¿¡Perdonarte qué!? (Capítulo 4)

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Al día siguiente Mangel se despertó de buen humor. El anterior había sido un buen día. Ahora tenía amigos. Pensaba saludar a Al desde lejos en plan "Hace hostia de tiempo sin vernos, chaval" y cruzarse a Gwen justo cuando tocaba el timbre, y llegar un poco tarde a Historia para no tener que ser el primero y que todos lo miren raro.

Estaba decidido a pasar bien el día, a mejorar, porque ahora podía hacerlo. Lo sabía.

Llegó a la escuela diez minutos antes de lo que en realidad debía; ya había algunas personas charlando en grupos, otras haciendo las tareas que tendrían que haber hecho ayer y alguna que otra pareja besuqueándose.

Mangel se iba a sentar en un escalón cuando escuchó alguien que gritaba:

-¡Tú!

Se dio vuelta. Eric y sus tres subordinados se acercaban a él rápidamente. A Eric se lo veía hecho una furia. Se aproximaba como un tren descarrilado, veloz, tosco, enorme. No podía esperarse nada bueno de eso.

Se fijó en que el bravucón tenía toda la cara amoratada y caminaba medio rengo; hasta el lóbulo de su oreja parecía cortado. Los otros tres estaban igual de machucados.

Mangel intentó retroceder cuando el matón prácticamente se le tiraba encima, pero tropezó con las escaleras a su espalda y cayó. Eric no pareció fijarse; lo tomó por el cuello de la remera y lo arrojó lejos. Mangel salió volando por los aires. El aterrizaje lo dejó sin aire. Observó cómo Eric volvía y se ponía encima de él, apresándolo con sus dos piernas alrededor de los brazos del caído. Le dio un golpe en la mandíbula, y luego otro en la nariz, y luego otro en el ojo, y luego Eric salió despedido hacia un costado, dejando a Mangel en el suelo, con la cara ensangrentada.

Rubén comenzó a golpearlo con una furia aterradora, golpe tras golpe, la cara de Eric se deformaba más y más. Cuando no había más espacio en su rostro para golpear, lo levantó del piso con una sola mano, como si fuera una bolsa de papa, y lo arrojó contra la pared para seguir golpeándolo en el estómago, el pecho, el cuello, los brazos, un poco más de cara y todo lo que encontró.

Lo más espeluznante era que nadie hacía nada. Solo observaban la escena como buitres.

Mangel, quien miraba todo medio tuerto (el otro ojo estaba rojo e hinchado) se levantó del piso y corrió hacia Rubén, sin siquiera mirar a los otros tres gilipollas, que se habían quedado boquiabiertos. Intentó tirar de él hacia atrás, pero se soltó bruscamente y Mangel se tambaleó.

-¡RUBIUS! ¡VAS A MATARLO! – le gritó.

-¿¡Y QUÉ!? – contestó sin dejar de golpearlo. - ¿¡QUÉ PUEDE VALER UNA MIERDA COMO ESTA!?

-¡TU ENCARCELACIÓN, GILIPOLLAS!

Volvió a tirar de él hacia atrás, esta vez rodeándolo del torso con los brazos. Al dejar de ser sostenido por Rubén, Eric cayó al piso, doblándose sobre sí mismo como un gusano. Rubius lo pateó mientras Mangel tiraba de él, hasta que finalmente pudo alejarlo. Respiraba entrecortadamente, pero lejos de estar cansado. Miguel podía ver la adrenalina corriendo por sus venas; sus ojos verdes, brillantes.

-¿ERES ESTÚPIDO? – aunque no había necesidad de gritarle, lo hizo – PODRÍAS HABER LLEGADO A MATARLO.

-Lástima que me detuviste – Rubén miró a Mangel a la cara y algo cambió en su expresión. Su mirada se centraba en su ojo hinchado, en la sangre que le salía de la nariz, en el gran cardenal que le estaba saliendo en la mandíbula -. ¿Por qué lo hiciste, Miguel? ¿Por qué me detuviste? – le preguntó por lo bajo, con los dientes apretados.

-¿Por qué TÚ lo detuviste, joder?

La mirada de Rubius se ensombreció, pero no contestó. Se limitó a repasar una y otra vez las heridas de Mangel con la mirada, memorizándolas, sintiendo que cada uno de esos golpes era suyo.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now