Sorpresa (Capítulo 15)

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Esa semana avanzó rápido; las cosas tomaron un ritmo acelerado y, cuando Mangel quiso darse cuenta, ya era la mañana del sábado.

Había descubierto varias cosas esos días. Una de ellas era que Jeffrey, el rubio ex novio de Gwen, estaba en dos de sus clases. Antes no se había molestado en mirar a su alrededor; más bien, no se había molestado en convivir socialmente con sus compañeros de clase, pero tampoco le hacía falta.

La segunda cosa era que Al y Gwen se comportaban de una manera extraña. Varias veces los había descubierto compartiendo una mirada cómplice entre ambos, o que lo miraban fijo durante esos silencios que se hacen en los almuerzos, como esperando algo de él. ¿Era el cumpleaños de alguien? ¿Quizá su aniversario, y Mangel no sabía? ¿Estarían enfadados con él?

¿Se habían enterado de algo?

No seas gilipollas, se decía a sí mismo. No hay nada de lo que puedan haberse enterado que haga que te pongas así de estúpido.

Sin embargo, cada vez que pensaba en Rubén frente a sus amigos, no podía evitar que se le acelerara el corazón.

Y hablando del rey de Roma, la tercera de las cosas que había descubierto era que Rubén lo miraba. En clase de Literatura – y en Gimnasia, y en los pasillos –, muchas de las veces que se había vuelto para observarlo, él lo estaba mirando con una ceja levantada, como si hubiese estado esperando que se voltease a verlo. Y se reía. Como si le causara gracia la cara que Mangel ponía al descubrir que lo estaban mirando. Al descubrir que él lo estaba mirando.

Ese sábado, cuando Mangel bajó las escaleras del gimnasio y lo vio ahí, sentado en una banca, abrazándose las rodillas y la cabeza contra la pared, le dio un vuelco el corazón.

No, rogó al ver su mirada perdida. Otra vez no. ¿Qué te ha pasado? Mataré a Horace. Mataré a ese cabrón. Lo mataré. Lo juro...

Pero se detuvo en seco cuando Rubén alzó la mirada hacia él. Se iluminó. Sus ojos brillaban con avidez. Relucían.

-          Eh. – le dijo Rubén. – Hola.

-          ¿Qué ha pasado? – preguntó con sarcasmo, para ocultar su repentino nerviosismo. - ¿Le concedes piedad a la bolsa, que no la golpeas?

Rubén sonrió.

-          Esa guarra está aburriéndome. Es por eso que decidí que hoy – se levantó y se acercó a Mangel. – pelearás conmigo.

Miguel tardó en entender lo que decía.

-          ¿Qué...? ¿Que yo...? ¿Contigo? ¿Hablas en serio?

-          En la vida real, cuando estés peleando con alguien verdaderamente, ese gilipollas no se quedará quieto para que le pegues como esta cosa. – le dio un golpe a la bolsa. – Las personas piensan, como tú o como yo, y te golpearán si tú no lo haces.

-          ¿Estás diciendo que tendré que golpearte?

-          Ajá.

-          Y si no lo hago, ¿me golpearás?

-          Exacto.

-          ¿En serio?

-          Sí.

Mangel se quedó sin habla.

-          Anda, primero una entrada en calor.

-          ¿Eh?

-          No te salvarás nunca, Mangel. A correr. Ahora.

-          ¡Tú lo que quieres es cansarme! ¡Temes que te dé una tremenda paliza! ¡Intentas debilitarme!

Son solo tres Palabras (Rubelangel)जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें