El FuckingBlue (Capítulo 17)

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Mangel cayó al océano. El agua estaba fría, congelada. Intentó nadar pero mientras más se movía más de hundía, acercándose a la inmensa oscuridad que se lo tragaba.

-          Ni con un balde de agua fría te despiertas. Menudo vago estás hecho.

La voz de su padre lo sacó del mar y lo depositó de nuevo en su cama empapada.

-          ¿Eh? ¿¡Pero qué cojones...!?

-          Arriba. Ya. – le dijo desde la puerta, sosteniendo un balde en sus manos. – Iré a por más agua. Si para cuando vuelvo no te levantas, estás jodido. – cerró la puerta de tras de sí, dejando a Mangel calado hasta los huesos, con la ropa adhiriéndosele al cuerpo.

Mangel suspiró y se lanzó hacia atrás, acostándose otra vez. Pero se levantó al instante. Su cama parecía una esponja, húmeda, fría e irritante.

Se sentó al borde de la cama y se quedó mirando un zapato. Su cerebro no lograba reaccionar; era como si alguien hubiera apretado un botón y se hubiera apagado.

Y de repente se irguió, completamente despierto.

Lo ocurrido el día anterior parecía de otra vida, de una película vieja, como si le hubiera pasado a alguien más o como si en realidad no hubiera pasado. Pero, poco a poco, se fue haciendo más y más y más real, hasta que su corazón comenzó a latir de una forma incontrolable y se mareó.

El olor a humo. Los gritos, los bancos y las sillas volteados. La lluvia. Unas manos empujándolo contra la pared, tomando su rostro. El beso. El beso, el beso y el beso.

Se sonrojó de tan solo recordarlo. Un escalofrío que no tenía nada que ver con el agua le recorrió la espina dorsal.

Decidió levantarse de una vez para despejar su mente. Cálmate, se decía a sí mismo. Piensa en otra cosa. Pero su mente no paraba de darle vueltas al mismo asunto.

Automáticamente se vistió, se puso sus pantalones de media pierna, una remera sin mangas y las zapatillas deportivas. Estaba atándose los cordones cuando cayó en la cuenta de que hoy lo vería. Lo vería a la cara. A los ojos.

Mierda, pensaba. ¡Mierda!

De pronto lo que llevaba puesto le pareció completamente ridículo. Los pantalones cortos parecían un traje de baño, las zapatillas eran viejas y estaban gastadas, y la remera era estúpidamente azul.

¡MIERDA!

En eso entró su padre. No estaba bromeando; detrás de sí sostenía un balde de agua lleno hasta el tope. Cuando vio a Mangel sentado en la cama, amenazó con entrar, blandiendo el balde como si fuese un arma.

-          ¡No, no! – se apresuró a decir Miguel, poniéndose en pie. - ¡Anda, mira! ¡Ya estoy!

-          Hm. – soltó su padre, entrecerrando los ojos y retrocediendo. – Tu desayuno está en la mesada. Vamos.

No tenía apetito. Sus pensamientos lo carcomían por dentro, devorándolo, mientras miraba con asco el pote de cereales que tenía servido.

¿Cómo será verlo ahora? ¿Cómo podré mirarlo a la cara? ¿Estará enojado? Quizá hice algo mal. Quizá él no quería besarme. Sí, eso es. Quizá lo obligaron a hacerlo, por una apuesta o algo. Pero la simple idea le sonó absurda, ridícula, equívoca, y en lo único en lo que pudo seguir pensando mientras le daba pequeños sorbos a su jugo de naranja, fue la palabra:

"Besarme".

Se miró en el espejo una última vez antes de salir. Tenía el cabello en cualquier dirección, de punta. Se peinó con las manos y logró alisarlo, pero luego se preguntó por qué cojones se lo había peinado, si nunca antes lo había hecho, mucho menos para ir al gimnasio. Así que volvió a despeinárselo. Pero cuando lo hizo, su cabello pareció intencionalmente despeinado, como lo hacían muchos chicos de la escuela. Mangel maldijo por lo bajo.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now