Son solo tres Palabras (Rubel...

By solcaeiro

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No puedes proteger a alguien todo el tiempo, pero él es capaz de hacer cualquier cosa por amor. Rubius desarr... More

Empezamos bien (Capítulo 1)
Tú miras pero no ves (Capítulo 2)
Amigos (Capítulo 3)
¿¡Perdonarte qué!? (Capítulo 4)
Chicos buenos y malos (Capítulo 5)
El gimnasio (Capítulo 6)
Problema (Capítulo 7)
Máquinas (Capítulo 8)
¿Por qué nunca puedes salvar a nadie? (Capítulo 9)
Como tener un gato (Capítulo 10)
Gracias (Capítulo 11)
El Hombre de sonrisa Cruel (Capítulo 12)
Confrontación (parte 1 y 2) (Capítulo 13)
La carta (Capítulo 14)
Sorpresa (Capítulo 15)
Una lluvia de Mentira (Capítulo 16)
El FuckingBlue (Capítulo 17)
En ese Instante (Capítulo 18)
Cebolla (Capítulo 19)
Red (Capítulo 20)
El Juego de los besos y todas esas Gilipolleces (Capítulo 21)
Lo que no te Atreves a Decir (Capítulo 22)
La Sonrisa más Dolorosa (Capítulo 23)
La Habitación (Capítulo 24)
¿Puedo contarte un secreto? (Capítulo 25)
Postre (Capítulo 26)
Destruido (Capítulo 27)
Fuera de Nuestro Control (Capítulo 28)
El Escape (Capítulo 29)
Porque Estoy Contigo (Capítulo 30)
Sola (Capítulo 31)
Fantasma (Capítulo 32)
"TAG del Psicólogo"
La Voz (Capítulo 33)
Las tres palabras (Capítulo 34)
Tu tristeza (Capítulo 35)

Todo (Capítulo 36)

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By solcaeiro


Y el peso y el dolor que sentía en la espalda resultaron ser un par de alas blancas que le nacían del alma.

Cinco meses después

Mangel bajó las escaleras de piedra.

Se detuvo unos escalones arriba, sin atreverse a bajar del todo. No quería interrumpir aquello que se había vuelto, otra vez, un hábito.

El sonido de los puños contra la bolsa de arena iba y volvía, preso de los ecos que resonaban allí abajo. El cuerpo de Rubén se sacudía con cada golpe, con cada descarga. Su ceño se fruncía con fuerza en una clara muestra de concentración. Su cabello estaba traspirado y se le pegaba al cuello y a las sienes. Las gotas de sudor resbalaban desde su frente; algunas morían en su mentón; otras se aventuraban más allá de las clavículas, trazando, como si de una pincelada se tratara, el contorno de su pecho. Su torso descubierto dejaba a la vista el trabajo de los músculos, el movimiento, la trayectoria; la tensión de sus hombros, el relajar de sus antebrazos después de cada impacto.

Rubén había vuelto a su vieja costumbre. Siempre que podía, se escapaba de donde fuera para ir al gimnasio. Cuando no estaba con Miguel, estaba con su vieja amiga, la bolsa de arena de aquella pequeña y húmeda sala de techo bajo.

En momentos así, las emociones que a menudo se reflejaban en el rostro de Rubius parecían ocultas, sepultadas bajo esa capa de sudor y brío, enterradas, olvidadas y reemplazadas por el instinto, los impulsos y la sed.

A Mangel, mirarlo mientras entrenaba le hacía pensar que Rubén también lo sentía así. Le hacía creer que, durante momentos como esos, los sentimientos en el pecho de Rubén se disipaban y lo dejaban en paz por un rato. Podía sentirlo casi como si le estuviera pasando a él. Y calmaba su angustia también.

Rubén, respirando entrecortadamente, dejó de golpear y se volvió hacia Miguel.

- Sé que soy muy sexy cuando practico, pero podrías disimularlo – soltó Rubius, alzando las cejas y frotándose los nudillos rojos.

Mangel fingió un suspiro mientras acababa de bajar los escalones.

- Lo siento. No puedo. Cuando te veo cubierto de sudor un instinto animal se apodera de mí.

- Grr – murmuró Rubius, acercándose a él con una mirada amenazadora.

- Sabía que te encontraría aquí ¿Recuerdas que hoy al mediodía...? No, aléjate de mí. Ni se te ocurra. ¡No! ¡Para! ¡Rub...! ¡No me toques! ¡No!

- Pides cosas muy difíciles – sentenció Rubén, jocoso, envolviéndolo aún más en su abrazo. Apoyó el mentón en la cabeza de Miguel.

- De acuerdo. De acuerdo, es agua – intentó convencerse Mangel, cerrando los ojos para que el sudor del cuello de Rubén no le entrara en los ojos –. Es agua, ¡es agua!

- No es agua. Es transpiración – y, para darle más fuerza a sus palabras, se inclinó y restregó su cabello mojado por el rostro de Miguel.

- OH, DIOS, NO.

Rubén soltó una carcajada y se apartó. Retrocedió unos pasos hasta la bolsa de arena y se abrazó a ella.

- Tú también te ves muy sexy cubierto de sudor – dijo, con una sonrisa y una mirada burlona, aunque Mangel no pudo verlas porque estaba muy ocupado limpiándose el rostro.

- Gracias – espetó, una vez que su cara estuvo libre de toxinas humanas. Alzó la cabeza y lo miró –. ¿Recuerdas que hoy al mediodía quedamos en...? – comenzó, pero su voz fue muriendo hasta que cayó en el silencio.

Y ahí está otra vez, pensó.

Aun abrazado a la bolsa de boxeo, Rubén se había quedado observando el suelo. No parecía estar escuchando ni sintiendo; ni siquiera viendo, en realidad.

Si bien Rubius siempre había hecho aquello (una mala costumbre que Mangel había detectado hacía mucho tiempo), últimamente sucedía con más frecuencia. Y costaba más sacarlo de ese pozo cuando caía en él. Rubén podía bromear y sonreír; podía juguetear, enfadarse o cabrearse consigo mismo; quizás incluso con otros; podía estar planeando su futuro (como cuando Miguel le había preguntado por su trabajo y Rubius le había dicho que planeaba dejarlo y conseguir otro, pues seguir en donde estaba le parecía aprovecharse de su jefe); podía estar con los ojos cerrados o abiertos; podía estar hablando o riendo; podía estar haciendo nada y, sin embargo, Mangel podía ver ese velo en sus ojos. Podía verlo, palparlo. Esa sombra que los cubría de recuerdos fuertes. Podía sentirla.

Y sabía, como si, otra vez, fuese él quien lo sintiese, que el dolor no se había ido. Sabía que seguía estando ahí, igual de presente que hacía cinco meses. Sabía que el paso de los días era solo un número; que no significaba nada; que la tristeza no se había ido, sino que se había escondido por allí, y aprovechaba esos momentos de debilidad para asomar.

Momentos como aquel.

Mangel se acercó a él, extinguiendo el espacio que los separaba en menos de un segundo, y le cogió el rostro entre las manos. Lo obligó a que lo mirara.

Rubén pestañeó y volvió a aquellas cuatro paredes de techo bajo. Sus ojos se encontraron.

- Rubén – dijo Mangel, firme, aun sosteniéndole la quijada, intentando atravesar la turbulencia de sus ojos –. Estás-

- ...aquí contigo – le completó Rubius, sonriendo mientras asentía –. Lo sé.

Miguel se sonrojó y apartó la mirada.

- ¿Tantas veces te lo he dicho ya?

- No me importa. Me gusta que me lo recuerdes – Rubén le cogió las manos y se las besó –. ¿Qué ibas a decirme?

- ¿Eh...? Oh, bueno, iba a recordarte que habíamos quedado con los chicos hoy al mediodía. Para almorzar. Y luego... bueno, ya sabes.

- ¿Qué? ¿Por qué?

- ¿Cómo que por qué? Tú sabes por qué. Admítelo.

- ¿Qué? No. Me parece una completa injusticia. ¿También tengo que verles las caras en vacaciones? Necesito un descanso. ¿Los veo todo el año y ahora que no tengo por qué hacerlo, también me veo obligado a fingir que los quiero?

- Sólo admítelo.

- Vale, sí, los extraño.

- Era obvio.

