Todo (Capítulo 36)

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Y el peso y el dolor que sentía en la espalda resultaron ser un par de alas blancas que le nacían del alma.

Cinco meses después

Mangel bajó las escaleras de piedra.

Se detuvo unos escalones arriba, sin atreverse a bajar del todo. No quería interrumpir aquello que se había vuelto, otra vez, un hábito.

El sonido de los puños contra la bolsa de arena iba y volvía, preso de los ecos que resonaban allí abajo. El cuerpo de Rubén se sacudía con cada golpe, con cada descarga. Su ceño se fruncía con fuerza en una clara muestra de concentración. Su cabello estaba traspirado y se le pegaba al cuello y a las sienes. Las gotas de sudor resbalaban desde su frente; algunas morían en su mentón; otras se aventuraban más allá de las clavículas, trazando, como si de una pincelada se tratara, el contorno de su pecho. Su torso descubierto dejaba a la vista el trabajo de los músculos, el movimiento, la trayectoria; la tensión de sus hombros, el relajar de sus antebrazos después de cada impacto.

Rubén había vuelto a su vieja costumbre. Siempre que podía, se escapaba de donde fuera para ir al gimnasio. Cuando no estaba con Miguel, estaba con su vieja amiga, la bolsa de arena de aquella pequeña y húmeda sala de techo bajo.

En momentos así, las emociones que a menudo se reflejaban en el rostro de Rubius parecían ocultas, sepultadas bajo esa capa de sudor y brío, enterradas, olvidadas y reemplazadas por el instinto, los impulsos y la sed.

A Mangel, mirarlo mientras entrenaba le hacía pensar que Rubén también lo sentía así. Le hacía creer que, durante momentos como esos, los sentimientos en el pecho de Rubén se disipaban y lo dejaban en paz por un rato. Podía sentirlo casi como si le estuviera pasando a él. Y calmaba su angustia también.

Rubén, respirando entrecortadamente, dejó de golpear y se volvió hacia Miguel.

- Sé que soy muy sexy cuando practico, pero podrías disimularlo – soltó Rubius, alzando las cejas y frotándose los nudillos rojos.

Mangel fingió un suspiro mientras acababa de bajar los escalones.

- Lo siento. No puedo. Cuando te veo cubierto de sudor un instinto animal se apodera de mí.

- Grr – murmuró Rubius, acercándose a él con una mirada amenazadora.

- Sabía que te encontraría aquí ¿Recuerdas que hoy al mediodía...? No, aléjate de mí. Ni se te ocurra. ¡No! ¡Para! ¡Rub...! ¡No me toques! ¡No!

- Pides cosas muy difíciles – sentenció Rubén, jocoso, envolviéndolo aún más en su abrazo. Apoyó el mentón en la cabeza de Miguel.

- De acuerdo. De acuerdo, es agua – intentó convencerse Mangel, cerrando los ojos para que el sudor del cuello de Rubén no le entrara en los ojos –. Es agua, ¡es agua!

- No es agua. Es transpiración – y, para darle más fuerza a sus palabras, se inclinó y restregó su cabello mojado por el rostro de Miguel.

- OH, DIOS, NO.

Rubén soltó una carcajada y se apartó. Retrocedió unos pasos hasta la bolsa de arena y se abrazó a ella.

- Tú también te ves muy sexy cubierto de sudor – dijo, con una sonrisa y una mirada burlona, aunque Mangel no pudo verlas porque estaba muy ocupado limpiándose el rostro.

- Gracias – espetó, una vez que su cara estuvo libre de toxinas humanas. Alzó la cabeza y lo miró –. ¿Recuerdas que hoy al mediodía quedamos en...? – comenzó, pero su voz fue muriendo hasta que cayó en el silencio.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now