronto, en cuestión de un santiamén volvió a su color y sonrió burlesco y despreocupado, y Alexander comprendió que estaba a punto de contraatacar.

— No puedo creer que tú, primito, seas racista entre nuestra especie ¿Qué dirían tus padres si te escucharan? Ah claro, tú no tienes padres, lastimero perrito huérfano— Dictó severo y cruel Chris, y en esa ocasión fue el rostro de Alex el que se puso rojo como tomate al hervirle la sangre de rabia pura.

Aquello ya era demasiado.

Con un desesperado y bizarro deseo de matar, el muchacho se abalanzó como un toro bravío contra su primo y con un golpe descomunal que hizo crujir las costillas de su primo, Chris salió despedido por los aires chocando contra la ventana que se hizo una milésima de añicos ante el impacto, con un potente crujido de cristales rotos.

Lauren se notó preocupada, pero Jen sonreía satisfecha de oreja a oreja, ante el espectáculo.

— ¡Pagarás por esto maldito perro! — Gritó lleno de ira Christopher recuperándose del golpe y quitándose un par de cristales afilados que habían ido a encajarse furtivamente en su antebrazo. El rostro de Chris se deformó ligeramente, como el de una bestia embravecida.

De una manera sobrehumana el chico de ojos grises atacó a su primo, y con un poderoso puñetazo lanzó al joven Branderburg contra la pared de la habitación, que tembló completamente con la colisión.

Alexander sintió un dolor agonizante cuando sin esperarlo ni darle tiempo a recomponerse del impacto, su aborrecido primo se acercó a él y con una mueca grotesca y una mirada febril en su huesudo rostro, blandió un bate de béisbol que Alex mantenía guardado hacía años en su armario, y asestó un golpe brutal con el objeto sobre el estómago del chico; uno, dos, tres batazos y después uno más en cada rodilla provocando que los huesos del muchacho crujieran de agonía y cayera al piso irremediablemente, ante los pies de su primo.

— Así me gusta cachorrito, que te arrodilles ante mí, que te humilles ante mi presencia— se mofó Christopher escuchando los tosidos del chico en el suelo, quejándose de dolor.

— Tú... tú... pe...pedazo de idiota... tú no eres... nadie aquí...— intentó hablar Alexander, pero cada palabra hacía que le doliera aún más el cuerpo magullado y golpeado.

— Ese es el tipo de chicos malos que me gustan— susurró burlona Jennifer, viendo con deleite al ufano Christopher.

— Eso, eso fue demasiado ¿no crees?, si Katherine se entera...— intentó decir Lauren, que parecía continuar nerviosa y se torcía el cabello como hecha un lío, pero Chris la interrumpió abruptamente.

— Katherine, Katherine, ya estoy cansado de escuchar ese nombre— se quejó a gritos de enfado Chris, y volvió a propinar un golpe sobre la espalda del caído— Recuerda que ella no es eterna, y en ésta manada, yo soy quién le precede.

— ¡Vaya, vaya!, mi propia sangre conspirando en contra mía— susurró una seductora y caprichosa voz a sus espaldas, cargada de frivolidad— Bueno, que podría esperar de un Branderburg, todos son una basura.

El ambiente en la pequeña habitación –que había sido mancillada aquel día- se puso absolutamente tenso.

Aun en el suelo y sintiéndose preso de la rabia y la vergüenza, Alex pudo ver como el rostro de su primo palidecía y la comisura de sus labios comenzó a temblar.

— Ma... madre, no... no me percate que... que llegaras, yo...

— Tú nunca te percatas de nada querido, eso ya no es sorpresa, eres tan... ignorante como tu padre. Gracias a la luna que está muerto ahora y ya no me es un estorbo, aunque, no puedo decir lo mismo de otros.

La voz de Katherine Ivanov resonó cruel y altanera, y hasta Alex pudo sentir lástima por su maldito primo, a quién embargaba la decepción.

— ¿Eso soy para ti entonces? ¿Un estorbo solamente, madre? — Replicó Chris dolido, cargando cada palabra de incredulidad— ¿Preferirías que estuviera muerto yo, tu propio hijo?

Katherine soltó una carcajada ante sus palabras. Una risa fría y sin sentimientos que hizo eco en la habitación.