- Pero no les digas que dije eso. Al gilipollas de Jeffrey se le subirá a la cabeza.

- Sabes que lo primero que haré será decirles.

Rubén siguió practicando un poco más y, cuando se hicieron las once de la mañana, recogió sus cosas y ambos subieron la escalera. Arriba, detrás del mostrador, Fernando atendía a una pareja de ancianitos. Cuando vio salir a Miguel y a Rubius, los saludó con un gran gesto de la mano y una amplia sonrisa. Ellos le devolvieron el saludo.

Y se fueron cogidos de la mano.

Mangel rengueaba.

Su respiración era entrecortada. Tenía gotas de sudor resbalándole por la frente. Le habían disparado en la rodilla y en el hombro. La insignia roja en su pecho subía y bajaba al ritmo de su resuello.

Avanzó por el campo, ocultándose detrás de cajas desgastadas y piedras grandes y fornidas. El traje que llevaba era pesado, de protecciones gruesas y fuertes. Se había levantado la ventanilla del casco para ver mejor y poder respirar aire fresco. Avanzaba con dificultad por el camino de tierra que había memorizado para volver a su base, intentando hacer el menor ruido posible. Ya no sabía si continuaban siguiéndolo o había logrado despistarlos. Sentía las piernas pesadas y el brazo cansado de cargar el arma tanto tiempo.

Cuando vio la marca en forma de X en la piedra que tenía enfrente, supo que tenía que girar a la derecha. Y, efectivamente, en aquel recinto circular formado por rocas altas, estaban sus compañeros.

- ¿Qué ha pasado? – espetó Gwen con voz grave, acercándose a él. Se había quitado el casco y el cabello se le pegaba al rostro por el sudor. Tenía las mejillas coloradas y las cejas en una mueca de preocupación. Se la veía muy pequeña en su gran traje negro lleno de mallas, que la envolvía como una gran armadura. Se veía obligada a caminar como un robot por lo grande de sus botas –. ¿Estás bien? – preguntó, inspeccionándole el disparo del hombro.

Él asintió, no muy convencido.

- El plan B no ha funcionado – informó Miguel, acuclillándose, intentando hacerse oír por encima de sus jadeos. Dio grandes bocanadas para recuperar el aire.

- ¿Te han descubierto? – inquirió Ángela, desde donde estaba parada. Se había subido el plástico protector a prueba de balas, al igual que Mangel. Apoyaba todo su peso en una pierna y sostenía el arma con sus dos manos. Se la veía bastante cómoda enfundada en su traje.

- No – contestó Mangel, negando con un ademán de la cabeza –. Más bien creo que ya se lo esperaban – alzó la vista hacia todos sus compañeros, elevando las cejas para darle énfasis a sus palabras –. Nos estaban esperando.

- Pues entonces no queda más remedio – dijo la voz socarrona de Jeffrey. Mangel lo miró. Estaba sentado en una pequeña torre de roca, con los codos apoyados sobre las rodillas en una posición despreocupada. Su cabello dorado se batía en todas direcciones, haciendo juego con su descarada sonrisa pirata cuyos hoyuelos profesaban malas intenciones –. Tendremos que jugar sucio.

- A por el plan C, entonces – soltó Patty, la amiga de Jeff, con otra sonrisa juguetona.

Gwen suspiró, disgustada, pero no dijo nada.

A Mangel tampoco le gustaba el plan C. Le parecía deshonesto y descarado, y no estaba seguro de poder llevarlo a cabo correctamente. Ángela pareció notar su vacilación, porque se acercó y, poniéndole una mano en el hombro, le dijo:

- Es la única forma.

Miguel la miró un instante, intentando convencerse, pero luego agachó la cabeza y lanzó un suspiro.

- Lo sé – admitió, armándose de valor. Luego alzó la quijada, pasando la mirada por encima de los cuatro miembros de su equipo –. Después de todo, el paintball es un juego sucio.

- ¡¡¡AYUDA!!!

Los gritos de Jeffrey resonaron por entre las paredes de los laberintos de piedras, cajas y ladrillos torcidos, llenos de inscripciones, símbolos y grafitis. Jeff estaba tirado en el suelo, en un espacio poco amplio. Solo había unos metros de sitio. Más allá, las paredes de roca se alzaban por encima de las cabezas de todos, impidiendo ver lo que había detrás de ellas.

Mangel no tenía idea de cuán grande era la arena de juego, pero hasta ahora le había parecido gigantesca, y eso que había partes que no había descubierto todavía.

- ¡Alguien...! ¡Alguien por favor ayúdeme!

Mangel y Ángela aguardaban, escondidos detrás de las rocas, a que llegara Gwen corriendo hasta ellos. En efecto, un minuto después de gritos y súplicas de Jeff, Gwen llegó trotando a ambos, con su traje negro y una insignia roja que indicaba su equipo, y asintió con la cabeza.

- He logrado que uno de ellos se separe del grupo. Viene hacia aquí.

Por la mirada que le echó Gwen a Mangel, él supo perfectamente de quién se trataba. Pero no quiso admitirlo. No quiso aceptarlo hasta que lo vio aparecer, allí, doblando la esquina de la izquierda con el rifle cargado de balas de pintura azul en alto.

- ¡Oh...! ¡Oye...! – imploró Jeffrey, retorciéndose en el suelo –. ¡Ayúdame! ¡No...! ¡No tengo arma! ¡Me han traicionado!

Para estar improvisando, Mangel tuvo que admitir que Jeff actuaba muy bien. Allá, tirado en el suelo, con el abdomen del traje negro cubierto de balas de pintura roja (las balas de su propio equipo), sin rifle ni casco y una expresión de dolor que no podía ser del todo fingida (pues no importaba que las balas fueran de pintura, porque dolían la hostia de cualquier manera), Jeff parecía un cowboy recién caído del caballo, dolido y desesperado, vendido por su propio equipo.

- ¡Es-escucha! – balbuceó Jeffrey, estirando una mano hacia su enemigo de insignia azul –. ¡Me han quitado el arma y me han tirado aquí! No... no sé por qué. Dijeron que era muy ruidoso y... y un idiota... ¡Pero puedo ser útil! ¡Puedo...! Puedo demostrarlo. ¿Quién eres? ¡NO! – Jeff se encogió en donde estaba, echo un ovillo, cuando el del equipo azul le apuntó con el arma, dispuesto a acabar con aquello –. ¡No, por favor! ¡Puedo serte útil! Puedo decirte... dónde está mi bandera. Si es que no la han cambiado de lugar ya. Déjame ayudarte. ¿Quién eres?

El del equipo azul se quedó unos momentos estático, al parecer dudando de todo aquello. No dijo nada. Jeffrey aguardó, y aguardó, paciente, aún tendido en el suelo, sin moverse ni cambiar su expresión desolada. Durante un minuto entero, nadie hizo nada.

Jeff había comenzado a ponerse visiblemente nervioso y parecía a punto de decir algo más, hasta que el del equipo azul se quitó el casco con un rápido y fluido movimiento.

Aunque a Mangel no le había hecho falta para distinguir quién era. Aquella forma de andar, esos hombros tensados, su altura; todo lo había delatado a los ojos de Miguel.

Rubén sujetó el casco con una mano y apuntó a Jeffrey con la otra.

- ¿Dónde está tu grupo? – inquirió Rubius, tosco, entrecerrando los ojos.

Mangel tuvo que admitir que aquel traje le sentaba muy bien. Como era alto, le iba ceñido al cuerpo, casi como una segunda piel, y las botas parecían ser de su talla, por lo que no caminaba como un pingüino, sino que se movía con libertad y gracia; incluso el rifle parecía sostenerlo con ligereza, como si hubiera nacido sabiendo sostener un arma. La insignia azul cosida en su traje que lo señalaba como un enemigo parecía brillar.

- Han ido todos a por vuestra bandera – intentó convencerle Jeff, alzando las manos en señal de paz –. Los cuatro. Patty dijo que estaba segura de dónde la escondían.

- ¿Por dónde han ido? – exigió saber, acercándose más al cowboy abandonado.

- Por el puente.

Mangel escuchó a Rubén soltar una risa sarcástica.

- No hay nadie en el puente. Acabo de venir de allí. Si hubieran ido, me los hubiera encontrado.

- Oh – Jeff sonrió, borrando de un gesto rápido todo rastro de desesperación en su rostro; ahora miraba a Rubius con mofa –. Eso debe ser porque están detrás de ti.

