Máquinas (Capítulo 8)

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La semana que siguió fue una mierda.

Rubén no tenía ganas de hablar con nadie (tampoco era que las tuviera normalmente). Todo le parecía una enorme gilipolléz. Todos eran una enorme gilipolléz. Con sus rostros ignorantes y sus miradas que no iban más allá de sus propias narices, las personas parecían robots, máquinas andantes de muecas sonrientes.

Hasta Mangel lo parece, pensó. Se dedicó a observarlo en la clase de Literatura. Las lastimaduras de su cara ya casi habían desaparecido para el Miércoles. Finalmente sacó una conclusión. No, no es cierto. Mangel no es una de esas máquinas. Mangel sigue siendo Mangel.

Aquello le levantó un poco el ánimo los días que siguieron, pero se le pasaba inmediatamente en el momento en el que lo observaba marcharse hacia su casa, porque eso significaba que él también debía ir a la suya.

De vez en cuando se imaginaba en el porche de Mangel, hablando con él y divirtiéndose ante su confusión, lo cual pasaba muy seguido. Se imaginaba que lo invitaba a pasar y que se quedaba a cenar, que sus padres se alegraban de que fuera a visitarlos y que Maia lo mirara con esa expresión de admiración en sus ojos. Y que Mangel se quedaba dormido a su lado, mirando la televisión. Y que él era lo primero que veía al despertarse.

Pero no era más que eso. Una fantasía. Un recuerdo. Porque debía volver a su casa a proteger a su familia de su propio padre.

Para empeorarlo todo, no pudo entrenar en toda la semana. Hasta Fernando se había preocupado por él.

Para empeorarlo aún más, Mangel lo creía un gilipollas.

- Eh, Rubius – se le acercó el Martes. Rubén no lo había visto venir –. Tienes una pinta terrible, tío. ¿Qué te ha ocurrido?

- ¿A mí? Nada – respondió en un tono más hiriente de lo que pretendía. Se dio la vuelta y comenzó a alejarse por el pasillo.

- ¿Es que siempre harás eso?

Rubén se volvió y lo miró.

- ¿Hacer el qué?

- Eso. El gilipollas. Te das vuelta y me dejas hablando solo, joder.

- Siento no poder complacerte, Miguel – dijo, hastiado.

- ¿Sabes qué? Déjalo.

Y se alejó. No le habló por el resto de la semana. Rubius se sorprendía a sí mismo observándolo pasar, o hablar con esa extraña pareja, Gwen y Al. Y reír con ellos. Unas cuantas veces lo descubrió mirándolo. Un cruce de miradas en el cual Mangel bajaba la vista de inmediato, pero a Rubén le gustaba quedárselo mirando mientras este le evitaba. Era un juego del cual le gustaba participar.

El Jueves, Rubén descubrió el primer moretón.

- ¿Qué es esto? – le preguntó a su madre, sosteniéndola del brazo.

Ella hizo una mueca de dolor, dejando por un segundo de lavar los platos. Horace había ido a trabajar a váyase a saber uno dónde y Ginny estaba en su habitación.

Su madre retiró el brazo, ocultando el hematoma azul.

- Me golpeé con la mesa de luz al despertar por la noche. Iba a tomar agua y olvidé encender la l-

- Qué mal mientes, madre.

Esta suspiró, asumiendo que no serviría de nada con su hijo.

- Rubén, solo fue una discusión. Yo le dí la espalda y él me volteó-

- ¿Cuándo fue?

- Ayer por la tarde – bajó la mirada.

- Lo mataré.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now