— Yo no tengo temple ni piedad por nadie cariño, quién me estorba en el camino, es mejor que desaparezca— Dijo la mujer de cabello chocolate y cuerpo curvilíneo— Luché arduamente por que algún día fueras tú el líder de ésta manada, pero no te cansas de decepcionarme una y otra vez. Eres una causa pérdida me temo, supongo que lo heredaste de tu patético padre.

Las palabras de Ella fueron tan hirientes y cortantes que por unos segundos Alex pensó en que era mucho mejor no tener madre a tener una como ella.

— Y tú eres una descarada, egoísta y ambiciosa, que solo se preocupa por sí misma quién importar a quién usa de escudo— gritó lleno de enojo y confusión Chris, sin poder creer lo que había escuchado — ¿Y sabes qué pienso? Que preferiría que fueses tú y no mi padre quién murió en aquel ataque.

Y diciendo aquello, Christopher salió del cuarto hecho una furia sin dedicar una sola mirada hacia su madre.

— Horroroso temperamento el de los Branderburg— musitó Katherine irónicamente y después miró a las gemelas Sylvana, quienes la contemplaron pasmadas y sombrías desde un rincón, sin decir palabra— Fuera, déjenme a solas con él.

Ambas, la castaña y su hermana abandonaron el lugar con prisa sin rechistar, y cerraron la puerta con cuidado antes de desaparecer de la vista de Ella.

Con un paso que desbordaba sensualidad y una sonrisa siniestra, la suculenta dama caminó perfectamente erguida hacia el desfallecido muchacho, probando su gran talento en el manejo de las botas de tacones altos en momentos como aquellos.

— Oh mi pobre y adorado sobrino, mira lo que han hecho contigo— masculló Katherine con hipocresía  y giró a Alexander con el pie, dejándolo boca arriba, sangrado y adolorido mientras el don de sanación surtía efecto.

Con un ojo hinchado, rodeado de una mancha violácea como un hematoma –provocado por el golpe que se dio al caer de bruces sobre el suelo- Alex vio el resplandor de la luz brillar de manera irritante, perfilando la silueta de su cruel tía quien lo miraba con la cabeza hacia un lado como si fuera un objeto extraño.

En ese preciso instante, Alexander sintió un nuevo dolor cuando repentinamente Katherine colocó el tacón largo y afilado como aguja de su bota sobre el cuello del chico, presionando lentamente sobre la piel y la tráquea. Alex sintió como le faltaba el aire.

— Bueno, bueno; conmigo no vas a jugar perrito así que no me hagas perder mí tiempo ni manchar de sangre mis botas— dijo ella amenazadora haciendo más presión en su cuello— Dime que sabes de ese licántropo que ha estado atacando en mí territorio, exponiéndonos a todos de ser descubiertos ¿eh? ¿Quién es?

— No... no... no lo sé— mintió Alexander entre jadeos, sintiendo que el tacón por poco le atravesaba la piel— Me... aca... acabo de enterar de eso.

— No mientas— sentenció perversa Katherine y oprimió aún más en la zona hasta que la sangre comenzó a fluir lentamente— No creo nada de lo que dices querido, pero lo averiguaré, verás que lo encontraré y voy a despedazarlo.

Alexander tosió, y por un momento creyó que iba a desmayarse, todo se volvía oscuro a minutos.

— Haz... haz lo que... quieras... no es mi... mi pro... blema— aseguró el muchacho entre quejidos y dolor mientras la sangre tibia le corría por los hombros desde el cuello.

Aunque una parte de él quería contar a Katherine que se trataba de Charlotte otra parte, la racional, le decía que no lo hiciera. Sí había alguien que debía acabar con la extraña fugitiva sería él y a nadie más le daría ese gusto.

— Durante seis años vivimos totalmente en secreto, aun con tu idiotez de acudir a ese mercado para humanos que llaman universidad— farfulló Ella pensativa y Alex sintió como de un solo tirón y con un sonido de succión, el tacón salía de su cuello— ¿Cómo es que ahora viene un estúpido lobo solitario e intenta quitarnos terreno? ¿O es que en realidad busca otra cosa? —Aquellas preguntas lanzadas al aire parecían ser más para sí misma que Alexander, quien comenzaba a sanar en tanto que Katherine caminaba en círculos por la habitación con una mano en la cintura, pensativa.