- ¡Un movimiento extraño y te vuelo la cabeza, Doblas! – amenazó Gwen, poniéndose en pie. Apuntó con el rifle justo a la nuca de Rubén. Este no se movió –. ¡Te recuerdo que no tienes casco! ¡Esto puede acabar peor de lo que te imaginas!

- Arroja el rifle – exigió Ángela, saliendo de su escondite también, apuntándole con su arma.

Rubén rio secamente, sin soltar el rifle.

- ¿De qué te ríes? – quiso saber Jeffrey, aun sonriendo como un pirata, al tiempo que cazaba al aire el rifle que le arrojaba Ángela. Se puso en pie con dificultad.

- De que no sé cómo me he tragado tu cuento – respondió Rubius, ahora arrojando el arma a un lado, muy a su pesar. Estaba tenso –. Debí haberlo supuesto. Al fin y al cabo, todo en ti es falso, rubio oxigenado.

Aquello borró la sonrisa del rostro de Jeff.

- Por enésima vez, ¡SOY-RUBIO-NATUR-

- Jeffrey, cierra el pico.

- Sí, cariño.

- ¿Dónde están los tuyos? – soltó Gwen, sin más rodeos, ahora acercándose.

Rubén no contestó. Se oyó un disparo. Rubius soltó un quejido de dolor. Mangel no alcanzó a ver desde su escondite, pero creyó que Gwen le había disparado a Rubius en la rodilla. Miguel se encogió en donde estaba. Se sintió culpable por no ayudarle. Está bien, era del equipo azul, pero...

Joder.

- ¿Vas a responderme ahora? – inquirió pecas, alzando las cejas. Más allá, apoyado contra una roca, Jeffrey la miraba con admiración.

- Han seguido a uno de vosotros hasta la torre del reloj – informó Rubén, a regañadientes –. Ky cree que tenéis vuestra bandera escondida cerca del depósito.

Ángela soltó una risa seca.

- Buen trabajo, Mangel – le felicitó.

Miguel tragó saliva y, por fin, salió de detrás de las rocas con la culpa carcomiéndole el pecho. Allí estaba, una figura alta y atlética, rodeado por todos sus flancos y bajo la mira de rifles de miembros del equipo rojo.

Vio cómo Rubén se volvía hacia él y lo miraba. No supo interpretar su mirada, pero a todas las luces de Mangel, parecía estar diciéndole ¿así que has sido tú? Creí que podía confiar en ti.

Creí que estos colores no iban a separarnos. Creí que estábamos en el mismo equipo.

Joder, Miguel, cálmate, se dijo a sí mismo. Es solo un maldito juego, por Dios.

- De acuerdo. Dinos dónde está tu bandera – sentenció Gwen.

- A no ser que quieras que te fusilemos – destacó Ángela, encogiéndose de hombros.

- Hombre – Jeff le puso una mano en el hombro –, somos cuatro rifles. Cinco, con el tuyo. Va a doler. Yo que tú lo pensaría.

- Al lado del lago hay una casa de ladrillos en construcción – dijo Rubius, cabizbajo –. Allí dentro, a lo alto de una pequeña torre de piedra, está nuestra bandera.

Gwen sonrió con sorna.

- Gracias.

Rubén la fulminó con la mirada.

- Mangel, quédate con él – espetó Ángela, caminando hacia el arco de roca de la derecha.

- ¿Estás segura de que es una buena idea? – dudó pecas, con el ceño fruncido. Balanceó el peso de una pierna a la otra –. Ya sabes. Es Rubius. Y él es Mangel.

- Qué va – soltó Jeff, con otra de sus sonrisas socarronas. Cogió el rifle de Rubén del suelo. Miró a Miguel mientras decía, divertido –: Dejémoslos solos.

- Vale.

Y, sin decir más, desaparecieron los tres por el arco de piedra. La única que se asomó una vez más fue Gwen, para decirle a Mangel:

- Estate atento. Y no te distraigas. No olvides que es uno de ellos. Y si viene uno alguien del azul puedes usar a Rubius como rehén. Tú me entiendes – y se fue. A los dos segundos volvió y sonrió, avergonzada –. Lo siento. Este juego me pone violenta – dijo.

Y se fue.

Mangel aguardó a que volviera para agregar algo más, pero no lo hizo. Pronto reinó el silencio.

Miguel cambió el rifle de brazo. Se le estaban cansando los músculos.

- Sabes que no tienes que apuntarme con eso todo el rato, ¿verdad? – inquirió Rubén, mirándolo con una pizca de jugueteo en los ojos.

- Oh, s-sí. Vale. Lo siento – Miguel bajó el arma y se quedó quieto, sin saber qué hacer, o a dónde mirar.

- Ven aquí – Rubén se acercó a una pared de roca con un enorme grafiti verde de letras ilegibles y se sentó contra ella.

Mangel le siguió. Se sentó a su lado también, sin atreverse a soltar el rifle aún. Estaba nervioso.

Pero entonces Rubius apoyó la cabeza sobre el regazo de Miguel y cerró los ojos, suspirando. Aquello tranquilizó a Mangel y se permitió relajarse. Menguó el agarre del arma.

- No pensaste que iba a enojarme en serio, ¿verdad? – quiso saber Rubén con una sonrisa en los labios, sin abrir los ojos.

- Claro que no – Mangel intentó aparentar desinterés.

- Oh, Dios, pensaste que me había enojado en serio.

- He dicho que no.

- Sí, lo has hecho.

- No es cierto.

Rubén abrió los ojos y le sonrió, en plan vamos, a quién engañas.

- Vale, sí, un poco – admitió Miguel, apartando la mirada.

Rubius soltó una carcajada.

- ¿Cuánto llevamos en este juego? – preguntó Mangel, mirando alrededor – ¿Dos horas? ¿Tres?

- A juzgar por el hambre que tengo, yo diría cuatro.

- Si vamos a medir el tiempo por el hambre, entonces yo diría que llevamos encerrados aquí una semana y media.

Rubén rio otra vez. Dejó que el tiempo se escabullera entre ellos. Pasaron los segundos, los minutos. Una agradable brisa se colaba por las paredes de los laberintos, refrescándoles la piel. A penas alcanzaban a ver el cielo nublado, que parecía cercado por pilas de cajas y paredes de piedras toscas, anunciando una lluvia inevitable que en cualquier momento les caería.

- Espero que tu equipo capture la maldita bandera de una vez – dijo Rubius, ahora mirándolo a los ojos –. Así podemos terminar con esto.

- Sí, yo también – coincidió Miguel, enterrando la mano en el cabello de Rubén.

- Cuidado con lo que haces, tigre – le advirtió él, con una sonrisa, desde su regazo, cuando Mangel había comenzado a inclinarse para besarlo –. Recuerda que nos están mirando los de arriba.

Miguel alzó la cabeza hacia la torre del reloj. Era una gran torre, alta e imponente, que se alzaba por sobre las cabezas de todos como un faro. La torre indicaba el centro, según habían dicho los instructores antes de comenzar el juego. No tenía idea de por qué la llamaban del reloj, si no sabía ningún reloj.

Los dos instructores, Krist y David, estaban en lo alto de la torre, observando todo lo que hacían los jugadores. Desde allí arriba, detrás de aquellos vidrios polarizados, debían de verse todos los malditos rincones del campo de juego.

- Me siento en los jodidos juegos del hambre – murmuró Mangel, sin quitarle el ojo de encima a la torre del reloj.

- Que les jodan – sentenció Rubén, cogiendo a Miguel de la nuca –. Bésame, Peeta.

Mangel no pudo evitar reír mientras le besaba. Era un alivio poder soltar una risa con tanta soltura después de tanto tiempo.

Fue entonces cuando escuchó pasos.

Muchos pasos.

Antes de que pudiera reaccionar, unos pies cayeron al lado de la mano de Mangel y patearon su rifle lejos de él. Otro par de pies aparecieron rodeándolo por la izquierda. Por último, una figura apareció por el arco de piedra del oeste y se colocó en medio de los otros dos.

Todos los rifles apuntaban a la cabeza de Mangel.

El equipo azul.

La escena se había desarrollado con tanta rapidez que no le habían dado tiempo de reaccionar. Lo único que pudo hacer fue observar, con los ojos muy abiertos, cómo el miembro del medio abría la ventanilla de su casco y dejaba a la vista un rostro familiar.

