La Voz (Capítulo 33)

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"Dejamos algo de nosotros mismos cuando nos vamos de un lugar, nos quedamos ahí, a pesar de que nos vamos. Y hay cosas en nosotros que podemos encontrar de nuevo sólo al volver allí. Vamos hacia nosotros mismos, viajamos hacia nosotros mismos..."

- Tren Nocturno a Lisboa

Ninguno de los dos había dicho nada desde que salieron del departamento.

Era domingo, el último día. El atardecer parecía rezagarse, como si el sol no quisiera ceder ante la noche. Como si quisiera concederle a ambos un poco más de tiempo. Pero el cielo nocturno era insistente, y el sol cedió.

Mangel enterró los pies en la arena. Sintió la brisa del océano en sus mejillas. El viento le obligaba a cerrar los ojos, pero no quería hacerlo. No quería perderse ni un segundo de aquel atardecer. Quería grabárselo, conservarlo en la retina de sus ojos, tenerlo para siempre en su memoria. Así como también quería retener los reflejos de los últimos rayos de luz en el cabello de Rubén. Quería retener el color de sus ojos. El calor de su mano sobre la suya.

Quería disfrutar de cada momento, de cada detalle, como si fuese el último que fuera a vivir, a ver, a sentir.

Si algo le había abierto los ojos había sido ese accidente. Le había demostrado que, por más que intentaran escapar, alejarse, ser felices, la realidad siempre iba a estar ahí, dura, impasible, persistente. Podían volar muy alto, pero todo lo que vuela tiene que aterrizar. No se puede evadir el mundo real por siempre.

Y pensar que casi muero...

No le gustaba pensar en eso, pero no podía evitarlo. El dolor en su abdomen se hacía más fuerte cuando recordaba esos momentos.

El golpe. La sangre. El miedo.

Arrepentirse de no haber valorado cada segundo de su vida.

La sensación de querer decir algo, pero no poder.

Un sueño oscuro, denso y profundo que lo arrastraba.

Eran malos recuerdos, pero habían bastado para hacerle ver que no todo era para siempre. Que no todo podía ser perfecto. Que, en algún momento, tendrían que aterrizar.

- ¿Tú crees que volvamos aquí algún día? – le preguntó a Rubén, sin mirarlo. Mantenía la vista en el horizonte, donde el cielo y el mar se unían.

Rubius se volvió hacia él.

- Claro que lo haremos – respondió él, con sinceridad en su voz –. Pero me gustaría visitar Japón primero.

Mangel no pudo evitar soltar una carcajada. Le dolió. Lo disimuló.

- ¿De qué te ríes? – preguntó Rubén.

- ¿Japón?

- Sí. Japón.

- Vale. Empezaré a ahorrar.

Rubén sonrió, pero la sonrisa se le fue borrando de a poco, como si se la desdibujara el viento.

- Voy a extrañarnos – soltó Rubius.

Miguel frunció el ceño. Lo miró.

- ¿"Extrañarnos"?

- Somos distintos aquí – explicó Rubén, mientras observaba las olas morir en la orilla –. Cuando lleguemos allá, volveremos a ser Mangel y Rubius. Cuando lleguemos allá, tú vas a volver a ser estudiante, hijo, hermano. Yo voy a volver a ser estudiante, hijo, hermano. Empleado de McDonald's.

Mangel rió. Rubén también.

- Pero aquí... – continuó Rubius – aquí solo somos Miguel y Rubén. Somos solo tú y yo, ¿entiendes? No quiero dejarnos. Nos voy a extrañar demasiado. Y no... no quiero... tener que enfrentar mis problemas otra vez. Sé que tendremos que hacerlo, pero... no quiero.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Kde žijí příběhy. Začni objevovat