— ¿Extrañas a tus padres, no es así? — Preguntó repentinamente la mujer, como sí de pronto su mente hubiera enloquecido. Se puso en cuclillas frente al lastimado chico y le tomó el mentón con su mano, obligándolo a mirarla.

— ¿A... a que viene... eso ahora? — Inquirió con otra pregunta Alex, no entendiendo aquella locura.

— ¿Y si pudieras verlos una vez más?, ¿qué darías? — Los ojos verdes de la demente mujer parecían salirse de las orbitas, extasiados.

Alex la miró como quién mira a una loca.

— Estás... estás loca— fue lo único que pudo decir pero ella insistió, enfebrecida.

— No, no, no cariño, dime ¿qué estarías dispuesto a dar? ¿Sellarías la Deuda di Vida? ¿Cumplirías con ella, uniéndote a mí para que así pueda ser alpha por derecho legítimo? ¿Lo harías?

El chico soltó una sonora carcajada mientras Katherine lo zarandeaba por los hombros, como enloquecida.

— Eso... eso no es posible, aunque... aunque accediera tú no podrías... resucitar a los muertos. Es imposible.

— ¿Y qué si te dijera que me he hecho de un poder único que podría traerlos, eh? ¿Lo harías? ¿Me darías tu corazón?

La cabeza de Alex iba a estallar no podía tolerar tanta mentira encubierta por la ambición demencial de su cruel tía. Su respuesta fue seca y segura.

— No. Jamás me uniré a ti, maldita usurpadora.

Una bofetada resonó en la pieza cuando la dura mano de Katherine chocó fuertemente contra la mandíbula de su sobrino. La rabia pareció volver a impregnarla en tanto se ponía de pie, observando al chico a sus pies como quien ve a un gusano asqueroso al cual poder aplastar.

— Intenté ser condesciéndete contigo— dijo furiosa—, pero tú te niegas a cooperar. Creí que juntos, como guías de está manada, podríamos acabar fácilmente con ese problema que nos atañe pero en todo caso, debo hacerlo yo misma.

En ese momento, la puerta volvió a abrirse de golpe y con el rabillo del ojo que aun podía ver nítidamente, Alex supo que se trataba de John.

— Mi señorra tenemos nueva inforrmación— Farfulló la cavernosa y ronco acento ruso de Johnatan desde el marco de la puerta, parecía respirar con agitación.

— Espero que sea realmente importante, o de lo contrario...

— Lo es, mi señorra. Samuel y Leopold acaban de verr hace no más de diez minutos a una perrsona extrraña en el bosque.

— ¿Y por qué habría eso de importar? — Respondió Katherine entre aburrida y molesta, sin razonar.

— Porr que esa perrsona iba cubierrta con una capa y capucha, parrecía estarr huyendo— explicó con prisa John, y sus ojos neros brillaron de emoción— y parra serr humana corría tan veloz como uno de nosotrros.

Un silencio sepulcral inundó la habitación, roto suelo por los quejidos que Alex seguía dando conforme su cuerpo se curaba.

—Bueno, bueno— se burló Katherine y Alex pudo ver que su rostro se enardecía, presagiando su triunfo— el muy estúpido se ha venido a meter con la manada equivocada. John— dijo la dama dirigiéndose autoritariamente hacia el chico de cabello al rape y barba oscura—, di a los otros que examinen el bosque, no lo dejen escapar. Ese maldito es mío, esto será como una cacería más.

— Sí, mi señorra— Aceptó como un siervo fiel el fornido muchacho, y salió disparado de la habitación a cumplir con lo que se le había ordenado.

— ¿Qué... qué te hace pensar... que podrás con ella... o él? — preguntó entre espasmos y dolor el chico de cabello castaño oscuro, intentando parecer indiferente y esperando que Ella no notará su indiscreción.

— Te olvidas de lo que rige a nuestra estirpe querido Alexander— volvió a sonreír maliciosa la mujer, y sus ojos esmeralda refulgieron con crueldad— Los licántropos somos fuertes porque cazamos unidos, en manada; pero un lobo que está solo, bueno... no es ningún rival, técnicamente no es nada.

Y con una última burla Katherine Ivanov abandonó la habitación con extrema velocidad y elegancia, dejando en el muchacho que la miraba salir, un profundo desasosiego de que Ella pudiera lograr su cometido, entonces Charlotte no tendría escapatoria.