- Aléjate de él, Rubius – dispuso Al, con voz grave y una mirada que dejaba ver que no estaba jugando a la ligera.

- Esperad – intentó Rubén, alzando una mano en señal de paz para que se tranquilizaran –. Él no está haciendo nada. Tenéis que-

- Calla, Rubén – ordenó otra voz conocida. A la izquierda, otro miembro del equipo azul se quitó el casco, cediendo el paso a una melena pelirroja –. Levántate, Mangel, anda – espetó Emma, agregándole énfasis a sus palabras con el rifle. Su insignia azul relucía.

Mangel, anonadado, no pudo hacer otra cosa que hacer caso. Se puso en pie lentamente, con las manos en alto y esforzándose para que los demás vieran que no representaba un peligro.

Yo no representaría un peligro aunque tuviera cinco pistolas, tres rifles y granadas en cada dedo de mi mano quiso decirles, pero no se animó.

- Escuchen – intentó Rubén una vez más, levantándose también –, si queréis hacer algo útil, tienen que volver a la bas-

- ¿Por qué estás desarmado? – quiso saber Ky, abriendo la ventanilla de su casco, dejando ver una de sus cejas alzada. Lo miraba con escepticismo.

- Es lo que estoy intentando decirles – explicó Rubius, con voz más tensa, cansado de ser interrumpido –. El equipo rojo me tendió una emboscada y ahora mismo están yend-

- ¡Lo sabía! – vociferó Al, con una mirada que era tanto de orgullo como de ira. Miraba a Mangel con los ojos entrecerrados –. Me lo he imaginado y te hemos seguido de lejos – le dijo a Rubén –. Era demasiado sospechoso que justo uno de ellos pasara por allí y que uno de nosotros le siguiera; claramente era una trampa. ¿Para qué hicieron esto los del rojo? ¿Para dejar a uno de nosotros fuera de combate? Qué jugada tan sucia – alzó el arma, apuntándole a Mangel otra vez. Los demás le imitaron.

- ¡No! – Rubén se puso delante de Miguel, agitando los brazos –. ¡Me han tendido una emboscada para obligarme a decir dónde estaba nuestra bandera! ¡Ya están de camino hacia allá!

- ¡¿Qué has dicho?! – se espantó Emma, alarmada.

- ¿Osea que en este momento están en nuestra base? – preguntó Ky, pasmado.

- Seguramente deben estar por llegar, pero si os apuráis llegaréis antes que ellos; ustedes conocen el camino, ellos no – Rubén estiró un brazo hacia el arco de piedra –. ¡Anda, moveos!

- No sin antes devolverles el favor – espetó Al, con una sonrisa juguetona, y apuntó hacia Mangel.

Los demás volvieron a imitarle, y esta vez Miguel vio, en los ojos de sus tres enemigos, que tenían intención de disparar.

A matar.

Rubius debió percibirlo también, porque se abalanzó sobre Mangel y lo abrazó, cubriéndolo con su cuerpo al tiempo que los disparos llegaban.

Miguel sintió los impactos de las balas en la espalda de Rubén, y le dolió. Le dolió oír el sonido de la pintura golpeteando el cuerpo de Rubius. Le dolió su expresión de sufrimiento. Le dolió como si fuese su cuerpo el que estuviera siendo golpeado.

Mangel creyó que los del azul se detendrían al ver que no le estaban dando a él, sino a un miembro de su propio equipo; al ver que le estaban disparando a uno de los suyos.

Pero no lo hicieron.

- ¡Ya...! ¡Ya basta! – imploró Miguel, intentando correr a Rubén, pero este no se dejaba –. ¡Deteneos, joder! ¡Parad!

Los del azul se detuvieron.

- Tómatelo como un castigo por haberles dicho dónde estaba nuestra bandera – le espetó Al a Rubén, cargándose el rifle al hombro –. Y por fraternizar con el enemigo – agregó, señalando a Miguel con un gesto de la cabeza.

Y, echando un último vistazo por encima del hombro, los de insignia azul se fueron.

El cuerpo de Rubius temblaba. Mangel lo miró con los ojos muy abiertos y las manos trémulas, sin saber qué hacer. Rubén se apartó unos centímetros, así que Miguel pudo verle el rostro.

Al principio, parecía que estaba aterrado. Como si estuviera teniendo un ataque de pánico, o en estado de shock. Pero entonces Mangel comprendió que quería decir algo. No era que tenía miedo, sino que intentaba hablar, pero no podía.

Hasta que Rubén se dejó caer hacia delante, contra el cuerpo de Mangel. Este lo sostuvo, abrazándolo, intentando no tocarle ningún sitio de la espalda para no apretarle los moretones que sin duda iban a emerger en cualquier momento. El traje de protección era grueso, sí, pero justo en la parte de la espalda no tenía ningún plástico duro que frenara el impacto de las balas. Solo malla. Fina y simple malla negra.

Y la espalda de Rubén estaba cubierta de arriba debajo de pintura azul. Un azul eléctrico, casi fluorescente, que hacía juego con la insignia en su pecho. La parte trasera de sus piernas también. Incluso un disparo le había dado en la nuca, de lleno en la piel. Su cabello mostraba salpicaduras; incluso había algo de color en sus mejillas, y cerca de los ojos.

Mangel recostó a Rubén en el suelo con la mayor delicadeza posible. Lo colocó suavemente, apoyando su cabeza a lo último. La piedra del piso estaba fría, lo que pareció sentarle bien. Rubius cerró los ojos y suspiró, y con eso se arrancó otra mueca de dolor.

Miguel hizo un esfuerzo para no entrar en pánico. Respiró hondo. Acarició el rostro de Rubén, quitándole rastros de pintura. Las manos le quedaron espolvoreadas de azul.

- Lo siento – susurró Mangel, con un hilo de voz. Estaba aterrado, porque sabía que eso no podía doler poco. Él mismo había recibido dos tiros, uno en el hombro, otro en la rodilla, y no le había parecido poca cosa. No quería imaginar un ejército de aquellas balas, todas en la misma zona, golpeando la piel una y otra vez...

Rubius alzó una mano y le cogió la suya, dándole un apretón. Le correspondió la mirada. Aún conservaba una pisca de burla, como si todo aquello le pareciese normal, divertido, parte del juego.

- ¿Qué hago? – murmuró, aterrado.

No puedes hacer nada, le dijo su parte racional. ¿Qué quieres hacer? No tienes arma, y el juego no se termina hasta que...

Entonces se le prendió el foco.

No. No, no puedes hacer eso. No serviría de nada. Ni de coña. No sabes... cómo terminará eso.

Pero entonces volvió a cruzar miradas con Rubén.

Y vio en esos ojos que era lo correcto.

El resto del equipo rojo, Jeffrey, Gwen y Ángela, había estado un buen rato dando vueltas en círculos, con Jeffrey insistiendo en que no se habían perdido, en que su sentido de la orientación era exquisito y en que aún no habían pasado por esa piedra, hasta que por fin dieron con lo que Rubén había descrito como un lago y una casa.

Se ocultaron detrás de los ladrillos de la vivienda en construcción a la derecha del lago (un lago que en realidad no hacía honor a su nombre, pues era solo un charco de lodo que se abría paso unos metros antes de morir). La casa, si se le podía llamar así, era de paredes dispares y muros sin terminar. Ni siquiera tenía techo. Los tres se asomaron silenciosamente por una ventana construida a medias que daba al interior.

Y, efectivamente, allí dentro había una torre de piedra que, de haber habido un techado, lo hubiera atravesado, pues no era tan pequeña como la había descrito Rubius (fácilmente debía medir unos cuatro metros y medio).

Y allí estaba, en lo alto, medio oculta, metida en lo que parecía una pequeña cavidad en la roca, casi como un pequeño escondite ahondado en la piedra.

La bandera del equipo enemigo.

La lata de cerveza de envase azul

Otra cosa que no había mencionado Rubén era que su equipo había dejado un guardia custodiando la cerveza. Ellos habían hecho lo mismo, dejando a Patty para defender su lata.

