En ese Instante (Capítulo 18)

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Y cierras los ojos y duermes,

ahí,

como si todo no fuera más que lluvia.

Mojada. Seca.

Y luego no despiertas y me interrumpes mientras escribo,

como si el mundo te perteneciese.

Odio eso.

Amo eso de ti.

Esa semana pasó lentamente, tanto que fue casi dolorosa. Rubén sentía que su mente no era capaz de reaccionar, como si sus pensamientos también fueran tardíos y pesados. En clase apoyaba los codos sobre la mesa, el rostro sobre las manos y se quedaba así toda la hora, sin querer ni poder despertar de su letargo, sin pensar nada en concreto. Caminaba de forma monótona; un paso y otro, un pie adelante, atrás, y otro más. Sus ojos no tenían muy presente lo que pasaba a su alrededor. Varias veces se había chocado con otras personas y solo entonces salía de su aturdimiento, para pedir disculpas.

No era capaz de mirar a Mangel a los ojos por más de dos segundos. Por alguna razón, siempre que se cruzaban sus miradas, Rubén no sentía su corazón. Lo perdía por ahí, en alguna parte de su pecho. Tenía esa conocida sensación que le provocaban sus ojos de perderse, de extraviarse en esa mirada. Pero, de un respingo que le costaba la vida conseguir, apartaba la vista, con una sonrisa dibujándosele en los labios, irreprimible.

Contrólate, se decía. No, ni se te ocurra...

Pero un el eco de un te amo resonaba en su cabeza. Quería besarte porque te amo.

Es cierto, ¿vale? Ahora, contrólate.

Pero se sonrojaba inevitablemente. ¿Qué se suponía que tenía que hacer después de haberle soltado aquello así, sin más? ¿Eh? ¿Acercársele y besarlo? ¿Acercársele y hablarle? ¿Acercársele y sonreírle? No estaba muy seguro de poder acercársele sin tropezar, o sin que le temblara la voz, siendo incapaz de mirarlo a los ojos.

Normalmente él no era así. Solía tener confianza en sí mismo, la suficiente. Y sin embargo, con Mangel era...

Sigue siendo extraño, pensaba.

La mañana de ese sábado, abrió los ojos sabiendo exactamente dónde estaba.

Todas los días, al despertar en una cama que no era suya, bajo un techo que no era suyo, con un sol escurridizo que, sentía él, tampoco era suyo, no podía evitar preguntarse << ¿Dónde estoy? >>, como si se hubiera quedado dormido en el tren y despertado cinco estaciones más adelante de las que debería. << ¿Por qué no estoy en mi casa? ¿Por qué...? >>.

Hasta que, claro, recordaba que era la casa de Ángela y un resignado << Oh... >> resonaba en su cabeza.

La mañana de ese sábado, sabía exactamente dónde estaba. Lo sabía muy bien.

Se deshizo de la maraña de mantas que lo cubrían y se sentó al borde de la cama. Los ojos le ardían y sentía el cuerpo como una piedra.

-          Feliz cumpleaños, Rubén. – murmuró.

No se lo había dicho a nadie. Su cumpleaños le recordaba mucho a su familia. No hacían nada especial por ello, pero la diferencia estaba en que Ginny y su madre lo miraban con una sonrisa en el rostro, todo el día. Casi parecía que ellas se alegraban más que él.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now