*       *       *

— No tiene por qué importarme Charlotte, ni lo que Katherine haga con ella— se repitió mentalmente el muchacho y encendió el motor de su Volkswagen Bettle rojo. Iba atrasado con una hora, y suponía que la chica rubia estaría desesperada.

Después de haber sanado de la golpiza de Christopher y tomar otra ducha con prisas, el joven Branderburg había salido de la mansión blanca sin toparse con nadie en su camino hacia su automóvil.

Mientras conducía por el tortuoso camino de piedra y tierra que llevaba al pueblo desde la mansión, Alex intentó amarrar paulatinamente la rabia que aún seguía sintiendo en su interior. Su maldito primo pagaría por lo que hizo, se juró a sí mismo en un susurro e intentó evitar pensar más en ello.

— ¿Y si realmente aquella persona que vieron Sam y Leopold en el bosque era Charlotte? — lo invadió la duda en tanto que giraba por Wolfeast Street y se aplanaba el cabello con una mano, pensativamente.

 — No, no creo que fuera tan estúpida para seguir en Moonsville, si todo mundo está tras ella— murmuró entre dientes— No, debió ser alguien perdido en los bosques. Pobre de quién sea.

Finalmente se estacionó en la reducida East Country –la peor zona del pueblo- y avanzó con prisa hacia el desgastado edificio donde vivía su amada Ángela. Tocó el timbre del número 7 y casi de inmediato, una chica rubia de piel blanca y tersa y unos ojos de color azul intenso se asomó por la corroída puerta.

Ángela Miller sonreía de oreja a oreja.

— Alex, ¡llegaste! — exclamó sonriendo y se abalanzó rodeándole el cuello con los brazos y enredándolo en un tierno beso. El chico sintió no mariposas, sino un terremoto revoloteando en su estómago.

— Creí que estarías molesta— dijo él, dándole un beso en la frente y mirándola a los ojos—, porque se me hizo tarde, es que...

Ángela lo silenció con otro delicado beso sobre los labios.

— No, no, descuida incluso me diste más tiempo para terminar de empacar el desayuno— masculló la rubia— Espero que te gusten las salchichas blancas asadas, las patatas con mantequilla y los panecillos rellenos de mermelada.

— ¿Bromeas? Me encanta todo eso, son el frühstück (desayuno) tradicional de Múnich.

— Exacto, aunque para estas horas ya será más bien la comida— bromeó Ángela y soltó al chico para entrar al apartamento— Supuse que te gustaría dado que tú vives por allá, en Múnich.

— Ah... claro, gracias— Alex se puso nervioso y de mil colores con aquella afirmación; después de todo ni Ángela sabía aún dónde vivía él en realidad, aunque antes poco se había interesado en ello.

Ambos entraron juntos a la reducida estancia, que tenía cierto aroma a humedad y algún olor agrio que irritó la nariz del chico pero no hizo gesto alguno para no herir los sentimientos de la chica rubia, después de todo, ella hacía todo lo que podía por mantener aquel lugar limpio y ordenado.

El minúsculo y arrumbado apartamento contaba solo con una recamara, un pequeño cuarto de baño, y una cocina comedor que se unía literalmente con los pocos metros de una sala.

Alex sintió pena por ella.

— ¿Cómo es que vives en éste... cuartito? — Alexander iba a decir cuchitril pero lo corrigió a tiempo.

La muchacha lo miró con una sonrisa entristecida.

— Es para lo único que me alcanza. — explicó mientras guardaba la comida dentro de una hielera y buscaba más objetos como cubiertos y vasos— Con lo de la beca pagó las cosas de la universidad así que... solo queda esto.

>> Y a propósito— musitó como recordando de pronto—, tú nunca me has invitado a tu departamento en Múnich, ¿cómo es?

De nuevo, Alex se sintió abrumado y su rostro se puso rojo rápidamente.

— Pues... ¿cómo va a ser?, pues... como cualquier departamento— explicó intentando disimular su nerviosismo.

— Bueno, tal vez después del picnic de hoy me puedas llevar a conocerlo, ¿Qué dices? — dijo tranquilamente Ángela, cerrando la hielera y mirando sonriente a su novio que no dejaba su mirada sorprendida.

— Mi primo estará ahí así que, no creo que...

— Creía que habías dicho que vivías solo.