El de insignia azul tenía el casco puesto y la ventanilla corrida, por lo que su rostro no se veía a través del plástico protector. Pero a Jeff no le hizo falta echarle un segundo vistazo para saber que se trataba de Rex, uno de los amigos que había invitado. Se notaba que era él por su enorme complexión, de grandes músculos en los brazos y unos hombros anchos. Y con aquel traje lleno de protecciones, parecía el doble de fornido.

- Pecas – susurró Jeffrey, mirándola. Ella tuvo que ayudarse leyéndole los labios, porque hablaba tan bajo que ni él se oía –, ve del otro lado y apúntale desde la ventana de enfrente. Tú saldrás primero. Ángela, tú le apuntarás después de Gwen, desde aquí, para que quede rodeado por los dos lados. Yo entraré luego por la puerta y treparé la torre. ¿Entendido?

Jeffrey no supo cómo, pero ambas parecían haber entendido. Los tres se separaron.

Y entraron en acción.

- ¡Eh, tú! – gritó Gwen, desde la ventana del costado izquierdo de la casa, alzando su rifle hacia Rex.

Este se volvió esporádicamente hacia ella y le apuntó.

- Dispara, y disparo – le advirtió Ángela, saltando desde la otra ventana, también con su arma en alto, de manera que Rex quedó bajo la mira de los dos rifles, por delante y por detrás.

- Nos volvemos a encontrar, Rexie – Jeff entró en la estancia, quitándose el casco y sonriendo de esa manera que sólo él podía hacer. Ni siquiera se molestó en desenfundar su arma –. Con tu permiso, voy a coger esa cerveza – hizo un ademán con la cabeza hacia la cima de la torre de piedra que tendría que escalar de alguna forma.

Pasó caminando tranquilamente por al lado de su enemigo, regocijándose con cada paso, sonriendo como un cabrón, hasta que llegó a la gran pila de rocas.

Rex se removió, inquieto, pero no le dieron más oportunidad.

- Suelta el arma – exigió Gwen, como una fiera.

El del equipo azul se vio obligado a arrojar el rifle lejos de él.

- Esa es mi chica – soltó Jeff, guiñándole un ojo. Gwen se ruborizó y apartó la mirada. Ángela alzó las cejas, divertida –. Y ahora – murmuró, más para sí mismo que para los demás – voy a por mi otra chica.

Casi como respondiéndole, la cerveza que se escondía en la cima reflejó el poco brillo del sol que logró colarse por las nubes.

Jeff comenzó a escalar, poniendo cuidadosamente sus pies donde se veía menos resbaloso. Se clavó las puntas afiladas de las rocas en las manos, pero no le importó. Se aferró a esa torre como si su vida dependiera de ello.

- Nada impedirá que llegue a ti, nena – le dijo a la lata de envase azul, que aún derramaba gotas de frío por sus curvas.

Ángela y Gwen aprovecharon el momento para entrar en la estancia por las ventanas, sin dejar de apuntarle a Rex en ningún momento. Este permanecía estático. Ni siquiera se había quitado el casco.

Entonces llegaron los del equipo azul a toda marcha.

Dando un respingo, Gwen se ocultó detrás de una pila de ladrillos que había allí dentro, al tiempo que Ángela hacía lo propio detrás de unas cajas apiladas en el rincón. Jeffrey, por su parte, ni siquiera contempló la idea de bajar de allí para ponerse a salvo.

No. Antes muerto que renunciar a esa bandera.

- ¡PECAS! – le gritó a Gwen.

Ella se volvió justo a tiempo para cazar al aire el rifle de Jeff. Pecas lo miró, preocupada porque él no tenía manera de defenderse, pero Jeffrey se limitó a regalarle otra de sus sonrisas de rufián y continuar escalando escrupulosamente.

- ¡¡Jeffrey!! – gritó Emma, apuntándole con sus dos armas (una suya, la otra era la que le había quitado a Mangel) en medio del tiroteo que se había formado; su insignia azul destelló –. ¡¡Baja de ahí!! ¡¡YA!!

- ¡Si crees que puedes alejarme de ella – señaló con un dedo la lata que lo esperaba en la cima, mirando a Emma a los ojos – estás muy equivocada!

- Muy bien – masculló Emma, volviendo a alzar sus dos armas –. Tú lo pediste.

Y se unió al combate.

Jeffrey recibió disparos de pintura azul en todo el costado izquierdo. Intentando que no le dieran en la cara (pues se había dejado el casco en el suelo), ascendía con dificultad por la torre de piedra. Ya solo le faltaban dos metros y algo. Cada centímetro era una batalla ganada. Cada pie bien puesto era una pequeña victoria. En un momento resbaló y se rasgó el rostro contra un saliente, haciéndose un ligero corte que no tardó en sangrar.

Emma amagó a correr tras él, pero Gwen le disparó en el momento justo. Acertó dos balas en su casco, aturdiéndola lo suficiente como para hacerla retroceder y refugiarse tras la pared, fuera de la casa, mientras intentaba limpiarse la pintura roja de la visera.

A su vez, los tiros de Ky acertaron dos veces en el hombro de Gwen, obligándola a ocultarse tras los ladrillos una vez más. Ahora Ky comenzó a dispararle a Jeffrey. Emma hizo lo mismo, desde la distancia, intentando quedar protegida detrás de la pared.

Pocos fueron los disparos que erraron. Muchos de ellos acabaron por darle a Jeff en la retaguardia, donde dolía más. Por lo menos los tiros venían de lejos, así que no dolía tanto, pero quemaba. El cowboy fue quedando poco a poco cubierto de pintura azul de la cabeza a los pies. Intentaba esquivar las balas como podía, pero era muy difícil hacerlo mientras se concentraba en no pisar en falso mientras escalaba. Un disparo dio justo al lado de su cabeza, impactando en la roca, y le entró pintura en el ojo.

- ¡AGH! – masculló.

Comenzó a escocerle, pero no se detuvo. No podía permitirse detenerse. Ya no. Ya faltaba menos. Un metro y medio. Joder, era tanto y tan poco al mismo tiempo.

Un ojo menos, sumado a la pintura que se mezclaba con el corte que se había hecho en el rostro, sumado al dolor que sentía en las manos por estar clavándose piedras, sumado a que no dejaban de dispararle, era... era...

- ¡¿ALGUIEN PUEDE POR FAVOR PROTEGERME EL TRASERO?! – suplicó, hastiado, con la voz ronca.

Ángela intentó dispararle a Ky, pero alguien la sorprendió por detrás.

Al había logrado colarse por la ventana y rodearla hasta llegar detrás de las cajas, donde Ángela se escondía. Le cogió el rifle con una mano e intentó quitárselo por la fuerza mientras con la otra le apuntaba a la cabeza con su arma, dispuesto a disparar. Pero ella se revolvió, cayendo de costado al suelo, aferrándose a su rifle con las dos manos, reacia a que se lo quiten. La insignia azul de Al quedó a escasos centímetros del rostro de Ángela.

Entonces Al logró descorrerle la ventanilla del casco con la otra mano, de manera que él quedó apuntándole con su arma cargada de balas azules directo al aterrado rostro de Ángela. Ella se quedó mirando el cañón del rifle que casi le tocaba la frente y dejó de resistir.

- No me dispararías – aventuró Ángela, no muy segura de lo que decía.

Al sonrió, triunfante, y le arrancó el arma de las manos, dejándola indefensa.

- ¿Quieres averiguarlo? – inquirió él.

- ¡VENGA, EMMA! ¡YO TE CUBRO! – Ky intentó hacerse oír por encima del tiroteo que sostenía con Gwen.

Emma salió de detrás de la pared y comenzó a correr hacia la torre que Jeff escalaba como si no hubiera un mañana. Gwen intentó asomarse para dispararle y detenerla, pero en cuanto la vio, Ky disparó, por lo que pecas tuvo que permanecer oculta, soltando maldiciones por lo bajo. Con Ángela desarmada e inmovilizada y Gwen bajo la mira, todo dependía de Jeff.

- ¡JEFFREY! ¡VEN AQUÍ! – exigió Emma, comenzando a escalar también, lo cual se le hizo bastante difícil puesto que ahora la roca estaba cubierta de pintura.

- ¡AAAGGGHHH! – exclamó Jeff, estirando una mano hacia la lata, sintiendo cada bala en su espalda y en su trasero como si fuesen pequeños cuchillos.