— Bueno, sí, si vivo solo pero, a veces mi primo lejano va de visita— mintió, ya no sabía que más decir, así que intentó cambiar la conversación— ¿Ya está todo listo? El picnic nos espera.

—Sí, por supuesto, llevo todo en la hielera pero Alex— la chica rubia no paraba de insistir, y lanzó una mirada escrutadora al nervioso muchacho— Aun con tu primo podemos ir, así conoceré a alguien de tu familia.

— ¿Qué? Ah no, no princesa mira, además está muy lejos se nos haría de noche en carretera y... bueno, es peligroso— Los intentos de Alex por querer evitar aquello eran cada vez menos potentes.

— ¡Ha! ¡Por favor! Si Múnich está a solo hora y media de aquí— dijo Ángela seria, rodando los ojos— A veces siento como si me ocultaras algo.

Alex se quedó paralizado, pero su cuerpo volvió a reaccionar cuando la rubia sonrió.

— Pero en fin, deben ser ideas mías ¿verdad? — dijo con su encantadora sonrisa y dio un nuevo beso tierno en los labios oprimidos del chico.

Por un momento, en un pensamiento arrebatador y loco, Alexander se imaginó pudiendo contar toda la verdad a su hermosa chica: lo que él era, de dónde venía, lo que sufría.

— ¿Ángela?

— ¿Sí?

— ¿Y si tuvieras... si tuvieras que decirle a alguien lo más importante del mundo, sabiendo que nunca te creería? ¿Qué harías?

Los hermosos ojos azules zafiro de la chica miraron el rostro de Alex fervorosamente, pero sus labios se tensaron.

— Lo intentaría— respondió sincera y abrazó con afecto a su amado.

— "No" — pensó el chico temeroso. No estaba preparada para saberlo, no aún. O tal vez era que él temía decirlo, no quería perderla jamás.

El viaje en automóvil por la carretera de Burg Alte -que iba de Moonsville a Múnich por el lado norte- fue realmente ameno, y aunque Ángela había preguntado varias veces a dónde la llevaba éste continuó firme en que era una total sorpresa.

Tras varios minutos de camino y kilómetros recorridos, el flamante bettle rojo se desvió por un angosto camino de tierra, bordeado por árboles y maleza y finalmente frenó ante su destino.

El Die Gründe Parke, eraun lugar público que durante la primavera era concurrido por familias enteras para hacer un día de campo a sus anchas. El viejo parque estaba cercano a los pequeños cerros y pastizales que rodeaban el antiguo y glorioso núcleo de Moonsville, y tenían a su pies el inmenso y caudaloso río Isar, un río de aguas cristalinas que atravesaba gran parte del estado alemán de Baviera. Sin embargo, en aquellos precisos momentos el parque parecía estar totalmente desierto y en silencio absoluto.

— ¿Y dónde está todo el mundo? — Quiso saber la muchacha de cabellos dorados, mirando confundida el hermoso pero descuidado parque rodeado de altos arbustos, y sin una sola alma a la vista.

Die Gründe Parke solo es visitado por familias enteras en primavera, la cual hace poco que terminó, así que... lo tenemos todo para nosotros solos, ¿no es genial? — Dijo Alex emocionado, y se dispuso a colocar el mantel a cuadros –que Ángela había llevado- sobre el césped mal cortado, y a colocar las cosas sobre él.

— Ah, Alex...

— ¿Qué ocurre? ¿No te gusta?

— Claro que sí, es... es hermoso solo que, me parece curioso que viniéramos a este lugar tan... desolado.

— Hace unos meses te prometí contarte viejas historias para tu proyecto aquel... sobre Moonsville ¿recuerdas? — explicó Alex sirviendo un poco de jugo de frutas en dos vasos y colocando las salchichas blancas y las patatas con mantequilla sobre platos desechables— Creo que es tiempo de cumplir con mi palabra, y que mejor que un lugar tranquilo y cerca de la naturaleza.

Los azules ojos de Ángela casi se salieron de las cuencas de la emoción.

— ¿Hablas en serio? Oh Alex, eres... eres...— pero Alex no supo lo que era por qué la hermosa chica de tez pálida se lanzó sobre él, besándolo apasionadamente en agradecimiento.

— ¡Ay no! ¡No puede ser, no! — exclamó de pronto Ángela y se retiró del chico, angustiada.

— ¿Qué, qué ocurre?

— No traje mi cuaderno ni mi bolígrafo, no podré anotar nada— murmuró preocupada, pero él la tranquilizó.

— Descuida princesa— susurró Alex, poniendo mayonesa en una rebanada de pan blanco sin corteza, y colocando sobre él una de las salchichas cortadas en tiras— Te contaré algo sencillo, podrás recordarlo con facilidad, estoy seguro.

— Está bien, ya quiero escucharla.

El chico la miró sonriente, con un brillo de éxtasis y esperanza reluciendo en la profundidad de sus ojos azules; le entregó un sándwich de salchicha y patatas y uno de los vasos con jugo de frutas.

— Pero primero, vamos a comer ¿vale?

Ángela hizo pucheros como niña pequeña y bufó, pero al final sonrió emocionada y comenzó a engullir la comida.

La tarde transcurrió de manera amena y encantadora, mientras las cosas dentro de la canasta se iban vaciando. Pronto, ambos estuvieron satisfechos y contentos con aquel picnic improvisado y miraron apacibles hacia el horizonte, donde tras nubes rosadas el sol comenzaba a ocultarse en el ocaso y pocas estrellas brillantes aparecían de poco en poco en el cielo negro azulado.

— ¿Alguna vez has escuchado la historia de la luna y su amante? — La pregunta de Alex sonó teatral, rompiendo el romántico silencio que los envolvía, frente al sol decadente.

A la chica rubia se le dibujó una gran sonrisa en los finos y rosados labios.

— No, nunca— Respondió, enloquecida de emoción.

— Verás, es una historia muy antigua que me contó mi abuelo alguna vez; una leyenda fantástica, en toda la extensión de la palabra. Dudo siquiera que tenga algo de realidad.

— Cuéntame— Ansió Ángela ante el escepticismo del muchacho.

— Está bien— resopló decidido y comenzó a narrar de la misma manera misteriosa en que su abuelo, el gran Jeremías Branderburg se la había contado un siglo atrás—. Cuenta la leyenda que hace miles de años, cuando la tierra aún era joven y pocos humanos la poblaban, que allá en el cielo existían los espíritus guardianes. Aquellos seres dotados de gran poder, tenían la obligación de velar por el mundo humano y protegerlo a toda costa de la maldad y la oscuridad.

>> El gran rey Sol, era el más poderoso y sabio de entre todos los espíritus y por lo tanto, su tarea constaba no solo de proteger, sino también, de iluminar y calentar la tierra durante todo el día, hasta el ocaso. Era entonces cuando su hermosa y poderosa hija lo sustituía. La diosa Luna, casi tan gloriosa como su propio padre, iluminaba con luces de plata el cielo oscuro, protegiendo así a los humanos en la noche, y para eso, era ayudada por los espíritus menores, las estrellas; pero como un mal que infecta y lo arruina todo, la oscuridad se abrió paso en el firmamento, trayendo consigo la maldad.

>> Fue tanto el temor del dios Sol de verse destruidos por las sombras, qué invocó vida de su propio fuego eterno y con él creó a dos nuevos y poderosos espíritus guerreros, físicamente parecidos; los hermanos mellizos Dor y Xen—El chico se tomó un breve respiro, y miró a su interlocutora para ver su reacción. Ángela escuchaba atenta ante la majestuosa forma de narrar de su amado, y contemplaba con deleite el rojizo atardecer. Entonces tomó la mano de Alex con ternura, invitándolo a proseguir. — Una vez creados aquellos dos poderosos seres— continuó —, cada uno fue encomendado a la protección de los dos altos dioses. Dor, que era destacablemente el mayor y más fuerte, fue puesto junto al Sol; y Xen, el menor y más astuto, fue colocado al costado de la diosa Luna. Codo a codo, los hermanos y los dioses consiguieron expulsar y llevar a su exterminio a la oscuridad o al menos eso creyeron, pero las sombras, astutas y perversas se aprovecharon de la debilidad y vanidad del hermano mayor, y sin problemas consiguieron penetrar en su mente frágil volviéndolo en secreto contra su propio hermano.