Ni una sola gota de pintura había salpicado la maldita cerveza azul. Las yemas de sus dedos rozaron el envase y el corazón le dio un vuelco, pero sabía que no bastaba. Sabía que tenía que dar más. Sabía que tenía que cerrar su mano alrededor de ella. Tenía que cogerla. Lo sabía... lo sabía, y estaba tan cerca... tan, tan cerca...

- ¡¡¡EH, PRINGAOS!!!

La sala entera pareció congelarse.

Todos se quedaron como estaban. Emma a medio escalar, Jeffrey con la mano estirada, Al apuntando a Jeffrey, Ángela intentando coger de nuevo su rifle, Ky apuntando a Gwen, Gwen jugándosela, corriendo hacia Emma, Rex apuntando a Jeff.

Y todos se volvieron al mismo tiempo, con la misma expresión horrorizada en el rostro.

- Mangel – dijo pecas con voz grave, enseñando sus palmas para tranquilizarlo. Lo miraba como si fuese un animal peligroso, o uno al que no debían asustar –. Ten cuidado con eso.

- Esto es lo que queréis, ¡¿verdad?! – todos dieron un respingo cuando alzó con una mano la cerveza del envase rojo.

La bandera del equipo rojo.

La bandera de su propio equipo.

- ¿Qué haces con eso? – preguntó Ángela en medio del silencio, visiblemente aterrada.

Todos lo miraban como si sostuviese un delicado cristal.

- ¿Queréis saber qué hago con esto? – escupió Miguel, desganado. Sus párpados caían hasta mitad de sus ojos, desinteresados. Los hombros relajados, las piernas separadas, parecía un hombre al que no le importaba estar siendo apuntado por cinco rifles o más, dispuestos a balearle la cabeza desprovista de casco. El traje negro salpicado aquí y allá de pintura azul fluorescente le confería un aspecto extraño, casi futurista, desentonando con su insignia roja. Y allí, en medio del marco de la puerta, rodeado de silencio y tensión, sosteniendo en alto la cerveza roja, tenía toda la pinta de un protagonista frustrado.

Entonces alzó la lata, la bandera del equipo rojo, y se la bebió.

Se la bebió.

Se... la... bebió.

Todos se quedaron quietos, impactados, boquiabiertos, mientras Mangel se acababa la bebida de un enorme trago, arrugaba la lata y la arrojaba a un lado.

Acto seguido, aún en medio de la estupefacción y la incredulidad, apareció Rubén detrás de Mangel, apuntó con un rifle nuevo a lo alto de la torre sin que nadie lo detuviera y, de tres disparos, la lata de cerveza azul, la bandera su equipo, explotó con un pop.

Más silencio.

Más quietud.

Más tensión.

- Pero, ¿qué cojones – masculló Jeffrey, aún con la mano estirada; la cerveza le había empapado el brazo y el rostro al estallar – acaba de pasar?

- ¿Y...? – balbuceó Ángela – Y... ¿ahora qué?

- ¿Qué significa esto? – quiso saber Emma, tan anonadada como los demás.

- ¿De dónde has sacado el rifle? – inquirió Al, aún en shock, en un intento por encontrarle el lado lógico a la situación.

- Se lo hemos dado nosotros – dijo David, entrando en la estancia.

Ahora todos se volvieron hacia los dos instructores, que caminaron hasta ponerse en medio de la situación. David era un sujeto alto, flacucho, de cabello hasta los hombros y gafas grandes. Krist era más bien menudo, musculoso, de cabello alborotado peinado con gel y mirada vivaz.

- ¿Qué...? – murmuró Al, sin comprender. Se puso en pie y se removió en el lugar, inseguro –. ¿Por qué?

- Porque eso – respondió Krist, el del cabello con gel – ha sido lo ¡MÁS INCREÍBLE QUE HEMOS VISTO! ¡NO PUDIMOS RESISTIRNOS! ¡TENÍAMOS QUEDARLES EL ARMA! – señaló a Rubén y a Mangel.

- ¿De qué cojones habláis? – indagó Patty, que había aparecido sin que nadie reparara en ella.

- ¡¿Es que no lo habéis visto?! – se exaltó Krist, con los ojos muy abiertos y los brazos alzados –. ¡No ha sido solo... disparos! ¡Eso fue estupendo! Hicieron tácticas, jugaron sucio. Eso ha tenido suspenso, joder. ¡Ha tenido una trama! ¡He sentido la tensión! ¡Por un momento creí que estaba viendo una película! – Krist casi parecía a punto de ponerse a dar saltitos.

- Lo que quiere decir – intentó explicar David, que estaba mucho más tranquilo, aunque su gran sonrisa lo delataba. Estaba igual de emocionado, quizá más – es que no vemos cosas como las que hicieron ustedes todos los días.

- Los demás se limitan a dispararse entre ellos y correr y ya – Krist parecía llevado por una fuerza mayor –. Pero vosotros... joder, ¿habéis pensado en estudiar teatro? ¿O cine? ¿O guion? ¡Ha sido una historia genial! ¡Ha tenido amor! ¡Traición! ¡Venganza!

- Ha sido impresionante – agregó David, acomodándose las gafas.

- ¡Y ese final! – Krist miró a Rubius y a Mangel, poniéndoles una mano en el hombro a cada uno. Parecía a punto de tener un orgasmo –. ¡Oh, Dios! ¡Ese final! ¡Sentí que estaba viviendo una maldita tragedia griega! ¡Shakespeare no lo hubiera escrito mejor!

- Vale, sí, nos pusimos en el papel – aceptó Jeffrey, restándole importancia con un ademán de la mano. Todavía no se movía de allí arriba. Habló con desinterés –. Quizás demasiado. Pero creo que todos queremos saber lo importante. ¿Quién ganó?

El silencio se escurrió una vez más por entre las manchas de pintura, las lastimaduras, los trajes, los ladrillos, las cajas, las rocas y el viento. Krist se tapaba los ojos con una mano, como si aún estuviera saboreando la partida.

David, en cambio, les sonrió todavía más (si es que eso era posible) y dijo:

- Creo que sería mejor dejarlo en un empate. ¿Quién tiene hambre?

- ¡HEMOS GANADO NOSOTROS! – gritó Jeff, poniéndose de pie encima de su asiento.

Una hora más tarde estaban todos cambiados, limpios y desprovistos de pintura, comiendo emparedados en la cafetería que había al lado de la arena de juego.

- ¡¿DE QUÉ HABLAS?! ¡HABÉIS HECHO TRAMPA! – atacó Al, levantándose también.

Eran ocho personas completamente ruidosas, diez si contábamos a Krist y a David, conversando de una punta a la otra de la mesa, revoleándose comida y haciendo comentarios no del todo sanos los unos a los otros. Se escuchaban risas, vítores y quejas. A Mangel le recordó al almuerzo en la cafetería del Instituto y por un instante fugaz extrañó la escuela.

Luego recordó que el año siguiente tendría que volver y se le pasó.

- ¡VOSOTROS TAMBIÉN! – se defendió Jeffrey, indignado, agitando los brazos por encima de la cabeza.

- ¡Mangel fue quien bebió la cerveza primero! – explicó Emma, haciéndose oír por encima de las demás conversaciones –. ¡Por lo tanto, vosotros habéis hecho trampa primero! ¡POR LO TANTO, GANAMOS PRIMERO!

- Eso no cambia el hecho de que ¡YO ROCÉ LA MALDITA LATA CON MIS DEDOS! ¡YO ESTABA A PUNTO DE GANAR! ¡YO HUBIERA GANADO DE NO SER PORQUE EL MUY LISTILLO DE MANGEL QUISO HACER LA GRAN ROMEO Y JULIETA!

Aquello hizo que Mangel se atragantara con su agua.

- ¡PERO NO GANASTE! – gritó Emma.

- ¡TÚ TAMPOCO! – escupió Jeff.

- ¿Siempre son así? – le preguntó David a Gwen, acomodándose las gafas.

- Siempre – respondió ella, suspirando –. El rubio teñido es mi novio. Imagínate.

- ¡HE OÍDO ESO, PECAS IMPLANTADAS!

- Jeffrey, tranquilízate o esta noche no te toca.

- Sí, cariño.

Se oyó una risa general, acompañada de unos cuantos << Uhhhhhh >>.

- Los shippeo tanto – suspiró Ángela, observando las miradas que se echaban Gwen y Jeff.

- ¿Que te duele qué? – inquirió Mangel, a su lado.