>> Conforme la maldad reverberaba en el interior del oscuro corazón de Dor, la envidia y los celos enfermizos aparecieron también en él, haciéndolo odiar a su propia sangre. Sus ojos solo podían ver las ventajas que su estúpido hermano tenía y las que él no, pues mientras su propia belleza era opacada por la potente luz del dios Sol día a día y nadie sabía siquiera de su existencia en el firmamento, su hermano Xen era admirado por los humanos, quienes incluso se atrevían a asegurar que aquel nuevo y brillante astro que brillaba en el cielo nocturno era el amante predilecto de la Luna, y no se equivocaban.

>> La hermosa diosa Luna y el hermano menor se habían enamorado irrevocablemente el uno del otro, y para colmo, el dios Sol había aceptado semejante relación. Dor sintió la oscuridad en él, que le mostraba como su hermano poseía todo lo que él, glorioso y hermoso, no podía tener: amor, poder y el placer de ser admirado y alabado por los humanos. Así que decidió vengarse de su hermano.

— ¿Contra su propio hermano? — Interrumpió la gélida voz de Ángela, anonadada. Alex vio su sorpresa reflejada en los cristales de sus propios ojos.

— Sí— respondió, mirando al cielo cada vez más estrellado— Sus celos enfermizos y la oscuridad de su corazón lo cegaban, tanto que ya no veía a Xen como su hermano sino como su enemigo mortal. Dor sabía de buena fuente que a la hermosa diosa Luna admiraba con deleite las flores terrenales, y que añoraba más que nada en el cosmos poder alguna vez impregnarse de su aroma; y esa fue la excusa perfecta para conseguir su venganza. Una mañana, cuando el amanecer daba comienzo y la Luna se marchaba a sus aposentos en pos del descanso, el hermano mayor se aproximó a Xen y en un tono de burla, lo tentó con una prueba, diciéndole que si de verdad amaba tanto a su princesa Luna debía entonces bajar a la tierra de los mortales y recoger para ella las flores más hermosas, teniendo que volver al firmamento antes del ocaso. Tentado, y no queriendo verse como un cobarde, Xen aceptó el reto y con el poder que le había sido otorgado desde su nacimiento se transfiguró en un humano, en el más hermoso de todos, y entonces descendió a la tierra.

— ¿Qué... qué? Oh, perdón Alex, es que es muy intrigante. Maldito Dor tan... perdón, continua ¿vale? — Se disculpó la rubia ante su intromisión, pero Alex le sonrió tranquilo por toda respuesta, notando el gran interés de la chica por aquella absurda leyenda.

Decidido y gallardo, Xen comenzó su labor en el mundo mortal, recogiendo toda clase de flores exóticas y hermosas: Rosas, tulipanes, alcatraces, claveles, iluminado siempre por el Sol –quién no sospechó nada de aquel "particular humano"-; lo que Xen no se imaginaba era que allá en lo alto, Dor se retorcía de risa ante su absurda valentía.

Cuando el ocaso llegó y el hermano menor intentó regresar a su hogar se dio cuenta de algo terrible, no podía hacerlo ya. Su hermano lo había engañado para bajar pues él sabía, gracias a su maestro el Sol, qué ningún espíritu podía bajar a la tierra mortal sin consentimiento de los grandes dioses pues de lo contrario, no podría volver jamás. Entristecido y traicionado, Xen se llenó de rencor permitiendo sin saber que la oscuridad también se anidara en él.

>> Por su parte, allá en el cielo oscuro, la diosa Luna ya había tomado su puesto y de inmediato fue consciente de la ausencia de su amado. Llena de temor ante lo extraño del asunto convocó ante su presencia a Dor y le exigió que le explicara en dónde estaba su hermano. Sondeado por el intenso poder de la diosa, el hermano mayor admitió humillado su despreciable acto y ésta, furiosa contra él, le dijo que ahora debía enmendar su error y para ello debía bajar el también a la tierra para traer a su hermano menor de vuelta.

Con sumo cuidado y dolor, la diosa Luna se desprendió de su propio corazón de cristal diamante y lo entregó a Dor, explicándole que debía encontrar a su hermano antes del amanecer y tocar ambos aquel diamante de modo que ambos podrían volver al firmamento, pero debía apresurarse, pues cuando el amanecer llegara aquel cristal perdería todo su poder y ya no habría solución— Alexander tragó la escasa saliva que tenía en la boca, agotado de tanto hablar, pero los ojos azules lo acribillaron amedrentadores y con ansias para que no se detuviera. Carraspeó—. Renegando por la orden dada pero sin opción alguna, Dor se negó a transformarse en humano, pues repudiaba a esas criaturas terrestres y en su lugar optó por tomar la forma del animal más majestuoso y admirado por él, un lobo y así descendió finalmente también a la tierra. Por horas, el lobo buscó a su hermano maldiciendo por ello, y entonces cerca del amanecer dio al fin con él, oculto y agarrotado en una fría cueva; con el poder de la mente Dor invocó a su hermano y le apresuró a unirse a él rápidamente, explicando que todo había sido un error y que su amada le había enviado a por él, pero Xen -cuya rabia y odio hacia su traidor hermano lo cegaban totalmente, arremetió contra el gigantesco lobo y en medio de una lucha encarnizada entre hombre y bestia, el cristal salió volando del hocico del lobo cayendo a metros de ellos. Inmersos en la contienda, ni uno ni otro se percataron de que allá en el cielo la Luna, deprimida y sollozante, había sido suplida ya por el dios Sol y cuando ambos corrieron espantados y tocaron el diamante ya era demasiado tarde, el poder se había desvanecido.

— ¿Y qué ocurrió, qué hizo la Luna? Dime, Alex— insistió Ángela zarandeándolo del brazo ante el repentino silencio del chico.

— Ya, ya— dijo él riéndose de su ansiedad— Solo me detuve para ver si prestabas atención. Pues verás, la diosa Luna estaba desconsolada por lo ocurrido pero también enfurecida, pues con su corazón yaciendo ahora en la tierra mortal su propio poder y vida también se acabarían, consumidas por su ausencia. Así que llena de rabia y dolor uso su disminuido poder para lanzar  una última maldición contra los hermanos espíritus. Ambos permanecerían unidos, fundidos en uno solo hasta el día en que pudieran comprenderse el uno al otro, y así hombre y bestia se transformaron en uno solo, condenados a vivir como un humano ordinario durante la mayoría de los días pero, cuando la luna llena brillara sobre el cielo, muerta y sin poder como un simple astro más, el hombre se convertiría en la bestia: un gigantesco lobo cuasi humano de pelaje negro, ojos amarillos y un hambre insaciable por la carne humana, vagando solo por la tierra y aullando a su amada Luna por clemencia, durante toda la eternidad. Fue así como nació Xendor, el primer hombre lobo conocido sobre la faz de la tierra mortal.

Esa ocasión fue Ángela quién se quedó en absoluto silencio, concentrada en el cielo ya oscuro, lleno de estrellas brillantes y pacíficas.

— ¿Y... bien? — Preguntó Alex contrariado ante el silencio y quietud de la chica rubia— ¿Qué te pareció?

Ángela sonrió excitada, como si fuera demasiado para analizar. Lanzó un gran suspiro antes de poder hablar.

— Es... magnífica, aunque fantasiosa. Aun así podría dar explicación de muchas cosas: la doble personalidad humano-bestia, su demencia por la luna llena, su odio hacia los humanos; es... es...demasiado...

— ¿Ridícula, infantil, patética? — preguntó Alex burlesco ante el grado de emoción de la blanca muchacha.

— No, no es ridícula, es... genial. Gracias por contármela Alex, me será de gran ayuda para mi investigación— Murmuró la chica de cabellera dorada, acercándose al chico y besándolo por enésima ocasión.

Ich liebe dich, mein Engel— Exhaló Alex en un susurro, tocándole el suave rostro, frío al tacto debido al gélido viento que comenzaba a soplar.

Fue entonces, con el susurro del viento, que los músculos del muchacho se tensaron poniéndose rígidos y sus oídos agudizados percibieron un sonido a la distancia, una especie de pisadas fuertes y pesadas acompañadas del crujir de las hojas secas sobre el suelo.

Fue el aire también, el encargado de llevarle hasta su olfato adiestrado un aroma inconfundible y penetrante, y el chaval supo que algo no andaba bien.

— No. Hagas. Ningún. Movimiento— murmuro en el más extremo silencio a Ángela, quién lo miró llena de confusión, intentando leerle los labios— Hay alguien vigilándonos, oculto entre los árboles.

Un escalofrío intermitente recorrió el cuerpo de Ángela Miller, que pasó de la confusión al horror en lo que tarda un latido del corazón; creyendo que después de todo, aquella tarde no había resultado tan perfecta.

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