- Déjalo, no entenderías.

En eso, Patty se levantó de la mesa, seguida de Rex.

- Nosotros nos vamos yendo – informó ella, con una sonrisa –. ¿Os veremos en la fiesta de Gus esta noche?

Todos respondieron que sí. Incluso Ángela, lo cual arrancó una sonrisa a Mangel.

- Vale. Adiós – saludó con la mano –. ¿No vienes, Ky?

- De acuerdo – este se levantó con pereza y los siguió hasta el auto.

Segundos más tarde, se oyó un vehículo arrancar y desfilar hasta la carretera. El sonido fue menguando hasta desaparecer.

Los demás siguieron conversando a un volumen elevado. Sólo Mangel pareció percatarse de cómo, silenciosa y casi imperceptiblemente, Rubén se levantaba con cuidado de su asiento y salía por una puerta trasera.

Dejó pasar unos minutos. Luego se puso en pie e intentó desaparecer de la misma manera, sutil y ligera, aunque no estaba muy seguro de haberlo conseguido.

De todas maneras, salió por la misma puerta y miró alrededor. El atardecer había comenzado a descender sus sombras sobre aquel campo. No había nadie en la arena de juego, más allá, ni en el estacionamiento, ni cerca de los vestuarios. Ni siquiera sentado allí mismo, contra la pared.

Entonces los ojos de Miguel dieron con la escalerilla de metal que iba desde el suelo hasta el techo de la cafetería. Era tan fina y estaba tan oxidada que pasaba desapercibida a simple vista.

Sólo bastó con verla para saber dónde estaba Rubén.

Subió los peldaños, que desprendieron un suave sonido metálico con cada pisada, hasta llegar arriba.

Y, cómo no, ahí lo encontró. Sentado al borde del techo, con los pies colgando al aire, apoyando las manos a cada lado de su cuerpo. Los hombros cansados, la postura relajada. Si bien sólo veía su espalda, sabía que aquellos ojos verdes estarían clavados en el atardecer que moría ante sus narices, reflejando en ellos todos los colores del cielo. Naranja. Rosa. Violeta. Amarillo. Quizás hasta esa pizca de azul que aún flotaba por allí.

Sin decir palabra, porque no hacía falta hacerlo, subió al techo, caminó, se acercó y se sentó al lado de Rubén a mirar lo que él miraba. A ver lo que él veía. A sentir lo que él sentía.

Suspiró, absorbiendo el mundo. El viento soplaba ahora con más fuerza, llevando la lluvia lejos de allí, hacia la ciudad. El cielo se iba abriendo poco a poco sobre ellos. El ocaso teñía las nubes rezagadas con sombras de colores cálidos. La carretera serpenteaba a un costado hasta perderse en el horizonte. A los costados, los campos y las llanuras se abrían paso, arrasando con el paisaje. Era un panorama limpio, de tierra y pasto seco que se extendía hasta donde alcanzaban a ver. La ciudad estaba detrás de ellos, a lo lejos, aguardando con las incontables casas como brazos abiertos y con edificios altos que se asemejaban a los dientes de una sonrisa extraña.

Mangel miró a Rubén. El aire le mecía los mechones de cabello y le sacudía las pestañas; también su ropa parecía seguir el ritmo del viento. Su piel absorbía los colores y sus ojos los reflejaban, tan como los había imaginado. O mejor.

Las cejas inexpresivas, los labios colorados, la piel brillando como porcelana, el cuello formando una firme curva y el cabello adornando todo eso con suaves combas; con la carretera de fondo, Rubén parecía sacado de una pintura.

Rubius se volvió hacia él con un simple movimiento de la cabeza. Sus ojos se clavaron en él. Mangel creyó que los vería tristes, o cansados, o desolados. Pero Rubén le sonrió.

Y no fue una simple sonrisa para tapar algo más; no. Fue una sonrisa de verdad. Alegre. Animada. Esperanzada. Llena de sentimientos buenos.

Mangel sintió la necesidad de decir algo. Lo que sea. Pero le dieron tiempo a pensar, porque se escucharon las voces de algunos capullos diciendo:

- ¡Coño!

- ¡Aquí están!

- ¿Cómo es que no nos invitan?

- ¿A caso pensáis que les vamos a dejar tener algo de privacidad?

- ¿Privacidad? ¡Pf! ¿Qué? ¿Están en un baño o qué?

- Si queréis de esa... privacinosequé, id a un hotel. O buscaos otros amigos.

Miguel les echó una mirada por encima del hombro. Estaba todos allí parados, los cuatro, mirando en direcciones distintas. Cuando se acabaron los comentarios bochornosos, Mangel creyó conveniente comentar algo como:

- Eh, chicos, ¿sabéis qué? Hoy Rubius dijo que os extrañaba.

Rubén lo miró con los ojos muy abiertos y una mueca que no podía significar otra cosa.

<< Me has traicionado >>.

Los gritos no tardaron en llegar.

- ¡YO SABÍA! – Jeffrey cogió a Rubén del cuello y tiró de él hacia atrás, cayendo el uno sobre el otro. Rodaron por el suelo del techo –. ¡ME EXTRAÑAS! ¡TIENES SENTIMIENTOS! ¡NADIE ME CREYÓ! ¡PERO SIEMPRE SUPE QUE ME AMABAS!

Al rio y se unió a ellos.

- ¡Pero si es la cosa más tierna que existe! – soltó Ángela, lanzándose encima de los tres.

- Tarde o temprano iba a pasar – espetó Gwen, con una gran sonrisa, y se dejó caer sobre todos.

Mangel creyó que era imposible sentirse más satisfecho que en ese momento, pero con cada segundo que pasaba, con cada poco que su sonrisa se agrandaba, con cada latido de su corazón, se sentía cada vez más agradecido.

Era increíble cuánto había llegado a querer a esa banda de monos subdesarrollados. Y cuánto orgullo llegó a sentir en su pecho mientras los veía allí, amontonados uno sobre el otro, gritando y mascullando cosas desagradables, riendo a carcajadas y sonriendo cuando uno de ellos se quejaba porque le dolía algo.

Entonces Gwen alzó la vista hacia él y le sonrió dulcemente.

- Ven, Mangel – le dijo, tendiendo una mano hacia él.

Miguel se los quedó mirando unos segundos más.

Y luego se levantó, corrió y se arrojó encima de todos.

Se escuchó un << AAAAAUUUCHHHHH >> general. También un comentario de Jeffrey que decía con tono solemne << Y así fue cómo Rubén murió aplastado >>. También alguien diciéndole que se calle porque arruinaba el momento. Probablemente Gwen. La risa fluida de Ángela. La voz de Al informando que se había roto algo.

Y la risa de Rubén.

Gwen está equivocada, dijo Mangel para sus adentros. Jeff no puede arruinar el momento. El momento es perfecto.

Y Mangel también rio.

Fue más una risa de alivio, de esas que te sacan un peso de encima, y te sientes ligero. Porque, por primera vez en mucho tiempo, no había nada que pudiera arruinar ese momento.

El regreso fue un poco deprimente, sí. Se sentía como regresar a casa después de un gran viaje, aunque en realidad solo habían sido unas horas. Incluso la radio parecía estar pasando canciones tristes.

A medida que se acercaban a la ciudad, se iban acercando también a las nubes que antes los habían dejado atrás. Primero con pequeños e inofensivos, pero luego con fuertes y ensordecedores golpes, las gotas golpetearon el auto de Jeffrey, casi como dándoles la bienvenida de nuevo.

Jeff se ofreció a alcanzarlos a todos a sus casas, pero Rubén insistió en que los dejaran a Mangel y a él allí, a un par de cuadras de la casa de Miguel. Después de todo, Rubius tenía que pasar a buscar a Ginny, que se había quedado con Maia.

- Oh – pareció comprender Jeffrey, regalándoles una sonrisa picarona por el retrovisor –. Queréis un par de cuadras bajo la lluvia para vosotros. Vale, lo entiendo. Venga, fuera de mi coche.

Con unos movimientos costosos, Mangel y Rubius salieron del automóvil y les dedicaron sonrisas a todos a modo de despedida. El coche arrancó y desapareció por entre el grueso telón de lluvia, con las ruedas rebasando charcos y salpicando agua en todas direcciones. Mangel ya los estaba extrañando.

A ambos los golpeó el olor a cemento mojado y árboles frescos. Más que lloviendo, parecía estar diluviando. Era una cortina tan espesa y vertical de lluvia que no parecía real. El viento hacía volar las gotas de una manera artificial, creando lo que parecía un efecto barato de cine independiente.

Caminaron unos minutos en silencio, dejando que el sonido incesable y estridente de las gotas contra el asfalto los envolviera en su propia atmósfera, alejándolos, a la vez, de todo lo demás. No podían ver más allá de unos metros.

Quería decir tantas cosas, pero a la vez ninguna le parecía adecuada.

- Parece de esas ridículas lluvias de las películas viejas – comentó Rubén, mirando a su alrededor.

- Es verdad – coincidió Mangel, echándole un vistazo a la calle. No había nadie. Todo estaba empapado de pies a cabeza, igual que él –. Parece de mentira.

- Bueno – Rubius lo miró de frente. El verde de sus ojos absorbía el gris de las nubes –. Nuestro primer beso fue bajo una lluvia de mentira también.

A Mangel se le escapó una risa.

- Es cierto.

- Fue un tanto ridículo.

- ¿De qué hablas? – exclamó Miguel –. A mí me pareció muy romántico.

- Muy cursi.

- Demasiado.

- Muy dulce.

- Empalagoso.

- Fue como la fantasía de una niña de cinco años.

- Seguramente pareció una escena de una película de Barbie.

Caminaron unos pasos en silencio, dejando que el recuerdo flotara entre ambos, como un secreto. Algo que solo los dos conocían. Un beso robado. Una sonrisa callada. Una mirada intercambiada en la oscuridad. Lo saborearon tanto como pudieron.

- ¿Te parece si lo repetimos? – ofreció Rubén de pronto, quebrando el constante caer de la lluvia. Y, sin esperar respuesta, cogió a Mangel de los hombros y lo colocó de espaldas a él.

- ¿Qué haces? – Miguel no pudo sino reír, pero Rubén no se detuvo.

- Tú estabas por aquí adelante, y yo por aquí atrás – sus pasos chapotearon al alejarse unos metros –. Entonces yo encendí el cigarrillo, y se activaron los rociadores del techo. ¿Lo recuerdas?

Mangel no tuvo que responder a eso. Por supuesto que lo recordaba. Lo recordaba como si no hubiese sido hacía una eternidad.

Si cerraba los ojos, casi le parecía estar allí en ese mismo instante. Empapado, con la ropa pegándosele a la piel, causándole escalofríos allí en donde las gotas frías le tocaban; recogiendo sus cosas, sin entrar en pánico como los demás porque sabía que ese olor a humo no era de un incendio, sino de un cigarrillo; pensando en quién cojones habría sido tan idiota como para encender un cigarro en el aula. Caminando hacia la puerta, pensando que era el último en salir, dispuesto a alejarse, sin una razón para mirar atrás...

- Entonces, cuando se fueron todos – los pasos de Rubén se acercaron, chapoteando cada vez más próximos. Esta vez no eran apresurados y ansiosos, sino lentos, cautos, tentadores. Su voz se hizo más profunda –, te tomé por los hombros – continuó, y eso hizo. Le puso las manos a ambos lados del cuello y lo giró hacia él –, te empujé contra la pared...

Rubius lo empujó, con suavidad, hacia el muro más próximo. El corazón de Mangel se había detenido. Sintió su espalda chocar contra la fría superficie de la pared. Su rostro se acaloró; sus manos cosquillearon. La palma que Rubén apoyaba en su pecho parecía quemarle.

- Me miraste con una expresión... justo como la que tienes ahora – Rubén le acarició el mentón con el dedo, recorriendo su curvatura –; como si estuvieras demasiado confundido como para decirme que me detenga. O como si no quisieras que me detenga.

Rubén se acercó aún más, pegando sus torsos. Estaba tan pegado a él que Mangel se vio obligado a juntar los pies para que Rubius pudiera colocar los suyos, uno a cada lado. Se pegaron también las rodillas de ambos, y los muslos, y los abdómenes; se pegaron también sus torsos; se chocaron sus miradas y así además sus almas. El agua no hacía más que unirlos, adherirlos el uno al otro como una fuerza inevitable.

Miguel sintió que el peso que tanto tiempo los había aprisionado se liberaba. No todo, claro. Pero en gran parte.

Las cosas que habían pasado no se irían. Eso no se podía cambiar. Ahora formaba parte de ellos, y lo mejor que podían hacer era no olvidarlas. No olvidar las personas, las historias, los hechos; todo eso que jamás podría formar parte del pasado. Al menos no del todo.

Pero allí, en ese momento, sentía que al fin iban a poder seguir adelante. Los dos.

Y vio, allí, en los ojos de Rubén, que le estaba rogando. Volvía a pedirle lo mismo. Otra vez.

<< Por favor >>, recordó, << ...por favor déjame ser feliz contigo >>.

A Mangel se le cruzó fugazmente por la cabeza que las sensaciones deberían poder fotografiarse también. Había cosas que eran necesarias guardarlas, y no solo en aquel pequeño rincón de las mentes al que van los buenos recuerdos, sino en algo más tangible. Conservarlas en algo físico, como una foto. Porque los mejores momentos eran tan escurridizos, tan inconsistentes e indescriptibles, que mantenerlos dentro de uno era imposible; era algo insostenible. Y el pequeño atisbo que quedaba de ellos no les hacía justicia.

Aquel era uno de esos momentos.

Y Mangel no sabía qué hacer.

No sabía qué tanto podría conservar en su memoria. ¿Qué era lo que más recordaría de aquel instante? ¿El color verde oscuro de aquellos ojos? ¿O la forma en la que la ropa mojada se adhería a los hombros de Rubén? ¿Se acordaría de la curva de sus clavículas? ¿Del modo en que su cabello ya no parecía castaño, sino negro? ¿De las gotas surcando sus mejillas, sus comisuras, sus labios, como si intentaran dibujarlo con cada trazo? ¿Aquella sonrisa torcida que había comenzado a formarse en su boca? ¿A caso se olvidaría de esa sensación maravillosa de tener su cuerpo tan cerca, tan firme, tan real, tan inevitable, tan imponente? ¿Y de sus brazos? Uno apoyado en la pared, al lado de su cabeza, y otro en el aire, cerca de su rostro, como si no se animara a acariciarlo.

Tenía miedo de, en un futuro, mirar hacia atrás y que no esté ahí el toque del pulgar de Rubius contra su pómulo, ese pequeño contacto cálido en medio de sensaciones tan frías; o que hubiera desaparecido la nitidez de aquel cuello mojado y esbelto. Quería conservar incluso el no poder mover los brazos, por tenerlos atrapados detrás suyo; también la falta de palabras a la que parecía haberse resignado su boca y la respiración entrecortada de la que no podía deshacerse.

Y no sólo podía permitirse recordar las pequeñas gotas que se posaban sobre las pestañas de Rubén como pequeños diamantes, ni los mechones de cabello que se enroscaban alrededor de su oreja, ni la manera en la que el resto del mundo había desaparecido detrás de esa cortina de lluvia, ni el contorno de sus ojos tan bien definidos o la forma de su mentón o sus narices tocándose.

No.

Lo quería todo.

Absoluta y enteramente todo.

Y eso incluía la voz de Rubén diciendo:

- Y entonces te besé.

Fin

Damn... no sé qué decir...

Creo que es mejor explicarme en los "agradecimientos". Dejo esto acá.

¿Qué les pareció?

Lpm voy a llorar.

Me costó mucho escribir el final porque nunca había escrito un final antes. No es joda, nunca terminé nada en mi vida. Siempre lo dejaba a medias, o me aburría y no lo seguía.

Y acá está esto... un intento de final feliz. Es un poco raro este cap porque no quería hacer el típico final en el que van todos a la playa y bailan en la fiesta de fin de curso. Quise hacer algo distinto y bueno, es un poco raro.

Espero que les haya gustado, de todas formas, porque me costó bastante.

¿Es este el final? ¿Ya está? ¿No hay más?

Bueno, estaba planeando hacer un extra o dos, así que no es que no va a haber más. Pero es el final en sí, por eso quise hacer uno en el que estén casi todos los personajes.

Nos vemos en los agradecimientos.

PD: gracias. Por todo. Esta historia llegó hasta acá por ustedes.

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